El 7 de julio de 2016 Aleksandr Poteyev, un doble agente ruso, murió en los Estados Unidos. Residía allí desde que en 2010 había ayudado a que la Agencia de Investigaciones Federales (FBI) desmantelara una red de espías del Kremlin al estilo de Elizabeth y Philip Jennings, los personajes de The Americans.
Sin embargo, tres meses más tarde, el 9 de octubre de 2016, Poteyev obtuvo una licencia de pesca en un Walmart del estado de la Florida. Poco después se registró como adherente del Partido Republicano para votar, y lo hizo en las elecciones presidenciales de noviembre que ganó el candidato de esa fuerza, Donald Trump.
La primera noticia, difundida por la agencia rusa Interfax, era evidentemente falsa. Pero circuló porque a nadie convenía desmentirla: al FBI, porque podía agregar una capa de protección al agente que había robado al Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) ruso y le había permitido desarticular al grupo de “ilegales”; a Moscú, porque en 2011 Poteyev había sido condenado —in absentia— a 25 años de cárcel. Su muerte, además, cumplía la profecía que Vladimir Putin había pronunciado en 2010: “Los traidores siempre terminan mal”.
Spies, nuevo libro del historiador Calder Walton, cuenta que aquel muerto que gozaba de buena salud —y se supone que aún goza, en el feliz anonimato— estuvo, en realidad, muy cerca de terminar mal.
Putin rompió el código tácito que había regulado la Guerra Fría, según el cual Estados Unidos y la Unión Soviética no cometían asesinatos en el territorio del otro. Acaso la noticia de Interfax haya sido parte del plan, que se descubrió en febrero de 2020 con la detención del científico mexicano Héctor Alejandro Cabrera Fuentes por recoger inteligencia para matar a Poteyev en la Florida.
Del Directorio S a Ghost Stories
Poteyev nació el 7 de marzo de 1952 en Bielorrusia, en el hogar de un héroe soviético: Nikolai Pavlovich Poteyev, su padre, fue distinguido por sus servicios durante la Segunda Guerra Mundial. Siguió la carrera militar hasta que, en los 70, el KGB de Minsk lo reclutó. Hacia el final de la década pasó a Moscú y en 1979 integró el grupo especial Zenit en Afganistán, del cual pasó a la unidad Cascada-2 del KGB en Kabul. En el juicio por traición le quitaron todas las distinciones —entre ellas, la Estrella Roja— que obtuvo durante esas misiones.
A finales de los 80 Poteyev pasó a trabajar en la diplomacia soviética, y luego rusa, en los Estados Unidos y ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Cuenta Spies, The Epic Intelligence War Between East and West (Espías, la épica guerra de inteligencia entre Oriente y Occidente), que allí lo contactaron.
“Rutinariamente, el FBI trataba de seducir a los funcionarios rusos en Nueva York. Finalmente lo logró con Poteyev, que parece haber preferido la vida en Estados Unidos”, escribió el historiador de la Universidad de Harvard. “En algún momento cerca de 1999, cuando Putin ascendió al poder, el FBI reclutó a un oficial que había pasado su carrera trabajando en una de las unidades más sensibles del SVR y del KGB, el Directorio S, responsable de la gestión de ilegales. Alexander Poteyev ofreció sus servicios mientras trabajaba de incógnito en la misión rusa ante la ONU en Nueva York, donde supervisaba las operaciones en América del Norte”.
Poco tiempo después, Poteyev regresó a Moscú y llegó a ser jefe adjunto del Directorio S. “Eso le brindó (y por ende a sus enlaces estadounidenses) acceso a las operaciones globales del SVR”, siguió Walton. “Poteyev tuvo una carrera de 10 años como agente doble”.
Según la edición británica de Spies, que amplía la estadounidense, muchas cosas sucedieron como en las películas: hubo encuentros en aeropuertos y en hoteles, en ocasiones con disfraces; hubo pagos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que Walton estimó en USD 5 millones. También hubo una promesa: una nueva vida, junto con su esposa y sus hijos, en los Estados Unidos.
En 2010, gracias a la información que brindó Poteyev, el FBI llevó a cabo Operation Ghost Stories (Operación Cuentos de Fantasmas), la desarticulación de una red de 10 espías rusos que se hacían pasar por personas ordinarias —como en The Americans—, los famosos “ilegales”.
Los detalles no fueron sencillos. En ese preciso momento el gobierno de Barack Obama en los Estados Unidos intentaba mejorar las relaciones diplomáticas con Rusia y el presidente de ese país, Dmitri Medvedev, estaba de visita en Washington DC.
Poteyev a Florida, los ilegales a Moscú
“En junio de 2010, los servicios de inteligencia estadounidenses estimaron que había llegado el momento de sacar a Poteyev. Escapó a través de Bielorrusia y Ucrania”, resumió Walton. “Su exfiltración, tras más de una década de trabajo de espionaje, hizo que la CIA y el FBI acelerasen la detención de los agentes encubiertos que habían identificado”.
