En Bakú, la capital de Azerbaiyán, sintieron que los vientos estaban cambiando de rumbo y que sus enemigos del otro lado de la frontera, en Armenia, ya no tenían el apoyo que les había dado Rusia otras veces. Decidieron terminar con el conflicto por el control del territorio separatista de Nagorno Karabaj. La última semana lanzaron lo que ellos llamaron una “operación antiterrorista” y en menos de 48 horas lograron lo que no habían podido desde que todo comenzó en 1994. El presidente de la autoproclamada República de Nagorno-Karabaj o Artsaj, como la denominan los armenios, Samvel Shahramanyan, firmó la capitulación con un acuerdo para disolver todas las instituciones estatales antes del 1 de enero de 2024. La república dejará de existir a partir de ese día.
De inmediato comenzó un doloroso exilio hacia el territorio de su país que este fin de semana se acercaba a más de 80.000 de las 120.000 personas de origen armenio que vivían en el enclave. Atrás, había quedado la muerte de decenas de miles que lucharon a favor y en contra, en un enfrentamiento que nació con la disolución de la Unión Soviética y que es consecuencia directa de las limpiezas étnicas del dictador Joseph Stalin en el Cáucaso. Ahora, los que huyen, temen que se repita una matanza similar por parte de los azeríes.
Lo cierto es que, tras sobrevivir a más de tres décadas de guerra intermitente y a la presión de las grandes potencias exteriores para que renunciara, o al menos redujera, sus ambiciones como país independiente con su propio presidente, ejército, bandera y gobierno, la República de Artsaj, dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas de Azerbaiyán, se derrumbó casi de la noche a la mañana. Un insólito fin que sorprendió a todos en Occidente.
Las cadenas de televisión internacionales mostraban en las últimas horas a familias enteras que huyeron casi con lo puesto por un estrecho corredor controlado por las tropas azerbaiyanas. “Vino el jefe de la aldea y nos dijo que nos marcháramos porque “los turcos” -un insulto común para los azerbaiyanos- estaban cerca… Matarán a los niños y les cortarán la cabeza”, contó uno de los refugiados. Y agregó que esta es la tercera vez que huye de su pueblo, Nerkin Horatagh, por los enfrentamientos. “Siempre guerra, guerra: treinta años de guerra”, agregó.
Nagorno Karabaj es una región de Azerbaiyán poblada mayoritariamente por habitantes de etnia armenia, cristianos ortodoxos. En Azerbaiyán conviven 80 etnias, aunque la mayoría de sus habitantes son azeríes, que hablan una lengua túrquica, y son musulmanes. El enclave, muy montañosa, tiene una extensión de unos 4.400 kilómetros cuadrados.
La zona tenía reconocimiento legal y autonomía dentro de la provincia azerbaiyana soviética. En 1988, con el régimen de Moscú ya en crisis, surgió un movimiento separatista, partidario de unirse a la vecina Armenia. Tras la desaparición de la URSS y la independencia de ambas repúblicas en 1991, se inició una guerra entre los nuevos estados por la posesión de Nagorno Karabaj. Este primer conflicto terminó en 1994 con una victoria armenia. Los secesionistas proclamaron la autodenominada República de Artsaj, aunque sin reconocimiento internacional. Las tropas armenias conquistaron además parte del territorio azerbaiyano en torno al enclave, lo que les garantizó una conexión terrestre con Armenia y provocó una oleada de refugiados azeríes.
La euforia por la victoria se apoderó de Armenia. Tanto que cuando el primer presidente postsoviético armenio, Levon Ter-Petrosyan, quiso hacer un acuerdo de compromiso sobre Nagorno-Karabaj, en 1998, tuvo que renunciar. A su colega azerí no le fue mejor. Abulfaz Elchibey fue culpado por la derrota, derrocado y sustituido por Heydar Aliyev, líder de la era soviética en Azerbaiyán y antiguo jefe de la KGB, padre del actual presidente.
