“Me enorgullece haber encontrado en mi interior la fuerza para no tener miedo”, dice Ilya Yashin desde su celda de Moscú. El líder opositor fue el último de los disidentes rusos a seguir en el país tras el comienzo de la invasión a gran escala de Ucrania. Lo hizo pese a que las autoridades lo instaron a marcharse y con plena conciencia de las consecuencias. “Llamé abiertamente criminales de guerra a Putin y a su junta, exigí la retirada de las tropas de Ucrania”, explica. “Con mi ejemplo personal insté a la sociedad a no permanecer en silencio”.
En abril del año pasado, después de denunciar la masacre de Bucha, Yashin fue acusado de “desinformación” bajo las nuevas leyes aprobadas por el Kremlin para suprimir la oposición a la guerra. En diciembre fue sentenciado a ocho años y medio de cárcel, una condena ratificada en abril de este año. “Compararía los tribunales rusos con un camarero que se inclina obsequiosamente hacia el poder ejecutivo preguntándole: ‘¿Qué desea?’”, ironiza sobre el sistema judicial ruso.
Yashin responde desde su encarcelamiento a las preguntas que Infobae le hizo llegar a través de sus colaboradores y abogados. Doce páginas escritas en tinta azul y con una letra clarísima, llenas de la misma lucidez y valentía que había mostrado en su última declaración antes de ser condenado. “Si empujo a los demás a no tener miedo, yo también debo superar mi miedo, mantenerme firme y no retroceder ante el peligro”, dice.
Considera que “el régimen ladrón de Putin, la llamada ‘cleptocracia’, se ha transformado en una dictadura militar en toda regla” que “apenas se diferencia de una fascista”. No obstante, no pierde la esperanza. Confía en un cambio impulsado por la juventud y sueña con “un país libre, justo y feliz donde el valor primordial sea el individuo y su vida. Y creo que lo tenemos todo para hacer realidad una Rusia así”.
La vida en la cárcel
Relatando su vida en prisión, Yashin describe la cárcel como un microcosmos de la sociedad rusa, donde se encuentran “multimillonarios de la lista Forbes y viceministros, ladrones de tiendas, traficantes de drogas callejeros y estafadores de poca monta”. Dice que tanto los reclusos como los carceleros lo tratan con respeto. Incluso recibió de ellos palabras de apoyo y solidaridad. “Todos aquí entienden claramente que no soy un verdadero delincuente y que estoy encarcelado no por delinquir, sino por expresar una opinión independiente”, explica. “Por una declaración contra la guerra en Internet, me condenaron a 8,5 años. Es más de lo que nuestros tribunales suelen condenar a ladrones, asaltantes e incluso a algunos asesinos. Una injusticia tan evidente indigna a muchos”.
Cuenta que la vida diaria de los reclusos también se vio impactada por la guerra. Los presos son un activo importante para la operación militar del Kremlin, que impulsó a miles de ellos a alistarse en el ejército y en empresas militares privadas a cambio de descuentos de pena. Aún así, dice, “por extraño que parezca, rara vez he conocido en prisión a auténticos partidarios de Putin y de la agresión contra Ucrania. Muchos aquí entienden que el país está en declive”.
Putin, la guerra, la oposición y el futuro de Rusia
Nacido en Moscú en 1983, Yashin comenzó su actividad política hace 20 años en las filas del partido liberal Yabloko junto a su amigo Alexei Navalny. Junto a Boris Nemtsov, el gran líder opositor asesinado en 2015, fue además uno de los fundadores del movimiento Solidarnost. En 2017 se convirtió en diputado del distrito moscovita de Krasnoselsky. Antes, entre 2011 y 2013, había desempeñado un papel destacado en las masivas protestas que en ese momento parecieron hacer tambalear al gobierno de Putin.
En los diez años que siguieron esas protestas, Yashin reconoce que hubo algunos errores de la oposición, aunque subraya la desproporción de las fuerzas en campo. “Claramente subestimamos el alcance de la sed de sangre de Putin y no creímos que llevaría al país a un estado tan sombrío”, dice. “Se nos puede criticar -y con razón- por nuestra falta de unidad y nuestras disputas internas. Pero es esencial entender que la oposición en Rusia se enfrenta a una verdadera junta que no se limita por la ley o la moral, dispuesta a matar, encarcelar y torturar a sus oponentes, dispuesta a librar guerras y derramar ríos de sangre. La verdad es que nuestras fuerzas nunca fueron iguales desde el principio”.
