Cuando fue creado en 1987, Hamas, el Movimiento de Resistencia islámica, era un grupo armado nacionalista e islamista que luchaba por la liberación de Palestina. En ese momento, Israel lo apoyó porque creía que de esa manera iba a debilitar a la hegemónica Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat. De acuerdo a sus principios reclamaba “el establecimiento de un Estado de Palestina completamente soberano e independiente, con Jerusalén como capital, en las fronteras del 4 de junio de 1967″ y enfatizaba su carácter nacionalista por encima del religioso, aunque sin reconocer al Estado de Israel ni abandonar la lucha armada.
Todo cambió en 2017 cuando se entregó a las manos de Irán y comenzó una radicalización extrema. Desde entonces, se transformó en un grupo salafista ultra religioso que lucha por la desaparición de Israel y los israelíes. Y con el ataque sin precedentes de la semana pasada dentro del propio territorio israelí y su accionar contra los civiles, se convirtió definitivamente en un grupo terrorista que copió las tácticas del ISIS, el Estado Islámico, el grupo extremista islámico más extremo que hemos visto hasta ahora.
Atacó no sólo para devastar al enemigo y dar un golpe de efecto extraordinario, sino que lo hizo para sembrar el terror de la peor manera posible. E imitó al ISIS en su forma de mostrar lo sucedido al resto del mundo. Mató, violó y decapitó a civiles y subió a las redes sociales las imágenes para que el resto de la población a partir de ese momento sienta el terror en sus cuerpos cada vez que se mencione su nombre.
El primer ministro Benjamin Netanyahu, que contribuyó a esta radicalización con sus políticas de acoso permanente a los palestinos más moderados y al aliarse a los partidos de extrema derecha que propician la colonización y anexión de los territorios palestinos en Cisjordania, lo dijo claramente apenas unas horas después de los ataques: “Hamas es ISIS. Y al igual que las fuerzas de la civilización se unieron para derrotar al ISIS, las fuerzas de la civilización deben apoyar a Israel para derrotar a Hamas.”
Estados Unidos acudió de inmediato al llamado. Tiene sus buques muy cerca de las costas de la Franja de Gaza para dar todo su apoyo de inteligencia e infraestructura en la ofensiva contra Hamas. Sabe que no se trata sólo de castigar al grupo radicalizado palestino sino derrotarlo, acabar con Hamas para que no pueda tener más la capacidad de ataque como ocurrió con Al Qaeda en Falluja y Ramadi, durante la guerra de Irak, y con ISIS en Mosul, la ciudad iraquí tomada y anexada al califato. Ese es el objetivo del ejército israelí que intentará cumplir en una campaña que podría durar entre uno y tres meses. Esto, teniendo en cuenta que siempre sabemos cuándo comienza una guerra y nunca cuándo termina.
El objetivo de terminar con este Hamas como ocurrió con el ISIS en Irak y Siria no se puede lograr con un bombardeo generalizado y una campaña aérea o con un sitio que deja sin electricidad y agua a la población civil. Sólo es posible con soldados y tanques luchando en Gaza, manzana por manzana, casa por casa, en los 360 kilómetros cuadrados de la Franja, en los 41 kilómetros de largo y los entre 6 y 12 kilómetros de ancho, y los dos millones de sus habitantes, más del 40% de ellos niños menores de 14 años.
Para conquistar Mosul, en 2016, el ejército iraquí apoyado por las fuerzas especiales estadounidenses, concentraron más de 100.000 soldados para una tarea muy difícil y de enormes proporciones: expulsar al ISIS de una ciudad vasta y densamente poblada cuando los milicianos estaban profundamente arraigados en la ciudad y había podido preparar elaboradas defensas. Para agravar el problema estaba el hecho de que la población civil permanecía en gran medida en la ciudad y que el Estado Islámico se negaba a facilitar la evacuación de civiles. Cuando Estados Unidos entró en Faluya, en 2004 durante su guerra contra Al Qaeda en Irak, la inmensa mayoría de los civiles ya habían huido. Cuando los soldados y los marines se enfrentaron a los insurgentes en batallas callejeras, había muy pocos civiles en la zona de combate.
La batalla de Mosul, por el contrario, se libró en gran medida entre la población civil y fue posiblemente, según los analistas de West Point, “la mayor y más mortífera batalla urbana desde el final de la Segunda Guerra Mundial”. Los soldados iraquíes, apoyados por la aviación estadounidense, asaltaron una ciudad de más de un millón de habitantes. La batalla duró nueve meses, mató a miles de combatientes del ISIS, según la mayoría de las estimaciones, costó miles de bajas a las fuerzas de seguridad iraquíes y, a pesar de los considerables esfuerzos por proteger a los no combatientes, mató oficialmente a 11.000 civiles (otras estimaciones llegan a los 20.000). Pero el objetivo se cumplió. Irak ganó esa batalla, en pocas semanas el ISIS terminó perdiendo todas sus posiciones en Raqqa, del lado sirio, y el califato del Estado Islámico dejó de existir. ISIS es hoy apenas un grupo de combatientes perdidos en el desierto con capacidad mínima de actuar.
Las Fuerzas de Defensa de Israel están inmensamente mejor entrenadas y preparadas que las fuerzas de seguridad iraquíes. El terreno también las favorece, los milicianos de Hamas no tienen ninguna vía de escape. Están atrapados en la Franja, de espaldas al mar y sin salida hacia Egipto. En ese sentido, para los israelíes es “cazar en el zoológico”. Aunque se van a encontrar con algunos factores muy particulares: la densidad de la población civil mucho más alta que la que tuvo que enfrentar nadie en mucho tiempo; el extendido sistema de túneles que pasan por debajo de la ciudad y que constituye una formidable defensa; el hecho de que el enemigo tenga a 150 rehenes en sus manos que utilizarán como escudos humanos; y el tiempo, Israel no tiene nueve meses –como necesitaron los iraquíes- para su campaña.
Las fuerzas israelíes tendrán presiones para actuar en forma muy rápida y eficaz. La opinión pública global estará esperando un resultado concreto con la liberación de los rehenes. Y lo tendrán que hacer causando la menor cantidad de “daño colateral” posible. Los civiles tampoco tienen salidas ni refugios en la Franja. Allí en Gaza no sólo hay 150 rehenes israelíes, la gran mayoría de los dos millones de gazatíes son también rehenes de Hamas. Esa gente debe ser protegida. Los derechos humanos son universales.
Las presiones, en ese sentido, se harán sentir desde Washington. El viernes, un alto oficial del Pentágono que habló con los corresponsales acreditados dijo: “La protección de los civiles y el sufrimiento humanitario es siempre un área de preocupación para Estados Unidos y es algo que estamos discutiendo constantemente y que siempre discutiremos con aliados y socios. Los civiles de Gaza no tienen la culpa del horrible terrorismo de Hamas. Los civiles están protegidos por las leyes de los conflictos armados y se les deben dar todas las oportunidades para evitar los combates.”
Esto convierte a la campaña israelí en Gaza en una acción militar inédita y de consecuencias imprevisibles.