“La gente mantiene sus tradiciones para sus propias familias pero es hora de revelarlos al mundo porque, pronto, nadie te recordará como tuvaluano”, alertó Keleosma Saloa, habitante de la isla de Tuvalu, en Oceanía, un sitio rico en cultura, en flora y en fauna que, en el corto plazo, podría desaparecer.
La amenaza climática es real para todos. En algunas ciudades del mundo se traduce en temperaturas extremas, fuertes precipitaciones o pronunciadas sequías, o hasta en la migración irregular de animales; en otras, como en esta isla, se evidencia con el avance del agua sobre la tierra.
En pocos años, los signos de la desaparición del país afloraron masivamente. “Siempre que vamos de picnic, sobre todo en los extremos norte y sur de esta hermosa isla, nos damos cuenta de que el mar se ha llevado un pedazo de la tierra”, lamentó Lily Teafa que recuerda, a su vez, que en el pasado los habitantes solían pasar sus días en altamar pescando pero, ahora, es cada vez más común que se los escuche decir “sei poa” (“mala pesca”) al regresar.
Los expertos estimaron que la situación en Tuvalu es tan crítica que podría ser uno de los primeros países del mundo en desaparecer a causa del cambio climático. Al ritmo actual en el que avanza el mar, en unos pocos años las tres islas de coral y los seis atolones -en total, menos de 26 km2- podrían ya comenzar a desaparecer. Medio Funafuti, capital de la isla, estaría completamente inundada en tres décadas y para 2100 el 95% ya será inhabitable por la presencia de mareas vivas periódicas.
“Es la peor sensación que existe, peor que tener miedo a las alturas, miedo a la oscuridad. Tenemos miedo al futuro”, explicó Teafa, que se pregunta, a diario, qué pasará con su vida tal y como la conoce.
Gran parte de la isla se conforma por Funafuti y su carretera principal que divide a la isla en dos. Con los años, las casas, iglesias y edificios estatales han ido corriéndose cada vez más cerca del centro de la isla y hasta se puede espiar escenas cotidianas al transitar esa vía.
Sin embargo, al recorrer la isla, también se escuchan los testimonios de los habitantes que ya han tenido que afrontar la subida del agua hasta sus rodillas, han visto sus casas reducidas a escombros y otro tanto que han sido abandonadas, al borde de la costa. Inclusive, los cementerios están siendo arrasados y los residentes comenzaron a cavar las tumbas en sus propios jardines.
Además de la infraestructura, otros aspectos básicos se ven afectados por la subida del agua. Por ejemplo, esta crisis dificulta el acceso al agua potable, pone en riesgo la seguridad alimentaria y el suministro de energía en la zona, arruina los cultivos de subsistencia críticos y eleva el riesgo de ciclones y altas temperaturas.
“Esa es la única forma que tenemos de sobrevivir, con nuestros alimentos locales. Pero ahora es muy difícil conseguir la comida de la tierra, las plantaciones están dañadas por el agua salada, incluso la tierra está siendo arrebatada por el mar”, explicó Uilla Poliata sobre las dificultades de los isleños para continuar con los cultivos de cocos y pulaka que son una de las bases de su alimentación y sus actividades diarias.
El capataz explicó, por otro lado, que esta situación trae aparejada consigo una mayor dependencia a alimentos importados que son casi inexistentes en la isla, vendidos a un precio muy alto y carentes de los nutrientes necesarios para una buena alimentación.
Frente a este escenario, los tuvaluanos han tenido que debatirse seriamente qué hacer con sus vidas ya que su futuro en la isla podría no estar garantizado.
Hasta el momento, una quinta parte de los 12.000 habitantes del país ha decidido emigrar, en su mayoría a Nueva Zelanda. La Categoría de Acceso del Pacífico permite a muchos de ellos postularse para intentar hacerse con una de las 150 ciudadanías que el Ejecutivo neozelandés otorga al año.
Si bien esta nueva vida otorga mayores garantías y estabilidad, y permite exponer la situación del país en el mundo, deja en los migrantes una sensación de traición y abandono hacia su pueblo.
“Mi tercera hija nació en Nueva Zelanda. No sabe nada de Tuvalu. Ha perdido algo muy importante, me entristece. Ha perdido esos hermosos valores de Tuvalu con los que debería haber crecido: el respeto, la ayuda mutua, el trabajo en equipo… aquí no lo tenemos. Lo enseñan en la escuela pero es totalmente diferente”, explicó Saloa quien actualmente vive en Nueva Zelanda y sufre, a su vez, de una gran sensación de desarraigo.
“Pasar de una sociedad autosuficiente a otra muy comercializada es muy, muy difícil. Aquí, si no tienes dinero, no puedes sobrevivir, no como en las islas. Allí, si no tienes dinero tienes a tu familia, tu pequeña tierra, tu pescado”, continuó relatando.