Cita a su mentor Boris Nemtsov y dice que subestimar “el alcance de la temeridad de Putin” fue además, junto al “apaciguamiento del agresor” de los países occidentales, uno de los errores que propiciaron la decisión del presidente ruso de invadir a Ucrania. “Intentamos ponernos en los zapatos de Putin y no podemos creer que puede llegar a ser aún más cruel, despiadado y sanguinario”, dice.
Yashin cree que el jefe del Kremlin “ha sido envenenado por un poder ilimitado”. “Putin se ve a sí mismo como el político más grande de la historia del mundo y sueña con un lugar destacado en los libros de texto. Quiere ser recordado como el conquistador y acumulador de tierras rusas, el que restauró el imperio tras el colapso de la URSS”. “Esta”, agrega, “es una lección importante para Rusia y otros países: el poder debe ser transferible”.
Por estas razones, también advierte sobre los riesgos de negociar con Putin el fin de las hostilidades en Ucrania: “Recuperará el aliento y, pasado algún tiempo, iniciará una nueva agresión de una escala aún mayor. Tal vez, incluso hacia países miembros de la OTAN”.
Por otro lado, niega que la sociedad rusa apoye la aventura militar de Putin en Ucrania y atribuye la falta de protestas masivas en el país al miedo que provoca la feroz represión del Kremlin. “Cientos de personas que se pronunciaron públicamente contra la guerra acabaron en la cárcel. Entre ellos hay políticos y diputados. Pero la mayoría de los detenidos son ciudadanos corrientes de diversas ciudades rusas: un estudiante, un trabajador ferroviario, un maestro de escuela, un periodista regional, un ingeniero, un calderero...”, afirma. “Se trata de una auténtica muestra de nuestra sociedad, un retrato que muestra el estado de ánimo real de la gente. Por cada persona que tuvo el valor de denunciar y acabó en la cárcel, hay cientos de miles que sienten lo mismo pero tienen demasiado miedo para hablar abiertamente”.
Yashin se dice convencido de que “esta lucha está configurando el futuro de la sociedad civil rusa, y quizás su futuro liderazgo”. Un liderazgo y un futuro que deberán necesariamente ser democráticos. De lo contrario, advierte, “Rusia corre el riesgo de dejar de existir”.
Lo que sigue es la entrevista completa con Infobae.
—Ilya Yashin, ¿cómo está y cómo le tratan en la cárcel?
—Mi estado físico y moral es normal. Llevo casi año y medio en la cárcel y conseguí adaptarme. Hay poco que disfrutar aquí, por supuesto. Los muros son opresivos, es fácil caer en la depresión y muchas personas pierden rápidamente la salud mientras están encarceladas. Pero me controlo cuidadosamente, intento mantener la mente despierta y hago deporte con regularidad. La autodisciplina ayuda mucho. Los carceleros de Moscú se comunican conmigo con bastante corrección y respeto. De algunos, les sorprenderá, incluso recibí palabras de apoyo y solidaridad. De hecho, todos aquí entienden claramente que no soy un verdadero delincuente y que estoy encarcelado no por delinquir, sino por expresar una opinión independiente.
—A finales del año pasado fue trasladado a una cárcel a 1300 kilómetros de Moscú. ¿Cómo impactó el traslado en sus condiciones de detención?
—Pasé un mes y medio de invierno en una prisión situada en Udmurtia, tras lo cual, gracias a los esfuerzos de mis abogados, me trasladaron otra vez a un centro de detención de Moscú. En Rusia, ésta es una práctica habitual: a un detenido que espera una apelación sobre el veredicto se le lleva lejos de su región de origen. Pero los abogados consiguieron demostrar que esto viola mis derechos.
En Udmurtia, estuve recluido en una celda minúscula para dos personas y en condiciones estrictas. Por ejemplo, durante dos semanas me sometieron a registros exhaustivos todos los días (¡!), me desnudaron, destrozaron mi colchón y esparcieron todos los objetos de mi bolsa. Esta presión se debía a que en mis redes sociales se seguían publicando declaraciones políticas y antibelicistas en mi nombre, lo que no gustaba a la administración penitenciaria. Debo señalar que los guardias ordinarios, mientras cumplían la orden, se sentían incómodos, no mostraban ningún entusiasmo y algunos de ellos incluso se disculparon.
Las condiciones de vida en las prisiones regionales también son, por supuesto, peores que en Moscú. Por ejemplo, había piedras en la papilla y tenía que comer con cuidado para no romperme los dientes. Sin embargo, al menos no restringieron mi comunicación con el abogado. Y a mis padres, que volaron expresamente a Udmurtia, les permitieron visitarme un par de veces.
