La división interna de Israel se profundiza con la ley aprobada el lunes para debilitar al poder judicial. La encuesta del Instituto Israelí para la Democracia indica que sólo una minoría de israelíes apoya los cambios. El 66% piensa que el Tribunal Supremo debe tener poder para anular leyes y el 63% cree que el método actual de nombramiento de jueces debe seguir como está, y la inmensa mayoría, el 72%, esperaba una negociación política y no esta imposición del gobierno más religioso y derechista de la historia del país. La Histadrut, la central de los trabajadores, ya anunció que prepara una huelga general. El Colegio de Abogados de Israel pidió a la Corte Suprema que declare inconstitucional la nueva ley. Miles de reservistas de las Fuerzas Armadas ya anunciaron que renunciarán al servicio. ¿Podrá gobernar Netanyahu un país tan convulsionado o este es el principio del fin del hombre que gobernó por más tiempo Israel?
El último intento para que Benjamin “Bibi” Netanyahu, diera marcha atrás con su reforma judicial, que la mayoría de los israelíes ven como una simple maniobra para su propio beneficio, lo hizo el presidente del Estado, Reuven Ravlin, de 83 años, en un acto multitudinario que se realizó en Jerusalén el domingo pasado, apenas unas horas antes de que el Kenneset aprobara la controvertida ley.
Subió los escalones del improvisado escenario situado en la esquina de las calles Kaplan y Rabin, al lado del bulevar Ben Zvi, que llevan el nombre de dos firmantes de la declaración de independencia de Israel y de un héroe de la Guerra de la Independencia, y rememoró cómo vio allí izarse la primera bandera israelí en mayo de 1948. En el medio de su discurso sorprendió a todos cuando en su llamado a la reflexión para Netanyahu llegó a compararlo con Moisés por su posibilidad de salvar a la nación y prevenir una guerra civil.
La reacción de la multitud fue de estupor. Ravlin los calmó diciendo que no era el momento del señalamiento de culpas o de revanchas. “Eso hay que pensarlo para otro momento”, aclaró. Era un mensaje directo para Bibi, no el primer ministro sino el hombre que él conoce desde chico. Sabe que es un megalómano, que no hay nada mejor que calentarle la oreja con alguna adulación para conseguir algo de él. Compararlo con Moisés era exagerado, pero Ravlin sabía que era el último recurso que tenía.
No tuvo efecto. A la tarde siguiente, la coalición de gobierno de partidos religiosos y de la extrema derecha, aprobó por 64 a 0, con toda la oposición fuera del recinto, la llamada ley de la “irracionalidad”. Tras los rumores de la semana pasada de que Netanyahu podría dar marcha atrás en la votación o incluso suavizar algunos de sus componentes, el líder de 73 años se presentó en el parlamento apenas unas horas después de que le colocaran un marcapasos para controlar su ritmo cardíaco. La ley despoja al Tribunal Supremo de la facultad de declarar irrazonables las decisiones del gobierno. Es la primera pieza importante de un plan mucho más amplio para terminar con el sistema de equilibrios por el que los jueces pueden declarar inconstitucional algunas medidas del gobierno.
Netanyahu y sus partidarios afirman que pretende reequilibrar los poderes entre las ramas del gobierno, los críticos dicen que supone una amenaza para la democracia israelí y para la independencia del poder judicial. El oficialismo sostiene que el Tribunal Supremo se convirtió en un grupo elitista e insular que no representa al pueblo israelí. Dicen que se ha extralimitado en sus funciones, entrometiéndose en asuntos sobre los que no debería pronunciarse. Las encuestan marcan que la mayoría de los israelíes creen que Netanyahu está impulsando la reforma para protegerse de su propio juicio por corrupción, en el que se enfrenta a cargos de fraude, soborno y abuso de confianza. En una encuesta realizada la semana pasada por Canal 13, el 59% de los israelíes (el 10% de ellos votantes del Likud) dijeron creer que Netanyahu está motivado por sus necesidades personales.
El principio legal en discusión no es exclusivo de Israel; se utiliza en varios países, entre ellos el Reino Unido, Canadá y Australia. Los tribunales de esos países ponen en práctica habitualmente la norma para determinar la constitucionalidad o legalidad de una determinada legislación, y permite a los jueces asegurarse de que las decisiones tomadas por los funcionarios públicos son “razonables”. Otros elementos de la reforma darían al gobierno más control sobre el nombramiento de jueces y eliminarían a los asesores jurídicos independientes de los ministerios. Y un proyecto de ley paralelo, ya aprobado en marzo, hace más difícil que un primer ministro en ejercicio sea declarado incapaz para el cargo, restringiendo los motivos a la incapacidad física o mental y exigiendo que el propio primer ministro o dos tercios del gabinete voten a favor de tal declaración.
En la última semana y en los seis meses anteriores desde que se conoció el proyecto de Netanyahu se produjeron algunas de las manifestaciones más grandes jamás vistas en Israel de los que se opone a la reforma. Y hasta los militares, que en general se muestran tan prescindentes como sus pares de otros países, esta vez salieron a la calle. Más de mil reservistas de la Fuerza Aérea anunciaron que dejarán el servicio. Cientos de pilotos publicaron sus fotos en las redes sociales, muchos llorando, junto a la copia de las cartas que habían enviado a sus comandantes de unidad anunciándoles que ponían fin a décadas de servicio. “Firmamos un contrato para luchar por el reino”, escribió uno de ellos. “No lucharemos por un rey”. Las Fuerzas de Defensa de Israel revelaron más tarde que más de la mitad del personal en reserva de la fuerza aérea habían renunciado. Todos los analistas militares occidentales coincidieron esta semana en que se trata de “una verdadera catástrofe para la seguridad de Israel”. La aviación israelí se queda sin sus mejores pilotos de combate que son, a su vez, los más entrenados en acción del mundo. En las horas previas a la votación, Netanyahu rechazó una petición del jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, teniente general Herzi Halevi, para una reunión de emergencia.
