De pie en una antigua iglesia ortodoxa en Antalya con una Biblia en una mano y una vela en la otra, el reverendo Ioann Koval encabezó una de sus primeras ceremonias religiosas en Turquía después de que los dirigentes de la Iglesia ortodoxa rusa decidieran expulsarlo tras una oración que hizo por la paz en Ucrania.
En septiembre pasado, cuando el presidente Vladimir Putin ordenó una movilización parcial de reservistas, Cirilo, el patriarca de Moscú, exigió a sus clérigos que rezaran por la victoria. De pie frente al altar y docenas de sus feligreses en una de las iglesias de Moscú, Koval decidió anteponer la paz a las órdenes del patriarca.
“Con la palabra ‘victoria’, la oración adquiría un significado propagandístico, dando forma al pensamiento correcto entre los feligreses, entre el clero, en lo qué deberían pensar y cómo deberían ver estas hostilidades”, dijo Koval. “Eso iba en contra de mi conciencia. No podía someterme a esa presión política de la jerarquía”.
En la oración que recitó muchas veces, el sacerdote de 45 años sólo cambió una palabra, reemplazando “victoria” por “paz”, pero eso fue suficiente para que el tribunal de la Iglesia lo despojara del rango sacerdotal.
Orar públicamente o pedir la paz también presenta riesgos de enjuiciamiento por parte del Estado ruso. Poco después de que los soldados rusos invadieran Ucrania, los legisladores aprobaron una ley que permitió enjuiciar a miles de personas por “desacreditar al ejército ruso”, un cargo que en realidad se aplica a cualquier cosa que contradiga la narrativa oficial, ya sea un comentario en redes sociales o una oración en la iglesia.
Al igual que el régimen autoritario de Putin, Cirilo construyó una jerarquía dura en la Iglesia que exige conformidad total, dijo a The Associated Press Andrey Desnitsky, profesor de filología en la Universidad de Vilna, en Lituania. Si un sacerdote se niega a leer la oración del patriarca, se sospecha de su lealtad.
“Si no eres leal, entonces no hay lugar para ti en la Iglesia”, agregó Desnitsky, añejo experto en la Iglesia rusa.
Cuando la guerra comenzó, la mayoría de los sacerdotes permanecieron callados por temor a la presión de las autoridades eclesiásticas y del Estado; sólo una pequeña fracción ha manifestado su opinión. De los más de 40.000 clérigos de la Iglesia ortodoxa rusa, sólo 300 sacerdotes firmaron una carta pública que pedía la paz en Ucrania.
Pero cada una de las voces públicas contra la guerra es crucial, dijo Natallia Vasilevich, coordinadora del grupo defensor de derechos humanos Christians Against War (Cristianos Contra la Guerra).
“Rompe lo que parece ser una posición monolítica de la Iglesia ortodoxa rusa”, refirió a la AP.
Desde que empezó la guerra, el equipo de Vasilevich ha contado al menos 30 sacerdotes ortodoxos que enfrentaron presión por parte de autoridades religiosas o del Estado. Pero podría haber incluso más casos, dice, ya que algunos sacerdotes tienen miedo de hablar sobre las represiones por temor a atraer más.
La Iglesia ortodoxa rusa explica que las represiones contra los sacerdotes que hablaron en contra de la guerra son un castigo por su supuesto involucramiento en la política.
“Los clérigos que pasan de ser sacerdotes a ser agitadores políticos y personas que participan en la lucha política, obviamente dejan de cumplir su deber pastoral y están sujetos a prohibiciones canónicas”, explicó Vakhtang Kipshidze, subdirector del servicio de prensa de la Iglesia.
Pero a su vez, los sacerdotes que apoyan públicamente la guerra en Ucrania no enfrentan ninguna repercusión y, más aún, cuentan con el apoyo del Estado, dijo Vasilevich.
“El régimen ruso está interesado en hacer que estas voces suenen más fuerte”, agregó.
Los sacerdotes que se niegan a unirse a este coro o que permanecen callados pueden ser reasignados, relevados temporalmente de sus deberes o expulsados, perdiendo su salario, vivienda, prestaciones y, lo que es más importante, su apostolado hacia su rebaño.
“Nunca cuestioné la elección que hice”, dijo Koval. “Yo, con toda mi alma, todo mi ser, me opuse a esta guerra. Era imposible para mí apoyar la invasión de los soldados rusos a Ucrania con mi plegaria”.