—¿Qué la está ayudando a sobrellevar la detención?
—Estoy sinceramente convencido de estar en lo justo y sé que estoy del lado del bien. Me encarcelaron por resistirme públicamente a la agresión militar, por pedir que cesaran las matanzas. Y estoy orgulloso de haber encontrado en mi interior la fuerza para no tener miedo. Llamé abiertamente criminales de guerra a Putin y a su junta, exigí la retirada de las tropas de Ucrania y con mi ejemplo personal insté a la sociedad a no permanecer en silencio. Puede que haya terminado en la cárcel por eso, pero al menos tengo la conciencia tranquila. La armonía interna ayuda a superar cualquier desafío.
Además, siento un inmenso apoyo de la gente. Entre rejas me han enviado más de 20.000 cartas desde toda Rusia y varios países del mundo, desde Argentina hasta Australia. Para ser sincero, hace tiempo que perdí la cuenta de esas cartas; son muchísimas. Sé que no estoy solo, que un número increíble de personas se preocupan y rezan por mí, que mis palabras son escuchadas y tienen sentido para ellos. Me da inspiración y fuerza.
—¿Qué tipo de personas se encuentran en las cárceles rusas y cómo son sus relaciones con los otros presos?
—En la cárcel puedes conocer a gente muy variada. Entre mis vecinos en las celdas de detención, salas de convoyes y puntos de reunión había multimillonarios de la lista Forbes, ladrones de tiendas, viceministros, traficantes de drogas callejeros, generales y estafadores de poca monta. Intento encontrar un punto en común con todos y hablar con ellos, los encuentro muy interesantes. Tengo numerosas campañas electorales a mis espaldas, experiencia como diputado y jefe de un municipio, y me parece que para un político, la capacidad de hablar con la gente es esencial. Así que ahora intento aprovechar mi posición para adquirir nuevas experiencias y perfeccionar mis habilidades profesionales.
En general, los reclusos me tratan con respeto e incluso amabilidad. A menudo me reconocen, y a veces me encuentro en prisión con mis seguidores de las redes sociales e incluso con quienes alguna vez votaron por mi. La gente me hace muchas preguntas, interesándose por mi opinión sobre la guerra en Ucrania, el estado de la economía rusa y diversas cuestiones sociales. A su vez, indago sobre sus casos penales y sus destinos, y de vez en cuando publico estas historias en blogs.
Lo que más conmociona a mis interlocutores entre rejas es, por supuesto, la sentencia dictada por el tribunal de Putin. Por una declaración contra la guerra en Internet, me condenaron a 8,5 años. Es más de lo que nuestros tribunales suelen condenar a ladrones, asaltantes e incluso a algunos asesinos. Una injusticia tan evidente indigna a muchos.
—¿Qué dicen los otros prisioneros sobre Putin y la guerra? ¿Pueden hablar abiertamente sobre lo que está pasando? ¿Logra hacer cambiar de opinión a quienes apoyan la guerra?
—Por extraño que parezca, rara vez conocí en prisión a auténticos partidarios de Putin y de la agresión contra Ucrania. Sí, miles de presos fueron a la guerra, firmando contratos con la compañía militar privada Wagner. Pero de mis conversaciones con esas personas, me dio la impresión de que para ellos la guerra no era más que una forma de salir de la cárcel y ganar dinero. Los que van al frente son reclusos desesperados que recibieron largas condenas o almas desafortunadas que acabaron en la cárcel por pobreza por robar una salchicha en un supermercado.
Por supuesto, no puedo decir que los reclusos critiquen activamente a Putin y sus acciones en Ucrania. Después de todo, casi todas las prisiones están equipadas con cámaras de vídeo, y la gente simplemente tiene miedo de hablar abiertamente. Sus temores están justificados, ya que los procesos penales contra reclusos por palabras pronunciadas entre rejas se han convertido en una práctica habitual en Rusia. Pero muchos aquí entienden que el país está en declive.
Durante varios meses compartí celda con un militar, detenido por los servicios especiales bajo sospecha de tráfico de armas. Participó en combates en el Donbass, sufrió heridas. Compartió abiertamente sus impresiones sobre el caos en el ejército, cómo los soldados beben por miedo hasta perder la cordura y cómo los oficiales envían a los soldados a masacrar en sangrientos asaltos. Admitió sinceramente que firmó un contrato con el Ministerio de Defensa por dinero, ya que pagan bastante más en el frente que en su trabajo en la vida civil. Pasamos largos días discutiendo sobre la guerra y la paz, el bien y el mal... Intenté por todos los medios convencer a este ya no tan joven suboficial de que matar a los vecinos y ocupar otro país es un pecado y la peor forma de ganarse la vida. Al final, me prometió que no volvería a tomar las armas. No sé si cumplirá su palabra, pero hice todo lo que estaba en mi mano para salvar su vida y su alma.
