El líder del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, murió este miércoles luego de que el avión en el que viajaba sufriera un accidente y se estrellara en la región de Tver, cerca de Moscú.
Si bien la confirmación oficial tardó en llegar, a poco de conocerse las imágenes de las llamas saliendo de la aeronave ya se sospechaba de que no se habría tratado de un accidente, tal como lo planteó un medio del Grupo Wagner.
Prigozhin, quien en un momento supo ser la mano derecha de Putin y hasta había sido nombrado al frente de la guerra en Ucrania, había protagonizado una rebelión contra la cúpula militar de Moscú que fue sofocada pero que dejó más interrogantes que certezas.
Desde entonces, Wagner quedó relegado a operaciones en África y su asentamiento se trasladó a Bielorrusia. Prigozhin, a su vez, quedó entre las sombras, con un bajo perfil inusual en su persona. Putin, por su parte, prometió castigo para los alborotadores pero nada de ello llegó inmediatamente.
Pero Prigozhin no fue ni la primera ni será la última piedra en el zapato de Putin, que suelen correr la misma suerte que el ahora extinto jefe del Wagner.
Desde su llegada al poder en el año 2000, la lista de opositores que murieron tras manifestar su disidencia se actualiza a cada rato. Algunos de ellos se remontan a inicios de aquella década; otros datan de hace tan solo unos meses. Pero todos comparten las extrañas circunstancias y algún desencuentro con Putin como denominador común.
Entre los nombres del listado está el político Boris Nemtsov quien, tras apoyar la victoria de Putin en los comicios presidenciales de los 2000 se convirtió en un ferviente activista opositor. ¿La razón? Las diferencias que comenzaron a surgir entre ellos ya que, una vez en el Kremlin, Putin encabezó una fuerte reducción de las libertades individuales.
Nemtsov murió en 2015 tras ser alcanzado por un disparo, justo un día antes de una marcha que había organizado en rechazo a la participación militar en Ucrania y por la situación económica.
Alexander Litvinenko fue otra de las víctimas de Putin. El ex jefe del servicio secreto ruso (FSB) murió en 2006 tras ser envenenado con polonio radiactivo, una de las técnicas más utilizadas en estos casos.
Durante años, Litvinenko se dedicó a denunciar los asesinatos de inocentes por parte de sus superiores y de Putin y hasta lo culpó de organizar un atentado terrorista con su llegada al poder.
Serguei Skripal también fue un ex espía ruso cuya causa de muerte -en 2018- apunta contra un agente nervioso. Según se conoció, el hombre había espiado también para el Gobierno de Inglaterra y ello habría despertado la furia de Putin.
Cambiando el terreno, Anna Politkovskaya fue una periodista que cubrió las violaciones de los derechos humanos del Ejército ruso en Chechenia. Por su trabajo, en 2006 murió asesinada a tiros en la puerta de su departamento, un hecho que, más tarde, la Justicia concluyó que había sido ordenado por un sujeto que no se pudo determinar.
Natalia Estemirova fue otra periodista que acompañaba a Politkovskaya en sus investigaciones y que fue encontrada muerta tres años después que su compañera en un bosque cerca de su casa, también con un disparo.
La lista de comunicadores continúa. Ese mismo año, Anastasia Baburova también murió a unos pocos metros del Kremlin junto con el abogado especialista en derechos humanos y representante de muchas de los profesionales víctimas de Putin, Stanislav Markelov.
Yuri Shchekochikhin, también periodista de investigación, estuvo detrás del caso de las Tres Ballenas, una trama de corrupción dentro del FSB. Misteriosamente, días antes de reunirse con el FBI para presentar sus registros y avanzar sobre el tema, allá por 2003, murió en su departamento por un alérgeno no identificado. Posteriormente, las autoridades rusas clasificaron sus documentos médicos y no se supo más de su muerte.
En tanto, el pasado año el editor en jefe del periódico estatal Komsomolskaya Pravda, Vladimir Nikolayevich Sungorkin, murió “repentinamente” de un derrame cerebral durante un viaje de negocios al pueblo ruso Roshchino aunque su autopsia reveló signos de asfixia.
Fuera del ámbito de los medios de comunicación, otro de los casos que más resonó en el mundo fue el de Boris Berezovksy, un multimillonario famoso por ser opositor al régimen de Putin. El empresario inclusive denunció al magnate cercano al Presidente, Roman Abramovich, a quien acusó de estafarlo por USD 5 millones.
Como muchos otros, Berezovsky creyó que estas fuertes declaraciones captarían la atención de la Justicia y conseguiría algún cambio. Sin embargo, la historia no fue así y el final, similar a los anteriores.
El multimillonario desapareció de la vida pública y su nombre resurgió en marzo de 2013 cuando su cuerpo apareció muerto en la casa de su ex pareja en Berkshire.
Otro empresario hallado muerto fue Nikolai Glushkov, en marzo de 2018. El conocido crítico del Presidente, cercano a Berezovsky, fue asesinado tras recibir una serie de condenas de la Justicia rusa que lo acusaba de robo, fraude y blanqueo de capitales.
Inicialmente, su muerte pasó por un suicidio pero, años más tarde, un informe patológico reveló que las lesiones eran “consistentes con una sujeción del cuello” y que el agresor “estaba detrás de la víctima”.
Recientemente, Ivan Pechorin, el director gerente de la Corporación de Desarrollo del Ártico y el Lejano Oriente de Rusia, murió tras “caerse por la borda” mientras navegaba frente a la costa del Pacífico del país.
Similar fue el caso del presidente de la petrolera rusa Lukoil, Ravil Maganov, quien en 2022 cayó de una ventana del Hospital Clínico Central de Moscú, donde se encontraba internado.
Otros empresarios con acceso a información clasificada y llegada a altos funcionarios, como Leonid Shulman y Yuri Voronov -de Gazprom-, Mikhail Watford, Vasily Melnikov -de MedStom-, Vladislav Avayev -de Gazprombank-, Sergey Protosenya -de Novatek- y Yevgeny Palant -un multimillonario del sector de telefonía móvil- fueron hallados muertos en condiciones de las que la Justicia sospecha y que, en muchos casos, no coinciden con lo asentado en los informes.
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