El Ministerio de Unificación de Corea del Sur informó este jueves de un hecho inusual que hacía años no registraban. Días atrás, la noche del 6 de mayo, las autoridades militares que patrullan la frontera marítima con su vecino del norte -con quien, técnicamente, siguen en guerra- avistaron un barco pesquero que se acercaba a la Línea Limítrofe del Norte (LLN), ubicada en el mar Amarillo.
Se trataba de una rústica embarcación con ciudadanos norcoreanos que llevaban navegando desde aquellas costas y fueron interceptados por las autoridades de Seúl poco después de cruzar la frontera.
A pesar de que no ha trascendido la cifra exacta de pasajeros a bordo de la balsa, sí se conoció que entre ellos había niños y, además, que dos de las familias confesaron su voluntad de desertar del régimen de Kim Jong-un.
Este sería, entonces, el primer caso de abandono de la nación de un grupo familiar registrado de manera oficial desde 2017.
De momento, la agencia de noticias local Yonhap informó que las autoridades surcoreanas están interrogando a los sujetos aunque se limitaron a brindar más detalles al respecto.
Si bien las huidas de Pyongyang no son una novedad, sí lo es la elección de esta ruta ya que está fuertemente vigilada por las fuerzas de seguridad del régimen. En su lugar, los desertores suelen optar por cruzar la frontera hacia China y se instalan allí -incluso bajo el riesgo de ser deportados- u optan por asentarse en el país del sur pero a través de una travesía más larga, que implica el paso por Tailandia o Mongolia.
Sin embargo, desde el comienzo de la pandemia, los controles fronterizos en Corea del Norte se han vuelto cada vez más estrictos, lo que ha derivado en una drástica reducción de desertores. Mientras en 2019 hubo casi 1.000 casos reportados por Seúl, en 2020 fueron sólo 229 y, en 2021, cayó hasta los 63. 2022 registró un leve repunte, con 67 casos, aunque aún muy por debajo de las cifras pre pandémicas.
La censura, la persecución, los abusos y las estrictas condiciones en las que están obligados a vivir las personas bajo el régimen de Kim Jong-un hacen de Corea del Norte un país cada vez más inhabitable.
El dictador parece muy entusiasmado por mantener el orden social, mejorar sus misiles y probar al mundo su poderío armamentístico pero olvida una cuestión fundamental: gobernar para el bien de los ciudadanos.
Con la irrupción del coronavirus, el país se cerró al mundo y puso en pausa casi todas sus importaciones, entre ellas, vacunas, medicamentos básicos y hasta alimentos. Como consecuencia, la disponibilidad de productos es cada vez menor y, sus precios, cada vez más difíciles de afrontar.
Esto ha llevado a los expertos a advertir de una posible crisis alimentaria en puerta que, de no resolverse a tiempo, podría derivar en una catástrofe humanitaria similar a la hambruna de cuatro años que el país afrontó a mediados de los años 90.
Lucas Rengifo-Keller, analista del Instituto Peterson de Economía Internacional, dijo que en base a datos comerciales, imágenes satelitales y estimaciones de la ONU, el suministro de alimentos en el país vecino “ha caído por debajo de la cantidad necesaria para satisfacer las necesidades humanas mínimas” y, otros expertos, aseguran que ya comenzaron a darse las primeras muertes por inanición y desnutrición.
Frente a esto, sumado a la crisis económica causada por la falta de actividad privada y el monopolio del Estado, muchos consideran huir del país, inclusive si ello implica un fuerte riesgo o hasta les cuesta la vida.
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