El “general Armagedon”, como le dicen sus compañeros de armas, o “el carnicero de Alepo”, como lo bautizaron en Siria. Sergei Surovikin era uno de los jefes máximos de las fuerzas rusas en Ucrania hasta el sábado pasado, cuando mandó por las redes sociales un video condenando el alzamiento del líder mercenario Yevgeny Prigozhin. Parecía estar borracho, algo así como uno de esos mensajes que obligan a grabar a los rehenes de un secuestro. Lo subió a las redes el sábado 24, apenas unas horas después de que Prigozhin y sus hombres del Grupo Wagner habían tomado sin un solo disparo la ciudad rusa de Rostov-on-Don. Antes de que terminara la asonada con la salida de Prigozhin hacia el exilio en Bielorrusia, Surovikin ya había desaparecido. Fue cuando comenzaron los rumores de que él también estaba detrás del motín. Los dos compartían los mismos enemigos a quienes querían derrocar: el ministro de Defensa Sergei Shoigu, y el comandante de las Fuerzas Armadas, Valery Gerasimov.
Tres días más tarde, varias fuentes de los servicios rusos hablan de que el comandante de las Fuerzas Aereoespaciales, el general Surovikin, se encuentra en la infame prisión de Lefortovo, en el centro de Moscú. Ni su familia ni los periodistas pudieron comunicarse con él o con su segundo, el coronel general Andrei Yudin, en las últimas 72 horas. El Moscow Times asegura que es prisionero “por traición” del Servicio Federal de Seguridad (FSB), la sucesora de la KGB.
De acuerdo a fuentes de la inteligencia estadounidense, Surovikin tenía información de que Prigozhin, conocido como “el chef de Putin”, muy cercano al jerarca del Kremlin y creador del ejército de 50.000 mercenarios del Grupo Wagner, iba a aprovechar la visita protocolar de sus enemigos internos Shoigu y Gerasimov a la cercana ciudad de Rostov-on Don para secuestrarlos. Se había enterado que el ministerio de Defensa iba a decretar la disolución del Grupo Wagner y que todos sus integrantes deberían firmar nuevos contratos con el ejército regular ruso. Prigozhin se quedaba sin nada y estaba dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias para mantener su ejército privado que había creado por orden de Vladimir Putin y le había servido como fuerza de choque paramilitar en Siria, Libia, Mali y la República Centroafricana. En este último país y en otros de la región del Sahel se dedicaban a custodiar los intereses de las empresas rusas en la explotación de las minas de diamantes.
El general Viktor Zolotov, comandante de la Rosgvardia, la Guardia Nacional de Rusia, una fuerza militar nacional que depende directamente de Putin, aseguró a la televisión estatal rusa que “se filtraron informaciones específicas sobre los preparativos para una rebelión que comenzaría entre el 22 y el 25 de junio del lado de Prigozhin”. Las fuerzas leales a Putin también supieron que había preparativos anormales en varias unidades militares dentro del país, indicando que el complot era mucho más grande de lo que apareció en el primer momento. El FSB y la Rosgvardia se movieron en las sombras y dejaron que Prigozhin se confiara y continuara con sus planes.
Algunas versiones dicen que cuando Prigozhin salió de Ucrania hacia Rostov-on-Don le avisaron de que el FSB sabía de sus planes y que fue cuando ordenó a una segunda columna de sus mercenarios continuar por la autopista M4 rumbo a Moscú. La escena que aún no está muy clara es la que muestra un video que se grabó esa noche del viernes cuando Prigozhin entró sin ningún problema al cuartel general del Comando Sur del ejército ruso en esa ciudad y se encontró con viceministro de defensa de Rusia, Yunus-Bek Yevkurov, y al subjefe de la inteligencia militar rusa, el teniente general Vladimir Alekseyev. Se supone que lo estaban esperando para decirle que depusiera las armas, pero se los ve charlando muy relajados. ¿Eran ellos también parte del complot?
