Las fichas de dominó siguen cayendo en África Occidental. Esta semana fue Gabón, un pequeño país muy rico en petróleo. Hace apenas un mes atrás había sido Níger. Ya son siete las ex colonias francesas donde se produjeron golpes de Estado en los últimos tres años. Y todas las juntas militares que se impusieron expresaron sus claros sentimientos antifranceses. Incluso, en algunas de estas naciones, durante las manifestaciones de apoyo a los golpes se vieron flamear banderas de Rusia y China que aparecen como los “liberadores”. Los africanos se levantan definitivamente contra las rémoras del colonialismo europeo menoscabando particularmente el orgullo de Francia y debilitando políticamente al presidente Emmanuel Macron, mientras se entregan a los brazos de los poderes emergentes en la región.
Esta semana, los altos mandos de Gabón destituyeron al presidente Ali Bongo, heredero de una dinastía que gobierna el país desde 1967, tras unas controvertidas elecciones. La destitución del presidente gabonés, que se cree que se encuentra actualmente bajo arresto domiciliario, fue encabezada por su primo, el general Brice Oligui Nguema, quien asumirá el poder el lunes. Otros líderes de la región, temiendo ser los siguientes, tomaron precauciones. En el vecino Camerún, Paul Biya, que permanece en el cargo desde hace cuatro décadas y a sus 90 años es el presidente de más edad del mundo, anunció una repentina reorganización de la cúpula militar de su país. Lo mismo hizo Ruanda, que es gobernada por Paul Kagame desde el 2000.
“Con lo de Gabón se confirma mi temor de que esto se convierta en una sucesión de imitadores, militares que se crean que pueden gobernar sus países mejor que los civiles y que aparezcan con el sello de ser antifranceses. Esperemos que esto se detenga aquí”, dijo el jueves el presidente de Nigeria, Bola Ahmed Tinubu, que es considerado uno de los pocos que respeta el sistema democrático y que preside la CEDEAO, el principal organismo regional de África Occidental.
Hay muchas diferencias entre los países involucrados en los diversos golpes de Estado -Mali, Chad, Guinea, Sudán, Burkina Faso, Níger, Gabón-, pero comparten el denominador común del sentimiento antifrancés que impulsa el rechazo del statu quo político sea cual fuese. En todos los países de la región que han experimentado estas recientes tomas de poder antidemocráticas, Francia ha sido la antigua potencia colonial. Las juntas que derrocaron a los regímenes anteriores están utilizando como arma el resentimiento por el profundo y complicado legado imperial de París, para regocijo oportunista de Rusia y China, que ofrecen apoyo retórico y, en algunos casos, sustantivo a los regímenes golpistas.
Así ocurrió en Burkina Faso y Mali, donde las fuerzas de paz francesas se vieron obligadas a retirarse después de que las juntas dejaran claro que su presencia no era deseada. Y en Níger, durante mucho tiempo la pieza central de los esfuerzos antiterroristas de Francia en el Sahel, la zona del sur del desierto del Sahara, estalló la retórica antifrancesa. El jueves, la junta que ahora gobierna en la capital nigeriana de Niamey ordenó a la policía que expulsara al embajador francés, una medida que el gobierno de Macron, que sólo reconoce la autoridad del derrocado presidente Mohamed Bazoum, no considera legítima.
Todo esto es especialmente penoso para el presidente Emmanuel Macron, que en sus múltiples visitas a África durante su mandato, pronunció un discurso tras otro proclamando el advenimiento de una nueva relación con el continente, que “disiparía el pesado bagaje del pasado”. En 2017, en la capital de Burkina Faso, Macron hizo un llamamiento a renovar las “asociaciones” con la región, expresando su esperanza de invertir en la educación y las aspiraciones de los jóvenes del continente. Hace seis meses, durante un viaje que incluyó una parada en Gabón, Macron declaró que “los días de la Françafrique han terminado de verdad”, una referencia implícita a la larga historia de Francia dando prioridad a sus intereses comerciales y respaldando regímenes dictatoriales en sus antiguas colonias.
En esa misma gira, Macron también marcó un cambio sustancial en la estrategia de seguridad. Ordenó a las fuerzas francesas desplegadas en la región operar en conjunto con las fuerzas locales y no en forma individual. “Hemos llegado al final de un ciclo de la historia francesa en el que las cuestiones militares tenían preeminencia en África”, dijo en la capital gabonesa, Libreville, otra expresión de su deseo de cambiar la atmósfera en las relaciones con los Estados africanos.
El lunes, mientras seguían aumentando las tensiones sobre qué hacer con la junta nigeriana, Macron habló en una reunión con diplomáticos franceses y lamentó la “epidemia” de golpes de Estado que sacude la región y dijo que su gobierno tenía que defender la incipiente democracia de Níger enfrentando a los golpistas. Menos de 48 horas después se produjo el golpe en Gabón. Los militares en ese país justificaron su acción como respuesta a unas controvertidas elecciones celebradas una semana antes, en las que Bongo reclamaba la victoria. Un encuestador británico independiente que estaba trabajando en este proceso eleccionario dijo que, si bien la elección había sido ajustada, Bongo había ganado. Pero las encuestas también mostraban el creciente sentimiento antifrancés en todos los grupos y edades, con la excepción de la clase alta del país, favorable a París. Ibrahima Kane, abogado senegalés de derechos humanos en la Open Society Foundation, dijo en entrevista con DW que los deseos de liberarse de la influencia francesa son reales. “La percepción que los franceses tienen de nosotros nunca cambió. Siempre nos consideraron ciudadanos de segunda clase. Y África Occidental, en particular el África francófona, quiere que esa situación cambie”, afirmó.