Después de que un tribunal de la Iglesia ortodoxa rusa decidió que debería ser expulsado, Koval apeló a Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, quien ha reafirmado un derecho a recibir peticiones de apelación del clero de otras iglesias ortodoxas, a pesar de las objeciones de Rusia.
En junio, el patriarcado de Constantinopla decidió que Koval fue castigado por su postura sobre la guerra en Ucrania y dictaminó restaurar su rango sagrado. El mismo día, Bartolomé I le permitió prestar servicio en sus iglesias.
El reverendo Ioann Burdin también quería dejar la Iglesia ortodoxa rusa, luego de que habló públicamente en contra de la guerra en una pequeña iglesia cerca de la ciudad de Kostroma y el tribunal local lo multó por desacreditar al ejército ruso. Solicitó al patriarca que aprobara su transferencia a la Iglesia ortodoxa búlgara, pero en lugar de ello Cirilo le prohibió prestar sus servicios hasta que se disculpara públicamente.
“Mi posición, que expresé primero en el sitio web, luego en la iglesia y más tarde durante el juicio, fue una expresión de mis convicciones religiosas”, dijo el sacerdote. “Dado que todas las personas son hermanas, entonces cualquier guerra, cualquier conflicto militar, de una manera u otra se vuelve fratricida”.
Sin permitirle servir en la iglesia, Burdin llevó sus sermones a un canal de Telegram donde guía a los cristianos ortodoxos confundidos por el apoyo del patriarca a la guerra.
Durante sus más de dos décadas en el poder, Putin ha impulsado enormemente la posición de la Iglesia ortodoxa rusa, aumentando su prestigio, riqueza y poder en la sociedad tras décadas de opresión o indiferencia bajo el régimen soviético.
A cambio, sus dirigentes, como el patriarca Cirilo, han apoyado sus iniciativas. La Iglesia ha dado todo su apoyo a la guerra en Ucrania y ha sido común ver a sus clérigos bendecir a los soldados y equipos que se dirigen al campo de batalla e invocar las bendiciones de Dios en la campaña.
El reverendo Iakov Vorontsov, un sacerdote de Kazajistán, estaba impactado y desesperado cuando escuchó por primera vez las noticias de la guerra. Esperaba que la Iglesia intervendría para mediar en el conflicto. Pero ni sus compañeros ni sus superiores apoyaron sus llamados a predicar la paz.
“Me di cuenta de que nadie escucha las palabras sobre la paz”, dice el sacerdote de 37 años. “Deberían haber sido transmitidas a la gente, a nuestro rebaño, pero no fue así. Y luego me di cuenta de que tengo otra herramienta: las redes sociales”.
Si bien sus publicaciones en Facebook contra la guerra recibieron apoyo en internet, la reacción fuera de línea fue hostil. Sus superiores lo reasignaron varias veces, le prohibieron dar sermones y les dijeron a los feligreses que se mantuvieran alejados de él. Al final, el sacerdote perdió la esperanza y decidió dejar de prestar sus servicios temporalmente en la Iglesia ortodoxa rusa.
“Querían que me fuera y al final lo consiguieron”, refiere el sacerdote, sentado en su apartamento sin la túnica negra que usó durante los pasados 13 años. “Pero no renuncié a mi rango, sólo decidí que por el momento no puedo estar entre estas personas en esta situación”.
La influencia del patriarca va mucho más allá de los límites de su país, y sus órdenes se aplican incluso a sacerdotes que prestan sus servicios en el extranjero. En febrero, Cirilo suspendió durante tres meses al reverendo Andrei Kordochkin, sacerdote de una iglesia ortodoxa en Madrid, por su postura contra la guerra.
Kipshidze dijo que Kordochkin fue castigado por “incitar al odio” entre sus feligreses. Pero el sacerdote reporta que es una advertencia para disuadirlo de realizar más críticas.
“No creo que yo haya hecho algo mal canónicamente”, dijo Kordochkin. “Si no hay delito canónico, entonces significa que el derecho canónico se utiliza simplemente como un mecanismo de represión política”.
Desde los primeros días de la guerra, Kordochkin ha condenado públicamente la invasión rusa y reza regularmente por la paz en Ucrania. Cree que los sacerdotes no deben permanecer callados y deben transmitir un mensaje cristiano a la gente.
“Tenemos el deber de alzar la voz, cualquiera que sea el costo de eso”, declaró.
(AP)
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