Después del abierto desafío que encabezó Yevgeny Prigozhin el 22 y 23 de junio, se creía que Vladimir Putin debía actuar rápido para evitar así que su debilidad fuera aprovechada por más enemigos internos. El jefe del Kremlin pareció zigzaguear y sus idas y venidas respecto a cómo tratar al “traidor” del Grupo Wagner alimentaban esa imagen de soledad. Pero Putin tenía otros planes, al parecer. Esperó exactamente dos meses y un supuesto accidente -en proceso de investigación- hizo el resto del trabajo: su ex aliado, su ex mercenario, su ex chef, su ex oligarca, murió.
Ocurrió el mismo día en que se informó el destino de otro conspirador: Sergei Surovikin. El “General Armagedón”, como se conocía a este sanguinario militar, fue despedido de sus funciones y obligado a tomarse unas vacaciones eternas. Estuvo desaparecido dos meses. Ya no es más el jefe de las Fuerzas Aeroespaciales. Pasará a ser protagonista de un largo ostracismo. No se sabe si su jubilación será en Siberia, como solía ser en tiempos soviéticos. Pero de poco importa. Así son las purgas.
Muerte y destierro fueron el costo que pagaron los principales actores de la sublevación que humilló a Moscú.
Esta vez no fue un té o un café agrio, ni un sobre contaminado, ni una ventana abierta o una interminable escalera. Fue una operación mucho más quirúrgica y elaboada teniendo en cuenta el blanco. Prigozhin no era un hombre que corriera riesgos innecesarios o no se ocupara detalladamente de su seguridad. Y los vuelos lo obsesionaban. Tenía incontables enemigos, no sólo en el Kremlin, sino en todo el mundo: Siria, Mali, República Centroafricana, Sudán, Ucrania. Sus métodos habían atravesado gran parte del mundo gracias a los contratos de protección -y destrucción- que le conseguía Putin.
Resulta muy extraño, entonces, el plan de vuelo elegido por el jerarca mercenario este 23 de agosto. Sólo dos personas conocían en cuál de los dos aviones de negocios bajo su propiedad subiría Prigozhin: su jefe de logística y su custodio personal. Esa rutina se repetía siempre. Religiosamente. Ningún otro miembro del Grupo Wagner conocía dónde, cuándo ni en qué vehículo volaría. Incluso solía hacer cambios de último momento para desconcertar a sus dos hombres de confianza. “Vamos en el otro avión”, ordenaba.
Pero otros puntos levantan sospechas. Por un lado, parecería poco sensato que un hombre sobre el cual pesa una condena de muerte tácita informe con precisión el listado de los nombres de todos los integrantes del vuelo del cual participaba, incluído el suyo. Odiosas comparaciones: ¿alguien imagina a Osama Bin Laden o a Joaquín “El Chapo” Guzmán completando esos datos para informar que está cruzando una frontera? El listado con los pasajeros y la hoja de ruta estaba en poder del Kremlin.
Otro incómodo interrogante tiene que ver justamente con el resto de los pasajeros de ese vuelo: Dmitry Utkin -segundo al mando de Wagner y mano derecha de Prigozhin-, Valeriy Chekalov, Sergey Propustin, Evgeniy Makaryan, Aleksandr Totmin y Nikolay Matuseev. Un listado de nombres demasiado tentador para cualquier enemigo de los mercenarios. No parece ser muy inteligente que toda la cúpula “wagnerita” se traslade en un mismo avión. No sólo por el temor a ser alcanzado por un misil, sino incluso por la prudencia de evitar precipitarse a tierra en un accidente genuino.
Prigozhin había aparecido dos días antes, en su canal de Telegram, anunciando que estaba en Malí, donde su corporación militar tiene contratos millonarios. Hacía tiempo que no se lo veía. “Cumpliendo nuestro deber. La temperatura supera los 50 grados. Tal y como nos gusta. El grupo Wagner realiza actividades de reconocimiento y búsqueda. Hace que Rusia sea aún más grande en todos los continentes y que África sea aún más libre. Justicia y felicidad para los pueblos africanos”, dijo el ejecutivo uniformado. “Sólo contratamos verdaderos guerreros”, añadió. Su aparición en tierra árida, tal como mostraba la escenografía, servía para demostrar que estaba vivo y activo. Dos días después, a miles de kilómetros de allí, sufriría la caída de su avión.
Ese mismo canal de Telegram sigue funcionando. En las primeras horas del jueves, menos de 24 horas después de declararse oficialmente su muerte, sembró dudas sobre la veracidad del hecho. “Varios periodistas africanos, difundieron informes de ‘testigos oculares’ que supuestamente vieron hoy al jefe de la PMC Wagner Yevgeny Prigozhin en Malí”, señalan los responsables de difundir las noticias de su antiguo jefe. Aseguran que el patrón se encontraba en el segundo avión que recorría Moscú: ¿finalmente recurrió a su viejo artilugio de cambiar de nave a último momento? En 24 horas se conocería la verdad.
Otra versión que difunde ese mismo medio: “Los cuerpos de los fallecidos en el accidente aéreo, incluido, presumiblemente, el de Yevgeny Prigozhin, no son identificables visualmente debido a las graves deformaciones sufridas como consecuencia de la explosión y el incendio. Así lo informa una fuente de la morgue. Sin embargo, según indicios indirectos los expertos siguen diciendo que Prigozhin está entre los muertos. La pericia genética lo establecerá con mayor precisión”. No está claro si los empleados de Wagner guardan esperanzas, tienen información o sólo intentan mantener su trabajo.
Putin, en tanto, recompuso su poder. Sustentado en el terror. Los conspiradores del Kremlin pensarán dos veces -presumiblemente muchas más- antes de iniciar algún operativo que deje por la mitad el trabajo. Bill Burns, director de la CIA, había anticipado este escenario: “Putin es el máximo apóstol de la venganza”, dijo hace exactamente un mes atrás. También le recomendó a Prigozhin cuidar sus espaldas.
Para The Economist, el ex agente de la KGB consolida su figura internamente, pero a un alto costo: “Estos métodos también han socavado la noción de que Rusia es un Estado regular, exponiendo el régimen de Putin como una empresa mafiosa impulsada por caprichos personales y enemistades de sangre”. Y advierte: “La muerte de Prigozhin podría ayudar a consolidar el poder de Putin. Pero también podría reforzar el mito del líder de Wagner como patriota que dice la verdad, y desestabilizar a los partidarios de la guerra alienando a sus seguidores y defensores”.
Ayer, al oficilizarse la muerte de Prigozhin, Putin retornó a Moscú de urgencia luego de participar de un acto por los 80 años de la batalla de Kursk, una victoria clave y estratégica de la Unión Soviética sobre Adolf Hitler, cuya admiración por Richard Wagner era absoluta. Ironías que se permite la política -y el terror- en Moscú.
Twitter: @TotiPI
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