Uno de ellos, Juan Lázaro, ya estaba retirado: había trabajado 34 años para el KGB y el SVR. Otro, Donald Heathfield, perdió el título que le había otorgado la Escuela Kennedy de Administración Pública de Harvard. La más famosa fue Anna Chapman (née Kushchenko), quien se convirtió en una figura de la televisión rusa.
Mientras Poteyev iba en tren de Moscú a Minsk y desde allí, con un pasaporte falso, pasaba a Ucrania para seguir hasta Alemania, “el FBI decidía desmantelar la red de espionaje”, narra Spies.
En un restaurante de comida rápida de Arlington, Obama le explicaba a Medvedev sus anhelos de modernización e innovación para Rusia “y los fotógrafos los retrataban comiendo hamburguesas con queso y compartiendo patatas fritas”. Pero el demócrata ya había recibido el informe del Consejo de Seguridad Nacional sobre Operation Ghost Stories y había acordado cómo se procedería. “No podía arriesgarse a que se descubriera una importante red de espionaje de Rusia mientras el presidente lo visitaba, justo un año después de que la secretaria de Estado, Hillary Clinton, se embarcara en el famoso restablecimiento de las relaciones ruso-estadounidenses con el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov”.
Medvedev comió su hamburguesa, completó sus actividades protocolares y se subió a un avión de regreso a Moscú. “Las detenciones se produjeron cuando su vuelo abandonaba el espacio aéreo norteamericano”, detalló Walton. “El 4 de julio, Día de la Independencia, el director de la CIA, Leon Panetta, llamó al director del SVR, Mikhail Fradkov, un viejo conocido del KGB, para comunicarle que sus agentes en Estados Unidos habían sido detenidos”.
Más que una cortesía, fue una invitación al intercambio, como en los viejos tiempos que, según este nuevo libro, no lo son tanto: “La Guerra Fría no terminó nítidamente en 1991 con el colapso de la Unión Soviética. Eso fue un espejismo. Rusia fue humillada en el escenario mundial tras la desaparición del imperio soviético, y sus servicios de inteligencia se volvieron —si cabe— más agresivos. Nada engendra más hostilidad que la deshonra. Los servicios rusos postsoviéticos cambiaron sus nombres, pero poco más”.
En julio de 2010, en una pista de aeropuerto del centro de Europa, los 10 “ilegales” fueron entregados a los representantes del Kremlin y las estadounidenses recibieron a cuatro de sus espías detenidos en Rusia.
Putin sobre Poteyev: “Los traidores estirarán la pata”
Según Walton, autor también de Empire of Secrets, “la operación Ghost Stories fue un desastre de relaciones públicas para el SVR, para Rusia y para Putin”. El costo de mantener la red estilo The Americans era muy alto, “pero para Putin, los ilegales eran el epítome de la inteligencia exterior rusa, un departamento importante y digno de apoyo”.
El líder ruso los valoraba: “Sé qué tipo de personas son”, lo citó Walton hablando sobre los espías. “Son personas especiales, de cualidades especiales, de convicciones especiales, con un carácter especial. No todo el mundo es capaz de renunciar a su vida, a sus seres más queridos, y abandonar el país durante muchos años, y dedicar la vida a la patria”. Spies cuenta una anécdota que Walton recogió durante la investigación: “Algunas personas dentro de la CIA me han dicho que existen pruebas de que Putin quería ser un ilegal del KGB, pero que no aprobó el curso de idiomas”.
La persona que los había hecho detener era un traidor, sostuvo. Y, según Spies, “se dice que dijo, en tono escalofriante: ‘Los traidores estirarán la pata, créanme. Estas personas traicionaron a sus amigos, a sus hermanos de armas. Lo que hayan recibido a cambio, esas 30 monedas de plata, se les atragantarán’”.
Desde Frankfurt, escoltado por agentes de la CIA, Poteyev viajó a los Estados Unidos. “Tras su desaparición se convirtió en el enemigo público número uno para el Kremlin”, escribió Walton. “Un vocero oficial declaró al periódico Kommersant: ‘Sabemos quién es y dónde está'. Y añadió: ‘Ya le mandamos un Mercader’, en referencia al agente soviético Ramón Mercader, quien asesinó a León Trotsky, la némesis de Stalin, en México, en 1940, con un piolet”.
Spies asegura que Poteyev se asentó en su nuevo país con un alias. Su muerte en 2016 fue desmentida por una investigación de BuzzFeed, que en 2018 contó cómo, “a las 10:30 de la mañana del 9 de octubre de 2016, un gran espía de 64 años, conocido azote del Kremlin, entró en un Walmart de Florida y obtuvo una licencia de pesca recreativa”.
