Hace tres décadas, las calles de Moscú se llenaron de tanques que acabaron bombardeando el edificio del Parlamento ruso y expulsando por la fuerza a un grupo de legisladores rebeldes.
Si bien este episodio, que en su momento mantuvo a la sociedad rusa y a muchos en el exterior atentos a los sucesos, evitó una posible guerra civil, sentó las bases para un nuevo orden en el país, que marcó su historia post soviética.
Aquel 3 y 4 de octubre de 1993 se gestó en las esferas de poder ruso un nuevo sistema de gobierno vertical, con poco espacio para la incipiente democracia, en el que los controles eran escasos y el poder presidencial, abundante. Inclusive, se relegaba al Legislativo a un segundo plano.
Estas condiciones, que al día de hoy no sólo se mantienen sino que se han intensificado, son las que permitieron a Vladimir Putin llegar al Kremlin y dirigir, desde allí, el país a su voluntad.
Alcanza con ver la guerra injustificada que ordenó sobre Ucrania, la persecución que ejerce contra la disidencia o el plebiscito de 2020 en el que llevó a cero el reloj de su mandato y se garantizó, así, la posibilidad de gobernar hasta 2036.
Sus dos décadas en el Kremlin transitaron casi sin gran oposición o desafíos a su autoridad hasta el levantamiento de junio, encabezado por quien supo ser su aliado, Yevgeny Prigozhin.
El motín del líder del Grupo Wagner debilitó su figura y su autoridad, y su posterior silencio planteó grandes interrogantes. Sin embargo, exactamente dos meses más tarde, el paramilitar murió en un extraño accidente aéreo, junto con otros altos mandos del grupo. Este fue el mensaje que durante meses muchos en Rusia esperaron.
Desde entonces, la élite del país debió esforzarse por demostrar su lealtad al líder del Kremlin, que había dejado en claro cuál sería el futuro de quienes se atrevieran a desafiarlo.
“Con las sospechas desatadas tras la insurrección, la élite rusa se vio obligada a redoblar sus esfuerzos para demostrar lealtad a Putin”, dijo Andrei Kolesnikov, investigador del Carnegie Russia Eurasia Center.
La opinión pública rusa no se siente muy distinto. Los años de persecución contra quienes piensan distinto ha obligado a muchos periodistas a exiliarse o cesar sus actividades por temor mientras la sociedad se debate varias veces antes de encabezar una manifestación antigubernamental.
“Cualquier gran protesta callejera contra Putin sería sofocada en cuestión de segundos por el Estado policial actual”, sumó Kolesnikov sobre una de las herramientas de las que se vale el líder autoritario para mantenerse firme en el poder.
Desde el Kremlin, sin embargo, evitan hacer esta conexión entre la historia y el presente y, por el contrario, el portavoz Dmitry Peskov dijo que el país “ha dejado atrás los tiempos oscuros y ha sacado sus lecciones”.
“El nivel de consolidación de nuestro país es una garantía contra la repetición de tales situaciones”, agregó aunque analistas descreen de estas enseñanzas que, hasta ahora, dejaron al gobernante con más poder en el cargo desde el dictador soviético Josef Stalin.
Un viaje en el tiempo, hasta 1990
Boris Yeltsin llegó a la presidencia rusa tras el colapso de la URSS en 1991 y después de un intento fallido de miembros de la línea dura del gabinete soviético de sacar del poder al entonces gobernante Mijail Gorbachov y revertir sus reformas.
Desde entonces, Yeltsin y los legisladores de línea dura encabezaron enfrentamientos constantes por las reformas de libre mercado y demás medidas impulsadas por el nuevo mandatario. Tal fue el nivel de oposición que el propio vicepresidente, Alexander Rutskoi, brindó su apoyo al bando rebelde.
En este contexto, dos años más tarde, en octubre, estallaron los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y los partidarios díscolos del Parlamento. Fue entonces que Yeltsin ordenó la disolución de la Duma Estatal, medida que el Tribunal Constitucional declaró ilegal.
Las partes intentaron entablar diálogos de negociación que fracasaron.
Así, el 3 de aquel mes los manifestantes pro-Parlamento se enfrentaron a la policía, asaltaron la alcaldía e intentaron tomar el centro de emisión de televisión estatal, aunque fracasaron en lo último.
El Presidente ordenó la movilización de las fuerzas militares y tanques, y consiguió sofocar la rebelión -aunque se cobró la vida de al menos 123 personas-. En aquel momento se tomó como una victoria -en algún punto-, o un mal menor, comparado con lo que podría haber desatado el triunfo de las fuerzas nacionalistas y comunistas sublevadas.
Sin embargo, este hecho llevó a Yeltsin a adoptar una nueva constitución con amplios poderes a la presidencia, que condujo hasta el escenario actual.
Viktor Alksnis, un militar retirado que apoyó el levantamiento, recordó aquel octubre y dijo que “el poder estaba tirado en el suelo” y que los parlamentarios podrían haber ganado de haber mostrado una voluntad y determinación más firmes.
Por su parte, Grigory Yavlinsky, un veterano político que también desafió a Yeltsin y se opuso a Putin, describió estos sucesos como clave en la definición del rumbo de la historia post soviética en el país, que pusieron al país en el camino equivocado.
“El resultado es el sistema que ha llevado a Rusia a donde está ahora”, lamentó.
(Con información de AP)