—En su sus declaraciones finales en la sala del tribunal antes del veredicto, dijo a la juez que era “un mero engranaje de la máquina”. ¿Cómo describiría el sistema judicial ruso?
—Compararía los tribunales rusos con un camarero que se inclina obsequiosamente hacia el poder ejecutivo preguntándole: “¿Qué desea?”.
La imparcialidad del sistema judicial está garantizada principalmente por la independencia de los jueces y el carácter adversarial del proceso judicial. En nuestro país no existe nada parecido desde hace mucho tiempo. El sistema se basa en lo que se llama “justicia telefónica”. Su esencia es que los jueces no asumen la responsabilidad de los veredictos y casi siempre los coordinan con funcionarios o fuerzas de seguridad, limitándose a menudo a redactar decisiones dictadas por ellos. Ya nadie se sorprende cuando el veredicto de un tribunal duplica en un 90% la conclusión del fiscal.
Un proceso judicial implica una competición de argumentos de defensa y acusación con la imparcialidad del juez que preside. Sin embargo, en nuestro sistema, fiscales, investigadores y jueces trabajan efectivamente como parte de un único equipo. Los jueces suelen ayudar a la fiscalía a corregir defectos, pasan por alto sus errores, mientras que tratan a los abogados defensores como simples extras. Este estado de cosas confiere a todo el sistema un poderoso sesgo acusatorio. Para entendernos: el porcentaje de absoluciones en Rusia no supera el 0,5% cada año. Los ciudadanos no tienen esencialmente ninguna posibilidad de demostrar su inocencia en los tribunales. Y la arbitrariedad y la injusticia son especialmente flagrantes en los casos de los presos políticos, sobre los que las autoridades ejercen regularmente represalias judiciales.
La oposición rusa
—Hace poco cumplió 40 años. En un artículo de junio para Meduza recordaba la situación en Rusia en 2013, un año que calificaba como “lleno de esperanza”. ¿Qué pasó en estos diez años para que esas esperanzas acaben hechas añicos? ¿Hubo errores por parte de la oposición?
—En los últimos diez años, el régimen ladrón de Putin, la llamada “cleptocracia”, se transformó en una dictadura militar en toda regla. Antes de 2014, los signos de una militarización inminente eran evidentes, pero la principal prioridad del sistema seguía siendo el enriquecimiento personal del presidente, su entorno burocrático y oligárquico. Putin y sus allegados se entregaron al lujo, adquirieron palacios y yates, y se convirtieron en algunas de las personas más ricas del planeta. Pero cuando el consumo desenfrenado alcanzó su punto álgido, surgieron las ambiciones napoleónicas y el Kremlin deseó sangre.
En 2014 comenzó la primera agresión contra Ucrania; Crimea fue anexionada y Donbass se sumió en la guerra y el caos. Un año después, el líder de la oposición Boris Nemtsov fue asesinado a tiros públicamente en el centro de Moscú. El gobierno prohibió sistemáticamente todos los partidos de la oposición y los medios de comunicación independientes, declarándolos extremistas, estableció una estricta censura en Internet, tachó de “agentes extranjeros” a cientos de periodistas, defensores de los derechos humanos y activistas cívicos y políticos, y los metió entre rejas. Alexei Navalny y Vladimir Kara-Murza sobrevivieron a un envenenamiento con toxinas de grado militar. Putin violó la Constitución con enmiendas y se permitió gobernar indefinidamente. Por último, inició una guerra de conquista a gran escala contra Ucrania, y ahora su régimen apenas se diferencia de uno fascista.
Por supuesto, podemos hablar de los errores de la oposición. Claramente subestimamos el alcance de la sed de sangre de Putin y no creímos que llevaría al país a un estado tan sombrío. Se nos puede criticar -y con razón- por nuestra falta de unidad y nuestras disputas internas. Pero es esencial entender que la oposición en Rusia se enfrenta a una verdadera junta que no se limita por la ley o la moral, dispuesta a matar, encarcelar y torturar a sus oponentes, dispuesta a librar guerras y derramar ríos de sangre. La verdad es que nuestras fuerzas nunca fueron iguales desde el principio.
—Usted fue el último de los políticos destacados de la oposición que seguía en libertad. ¿Qué le hizo quedarse en Rusia?
