Antes de que Osama Bin Laden y Al Qaeda atacaran Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, el terrorista más letal del mundo era alguien que el público occidental conocía poco: Imad Mughniyeh. A lo largo de casi tres décadas, estuvo implicado en algunos de los atentados más mortíferos del grupo terrorista libanés Hezbollah, incluidos los perpetrados contra la Embajada de Estados Unidos en Beirut, la Embajada de Israel y la mutual judía AMIA en Argentina.
Mughniyeh ha vuelto ahora al centro del debate tras el estreno de la serie “Fantasmas de Beirut”. A través de una lograda mezcla de ficción, documental y testimonios inéditos, la serie recrea su ascenso desde los barrios bajos de la capital libanesa a líder terrorista y la cacería en la que los agentes secretos estadounidenses e israelíes dejaron de lado sus diferencias para finalmente acabar con él en 2008.
Quién era Imad Mughniyeh
Apodado “el Zorro”, “el maestro del humo” y “el que nunca duerme” por su inusual habilidad para escurrirse entre los dedos de las agencias de inteligencia occidentales, la vida de Mughniyeh refleja la historia del terrorismo en Medio Oriente.
Libanés de nacimiento, con ayuda iraní fue uno de los fundadores de Hezbollah, del que llegó a ser jefe de operaciones internacionales y considerado la segunda figura más importante después del secretario general Hassan Nasrallah. También ocupó un cargo oficial en el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní.
Aunque su legado más perdurable fue probablemente otro: haber introducido en el mundo árabe los atentados suicidas y los secuestros como tácticas terroristas generalizadas.
En los años 80, un momento en el que Hezbollah, apoyado por Irán, libraba su guerra contra Israel y Estados Unidos, Mughniyah estuvo involucrado en el asesinato de cientos de estadounidenses: participó en el atentado contra la embajada de Estados Unidos en Beirut en abril de 1983, en el que murieron 63 personas. Entre las víctimas hubo ocho agentes de la CIA, la agencia de Inteligencia de EEUU, incluidos Kenneth Haas, jefe de la oficina en la capital libanesa, y Robert Ames, director de la agencia para Oriente Próximo.
Mughniyah también fue el cerebro de los ataques del 23 de octubre de 1983, en el que atacantes suicidas volaron simultáneamente una base de los marines estadounidenses y el cuartel general de los paracaidistas franceses en Beirut, matando a 241 militares estadounidenses y 58 franceses.
Según los israelíes, Mughniyeh estuvo detrás de los ataques terroristas en Argentina en la década de 1990. El primero, en 1992, golpeó la Embajada de Israel en Buenos Aires, matando a 29 personas. En el segundo, en 1994, el blanco fue la sede del centro comunitario judío AMIA. Dejó 85 víctimas fatales y más de 300 heridos, en uno de los ataques antisemitas más mortíferos desde la Segunda Guerra Mundial.
Además, se lo considera el autor intelectual de varios secuestros en los años 1980, de ataques transfronterizos contra las Fuerzas de Defensa de Israel y del atentado contra las Torres Khobar, en Arabia Saudita, en el que murieron 19 soldados estadounidenses en 1996.
En 1985 fue acusado de secuestrar el vuelo 847 de la TWA después de que despegara del aeropuerto de Atenas (Grecia). Algunos lo identificaron como el hombre retratado en una famosa foto mientras apuntaba con un arma a la cabeza del piloto.
Mughniyah fue incluido entonces en la lista de terroristas más buscados del FBI: el gobierno estadounidense ofreció 5 millones de dólares a quien proporcionara información que condujera a su detención.
Una larga y difícil cacería
Después de los atentados de Beirut y los secuestros que siguieron, especialmente el secuestro y brutal asesinato del jefe de la CIA en Beirut, Bill Buckley, en 1985, la captura de Mughniyeh ya se había convertido en una obsesión para muchos agentes de la Inteligencia estadounidense.