Estos testimonios han llevado a las autoridades de Tuvalu a entender que la reubicación no es una alternativa viable para los ciudadanos y, por tanto, han tenido que poner en marcha una serie de planes que les permitan retrasar el impacto del agua y, llegado el momento, mantener viva su cultura e identidad.
Para ello, en una primera instancia, se ha puesto manos a la obra al Proyecto de Adaptación Costera, cuyo objetivo es reducir la exposición de los riesgos costeros y proporcionar una estrategia de adaptación a largo plazo para el país.
L-TAP o “Te Lafiga o Tuvalu” (Refugio de Tuvalu) anhela conseguir una reubicación escalonada de personas e infraestructuras junto con mayor seguridad alimentaria y energética, garantías de suministro de agua potable y espacios para nuevas zonas cívicas, comerciales y estatales.
Poliata reconoció que “es un gran reto pero, también, brinda nuevas experiencias. Como tuvaluanos tenemos que quedarnos aquí y proteger nuestro país. Si salvamos Tuvalu también salvamos al mundo”.
No obstante, este no es el proyecto más ambicioso encabezado por las autoridades de la isla. Por el contrario, Tuvalu evalúa una alternativa propia de la era digital actual que podría llevarlo a convertirse en la primera nación totalmente digitalizada que existe en el metaverso.
El proyecto Futuro Ahora -que combina iniciativas para preservar la nacionalidad, gobernanza y cultura- surgió como respuesta al duro discurso del ministro de exteriores de la isla, Simon Kofe, cuando en la COP26 alertó al mundo que “nos hundimos”.
El abordaje de la propuesta es integral. Por un lado anima a la comunidad internacional a colaborar en la aplicación de soluciones al cambio climático con los valores de la isla: “olaga fakafenua” (sistemas de vida comunales), “kaitasi” (responsabilidad compartida) y “fale-pili” (ser un buen vecino).
Por el otro, garantiza la condición de Estado del país, así como sus fronteras marítimas, inclusive si dejara de existir. Por último, contempla la digitalización y la incorpora como una herramienta aliada en todo este proceso.
Gracias a las nuevas tecnologías, las autoridades podrán transferir todos los servicios gubernamentales, consulares y administrativos a la nube, para que sigan desempeñando sus funciones.
“Si acabamos con un gobierno desplazado o una población dispersa por todo el planeta, entonces tendríamos un marco para garantizar que seguimos coordinandonos, prestando nuestros servicios, gestionando nuestros recursos naturales en nuestras aguas y todos nuestros soberanos”, dijo Kofe.
Te Afualiku es el primer paso evidente de esta iniciativa y la primera señal de esperanza para los habitantes. Se trata de la primera isla de Tuvalu recreada digitalmente gracias a imágenes satelitales y grabaciones con drones, con alto grado de detalle y mucho cuidado por los escenarios naturales como las playas y hasta las corrientes oceánicas.
Tras este éxito inicial, se espera que se avance con réplicas digitales de otras zonas del país y hasta se ha empezado a evaluar el uso de la realidad aumentada para permitirles a generaciones desplazadas seguir en contacto con los sistemas de valores ancestrales y los lazos con su pueblo.
“Tenemos una conexión muy fuerte con nuestra tierra y nuestros océanos. Nuestros antepasados están enterrados aquí así que también tenemos esa conexión espiritual”, sumó Kofe que, al igual que la mayoría de los habitantes de las naciones insulares del Pacífico, es un cristiano devoto y sigue al pie de la letra las tradiciones.
Desde los animados himnos y los bailes, hasta los protocolos para saludar a los adultos mayores, Tuvalu busca mantener vigentes estos aspectos propios de su identidad tanto en sus habitantes como en la diáspora.
“Parece una locura pero creo que es una gran idea. Cómo nos asentamos y sobrevivimos durante 2.000 años en esas pequeñas islas, cómo cultivamos la tierra y sobrevivimos a sequías y hambrunas y enfermedades, cómo cambió nuestra cultura con la llegada de los palangi [caucásicos], cómo los pastores samoanos influyeron en nuestra lengua. Y el mar. El mar siempre ha sido nuestro salvavidas, pero ahora se ha convertido en una amenaza... ¿qué hacemos? Crear este espacio”, celebró Saloa.
Algunos, como Teafa, se han mostrado reticentes con el proyecto ya que creen que aprender la cultura desde el metaverso no se asemeja con realmente vivirla cada día; otros están inquietados sobre quién controlará los datos.
No obstante, como mencionó el reverendo Fitilau Puapua, presidente de la Iglesia Cristiana de Tuvalu, se trata, casualmente, de “lo que intentamos enseñar a nuestra gente, prepararla para enfrentarse a lo inesperado: un mundo muy diferente al que han vivido toda su vida”, sin dejar de lado sus raíces.
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