Sergei Surovikin fue otro de los nombres que tomó relevancia en los últimos días tras el fallido motín encabezado durante el fin de semana por el líder del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin.
El General Surovikin, también conocido como “General Armagedón” , integra uno de los altos cargos militares de Moscú y, según medios locales, ello le permitió saber con anterioridad de los planes del paramilitar, aunque no advirtió al Kremlin de estas amenazas.
Desde que la “marcha por la justicia” fue sofocada, Surovikin está desaparecido y algunos incluso aseguran que fue trasladado a la infame prisión de Lefortovo, controlada por el servicio secreto ruso y donde Vladimir Putin encierra a sus peores enemigos.
Surovikin se desempeñó como subcomandante de las operaciones militares rusas en Ucrania y, en el pasado, había gestionado junto a Prigozhin las intervenciones militares en Siria.
En la vecina Ucrania ocupó un papel clave que permitió a las tropas de Moscú apuntalar las defensas en las líneas de batalla tras la contraofensiva ucraniana del último año, según analistas.
Inclusive, ha sido señalado como el comandante más capaz del Ejército ruso, un halago no menor en un momento en el que las tropas tienen dificultades para conseguir una victoria en el frente y en medio de tensiones entre los miembros de la cartera de Defensa.
La carrera militar del General se remonta hasta 1991, cuando lideró el convoy que mató a tres manifestantes pro democracia en el Anillo de los Jardines de Moscú, durante el intento de golpe de Estado.
Aquel episodio le costó su detención durante unos meses hasta que el presidente Boris Yeltsin ordenó su liberación bajo el argumento de la “obediencia debida”.
Desde entonces, el oficial de 62 años se ha desempeñado en diversos cargos de defensa del país.
Precisamente, según indica el Ministerio de la Federación Rusa en su sitio web, en junio de 2004 asumió el mando de la 42° División de Guardia en Chechenia y en 2008 fue nombrado Jefe de la Administración de Operaciones Principales del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas en Moscú.
Dos años más tarde, en 2010, fue trasladado al distrito militar Volga-Urales, donde asumió como Jefe de Estado Mayor, y en marzo de 2017 fue trasladado a Siria. En noviembre de ese año asumió como comandante en jefe de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia, posición bajo la cual lideró la destrucción desde el aire de gran parte de la ciudad de Alepo.
En octubre de 2022 regresó a Rusia como Jefe de Estado Mayor del Distrito Militar Central aunque en enero, el ministro de Defensa Sergei Shoigu dispuso una reorganización en la cartera y definió a Valery Gerasimov como su reemplazo mientras que Surovikin quedó relegado como adjunto, en el cargo que ocupó -por lo menos- hasta hace unas horas.
También combatió en Afganistán y Tayikistán, y se desempeñó como Comandante de las Fuerzas Aeroespaciales y director de su propia policía militar.
En su carrera, sin embargo, destaca su desempeño en la misión en Siria, donde estuvo a cargo de las fuerzas que apoyaron al régimen de Bashar al Assad, entre 2013 y 2017. Ésta fue una de las misiones clave que permitió al Kremlin consolidar su control en gran parte del devastado país así como en los campos petroleros, y con la que se habría ganado el visto bueno de Putin.
Inclusive, el líder del Kremlin lo condecoró con el título de Héroe de la Federación Rusa “por el coraje y heroísmo mostrados en el desempeño del deber militar en la República Árabe Siria”.
Al igual que Prigozhin, la brutalidad de su estrategia, basada en bombardeos indiscriminados contra la sociedad civil, derivaron en su apodo: “El Carnicero de Siria”.
Los servicios de inteligencia del Reino Unido advirtieron de estas prácticas que generaron la muerte de miles de inocentes, mentiras aumentaban su prestigio entre sus pares.
“Durante más de 30 años, la carrera del coronel general Surovikin ha estado plagada de acusaciones de corrupción y brutalidad”, señalaron en un informe. Por su parte, la agencia de noticias TASS, había dado cuenta de maniobras similares en Chechenia, donde mantuvo su promesa pública de “destruir tres militantes por cada soldado muerto”.
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