El nacionalismo combativo de Erdogan llega con ventaja al ballotage en Turquía

El discurso nacionalista y religioso del presidente sumado al miedo a la migración y la propaganda contra la minoría kurda tuvieron mayor peso en la primera vuelta que la moderación y la lucha contra la corrupción del opositor Kilicdaroglu

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Tayyip Erdogan en su último discurso de campaña en Ankara. Llega con ventaja a la segunda vuelta de estas cruciales elecciones después de haber quedado a apenas 0,50% de ganar en la primera vuelta. (REUTERS/Murad Sezer)
Tayyip Erdogan en su último discurso de campaña en Ankara. Llega con ventaja a la segunda vuelta de estas cruciales elecciones después de haber quedado a apenas 0,50% de ganar en la primera vuelta. (REUTERS/Murad Sezer)

Todo hacía prever que el catastrófico terremoto de febrero, que dejó 55.000 muertos, y la pobre respuesta gubernamental a los millones de damnificados iban a terminar con los 20 años del gobierno autocrático de Recep Tayyip Erdogan en Turquía (oficialmente Turkiye), pero ahora todo indica que está muy cerca de ganar la segunda vuelta de estas cruciales elecciones como un superhéroe que se recupera del duro golpe y sale con fuerza de entre las piedras. La explicación no está en las historietas de Marvel que muestran a este tipo de personajes, sino en el creciente nacionalismo combativo levantado por Erdogan en estos años y el entramado de corrupción que le permitieron permear con éxito a las capas más populares de la población.

Hace dos semanas, Erdogan quedó apenas a 0,5% de votos de ganar en la primera vuelta y dejó atrás por cinco puntos a la coalición de seis partidos de la oposición que llevaron como candidato al moderado centroizquierdista Kemal Kilicdaroglu. Las esperanzas opositoras de una mayor fiscalización para detener el fraude que se había registrado en al menos 3% de las mesas de votación y la conquista de mayor cantidad de votos en las zonas donde vive la minoría kurda, fueron enterradas cuando el tercer candidato, el ultranacionalista, Sinan Ogan, que obtuvo el 5% de los votos, llamó a sus seguidores a votar por Erdogan.

Para agradecer, el presidente se fue a rezar a Hagia Sophia (Santa Sofía), la mezquita y antigua iglesia de Estambul que el gobierno turco convirtió en museo en 1934 por respeto a sus historias bizantina y otomana. Erdogan anuló esa decisión de forma polémica en 2020, una de las muchas medidas populistas que salpicaron su carrera. Kilicdaroglu celebró la víspera de la votación depositando flores en la tumba de Mustafa Kemal Ataturk, el fundador de la República Turca que encabezó la secularización del país. La polarización no podía ser más grande.

Seguidores del partido de Erdogan, seducidos por el discurso nacionalista y religioso de su candidato.( REUTERS/Murad Sezer)
Seguidores del partido de Erdogan, seducidos por el discurso nacionalista y religioso de su candidato.( REUTERS/Murad Sezer)

La propaganda electoral de Erdogan fue muy efectiva en divulgar dos ideas falsas sobre la figura del candidato opositor: que apoya a los terroristas kurdos y que no es un buen musulmán por pertenecer a la minoría religiosa y cultural de los alevíes (una variante mística shiíta en un país mayoritariamente sunita). La acusación del oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) está basada en el hecho de que el principal partido prokurdo, el HDP, anunció que apoyaba a Kilicdaroglu. El líder democrático kurdo del HDP, Selahattin Demirtas, está encarcelado desde fines de 2016 por “propaganda terrorista”. El oficialismo asegura que su conglomerado “es apenas la fachada de la guerrilla separatista” representada por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Lo de los alevíes es un asunto cultural muy arraigado y fomentado desde las mezquitas. Los acusan de herejes porque no van a orar cinco veces al día y porque no cumplen con todos los preceptos en las celebraciones.

Antes de la primera vuelta parecía que Erdogan iba a ser castigado sobre todo por la falta de respuesta a los millones de damnificados del terremoto del 7 de febrero que dejó, al menos, 55.000 muertos. Pero en zonas donde aún hay decenas de miles de familias viviendo en carpas, el oficialismo terminó ganando en 10 de las 11 provincias afectadas. Esto a pesar de que muchos electores fueron a votar con carteles que decían “devlet nerede” ¿dónde está el Estado? Los observadores internacionales aseguran que fue allí y en las zonas kurdas controladas por el ejército turco donde se produjo un fraude que, de acuerdo a cálculos periodísticos, habría sido de al menos un 3% del total de los votos escrutados.

Y está la creciente recesión económica. La inflación en Turquía es más alta que en cualquier otro país del G-20 excepto Argentina. Según el Instituto Turco de Estadística (TUİK), fue del 64,27% en 2022, pero el independiente Grupo de Investigación de la Inflación (ENAG), la coloca en más del doble: 137,55%. Desde 2021, la lira turca perdió la mitad de su valor frente al euro. Erdogan prometió convertir a Turquía en una de las 10 mayores economías del mundo para 2023. Nada de esto sucedió. El país descendió del puesto 17 al 19. La renta per cápita cayó de 11.300 a 9.600 dólares, en lugar de aumentar a 25.000 dólares, como predijo el presidente.