No es este el primer motín militar del que participa el general Surovikin. Cuando los partidarios de la línea dura comunista intentaron dar un golpe de estado en Rusia en 1991, fue uno de los pocos oficiales que siguieron sus órdenes de atacar a los manifestantes prodemocráticos. Pasó seis meses en prisión después de que soldados bajo su mando mataran a tres civiles. Finalmente fue exonerado de los cargos.
El ascenso del general Surovikin a pesar de su problemático pasado se explica por su inquebrantable disposición a ejecutar órdenes. Reforzó su reputación de despiadado durante las dos guerras de Chechenia, donde prometió matar a tres chechenos por cada soldado ruso muerto. Su papel en la guerra de Siria le valió la medalla de Héroe de Rusia, el más alto título honorífico del país, y un ascenso a jefe de las Fuerzas Aéreas en 2017, a pesar de tener poca o nada de experiencia en aviación. Dos años después, dirigió a las fuerzas rusas en la sangrienta toma de la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria. En esa campaña mató a 1.600 civiles y provocó el desplazamiento de 1,4 millones de personas, según Human Rights Watch. Allí en Siria -donde Putin se alió con el régimen de Bashar al Assad- es que conoce a Prigozhin, donde ya comandaba a los Wagner en sus atrocidades contra los innumerables enemigos del régimen. Esa amistad perduró y Prigozhin apuntaló al general en Ucrania mientras Shoigu lo despreciaba. “Surovikin es el único general capaz de ganar esta guerra”, repetía el entonces ladero de Putin.
El general Surovikin asumió el mando del frente sur de Ucrania en junio del año pasado. Mejoró la comunicación entre las unidades, logró contener el frente sur y fue “un líder natural para las tropas que hasta ese momento estaban muy desmotivadas”, según la descripción del especialista Dmitry Adamsky, de la Universidad de Reichman. Pero tres meses más tarde perdió buena parte de la región de Kherson y Shoigu y los suyos aprovecharon para destituirlo. El Ministerio de Defensa de Rusia dijo que la decisión de reemplazar al general Surovikin tenía como objetivo “organizar un contacto más estrecho entre las diferentes ramas de las fuerzas armadas y mejorar la calidad y eficacia de la gestión de las fuerzas rusas”. Pero, obviamente, había mucho más. “Como comandante unificado en Ucrania, Surovikin se estaba volviendo muy poderoso y probablemente estaba pasando por alto al ministro Shoigu y al jefe del Estado Mayor, Valery Gerasimov, cuando hablaba con Putin”, escribió el analista militar Rob Lee.
La lucha de poder entre el tándem Prigozhin-Surovikin contra el equipo oponente de Shoigu-Gerasimov se dirimió el último fin de semana cuando el jefe de los Wagner tuvo que aceptar el ultimátum que Putin le envió a través del dictador de Bielorrusia, Alexander Lukashenko. Le dio la salida de un supuesto exilio en Minsk junto a algunos de sus hombres a cambio de terminar de inmediato el alzamiento frustrado. De esa manera, Putin terminaba con el complot sin llegar a ningún enfrentamiento armado. Él mismo dijo en uno de sus discursos posteriores de que se había “evitado una guerra civil”. Evidentemente, el levantamiento era mucho más amplio de lo que se mostró y sabemos hasta ahora. En las próximas horas se prevé el arresto de otros altos jefes militares que participan de la invasión en Ucrania y de varios de los jefes de los Wagner que supuestamente iban a ir al exilio junto a su jefe en la vecina Bielorrusia.
En Rusia, un país con tantas ventanas flojas y tés envenenados que provocan la muerte de tanta gente de la elite política y económica, estas maniobras se pagan con sangre. Y eso es lo que está haciendo en este momento Vladimir Putin, una purga a la soviética. Y hasta utiliza los mismos símbolos que Josep Stalin. Tiene a Surovikin en la cárcel de Lefortovo, la misma que el dictador comunista utilizó para enviar a sus enemigos durante la Gran Purga de 1936/38.
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