Ana Maria, una ucraniana de 6 años, vivió un año en la zona ocupada por Rusia. Allí aprendió a identificar a Vladimir Putin como “tío Vova” y creyó que era “el presidente del mundo”.
Su madre, Katerina Skopina, teniente en una unidad médica, tuvo que confiar la niña a sus abuelos paternos cuando ella y su marido, conductor en un hospital militar, fueron capturados en mayo de 2022 por las fuerzas rusas en la ciudad de Mariupol (sudeste de Ucrania).
Pero los abuelos apoyan a los ocupantes y mantuvieron a la pequeña durante un año en un pueblo a 60 km de Mariupol, en territorio controlado por las fuerzas de Moscú.
La niña fue a una guardería donde “había programas de lavado de cerebro”, denuncia su madre, instalada en Ivano Frankové (oeste) desde su liberación en diciembre durante un intercambio de prisioneros.
“En una llamada telefónica me preguntó quién era el ‘tío Vova’ (abreviatura de Vladimir) y por qué era el presidente de todo el mundo”, relata a AFP.
“Desde 2014, el número de menores que cayeron bajo el control del ocupante es de unos 1,5 millones”, precisa Mikola Kuleba, excomisario de los derechos del niño, que trata de regresarlos a Ucrania.
Fundador de la ONG “Save Ukraine”, afirma que son víctimas de un “lavado de cerebro” y que muchos terminan queriendo permanecer bajo el control de Moscú.
Según él, muchos de ellos “ya tienen la ciudadanía rusa” y ahora “odian a Ucrania”.
En marzo, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de detención contra Putin y María Lvova Belova, comisionada presidencial rusa para los derechos del niño, por el crimen de guerra de “deportación ilegal” de niños ucranianos desde el comienzo de la invasión rusa.
Skopina pudo recuperar a su hija en mayo, con la ayuda de funcionarios ucranianos que negociaban con Rusia.
Destruir la identidad ucraniana
En el jardín de su casa en Ivano Frankové, Ana Maria juega fútbol con su padre, liberado en abril. Luego pregunta en ruso a su madre qué van a hacer después.
Según Skopina, su hija se vió más reacia a hablar ucraniano y a veces dice “No quiero hablar ucraniano, hablemos de ruso”.
“El principal objetivo de Rusia es transformar a estos niños en rusos. Destruir su identidad ucraniana, e instigar el odio hacia Ucrania”, destaca Kuleba.
Cientos de miles de menores “aceptaron la ciudadanía rusa y están de acuerdo con la idea de que Rusia los salvó y que es mejor quedarse allí”, subraya.
“Todos los niños que traemos de vuelta -que estaban en campamentos o escuelas rusas- afirman que Ucrania no es un Estado, como los rusos les enseñaron”, cuenta el responsable.
Dicen que “este territorio pronto será parte de Rusia, que los terroristas -los nazis- viven aquí (...)”, continúa.
Según la madre de Ana Maria, los abuelos impugnaron la nacionalidad de la niña, a pesar de que dispone de un certificado de nacimiento ucraniano.
“Mi suegra me dijo que los niños nacidos desde 2014 en las regiones de Donetsk y Lugansk (parcialmente ocupadas) eran rusos”, indica.
Tras largas negociaciones dirigidas por el comisario de Derechos Humanos del Parlamento ucraniano, Dmitro Lubinets, Skopina viajó en mayo a la frontera entre Letonia y Rusia para recuperar a su hija.
Tuvo que esperar ocho horas antes de que su suegra le entregara a la niña. Allí le dijeron que sólo podía recuperar a su hija si ésta la reconocía, y lo hizo.
Los padres iniciaron un procedimiento judicial por detención ilegal o secuestro contra los abuelos paternos.
Ana Maria se readaptó rápidamente a la vida en el territorio controlado por Kiev, asegura su madre.
Aprendió rápidamente las palabras de “Stefania”, canción del grupo ucraniano Kalush Orchestra -vencedor de la Eurovisión 2022-, y se puso a cantarla al día siguiente de su regreso a casa de sus padres.
(Con información de AFP)
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