En el Mahabharata, uno de los dos grandes poemas épicos en sánscrito de la historia de la antigua India, se relata el ascenso de la dinastía del Punjab. Muestra la consolidación de la civilización de los cinco ríos en una enorme región que va desde las montañas de la cordillera del Hindu Kush hasta el valle del Indus. El Punjab sufrió una enorme grieta con la partición de 1947 que creó Pakistán y la moderna India. Dejó del lado indio, aislados y en minoría, a 22 millones de personas, los Sij, que profesan el sijismo, una de las cuatro grandes religiones indias, junto con el hinduismo, el budismo y el jainismo. Desde entonces, sufren violencia y olas de migración. Una lucha que ahora, en la tercera década del siglo XXI, termina golpeando a Canadá, en la otra punta de la Tierra.
La crisis se desató cuando el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se paró ante la Cámara de los Comunes del parlamento de Otawa y denunció que “agentes del gobierno de la India” habían asesinado en junio a un líder de la comunidad sij en la provincia canadiense de la Columbia Británica. La explosiva acusación sorprendió y creó una severa crisis diplomática entre los dos países. Trudeau dijo que había planteado directamente al primer ministro Narendra Modi la participación de sus agentes en el asesinato del líder sij, Hardeep Singh Nijjar, durante la cumbre del Grupo de los 20, celebrada a principios de mes, “en términos inequívocos”. Agregó que la acusación se basaba en información de inteligencia recabada por el gobierno canadiense.
“Cualquier implicación de un gobierno extranjero en el asesinato de un ciudadano canadiense en suelo canadiense es una violación inaceptable de nuestra soberanía”, dijo Trudeau a los legisladores. Mélanie Joly, ministra de Asuntos Exteriores, anunció poco después que Canadá había expulsado a un diplomático indio al que describió como el jefe de la agencia de inteligencia india en Canadá. A la mañana siguiente, la cancillería de Nueva Delhi rechazó las acusaciones canadienses, calificándolas de “absurdas” y políticamente motivadas, y afirmó que Canadá había dado cobijo durante mucho tiempo a “terroristas y extremistas khalistaníes” que amenazan la seguridad de la India.
Khalistan es como los separatistas sijs llaman al Estado independiente que pretenden crear. Y Hardeep Singh Nijjar era un independentista que apoyaba a ese movimiento. El gobierno de Modi asegura que era el creador de la insipiente guerrilla separatista de las Khalistan Tiger Force (KTF). Hace tres años, la justicia india lo había calificado de “terrorista”. Aunque su desafío más grande fue llamar a un referéndum para que los sij del Punjab determinaran la independencia. Nijjar tenía 45 años y había emigrado a Canadá en 1997 y se convirtió en ciudadano de ese país en 2015. Comenzó trabajando como plomero, se casó, tuvo dos hijos y se erigió en el líder comunitario y religioso más importante del extremo oeste canadiense, que es donde se concentra el grueso de los 770.000 sijs que viven en ese país. Los sijs constituyen el 2,1% del total de la población de Canadá y a pesar de eso tienen una enorme influencia. Cuatro de los ministros del gabinete de Trudeau son de origen sij. En la India, en cambio, son una ínfima minoría, el 1,7% de los habitantes, 22 millones concentrados en el estado de Punjab.
El funeral de Nijjar congregó a miles de personas en Surrey, una pequeña ciudad donde él dirigía el centro religioso y comunitario Surrey Gurdwara. Fue allí, en el estacionamiento del lugar donde lo habían sorprendido dos enmascarados que lo balearon. Doug McCallum, el hasta hace poco alcalde de la ciudad dijo que Nijjar era “uno de los líderes comunitarios más energéticos, estaba trabajando todo el día para mejorar la calidad de vida de los chicos de su comunidad”. Pero en India se le buscaba en virtud de la Ley de Terrorismo por varios casos, entre ellos el atentado contra un cine en 2007 en Punjab, en el que murieron seis personas y 40 resultaron heridas, y el asesinato en 2009 del político sij indio Rulda Singh.