El conflicto permaneció “congelado”, con enfrentamientos ocasionales, hasta 2020. En ese tiempo, Azerbaiyán tuvo un importante desarrollo económico, principalmente apoyado en las exportaciones de gas, y se rearmó gracias al apoyo de su aliado, Turquía, que le proveyó de armas. También Israel, le vendió drones y sistemas de misiles a cambio de información de inteligencia sobre su vecino, Irán.
En ese año, en 2020, se inició la denominada “segunda guerra”. Esta vez, fueron los azerbaiyanos quienes vencieron. Recuperaron el territorio alrededor de Nagorno Karabaj e incluso una parte del sur de la región. A partir de entonces comenzaron a jugar dos factores, el de Rusia, que a pesar de apoyar directamente a Armenia, se convirtió en una fuerza de paz que garantizaba el corredor de conexión entre ambos territorios, y que Azerbaiyán comenzara a venderle gas a la Unión Europea. Este elemento fue clave tras la invasión rusa a Ucrania y el hecho de que Moscú dejara de exportar gas a Europa. El Kremlin ordenó a sus fuerzas de paz que se mantuvieran al margen durante el ataque relámpago de la semana pasada.
El actual presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, alimenta desde hace años el odio contra los armenios. En 2012, Aliyev indultó, ascendió y aclamó como un héroe a un militar azerbaiyano que había sido condenado en Hungría por asesinar con un hacha a un compañero armenio en un curso de la OTAN. Tras cumplir seis años de cadena perpetua en Hungría, el asesino fue enviado a Azerbaiyán, que había prometido mantenerlo en la cárcel. Fue recibido en el aeropuerto con flores y puesto en libertad.
En Ereván, la capital armenia, miles de manifestantes se reúnen cada noche desde la semana pasada en una céntrica plaza para gritar maldiciones al primer ministro Nikol Pashinyan por no enviar tropas a defender a sus parientes étnicos. Aparentemente, hubo una lucha interna entre los armenios de uno y otro lado en las últimas semanas. Diferentes grupos políticos de Stepanakert, la capital de la república separatista, se enfrentaron en una lucha por el poder, forzando la salida de su presidente electo tras acusarlo de no actuar ante la tormenta que se les venía encima. El parlamento local eligió presidente a Samvel Shahramanyan, un antiguo funcionario de seguridad, que tampoco logró el apoyo del ejército armenio. Ante ese vacío de poder es que se apresuró a actuar el ejército azerí.
Rusia quiere ahora pasarle factura al gobierno armenio por lo sucedido. El canciller, Serguei Lavrov, advirtió de un futuro “muy poco envidiable” si los armenios intentan distanciarse de Rusia y tienden lazos cada vez más estrechos con Estados Unidos. Reconoció en una entrevista con la agencia TASS que en Ereván son muchas las voces que quieren desligarse de los vínculos con Moscú y “hacer nuevos amigos” en el continente americano. Pero aclaró amenazadoramente que es “imposible” desligar a Rusia de la región del Cáucaso sur a niveles “histórico, geográfico y geopolítico”.
El premier armenio, Nikola Pashinián, llegó al poder por una revolución popular y con una línea de desarrollo pro Occidental. Desde entonces intentó despegarse del conflicto de Nagorno Karabaj y emprendió algunas negociaciones secretas con Bakú que no tuvieron ningún resultado. La distracción de Moscú por la invasión a Ucrania le permitió acercarse a Francia y la India y abandonar las posiciones nacionalistas. También recibió a miles de exiliados rusos muy calificados.
Pareciera que tanto los armenios como los azeríes están interesados en este momento en avanzar varios casilleros y olvidar el antiguo conflicto. Pero mucho dependerá de si logran cerrar las heridas que siguen siendo muy recientes y no se produzca la tan temida limpieza étnica de la que hablan los refugiados del enclave. Las fuerzas nacionalistas siguen muy fuertes en ambos lados de la frontera. Rusia acecha. Y queda pendiente el corredor que atraviesan las montañas de Zangezur, dentro del territorio armenio, pero que es esencial para comunicar a Turquía, Irán, Azeribayán, Georgia y Rusia, con una salida por el Mar Negro y otra por el Mar Caspio.