Personas hacen cola para recibir comida tras el terrible terremoto de febrero, en Kahramanmaras, Turquía. La pobre respuesta estatal a las víctimas no disminuyó el caudal de votos oficialista. (REUTERS/Eloisa López)
Personas hacen cola para recibir comida tras el terrible terremoto de febrero, en Kahramanmaras, Turquía. La pobre respuesta estatal a las víctimas no disminuyó el caudal de votos oficialista. (REUTERS/Eloisa López)

El tercer elemento importante en esta votación es la presencia de los refugiados sirios. Casi cuatro millones de sirios se instalaron en Turquía huyendo de una guerra civil que devastó el país a lo largo de 12 años y mató a casi 500.000 personas. Las 11 provincias turcas afectadas por la catástrofe del sismo acogen a 1,74 millones de migrantes, según la ONU. Los turcos se quejan de que los sirios reciben mayor ayuda estatal que ellos.

“La verdad es que muchos votantes turcos apoyaron a Erdogan, pese a reconocer que la corrupción en su partido ha alcanzado proporciones astronómicas y que la mala gestión económica ha provocado una inflación de tres dígitos y graves padecimientos. Lo apoyaron incluso en áreas muy afectadas por el terremoto, donde las prácticas corruptas del AKP fueron un factor importante del grado increíble de devastación y pérdida de vidas”, escribió el famoso economista turco, profesor del MIT estadounidense, Daron Acemoglu. “Pero tampoco puede decirse que las elecciones hayan sido libres y justas. La televisión y los medios impresos están bajo control casi total de Erdogan y de sus aliados. El líder del partido minoritario kurdo lleva varios años en prisión; la justicia y buena parte de la burocracia ya no son independientes y se muestran sistemáticamente obedientes a Erdogan”.

La respuesta a lo sucedido, parecería que tendríamos que ir a buscarla al clientelismo electoral del AKP, que no es para nada exclusivo. Para que lo entendamos mejor en América Latina, es muy similar a lo que ocurre con el PRI en México y al peronismo en Argentina. En el período electoral, Erdogan aumentó el salario mínimo y sobre todo el de los empleados estatales, lanzó líneas de créditos muy beneficiosos para los trabajadores de las empresas aliadas y repartió dinero en efectivo en las zonas afectadas por el terremoto mientras se ofrecía a las víctimas nuevas casas a cambio de un voto asegurado. El resto, ya estaba amañado. Erdogan controla casi todos los resortes de la justicia, el parlamento, la prensa (en abril, Erdogan tuvo 32 horas de difusión en la televisión estatal y Kilicdaroglu 32 minutos) y hasta el ejército que era el mayor garante del legado secular y democrático de Ataturk.

“Seguiremos abrazando nuestra nación, que es una forma de pensar que proviene de nuestra cultura”, dijo Erdogan a CNN Turk en una entrevista el jueves. “Si ganamos el 28 de mayo, con el permiso de Dios, ganará cada uno de nuestros 85 millones de habitantes”.

Carteles de propaganda electoral de Kemal Kilicdaroglu. La oposición se enfrentó a un poderoso aparato estatal de comunicaciones. (REUTERS/Yves Herman)
Carteles de propaganda electoral de Kemal Kilicdaroglu. La oposición se enfrentó a un poderoso aparato estatal de comunicaciones. (REUTERS/Yves Herman)

El elemento religioso es esencial para explicar el fenómeno de Erdogan. La primera vuelta de las elecciones muestra claramente que ganó en las zonas más deprimidas del centro del país y del norte, sobre el Mar Negro que también se caracterizan por ser las de mayor penetración del islamismo. En cambio, la oposición ganó en las costas del sur y el occidente, así como en las grandes ciudades, donde se concentra la clase media profesional. “Erdogan ha fusionado el orgullo religioso y nacional, ofreciendo a los votantes un agresivo antielitismo que opera a nivel nacional e internacional”, afirmó Nicholas Danforth, historiador e investigador del centro de estudios ELIAMEP. “La gente sabe quién es y cuál es su visión del país, y parece que muchos lo aprueban. Dicho esto, el hecho de que tenga el viento a favor no significa que todo vaya a ir sobre ruedas. La economía seguirá empeorando, la oposición no va por buen camino y a muchos líderes mundiales no les gusta ni confían en él más de lo que lo hacían ayer”, agregó en una entrevista con Reuters.

Y ahí está el punto que la revista The Economist remarcó cuando bautizó a ésta como “la elección más importante del año en el mundo”. Turquía con Erdogan a la cabeza juega un papel fundamental en Medio Oriente y Asia Central. Es aliado de Vladimir Putin y quiere ser un mediador en la guerra lanzada por la invasión rusa a Ucrania. Tiene la autoridad legal internacional sobre los estrechos que unen el Mar Negro al Mar Mediterráneo, por donde pasan suministros para Ucrania y sale parte del trigo que ésta exporta. No hay que perder de vista que hay tres millones de inmigrantes turcos en Alemania que inciden decididamente en la política de ese país. Y, obviamente, Turquía es un miembro fundamental de la OTAN que sigue vetando la entrada de Suecia a la organización. La permanencia de Erdogan en el poder en Ankara es un asunto que excede largamente las fronteras turcas.

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