A lo largo de los años, sin embargo, el “Zorro” eludió su captura en varias ocasiones. La primera vez fue en París en noviembre de 1985, cinco meses después del secuestro del vuelo 847 de TWA. Mughniyeh, en la capital francesa para negociar la libración de cuatro rehenes franceses, viajaba con una identidad falsa, pero la CIA proporcionó a los funcionarios franceses una copia del pasaporte que utilizaba. Al parecer, en lugar de detenerlo, los servicios de inteligencia franceses se reunieron con Mughniyeh varias veces a lo largo de seis días y le permitieron salir del país a cambio de la liberación de un rehén francés.
Pasaría una década antes de que los servicios de inteligencia estadounidenses tuvieran otra oportunidad de capturar a Mughniyeh. En 1995, los servicios de inteligencia indicaron que Mughniyeh viajaba con un nombre falso en un vuelo de Jartum (Sudán) a Teherán que debía hacer escala en Jeddah (Arabia Saudita). Los funcionarios estadounidenses pidieron a sus homólogos saudíes que detuvieran a Mughniyeh, cosa que no hicieron, mientras que los agentes del FBI se subieron a un avión para detenerlo. Pero los funcionarios saudíes denegaron el derecho de aterrizaje al avión del FBI, lo que permitió al “maestro del humo” escabullirse una vez más.
Al año siguiente, un mes después de que Hezbollah ayudara a su filial saudí a bombardear el cuartel militar de las Torres Khobar, surgió información que sugería que Mughniyeh se encontraba a bordo de un barco que navegaba por el Golfo Arábigo. Los buques de la Armada siguieron la pista mientras un equipo de SEAL de la Marina preparaba una operación de secuestro que se llevaría a cabo al día siguiente frente a las costas de Qatar. Sin embargo, la operación se canceló cuando los altos responsables estadounidenses consideraron que los datos de inteligencia eran insuficientes para justificar una operación tan arriesgada.
La muerte
La noche del 12 de febrero de 2008, Mughniyah caminaba por una tranquila calle de Damasco. No muy lejos de allí, un equipo de la CIA lo observaba. En un momento dado, Mughniyah se acercó a una camioneta estacionada en la calle: una bomba que había sido instalada en la rueda de repuesto del vehículo estalló, provocando un aluvión de metralla que mató a Mughniyah en el acto. La explosión fue provocada por un artefacto controlado a distancia por agentes del Mossad -el servicio de inteligencia exterior israelí- en Tel Aviv, que a su vez estaban en contacto con operativos en Damasco. Estados Unidos ayudó a construir la bomba y la probó repetidamente en una instalación de la CIA en Carolina del Norte para garantizar que no se produjeran “daños colaterales” en la explosión.
Los agentes tuvieron que esperar varios días para poder detonar la bomba sin que nadie más estuviera cerca. Incluso resistieron la tentación de matar dos pájaros de un tiro cuando vieron a Mughniyeh paseando por la calle con su homólogo iraní, el entonces comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (IRGC), Qassem Soleimani.
La historia fue revelada por primera vez por The Washington Post y Newsweek en 2015. La participación de Estados Unidos fue entonces confirmada por cinco ex funcionarios de los servicios de inteligencia estadounidenses. Esa primera revelación fue reforzada por testimonios e investigaciones posteriores, incluidas las que llevaron a la realización de “Fantasmas de Beirut”.
La operación encubierta en Damasco fue una de las más arriesgadas e importantes llevadas a cabo por Estados Unidos en los últimos años. También fue la primera de este tipo, en una suerte de prueba general de las operaciones que en los años siguientes abatieron a Osama bin Laden (2011), al líder del Estado Islámico Abu Bakr al-Baghdadi (2019) y a Soleimani (2020).
La cooperación extraordinariamente estrecha entre los servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes mostró la importancia del objetivo. Hasta el día de hoy, Estados Unidos no reconoció su participación en el asesinato de Mughniyah, del que Hezbollah culpó a Israel.
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