En abril de 2020, en pleno confinamiento de gran parte de Europa debido a la pandemia de COVID-19, un avión aterrizó en la capital serbia, Belgrado, llevando un valioso regalo de la República Popular de China: el Fire-Eye.
Este dispositivo era una sofisticada creación china que se destacaba por su capacidad para detectar infecciones por coronavirus a partir de pequeños fragmentos genéticos que el patógeno dejaba a su paso. Sin embargo, lo que resultó aún más impresionante fue su versatilidad, según un artículo escrito por Joby Warrick y Cate Brown para The Washington Post.
El Fire-Eye no se limitaba solo a descifrar el código genético de los virus, sino que también estaba diseñado para analizar el ADN humano. Según sus creadores chinos, podía decodificar las instrucciones genéticas contenidas en las células de cualquier persona en el mundo. A finales de 2021, en un nuevo pico de la pandemia, el gobierno serbio anunció planes para convertir este laboratorio portátil en una instalación permanente. El objetivo: recolectar y preservar los genomas completos de los ciudadanos.
El anuncio fue recibido con entusiasmo por la comunidad científica de Serbia. La primera ministra, Ana Brnabic, elogió a China por proporcionar a su país lo “más avanzado en medicina de precisión y genética de la región”.
Con una población de unos 7 millones de habitantes, Serbia finalizó la pandemia con 18.000 muertos. Políticos y empresarios serbios expresaron en reiteradas oportunidades su agradecimiento a China con carteles gigantes en Belgrado que decían “Gracias, hermano Xi”, en referencia al líder comunista.
Sin embargo, en los números, la Unión Europea asistió más a Serbia durante la crisis, aunque no se vieron carteles agradeciendo al bloque comunitario en un país que todavía mantiene resentimientos por el bombardeo de Belgrado por la OTAN durante la guerra de Kosovo hace dos décadas, señala The Washington Post.
El medio estadounidense afirma que los laboratorios Fire-Eye de China, que fueron donados o vendidos a varios países extranjeros durante la crisis del COVID, han comenzado a atraer la atención de las agencias de inteligencia occidentales producto de las crecientes preocupaciones sobre las intenciones del régimen de Xi Jinping. Algunos analistas consideran esta “generosidad china” como parte de un intento global de acceder a nuevas fuentes de datos genéticos humanos de alto valor en todo el mundo.
La recopilación de datos genéticos data de hace más de una década y ha involucrado la adquisición de empresas de genética estadounidenses, así como operaciones de hacking sofisticadas, según funcionarios de inteligencia estadounidenses y occidentales que hablaron bajo condición de anonimato con The Washington Post.
En el último tiempo, esta búsqueda ha recibido un impulso inesperado de la pandemia de coronavirus, que creó oportunidades para que empresas e instituciones chinas distribuyeran máquinas de secuenciación genética y establecieran colaboraciones para la investigación genética en lugares donde el país asiático antes tenía nulo acceso.
Durante la pandemia, los laboratorios Fire-Eye se multiplicaron rápidamente. Llegaron a cuatro continentes y más de 20 países, desde Canadá y Letonia hasta Arabia Saudita, y desde Etiopía y Sudáfrica hasta Australia. Varios de estos laboratorios, como el de Belgrado, ahora funcionan como centros permanentes de pruebas genéticas, detalla The Washingon Post.
El gobierno del presidente estadounidense, Joe Biden, ha expresado su preocupación por el papel de empresas chinas como BGI Group en la recopilación de datos genéticos a nivel mundial. BGI es la empresa detrás de los laboratorios Fire-Eye y también opera el Banco de Datos Genéticos Nacional de China, una vasta y creciente reserva de datos genéticos propiedad del régimen de Beijing que incluye información genética de millones de personas en todo el mundo.
Pese a que China ha negado cualquier mal uso de los datos genéticos recopilados, las preocupaciones persisten en relación con la privacidad y la seguridad de los datos genéticos en manos de empresas chinas.
El portavoz de la embajada china en Estados Unidos, Liu Pengyu, negó a The Washington Post que Beijing fuera capaz de acceder a los datos genéticos recogidos por sus laboratorios.
Liu dijo que, además de ayudar a los países beneficiarios en la lucha contra la pandemia, los laboratorios donados y vendidos por China ofrecen una asistencia fundamental en la detección de otras enfermedades, incluido el cáncer.
En 2022, el Departamento de Estado incluyó a BGI en la lista de “empresas militares chinas” que operan en Estados Unidos, y en 2021 la inteligencia norteamericana determinó que la misma está vinculada al esfuerzo global del régimen chino por obtener información sobre el genoma humano en todo el mundo, incluido Estados Unidos.
Joby Warrick y Cate Brown en su artículo en The Washington Post ponen de manifiesto la creciente presencia de China en la recopilación de datos genéticos a nivel mundial, lo que plantea interrogantes sobre sus intenciones y su papel en la economía y la investigación científica global.
En 2015, el régimen comunista anunció su plan “Made in China 2025″, que incluía la biotecnología como uno de los principales objetivos de inversión pública y pilar del futuro económico del país. Un año después, lanzó un programa de 9.000 millones de dólares con el objetivo de transformar a China en un líder mundial en ciencias genéticas.
Beijing busca convertirse en líder mundial en biotecnología para 2035 y considera la información genética como un recurso crucial en una revolución científica que podría generar miles de nuevos medicamentos y tratamientos.
“Si China puede convertirse en el único o principal proveedor de un nuevo medicamento o tecnología importante, ganará influencia”, declaró un alto funcionario de los servicios de inteligencia estadounidenses a The Washington Post. “Si adquiere una masa crítica de datos -y si son capaces de analizar y explotar los datos- pueden cooptar el futuro”, añadió.
Funcionarios y expertos estadounidenses reconocen la incertidumbre sobre las intenciones de China. Warrick y Brown creen que, con la acumulación de grandes cantidades de datos de ADN, “Beijing está creando un activo que podrá utilizar en el futuro, como recurso económico o quizá de otras formas”.