—Rusia es mi hogar. Nací y crecí aquí, y he dedicado casi toda mi vida a hacer de este país un lugar libre, justo y feliz. Además, en Rusia vive gente que confía en mí y a la que represento públicamente. ¿Cómo podría huir?
Sí, tras el comienzo de la guerra, los riesgos para las figuras de la oposición aumentaron significativamente, ya que Putin endureció drásticamente las leyes, equiparando esencialmente la disidencia con el delito. Comenzó una ola de detenciones: encarcelaron a personas por publicar mensajes pacifistas en las redes sociales, por difundir artículos de periodistas occidentales sobre la guerra, por dar “me gusta” a publicaciones contra la guerra. ¡Por todo! Me amenazaron sistemáticamente y me advirtieron directamente de una detención inminente si no emigraba como otros disidentes. Pero creía y sigo creyendo que un político debe permanecer junto a su pueblo no sólo durante los años de desarrollo tranquilo y estabilidad, sino también en los momentos más dramáticos. Esta es la responsabilidad de un político, y creo que es la única manera de ganarse realmente la confianza de la sociedad. Si insto a los demás a no tener miedo, yo también debo superar mi miedo, mantenerme firme y no retroceder ante el peligro.
Es crucial que una voz contra la guerra y la dictadura resuene no sólo en la emigración, sino en la propia Rusia. Sólo aquí puede sonar realmente fuerte y convincente.
La historia nos enseña que el camino hacia la libertad y la democracia pasa a menudo por cárceles y penurias. Por lo tanto, debemos armarnos de valor y recorrer este camino con dignidad.
—Usted es una persona joven. En algún momento se creyó que los jóvenes, que no le debían nada a Putin, podrían cambiar el actual estado de cosas en Rusia. ¿Cuál es ahora el papel de la juventud rusa? ¿Puede seguir siendo una fuerza de cambio?
—Creo en la juventud rusa, especialmente en la generación de los estudiantes actuales y alumnos de secundaria. Creo que es una generación completamente diferente, libre de estereotipos, que piensa de forma independiente y se siente parte del mundo civilizado. Putin posee una maquinaria propagandística eficaz, pero funciona peor con los jóvenes.
La nueva generación de rusos percibe a Putin como un viejo loco obsesionado cuando sermonea sobre los principios de la época de la Guerra Fría, amenaza con una guerra nuclear y exige morir en el frente en un país extranjero. Los jóvenes no necesitan tierras ucranianas: quieren vivir y trabajar en paz, disfrutar de los logros de la civilización, viajar libremente y comunicarse con sus coetáneos de otros países. No quieren morir en el barro bajo las balas por las consignas delirantes de los ancianos del Kremlin; quieren vivir felices. Todo lo que hace Putin contradice los intereses de los jóvenes.
No es ningún secreto que los jóvenes abandonaron Rusia en masa tras el comienzo de la guerra y el anuncio del servicio militar obligatorio. Es una verdadera tragedia para nuestro país, porque los que se marcharon eran sobre todo los que tienen capacidad de crear y trabajar duro. Sin embargo, creo en la irreversibilidad de los procesos históricos. Por mucho que Putin se aferre al polvoriento pasado, los jóvenes tendrán la palabra y darán a Rusia un futuro.
—¿Cuál es su objetivo como político, qué quiere conseguir y qué Rusia sueña con ver algún día?
—Quiero que Rusia forme parte del mundo libre y siga la senda del progreso. Necesitamos instituciones democráticas estables, garantías de competencia política y capacidad de cambio de liderazgo, libre intercambio de información y derechos humanos inherentes. Necesitamos una economía justa y eficiente que dé a la gente la oportunidad de trabajar y ganar dinero, de desarrollar sus negocios sin temer que el Estado se los quite. En mi país, el gobierno debe prestar apoyo social a los necesitados, distribuir la riqueza nacional con equidad, impedir la fusión de negocios y poder, es decir, la oligarquía. Rusia debe centrarse en su propio desarrollo y respetar la soberanía de sus vecinos. Sueño con un país libre, justo y feliz donde el valor primordial sea el individuo y su vida. Y creo que lo tenemos todo para hacer realidad una Rusia así.
La invasión a Ucrania
—Lleva desde 2014 manifestándose en contra de la invasión de Ucrania, denunciando públicamente la anexión de Crimea, la presencia de militares y armamento ruso en el Donbass y la implicación de tropas rusas en los crímenes cometidos allí. ¿Podría haberse previsto ya entonces que el siguiente paso sería una invasión a gran escala? ¿Por qué nadie lo vio venir?