Un científico mexicano convertido en espía reacio
El 16 de febrero de 2020 Héctor Alejandro Cabrera Fuentes, un especialista mexicano en microbiología, reconocido por haber desarrollado una técnica que reduce la muerte de las células del corazón cuando sucede un infarto, se disponía a viajar desde Miami, donde había pasado unos días con su esposa y su hija, hacia la ciudad de México. Pero fue detenido en la seguridad del aeropuerto.
“La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos inspeccionó el teléfono de la compañera de viaje de [Cabrera] Fuentes y encontró una imagen de primer plano de la matrícula del vehículo de la fuente del gobierno de Estados Unidos en la carpeta ‘eliminados recientemente’”, detalló el Departamento de Justicia. Por entonces no se había dado a conocer que esa “fuente del gobierno de Estados Unidos” era Poteyev.
La misma imagen de la matrícula había sido enviada por [Cabrera] Fuentes mediante una aplicación de mensajería. “Cuando se le preguntó sobre la foto, [Cabrera] Fuentes admitió que le encargó a su compañera que la tomara. Reconoció ante los agentes del orden que un funcionario del gobierno ruso le ordenó que realizara esta operación”, completó el informe.
Spies pregunta: “¿Fue este el principio de un moderno Mercarder enviado a matar al espía de Estados Unidos, Poteyev? ¿Un asesinato en suelo estadounidense?”. Y el autor responde: “Según mis entrevistas exclusivas con dos funcionarios de los servicios de inteligencia, la alarmante respuesta es que sí”.
El científico había nacido en 1985 en una localidad humilde de Oaxaca, El Espinal. Era una celebridad en el municipio: un ejemplo y un benefactor de otros jóvenes sin recursos que, gracias a su fundación, podían estudiar ciencias. Y, según su declaración de culpabilidad, también era un agente ruso en la Florida.
“[Cabrera] Fuentes, que había pasado mucho tiempo en Rusia, recibió instrucciones de alguien que creía que era un funcionario del gobierno ruso para que viajara a Miami, donde vigiló a una ‘persona de Estados Unidos’, incluida la toma de una foto en primer plano de la matrícula y el lugar donde esa persona estacionaba su automóvil”, detalló Walton. “Según el Departamento de Justicia, el método utilizado en este caso era ‘coherente con las tácticas de los servicios de inteligencia rusos para detectar, evaluar, reclutar y manejar activos y fuentes de inteligencia’”.
Sólo quedaba una cosa sin explicar. ¿Por qué un especialista en microbiología, que trabajaba en Singapur, obedecería órdenes de un funcionario de Putin?
La otra familia de Cabrera Fuentes
El misterio se resolvió mientras el científico esperaba, en el Centro Federal de Detención de Miami, una sentencia a cuatro años de cárcel, que el juez de distrito Donald M. Middlebrooks firmó el 22 de junio de 2022, con indicación de su deportación inmediata. Cabrera Fuentes tenía otra esposa, de origen ruso, y otras dos hijas, que vivían en Alemania. En marzo de 2019 la mujer necesitó buscar originales de sus documentos personales en su país. Fue con las hijas a Rusia y, cuando intentó regresar a su casa, se le informó que no podía salir.
En mayo de 2019 Cabrera Fuentes fue a verlas. Un hombre, al que él había conocido tiempo atrás, cuando hizo su primer doctorado en microbiología molecular en la Universidad de Kazán, lo contactó en Moscú. Sabía que, cuatro años antes, le había interesado ir a Miami: le mostró su historial de búsqueda. Le propuso: “Nos podemos ayudar entre todos”.
Su esposa rusa y sus hijas volverían a Alemania. Cabrera Fuentes iría a la Florida para rentar, a nombre de una tercera persona, una vivienda en el complejo donde se suponía que vivía Poteyev, a fin de confirmarlo y hacer inteligencia. En noviembre de 2019 el mexicano pagó USD 20.000 por el alquiler; tres meses más tarde, de regreso en Moscú, recibió el encargo de fotografiar la matrícula del automóvil del doble agente.
Con su esposa y su hija mexicana, Cabrera Fuentes salió de CDMX el 13 de febrero de 2020. Paseó por Miami, llegó hasta el complejo donde residía Poteyev. Pero en lugar de anunciarse en la caseta de seguridad y decir que iba a visitar al hombre que había rentado el apartamento por él, entró pegado al automóvil de un residente, saltándose la barrera.
El guardia los alcanzó cuando la mujer fotografiaba la matrícula. La cosa no pasó a mayores y el mexicano salió confiado en que no habría consecuencias. Pero resultó un acto de ingenuidad. Después de todo, acababa de espiar a una “fuente del gobierno de Estados Unidos”.
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