(Enviados especiales a Tel Aviv, Israel) El mensaje en inglés era seco y protocolar: “Lo invitamos a un informe sobre la evacuación y el proceso de identificación de las víctimas asesinadas en la masacre del sur de Israel”. El informe sería presentado por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y la dirección de la cita secreta enviada por WhatsApp no tenía número definido. En medio de una tormenta inesperada en Tel Aviv, un taxista que hablaba con su madre por teléfono, finalmente aceptó llevarnos por una ruta que se dirigía hacia Jerusalén. El viaje terminó en un cuartel que se llama Base Shura, y a partir de allí se pudo comprobar que Joseph Conrad tenía razón cuando escribió El corazón de las tinieblas: la naturaleza humana es capaz de cometer hechos aberrantes que no pueden ser explicados desde la razón.
En la puerta del cuartel, una soldado israelí que no superaba los 20 años explicó que había precisas reglas a cumplir. No se podía caminar solo por la Base Shura, una médica explicaría las autopsias que había realizado en los cadáveres de las víctimas de Hamas, y al final de la exposición un rabino describiría los cuerpos ultrajados -una y otra vez- por los terroristas financiados por Irán.
En un patio de la base militar, flanqueado por containers con carteles pintados en hebreo, apareció la capitana doctora Marion (por razones de seguridad se preserva su apellido). Pecosa y de altura media, cerca de los 30 años, Marion encaró la explicación en tono profesional y mirada firme. Parecida aplomada, dura. Pero esa imagen se derritió en apenas un minuto: la capitana doctora describió qué habían hecho los terroristas de Hamas con niños, jóvenes, adultos y viejos, sin importar si eran judíos, católicos, musulmanes, civiles o militares.
Este es el testimonio de la capitana dentista Marion:
-“Lo que hacemos es identificar víctimas, identificar cuerpos y los cuerpos que vienen aquí, que llegan aquí son soldados, nuestros oficiales, y principalmente civiles. Lo que hacemos es identificarlos y prepararlos para los funerales. Hacemos la identificación con todos los medios de que disponemos. Los preparamos para el entierro en la forma y desde las religiones que sean; les damos el respeto y les damos el último máximo respeto que se merecen. Y lo hacemos si son judíos, si son musulmanes, si son cristianos. No es un trabajo fácil, y lo hacemos día y noche.
-Las familias vienen a dar el último adiós a sus seres queridos. Mientras identificamos los cuerpos, oímos el llanto y los gritos de las mujeres, y de los niños que perdieron a sus padres y de los padres que perdieron a sus hijos. Vemos un severo estado de abuso. Vemos disparos y vemos signos que son puramente tortura, tortura que no debería estar teniendo lugar. No sentimos como si estuviéramos en una guerra y estuviéramos manejando cuerpos que están en guerra. Nos sentimos como si estuviéramos en una masacre, y vemos cuerpos que no tienen signos de humanidad en ellos. Es indescriptible. Y la crueldad y la inhumanidad es despreciable. Esto es horrible. Y todo el mundo debe saber lo que estas personas, estos niños, estas personas inocentes han pasado.
A continuación, la doctora Marion aceptó las preguntas de Infobae:
-¿En que situación se encontraban los cuerpos?
-En un estado horrible. No podemos reconocerlos por la cara. O sólo podemos hacer pruebas de ADN y tratar de obtener restos. Los vemos en las etapas de abuso. Aunque los conociéramos, ni siquiera los reconoceríamos.
-¿Hay mujeres violadas?
-Sí. Vemos los moretones y vemos los cortes, tenemos un equipo forense. Tenemos médicos y personas que saben cómo evaluar a cada víctima y cada cuerpo para saber qué ocurrió. Y si no estamos seguros, incluso vemos tomografías computarizadas para entender el mecanismo de la muerte, el abuso, e incluso para tener las respuestas que estas familias necesitarán dentro de un mes o dentro de varios años, cuando puedan y quieran saber qué les pasó a sus seres queridos, qué les pasó en los últimos segundos que vivieron.
-¿Qué paso con los niños?
-Es indescriptible. Nadie debería ver a sus hijos así.
La capitán Marion terminó su explicación técnica en llantos. Y a continuación fuimos escoltados hacia un playón repleto de containers. Se sentía un olor ácido, y se nos ofreció barbijos. Al instante comprendimos qué era ese olor: era la muerte, la degradación humana, la victoria del fundamentalismo sobre la razón humana.
Escoltado por una oficial que ofició de traductora del hebreo al inglés, apareció un rabino con uniforme y kipá. El rabino obvió su apellido por razones de seguridad y desplegó una descripción técnica que heló el alma. En la base había más de 200 containers, y en cada container cabían 50 cuerpos. Los equipos forenses trabajan pocas horas y en rotación constante: las mutilaciones ejecutadas por Hamas y el olor de los cuerpos en descomposición destruyen la psiquis y afectan la conducta cotidiana.
Antes de terminar, el rabino apuntó a un container y dijo sin levantar la voz: “Son personas, tienen nombre y apellido, tienen familia y amigos. Y sufrieron un ultraje que no existe en la humanidad. Yo no puedo describir, no tengo palabras para decir que le hicieron a esa personas que están en esas bolsas”.
Volvimos con un equipo de periodistas franceses. El viaje desde la base militar a Tel Aviv duró una hora. Ya había dejado de llover, y el cielo estaba despejado. Nadie habló. Ni una palabra. Hasta que nos despedimos frente a una plaza con una fuente que a todo hora -de día y de noche- tiene cientos de velas prendidas para recordar a las víctimas de Hamas, que una noche de Sabbath nos cambió la vida para siempre.