—El opositor Boris Nemtsov, asesinado en 2015, dijo una vez que siempre subestimamos el alcance de la temeridad de Putin, y ese es nuestro principal error. En efecto, parece que intentamos ponernos en los zapatos de Putin y no podemos creer que pueda llegar a ser aún más cruel, despiadado y sanguinario.
Otro problema es que la política agresiva del Kremlin, hasta la invasión a gran escala de Ucrania, esencialmente no encontró una resistencia seria a nivel internacional. Durante muchos años, los líderes occidentales se adhirieron a un enfoque de “apaciguamiento del agresor”, esencialmente repitiendo el error de sus colegas de la década de 1930, que sentó las bases para el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Putin fue adulado, apaciguado y se le ofrecieron compromisos. Percibió todo esto como debilidad occidental y se convenció a sí mismo de que tenía derecho a actuar en la escena mundial desde una posición de fuerza. La víctima final fue Ucrania. Creo que si la sólida resistencia a Putin se convierte ahora en apaciguamiento y en un intento de negociar con él, recuperará el aliento y, pasado algún tiempo, iniciará una nueva agresión de una escala aún mayor. Tal vez, incluso hacia países miembros de la OTAN.
—Sigue sin estar del todo claro por qué Putin ordenó la invasión. ¿Fue realmente sólo por razones geopolíticas y de seguridad? ¿O influyó su deseo de presentarse como defensor de los valores tradicionales rusos, frente a los “desviados” occidentales?
—La razón clave es el ego de Vladimir Putin, que se ha inflado hasta alcanzar proporciones cósmicas. Me temo que se trata de una patología. Las razones son claras: el presidente ruso ha sido envenenado por un poder ilimitado. Durante dos décadas, este hombre tuvo autoridad absoluta sobre 1/8 de la masa terrestre del mundo. Los medios lo ensalzan, la Iglesia casi lo canoniza y su entorno estaba dispuesto a besarle los pies. Si año tras año convences a alguien de que es un genio, acabará creyéndoselo. Los que alabaron a Putin lo hicieron para su propio beneficio egoísta y para ganarse su favor, pero acabaron creando un monstruo. Ahora, Putin se ve a sí mismo como el político más grande de la historia del mundo y sueña con un lugar destacado en los libros de texto. Quiere ser recordado como el conquistador y acumulador de tierras rusas, el que restauró el imperio tras el colapso de la URSS. Decenas de miles de muertos, millones de refugiados, ciudades destruidas: éste es el precio pagado por satisfacer las dolorosas ambiciones de Putin.
Esta es una lección importante para Rusia y otros países: el poder debe ser transferible. Simplemente porque permanecer en el poder durante demasiado tiempo es peligroso para la propia psique y supone una amenaza real para quienes le rodean.
El papel de la sociedad civil rusa y el consenso de Putin
—¿Por qué la sociedad civil rusa parece inerte? ¿Por qué no vemos grandes movilizaciones contra la guerra? ¿Hay algo que Occidente pueda hacer para apoyar a la sociedad rusa?
—Occidente debería al menos mirar a la sociedad rusa de manera objetiva y realista. ¿Es total el apoyo a la guerra de Putin en nuestro país? No. Aunque la propaganda intenta presentar la invasión de Ucrania como una guerra popular, no hay pruebas contundentes de ello. Putin está librando la guerra principalmente con mercenarios y convictos cuya motivación es el dinero y el deseo de escapar de la cárcel. Cuando se anunció la movilización, las colas no se formaron en las oficinas de reclutamiento, sino en la frontera. Cerca de un millón de rusos prefirieron abandonar su hogar antes que matar ucranianos. Las grandes concentraciones auténticas en apoyo de la guerra tampoco son evidentes. Sencillamente, no existen.
Al mismo tiempo, según las estimaciones de los defensores de los derechos humanos, decenas de miles de rusos han sido detenidos en acciones de protesta contra la guerra. De hecho, no se produjeron grandes manifestaciones porque, desde el primer día de la invasión, las autoridades han reprimido brutalmente cualquier actividad de protesta. Las fuerzas especiales golpearon a la gente en las calles; en los departamentos de policía, los manifestantes fueron intimidados y torturados, muchos fueron despedidos de sus trabajos, expulsados de las universidades, sometidos a acoso en las redes sociales y los medios de comunicación, y se dejaron pintadas ofensivas en las puertas de sus apartamentos.