La ambigüedad francesa es palpable en la situación gabonesa. En muchos aspectos, Gabón tiene más en común con algunos Estados del Golfo Pérsico que con sus vecinos africanos. Tiene una pequeña población de 2,3 millones de habitantes, enormes riquezas petrolíferas y un país escasamente habitado; el 88% del territorio es selva. Los Bongo se consolidaron como una dinastía monárquica gracias al aumento del precio del petróleo. Omar Bongo tomó el poder en 1967 y se convirtió en un estrecho aliado de Francia dando las concesiones de explotación de los pozos de crudo a las empresas de ese país. Eso lo dejó con las manos libres para el resto. Se estima que engendró al menos 53 hijos con diferentes mujeres. Tras la muerte de Omar, en 2009, el poder pasó a Ali, uno de sus siete hijos “oficiales”, que “ganó” las elecciones presidenciales de ese año. Mientras continuaba la vida de superricos de todos los integrantes de la familia con sus Bentleys, las villas parisinas, las vacaciones en la Costa Azul mientras se paseaban por Libreville en diferentes Rolls-Royce descapotables. En París decían que, si bien los Bongo robaban, lo hacían discretamente y permitían que una parte de la riqueza llegara hasta el resto de la población a diferencia de otras cleptocracias petroleras como la de Guinea Ecuatorial.
“El golpe de Estado en Gabón debilitó aún más la posición de Francia en sus antiguos feudos africanos, aunque la situación sea diferente en este país centroafricano, gobernado durante más de cinco décadas por la familia Bongo”, dice en un editorial Le Monde esta semana. “París quiere creer que los militares golpistas no comparten la retórica antifrancesa de sus homólogos nigerianos”. La británica The Economist acompañaba la posición del tradicional diario francés: “Los estrechos vínculos de Francia con las élites locales tras la independencia, y su voluntad en el pasado de actuar como gendarme regional para apuntalar a los líderes, vincularon su suerte a la de ellos”. Por esa razón, añadía, “los fracasos de los gobernantes impopulares de hoy en día, a la hora de reducir la pobreza o frenar la violencia, se achacan fácilmente a su proximidad a Francia”. Michael Shurkin, del Atlantic Council, lo resumió así: “Los lazos con Francia se han convertido en un beso de la muerte para los gobiernos africanos”.
La salida obligada de las tropas francesas y de Estados Unidos en la región hizo que se fortalecieran los grupos islamistas insurgentes como las filiales del ISIS y Al Qaeda así como el poderoso Boko Haram de Nigeria. Dominan buena parte de las zonas desérticas de Sahel y las rutas de los migrantes que quieren llegar a las costas del Mediterráneo a través de Libia para cruzar a Europa. Las fuerzas armadas de Mali y Burkina Faso no tienen control sobre vastas áreas de sus territorios y dependen de fuerzas paramilitares de autodefensa regionales. El Ejército de Chad, que si bien es considerado como uno de los más fuertes del continente, no consigue detener los ataques de Boko Haram y de su grupo afines como la Provincia de Estado Islámico de África Occidental. El entonces presidente del país, Idriss Déby, un general retirado, murió en 2021 en el campo de batalla cuando los rebeldes intentaron derrocar a su gobierno. En Burkina Faso, el golpe sobrevino como reacción a una matanza de 49 policías militares y cuatro civiles en el norte del país, después de que no pudieran defenderse del ataque rebelde por falta de equipamiento.
En París se preguntan si ante esta situación tan compleja vale la pena continuar con una política tan cercana a sus ex colonias africanas. Ya no es el actor económico dominante en la región -en Gabón, por ejemplo, China le ha suplantado como mayor socio comercial- y opera en un campo geopolítico donde también juegan Estados Unidos, Rusia, China y Turquía, entre otras potencias. “Retirarse de África disminuiría, en cierta medida, la estatura global de Francia, pero la realidad es que Francia -al igual que Gran Bretaña- tiene muchos puntos fuertes y, francamente, otras prioridades que reflejan mejor sus intereses”, escribió Michael Shurkin del Atlantic Council en una columna que publicó en Politico.
Una posición que es compartida por muchos en los pasillos del poder de París. Un grupo de legisladores de centro-derecha en el Parlamento francés escribió una carta a Macron en agosto, instándole a reconsiderar el papel de Francia en África. “Hoy, la Françafrique de ayer es sustituida por la Russafrique militar, por la Chinafrique económica o por la Americafrique diplomática”, decían, lamentando cómo “África, un continente amigo, ya no parece entender a Francia, y cada vez impugna más su papel y su presencia.”
Tal vez, los militares africanos, están haciendo sin querer un trabajo en favor de sus ex amos coloniales. Y los golpes de Estado escudados en el sentimiento antifrancés terminen convIniendo a los intereses actuales de la potencia europea aunque muestre ahora a un Macron debilitado.