El general de brigada Ofer Lapidot, uno de los reservistas que dimitieron, se preguntaba en el Canal 11 de la televisión israelí: “¿Qué es peor? ¿La destrucción del país o el fortalecimiento de un ejército que estará al servicio de un gobierno ilegítimo -legal pero no legítimo- que nos está llevando a todos a una dictadura y que pronto nos dará órdenes ilegales?”.
Y no son solo los reservistas. También hay un estado de deliberación dentro de los poderosos organismos de inteligencia. Nadav Argaman, ex jefe del servicio de inteligencia interior, Shin Bet, en el primer gobierno de Netanyahu, estuvo en la marcha de protesta inmediatamente después de la votación. “Netanyahu puede haber salvado hoy su coalición, pero perdió al pueblo de Israel”, dijo Argaman. El canal estatal israelí informó de que el director del Mossad, Dadi Barnea, había asegurado a sus agentes, en una reunión del estado mayor convocada abruptamente, que su organización obedecería el Estado de Derecho. Y aquí comienzan las especulaciones sobre lo que puede suceder Si se produce un enfrentamiento entre el poder judicial y el ejecutivo, como se prevé, ¿a quién van a obedecer?
Se espera que en las próximas horas se presenten peticiones para que el Tribunal Supremo anule la ley y bloquee su aplicación hasta que haya un fallo judicial cuando el tribunal vuelva a sesionar. Si el Tribunal Supremo dictamina que la propia ley de irracionalidad no es razonable, invalidando la ley que despoja al propio tribunal de sus competencias, podría desencadenarse una crisis constitucional que enfrentara al gobierno y al tribunal. La fiscal general Gali Baharav-Miara, la más alta funcionaria de Israel, a quien varios ministros de Netanyahu han amenazado con despedir una vez desaparecida la Cláusula de Razonabilidad, instó al Tribunal Supremo a pronunciarse contra otra ley aprobada hace unas semanas, que hace prácticamente imposible que un primer ministro sea declarado incapaz para el cargo. “Se abusó de la autoridad constituyente de la Knesset”, escribió.
Anshel Pfeffer, periodista israelí y autor de “Bibi: The Turbulent Life and Times of Benjamin Netanyahu”, cree que “ningún primer mnistro en la historia de Israel estuvo en una situación más débil”. “En setenta y cinco años, nunca se cuestionó la lealtad de los militares ni hubo ningún tipo de desobediencia masiva. Cosas menores, pero no esto”. Y agregó: “Hemos pasado de la idea de que Bibi era el Primer Ministro más longevo al más débil de la historia. Y, para él, no tiene sentido. No puede entender lo que le está pasando. Para él, es como esas pesadillas en las que conduces un coche, pero cuando pisas el freno o giras el volante no pasa nada. El coche no responde”. Netanyahu “vive en una burbuja y piensa: ¿Cómo es posible que no me estén escuchando?”, prosiguió Pfeffer en una entrevista con el Newyorker. “Tiene la loca y equivocada idea de que el milagro tecnológico fue obra suya. Y piensa: “¡He hecho ricos a estos tipos! Antes solo vendíamos naranjas. Y piensa: “¿Cómo podrían unirse a las protestas o trasladarse al extranjero si yo los hice?”.
La destacada analista política Lili Galili cree que Netanyahu no sólo quedó débil políticamente, sino que es rehén de su propia coalición de partidos nacionalistas y religiosos. “Lo millones de israelíes que se sienten secuestrados por el gobierno más derechista que ha visto el país, ahora comparten el destino con Netanyahu que terminó siendo un prisionero de su propia coalición”, escribió en el Middle East Eye. “No creo que sus compañeros de ruta ultrareligiosos vayan a dejarlo que retroceda ni un centímetro para negociar nada. Van todos directamente a un choque frontal con un camión con doble acoplado”
En este contexto, cabe preguntarse hasta dónde puede llegar Netanyahu con su gobierno y sus tan polémicas medidas. Las protestas y las contramanifestaciones mostraron claramente que ya hay un país dividido en dos no sólo ideológicamente sino geográficamente. La oposición al eterno primer ministro se concentra en las grandes ciudades costeras. Los que lo apoyan llegan a Jerusalén en autobuses desde los asentamientos en los territorios ocupados de Cisjordania o de los barrios de ultraortodoxos que reciben la orden de marchar de sus rabinos por parlantes ubicados en las esquinas. Dos territorios dentro del complejo panorama de la confrontación con los palestinos por las mismas tierras. A un analista de Al Jazeera se le ocurrió que en esta circunstancia cabría la posibilidad de que se unan los palestinos con los liberales de las costas para lograr una convivencia de dos estados.
Y en las últimas horas apareció una iniciativa de la Administración Biden que podría colarse en el medio de la crisis y terminar de definir la situación. Es una propuesta de un pacto de seguridad mutua entre Arabia Saudita e Israel. Según adelantó Thomas Friedman en su columna del New York Times, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, está en Riyadh “para explorar la posibilidad de un entendimiento entre Estados Unidos, Arabia Saudita, Israel y Palestina”. Si se concreta el acuerdo –más allá de los detalles que no conocemos- podría hacer que Netanyahu tuviera que optar finalmente por mantener la alianza histórica con Estados Unidos o lanzarse al abismo junto a sus nuevos amigos ultrareligiosos.
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