(Enviado especial a Tel Aviv, Israel) Solo los misiles que caen desde Gaza rompen el silencio en Sderot, un pueblo de casas bajas y calles despejadas convertido en un fantasma después del ataque terrorista ejecutado por Hamas, que causó tantas muertes, violaciones, heridos y secuestrados que aún no se pueden contar.
Desde Sderot a Gaza hay 840 metros, la distancia recorrida por los terroristas de Hamas para ocupar la ciudad y establecer una cabeza de playa en territorio israelí. La policía local planteó la primera defensa, pero los fedayines cargaban con un arsenal provisto por Irán y Corea del Norte. El combate fue desigual, fueron asesinados todos los policías de Sderot y la comisaría quedó hecha escombros.
Durante ocho horas, los terroristas controlaron la ciudad, asesinaron, robaron en las casas y tomaron rehenes. Después llegó el ejército israelí y libró un combate calle por calle con las brigadas de élite de Hamas. La batalla irregular se extendió por tres días: muchísimos fedayines habían quedado a la deriva sin poder escapar a la Franja, y soldados y oficiales de Israel pasaron mucho tiempo peinando la ciudad para evitar que continuara la tragedia fundamentalista.
El impacto del ataque terrorista, y la cercanía con Gaza, obligó al gobierno a tomar una decisión extrema. Se debía evacuar a todos los habitantes de Sderot, y así sucedió en menos de cinco días. Fue un operativo relámpago mientras caían los misiles y se recuperaban los cuerpos para confirmar su identidad.
Todo quedó vacío y la estación de tren fue clausurada. Una medida extrema causada por dos circunstancias obvias: la seguridad y la ausencia de pasajeros. Ya no hay nadie que suba a esos trenes suburbanos.
El shopping de Sderot está cerrado, el hospital está vacío a la espera de la guerra y los soldados montan guardia hasta que sean movilizados al frente. Sólo un puñado de pobladores se han quedado en la ciudad: son gente mayor, que ya han visto mucha guerra, y que prefieren morir en su casa antes que estar en un refugio hasta que Hamas sea derrotado en Gaza.
“Estamos muy tristes, los palestinos intentaron convertir este lugar en una ciudad fantasma. Pero no lo van a lograr. Aquí no solo vamos a sobrevivir, aquí nosotros vamos a prosperar”, dijo el rabino David Fendel, que se quedó en su casa.
La cercanía de Sderot con la Franja implica también su uso como avanzada de las tropas desplegadas por Israel para atacar Gaza y terminar con Hamas. En la ciudad fantasma existe una extraña paradoja: los civiles se fueron con sus recuerdos y sus tristezas, y empiezan a ser reemplazados por jóvenes soldados que recorren las calles del pueblo con sus jeeps blindados y esa mirada que mezcla el terror y el orgullo de pertenecer.
“Hamas llegó con sus motos, sus AK47 -Kalashnikov- y sus granadas. Disparaban, incendiaban y cazaban a los chicos que trataban de esconderse detrás de las plantas. Muchos murieron y algunos fueron tomados como rehenes y llevados a Gaza. No sabemos que pasará con esos chicos, y no sabemos si volverán a atacarnos. Pero acá Hamas hizo una masacre: se escuchaban los gritos, los disparos. Y después todo era silencio, hasta que todo volvía a empezar. Así casi todo el día del ataque”, describió un sobreviviente de Sderot que pidió callar su nombre.
La guerra es un futuro imperfecto que aguardan los soldados apostados en la ciudad fantasma. Pasan su tiempo ahí, castigados por el sol y atentos al sonido del misil lanzado desde Gaza. Su única compañía amable e imprevisible son los gatos -pardos, grises, negros, dorados-, que quedaron desamparados cuando sus amos partieron al destierro interior. En Sderot no hay perros: Hamas los mató a todos.