Y esas tensiones de la India ya hacía tiempo que se habían trasladado a Canadá. En octubre del año pasado, en la ciudad de Mississauga, en Ontario, la policía disolvió una pelea en la que un hombre resultó herido después de que una multitud, que portaba banderas indias y de Khalistan, lo atacara durante una celebración del Diwali. En marzo, un periodista de origen punjabí que cubría una protesta por la visita de un alto comisionado indio a Surrey fue agredido por manifestantes. Otro episodio, ocurrido en junio, provocó una protesta del canciller indio, Subrahmanyam Jaishankar. Fue por una marcha en Brampton, Ontario, en la que desfiló una carroza presentada por nacionalistas sijs que se burlaba del asesinato de Indira Gandhi, muerta en 1984 por dos de sus guardaespaldas sijs.
Desde el asesinato de Nijjar, las tensiones entre las dos comunidades se intensificaron. En julio, se registraron varias manifestaciones frente al Consulado General de la India, en el centro de Toronto, con grandes carteles que acusaban a los diplomáticos indios de estar detrás de la muerte de Nijjar y promoviendo la causa del Khalistan. La canciller canadiense, Mélanie Joly, escribió en la red social X, antes conocida como Twitter, que los carteles eran “inaceptables” y que “el país se toma muy en serio sus obligaciones en relación con la seguridad de los diplomáticos”.
Y en esos días se registró otro asesinato que conmovió a la comunidad sij en los dos países. Ripudaman Singh Malik, de 75 años, fue muerto a tiros en la calle por dos hombres de unos 20 años. Malik fue uno de los acusados del atentado contra el avión de Air India, en 1985, en el que murieron 329 personas que iban a bordo de un vuelo con destino a Nueva Delhi desde Toronto. Fue absuelto en 2005 en un largo juicio en el que murieron varios testigos, algunos de los cuales fueron asesinados. Otros, fueron intimidados para que no declararan.
El asesinato de Malik llevó a Balpreet Singh Boparai, abogado de la Organización Mundial Sij en Toronto, a plantear al Servicio Canadiense de Inteligencia y Seguridad, la agencia de espionaje canadiense, su preocupación por la seguridad de Nijjar y otros activistas sijs. También hizo la denuncia ante la policía local. “Los sijs llevan décadas hablando de la injerencia extranjera, concretamente de la injerencia india aquí en Canadá, y es una realidad que vive nuestra comunidad”, afirmó Boparai. “Pero a menudo se tachaba de teorías conspirativas”.
Mukhbir Singh, director de la Organización Mundial Sij, explicó a los periodistas en una conferencia de prensa en Ottawa que este tipo de historias han circulado por la comunidad sij durante décadas. “La generación más joven que se ha criado en Canadá ha crecido escuchando historias de persecución, de miedo, de hablar más de la cuenta y que te incluyan en una lista o te persigan”, afirmó. “Ver que eso ocurre ahora mismo, en 2023, en Canadá, es perturbador”.
La crisis se adentró en la política interna canadiense. La oposición conservadora le está pidiendo al premier Trudeau que de los detalles de lo ocurrido que dice tener. El diario más importante, el Globe and Mail, también exige que se informe acerca de los supuestos conspiradores. Y apunta a que ninguno de los aliados que fueron informados en privado sobre lo ocurrido, Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, hayan tomado ningún tipo de acción hasta el momento. Y pone como ejemplo que el presidente Joe Biden no condenó el hecho en su discurso de esta semana en las Naciones Unidas. Asegura que el estadounidense prefirió mantener una buena relación con Nueva Delhi para contrarrestar la influencia china en Asia. “Sólo pruebas convincentes de la implicación de la India en el asesinato del señor Nijjar tienen la posibilidad de incitar a nuestros aliados a actuar. Y sólo esa condena más amplia de la India podría ejercer suficiente presión sobre el gobierno de Modi para que coopere con las investigaciones de Canadá. Hasta ahora, el gobierno de Modi se ha sentido libre para desestimar despectivamente los llamamientos de Canadá, apostando a que el resto de Occidente dará prioridad a las preocupaciones de seguridad”, dijo el Globe and Mail en un editorial.
En Otawa, dicen que Trudeau tiró la piedra esperando la reacción y que se está guardando las evidencias para sorprender a India en una próxima aparición ante el parlamento canadiense. En Punjab, el ejército indio reforzó la seguridad a niveles nunca antes vistos y se prepara para una ola de violencia. En Nueva Delhi, el gobierno indio suspendió el servicio de visas para los canadienses.