Además, cientos de personas que se pronunciaron públicamente contra la guerra acabaron en la cárcel. Entre ellos hay políticos y diputados. Pero la mayoría de los detenidos son ciudadanos corrientes de diversas ciudades rusas: un estudiante, un trabajador ferroviario, un maestro de escuela, un periodista regional, un ingeniero, un calderero... Se trata de una auténtica muestra social de nuestra sociedad, un retrato que muestra el estado de ánimo real de la gente. Por cada persona que tuvo el valor de denunciar y acabó en la cárcel, hay cientos de miles que sienten lo mismo pero tienen demasiado miedo para hablar abiertamente.
Por supuesto, puedes criticar a quienes tienen miedo de arriesgar su salud y su libertad y no protestan contra las porras de la policía. Pero antes de criticar, contéstate sinceramente a ti mismo: ¿vos no tendrías miedo?
—Desde fuera de Rusia a veces se tiene la percepción de que existe un nacionalismo, por no decir una visión imperialista, intrínseco a la sociedad rusa, que hace que en algunos casos incluso quienes no apoyan al Kremlin apoyen la operación militar en Ucrania. ¿Es eso realmente así y puede suponer un problema a la hora de generar consenso contra la guerra?
—Creo que en cualquier sociedad hay un segmento de personas que mantienen opiniones radicales y nacionalistas. En los parlamentos de muchos países europeos, por ejemplo, los grupos de extrema derecha ocupan hoy hasta el 20% de los escaños. Dudo que la popularidad de estas ideas en Rusia sea significativamente mayor, probablemente dentro del mismo 20%. Y no hay nada malo cuando los nacionalistas están representados en el parlamento de un país con instituciones democráticas que funcionan. El problema surge cuando el jefe de un Estado autoritario adopta ideas nacionalistas e imperialistas, y estas ideas empiezan a imponerse por la fuerza a la sociedad desde arriba. Eso es precisamente lo que está ocurriendo en mi patria.
Sin embargo, a pesar de todo, la ideología radical no se volvió dominante en Rusia. Esto se debe en gran parte a que antes de la invasión de Ucrania, Putin, por el contrario, desalentó sistemáticamente a la sociedad de la participación política y promovió el conformismo. Antes de la guerra, necesitaba una población apolítica, por lo que ahora se ve obligado a depender de una minoría agresiva. Esta minoría está ideologizada, es políticamente activa, pero al mismo tiempo, muy exigente y a menudo critica al gobierno por los fracasos en el frente, la incompetencia de los generales y la falta de preparación del Estado para una guerra total. Putin percibe la grave amenaza que proviene de estos partidarios aparentemente cercanos ideológicamente. Entiende que nuevos fracasos en la guerra pueden convertir a estos partidarios en una oposición radical de derechas. De ahí que el rebelde propietario de la empresa militar privada “Wagner”, Yevgeny Prigozhin, fuera eliminado por los servicios especiales del Kremlin, y que uno de los principales instigadores de la primera guerra ruso-ucraniana de 2014-2015, Igor Girkin, fuera encarcelado. En general, no hay unidad entre los partidarios de la guerra; son como arañas en un tarro.
La gran mayoría de los ciudadanos rusos, hay que reconocerlo, adoptan una actitud de espera, tratando de soportar esta crisis y esperando su rápida conclusión.
—Disidentes destacados, así como muchas otras personas corrientes, fueron condenados a varios años de prisión por alzar su voz contra la guerra. Otros cientos de miles de rusos emigraron. ¿Podría explicar qué sentido tiene librar esta batalla?
—Winston Churchill dijo una vez que lo único que se necesita para que el mal triunfe es que la gente buena no haga nada. Aunque la resistencia contra la guerra en Rusia todavía no dio los resultados deseados, y muchos de sus participantes fueron detenidos o emigraron, esta lucha está configurando el futuro de la sociedad civil rusa, y quizás su futuro liderazgo. ¿Recuerdan quién fue el primer Canciller de la Alemania democrática tras la Segunda Guerra Mundial? Konrad Adenauer, patriota y político alemán, que se opuso abiertamente a Hitler y pasó por la cárcel de la Gestapo. Durante el régimen nazi, sus contemporáneos creían que esa resistencia antifascista era inútil y que Adenauer arriesgaba innecesariamente su vida. Pero con el paso del tiempo y la necesidad de personas con honor y conciencia, individuos como Adenauer fueron los que resucitaron a Alemania y construyeron un Estado moderno y justo sobre las ruinas del nazismo.
Por supuesto, en la Rusia actual es más fácil y seguro apoyar al régimen o simplemente permanecer en silencio. Sin embargo, el péndulo de la historia es implacable. Un día, la gente podría sentirse avergonzada de su conformismo actual delante de sus propios hijos.
