A finales de 2022 se creía que la economía china podía recuperarse. Sin embargo, tras tres años de restricciones estrictas y bloqueos debido a la pandemia de COVID-19, Beijing no se pudo recuperar de la forma esperada tras decidir abandonar su política de “COVID cero”. Si bien es cierto que hubo un crecimiento inicial en ciertos sectores, los datos del PIB del segundo trimestre mostraron un crecimiento general débil y una tendencia a la baja.
Los indicadores clave, como el consumo de bienes duraderos y las tasas de inversión del sector privado, han disminuido a una fracción de sus niveles anteriores. Esto sugiere que las personas y las empresas en China temen perder acceso a sus activos y están priorizando la liquidez a corto plazo sobre la inversión. Este revés afecta a la economía global.
El punto de no retorno para la economía china inició en el primer trimestre de 2020, con el inicio de la pandemia de COVID-19. A pesar de la situación, el régimen chino, al igual que los mercados financieros, han pasado por alto el grave estado de la economía del gigante asiático, que ha perdido su vitalidad incluso cuando se esperaba una mejora tras el fin de las medidas restrictivas para enfrentar el coronavirus. Según un artículo de Foreing Affairs, pueden pasar varios años para que los indicadores de crecimiento puedan llegar a lo niveles deseados.
Este fracaso económico se debe en gran parte a la respuesta extrema del presidente Xi Jinping con su política de “COVID cero”. Antes de la pandemia, la gran mayoría de los hogares chinos y las empresas privadas más pequeñas confiaban en el régimen y esperaban hacer sus negocios y prosperar sin necesidad de incurrir en la política. De esta forma, había una especie de acuerdo implícito con la sociedad, el Partido Comunista Chino (PCC) se mantenía por fuera de la vida económica de la población y estos últimos de la política.
No obstante, con la pandemia se hizo tangible el poder arbitrario y tiránico del PCC sobre las actividades comerciales de los medianos y pequeños comerciantes chinos y sobre la vida de las personas. El régimen cerraba vecindarios, barrios o ciudades de manera indefinida. La población vivía confinada, atrapada en sus casas, sin poder hacer más que someterse a las reglas estrictas. El escritor chino Murong Xuecun comparó la experiencia con una campaña de encarcelamiento masivo. Las severas medidas restrictivas generaron escasez de comida y medicamentos. Incluso las comunidades más ricas de Beijing y Shanghái padecieron las duras políticas de “COVID cero”.
De acuerdo con el artículo de Foreing Affairs, hoy en día China está dominada por un miedo generalizado no visto desde los días de Mao Zedong: miedo a perder la propiedad o el sustento, ya sea temporal o permanente. Y a pesar de que muchos chinos estuvieron de acuerdo con las estrictas medidas aplicadas por el presidente Xi, en gran parte de la población la pandemia generó un trauma que va ser difícil de superar.
Cabe recordar que Beijing abandonó su política de “COVID cero” a fines de 2022 tras una ola de protestas públicas inéditas en el país en donde la gente no temió al tiránico régimen chino. Gracias a estas manifestaciones la vida de la población cambió, ya que no estaban sometidos a confinamientos indefinidos. Sin embargo, la economía nunca se pudo levantar de la forma esperada.
Además de la política de “COVID cero”, múltiples factores afectaron la economía china durante la pandemia. Entre estos está el impacto de la burbuja inmobiliaria que estalló en 2021, la sobrerregulación temida en el sector tecnológico, y las restricciones comerciales y tecnológicas impuestas por Estados Unidos. Aunque el régimen chino ha implementado políticas pro-crecimiento, como rescates e inversiones en tecnología, la respuesta a la pandemia demostró que el PCC tiene la última palabra sobre la economía, tomando decisiones que pueden parecer arbitrarias y afectar la vida y los bienes de las personas.
Por otra parte, la política económica de China bajo el régimen de Xi Jinping sucumbió a un patrón común entre los regímenes autocráticos. Estos suelen comenzar con un pacto de “sin política, sin problema” que promete continuidad comercial a quienes no se meten en política. Sin embargo, en su segundo o tercer mandato, los gobernantes tienden a ignorar las preocupaciones comerciales y a implementar políticas intervencionistas cuando les conviene. Ejemplifican con rivales políticos y grandes empresas multinacionales, extendiendo con el tiempo la amenaza del control estatal en el comercio diario a más sectores de la población. Líderes como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban y Vladimir Putin son un ejemplo de esto.
Ante la incertidumbre que generan estos regímenes autoritarios sobre la economía, la gente tiende a tratar de preservar lo que tiene, reteniendo su dinero e invirtiendo y gastando menos, especialmente en activos ilíquidos. Este comportamiento de aversión al riesgo y ahorro precautorio actúa como un lastre para el crecimiento, similar a lo que ocurre después de una crisis financiera.
Además, la capacidad del gobierno para dirigir la economía y protegerla de los shocks macroeconómicos disminuye. Las personas se vuelven menos receptivas a los planes de estímulo al saber que una política puede ser aplicada de manera arbitraria.
Ahora la sociedad ha perdido la confianza en el régimen y su capacidad de poder mejorar la economía. A pesar de los paquetes de estímulo introducidos tras el fin de la política de “COVID cero” para impulsar el gasto en bienes duraderos, estos no han tenido mucho éxito. La demanda de préstamos bancarios por parte de las empresas chinas sigue siendo débil, a pesar de los esfuerzos del Banco Central y el Ministerio de Finanzas para fomentar el endeudamiento a tasas bajas.
Y cuando la confianza se pierde es difícil recuperarla. Solo un buen desempeño económico no es suficiente, ya que no elimina el riesgo de futuras interrupciones o expropiaciones. Los efectos de las estrictas políticas para enfrentar la pandemia han resultado en un lastre para el crecimiento. Es probable que afecte a la economía china durante años.
Durante los último meses, algunas de las instituciones más prestigiosas en finanzas en el mundo (Bank of America, la Economist Intelligence Unit y Goldman Sachs, entre otras) han reducido sus pronósticos de crecimiento del PIB de China para 2023. Sin embargo, algunos analistas no han tenido en cuenta los efectos que las políticas estrictas en la pandemia tuvieron sobre la economía y la población, por lo que sus pronósticos son positivos. Según Foreing Affairs, las previsiones de crecimiento anual del PIB en 2024 por parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (5.1 por ciento) y el Fondo Monetario Internacional (un más modesto 4.5 por ciento) podrían estar desviadas en 0.5 por ciento o más. La necesidad de corregir a la baja solo aumentará con el tiempo.
De acuerdo con los expertos, el sector privado de China ahorrará más, invertirá menos y tomará menos riesgos. El consumo de bienes duraderos y la inversión del sector privado serán menos receptivos a las políticas de estímulo. Las consecuencias probables serán una economía más volátil y más deuda pública. Estos factores, a su vez, reducirán el crecimiento económico promedio a largo plazo al disminuir el crecimiento de la productividad, además de reducir la inversión privada a corto plazo. Sin embargo, el régimen chino puede creer que el futuro económico depende de las empresas estatales y no del sector privado.
Para algunos países y potencias, la desaceleración de China les puede dar una ventaja en la competencia estratégica. Sin embargo, muchos países deberán prepararse para un mundo en el que el gigante asiático sea menos capaz de contribuir al crecimiento global y más dispuesto a desafiar el orden internacional existente.
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