La reciente muerte de Yevgeny Prigozhin, líder del grupo mercenario Wagner, ha suscitado debates sobre las motivaciones de su presunto asesinato y todas las miradas se ciernen sobre el Kremlin, que dos meses antes había enfrentado la mayor amenaza al poder de Vladimir Putin en dos décadas. Pero no se trataría de una venganza por la rebelión, sino un castigo por lo que hizo después.
El experto en Rusia Dmitri Alperovitch, presidente de Silverado Policy Accelerator, un think tank con sede en Washington, arroja luz sobre las sospechas del presunto asesinato, destacando los entresijos de la relación entre el líder mercenario y el jefe del Kremlin.
Si bien el alzamiento armado hace pensar en una idea de venganza, teniendo en cuenta que pocos opositores locales de Putin continúan vivos o en libertad, Alperovitch indica que la caída del avión, un posible atentado, tiene razones más económicas.
Prigozhin ya estaba moviéndose en libertad, lejos de un refugio ofrecido por Bielorrusisa. Ya se lo veía en reuniones en Rusia y África. ¿Estaba incumpliendo los términos del acuerdo?
Para Alperovitch, la teoría de que Putin simplemente intentaba que Prigozhin se confíe “es ilógica”, ya que el Kremlin ya había tenido otras oportunidades de ordenar su muerte durante sus despreocupados viajes por Rusia en los últimos dos meses.
Además, eso implicaría una traición, y para el autor ello erosionaría la confianza en las élites rusas. Por ello, en la columna en Foreign Policy destacó que la regla tácita durante el mandato de Putin “ha sido que mientras los individuos cooperen con el Kremlin, compartan sus ganancias y eviten actividades políticas no sancionadas”. Si se rompe esa confianza, podría tener “graves consecuencias”.
“La explicación más probable de por qué Putin ordenó finalmente el asesinato es que fue Prigozhin, y no Putin, quien se había retractado de su acuerdo de junio”, indica Alperovitch. Así, el jefe del Kremlin no fue quien traicionó, sino el líder del Grupo Wagner.
“Está claro que la penitencia por el acto de rebelión de Prigozhin fue la exigencia de que el amotinado renunciara a gran parte de su vasto imperio empresarial y permitiera que los amigos del Kremlin asuman sus diversas partes”, añadió.
Sin cumplir esa condición ni habiéndose quedado en Bielorrusia (sino por el contrario, continuando sus actividades paramilitares en otros países), Putin podría considerarlo suficiente para dar la fatídica orden. Prigozhin se paseó por África negociando el despliegue de mercenarios (ya retirados de Ucrania) y exigiendo pagos.
“Estas acciones desafiantes deben haber enfurecido a Putin. (...) Desde la perspectiva de Putin, Prigozhin, en lugar de arriesgarse a la clemencia y desaparecer en el olvido, tuvo la arrogancia de seguir oponiéndose a los deseos de Putin. No podía haber ni habría un segundo perdón. Una vez más, Prigozhin calculó mal con arrogancia una disputa comercial con Putin y otras élites rusas, y eso le llevó a la desaparición”, concluye el autor.