—¿Qué porcentaje de la población apoya realmente a Putin en la actualidad y por qué? ¿Cree que la guerra en Ucrania está erosionando su consenso?
—La guerra fue un shock para la mayoría de los rusos. Pocos esperaban que Putin no estuviera blufeando y que realmente desatara una invasión a gran escala de un país vecino. Parece que esta decisión fue incluso una sorpresa para la mayoría de los miembros del gobierno, excluyendo a los más cercanos al presidente.
La propaganda insistía en que las acciones militares no durarían mucho. Los canales de televisión prometían la toma de Kiev en cuestión de días, la derrota del ejército ucraniano y la huida de Zelensky. Sin embargo, la realidad era otra: decenas de miles de soldados muertos y heridos, ciudades rusas bajo el fuego y una movilización masiva. El costo social y la fatiga de la guerra crecen día a día. La economía se sostiene gracias a las reservas financieras acumuladas durante muchos años, pero la guerra las consume rápidamente. Los gastos de defensa se han triplicado en comparación con el último año anterior a la guerra, y los ingresos han disminuido notablemente debido a las sanciones. Las perspectivas son sombrías. Cada vez más personas se ven afectadas personalmente por la guerra, y un número creciente tiene amigos, conocidos y familiares heridos o muertos en el conflicto.
Con este telón de fondo, no veo un alto nivel de apoyo a la guerra, y tampoco lo vi al comienzo de la invasión. La gente parece ver la guerra como un desastre natural que acabará y la vida volverá a la normalidad. Lo repito: Putin no logró hacer de esta guerra criminal una guerra popular, por mucho que lo intenten sus propagandistas. Y si lees, por ejemplo, los canales de Telegram de los llamados corresponsales de guerra del Kremlin, te sorprenderá la cantidad de quejas y lloriqueos sobre cómo la mayoría de los ciudadanos viven su vida normal y no quieren ayudar al frente. Estoy seguro de que cuanto más dure la guerra, más dañará la reputación de Putin. Si decide una segunda oleada de movilización, el golpe podría ser incluso devastador. Probablemente por eso no se apresura a anunciarla, a pesar de las fuertes pérdidas de las fuerzas armadas rusas.
—Algunos observadores afirman que una de las consecuencias de la derrota de Rusia en Ucrania podría ser un cambio de régimen en Rusia e incluso el colapso del Estado ruso. ¿Cómo podría ocurrir esto? ¿Qué escenario político podría darse?
—Es difícil hacer predicciones, ya que a día de hoy nadie tiene una idea clara de cuándo y cómo terminará la guerra. Sin embargo, el mero hecho de que se esté prolongando y el aumento de las bajas, por supuesto, plantean riesgos para el actual régimen político. Putin cometió el clásico error de un tirano demasiado confiado: quiso librar una “pequeña guerra victoriosa”, que rápidamente se descontroló, adquirió una escala monstruosa y empezó a amenazar su poder. Si se repasan los libros de historia, se pueden encontrar numerosos ejemplos en los que errores similares costaron muy caros a los dictadores y condujeron a su caída.
—¿Sigue creyendo que la democracia llegará a Rusia o las fuerzas conservadoras están destinadas a imponerse en el país?
—Creo que Rusia no tiene otra alternativa que la libertad y la democracia. Para decirlo más claramente: Rusia se convertirá en una democracia o corre el riesgo de dejar de existir. Si otro imperialista y militarista llega al poder en el Kremlin después de Putin, podría empujar a nuestro país hacia una guerra civil y, potencialmente, hacia la desintegración. Por otro lado, la democracia ofrece la oportunidad de devolver a Rusia a una senda civilizada de desarrollo, unir a la sociedad en torno a valores sanos y mejorar el bienestar de sus ciudadanos. Mi misión es ayudar a la gente a tomar la decisión correcta y no perder su país.
—¿Cree que será posible que Putin sea juzgado como criminal de guerra?
—Putin tiene mucha sangre en sus manos, y demostrarlo no será difícil. Es un verdadero criminal de guerra y debería enfrentarse al castigo merecido. Entiendo, por supuesto, que no es tan sencillo responsabilizar a alguien y llevarlo a juicio cuando tiene un ejército y un arsenal nuclear a su disposición. Pero la comunidad internacional debe esforzarse por conseguirlo y desarrollar seriamente un escenario relacionado con la detención de Putin. Si termina entre rejas por el veredicto de un tribunal internacional, sentará un precedente crucial que sin duda protegerá al planeta de nuevas guerras.