Recep Tayyip Erdoğan domina la escena política turca desde hace dos décadas aumentando su poder con cada elección. Este domingo, con uno de los comicios más reñidos desde que Mustafa Kemal Ataturk creó la moderna Turquía en 1923, todo eso puede cambiar. Pero antes vamos a ver una titánica lucha de este animal político de 69 años por permanecer en el poder en forma vitalicia. La mayoría de los sondeos dan una leve ventaja al líder de la oposición, Kemal Kılıçdaroğlu, respaldado por una alianza de seis partidos que van de la centro izquierda hasta la derecha más conservadora. Pero la pregunta que permanece en el aire es si Erdogan está dispuesto a entregar el poder en el caso de ser derrotado o si es capaz de llamar a sus seguidores para asaltar el gobierno como lo hicieron Donald Trump y Jair Bolsonaro.
A juzgar por su último discurso de campaña, va a presentar resistencia. “Mi nación no entregará este país a alguien para que se convierta en presidente con el apoyo de Kandil”, dijo el presidente islamista en un mitin político, en referencia al presunto apoyo que recibiría Kiliçdaroglu del PKK, la milicia kurda que lleva casi cuatro décadas de lucha armada por la liberación del Kurdistán y que tiene su epicentro en la sierra del Kandil. Aunque el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas en turco), el principal partido kurdo, respalda la coalición de seis partidos liderada por Kiliçdaroglu, el PKK nunca se pronunció al respecto y, en general, rechaza estas elecciones.
El ministro del Interior y hombre fuerte del gobierno, Suleiman Soylu, directamente acusó a Occidente de estar detrás de un supuesto “golpe de Estado”. “Cuando todos los métodos que intentaron en el pasado fallaron, ellos dijeron que solo podrán controlar Turquía de esa manera … El 14 de mayo es un intento de golpe”, aseguró Soylu.
“Si la oposición gana en forma contundente, le será muy difícil al gobierno manipular el resultado o desconocerlo. El peligro está en el caso de que haya una diferencia de apenas un 1% o 2%, allí todo puede suceder”, explica Senem Aydin-Düzgit analista y profesora de la Universidad Sabanci de Estambul. Erdogan tiene todos los poderes para presionar a la Junta Electoral y que esta ordene repetir las elecciones o hacer intervenir a las fuerzas de seguridad que controla. Hay un antecedente en este sentido cuando Erdogan logró una repetición de las elecciones a la alcaldía de Estambul tras la derrota de su candidato por unos pocos miles de votos. Claro que la maniobra no le dio buen resultado en ese momento. El candidato opositor, Ekrem Imamoglu, logró una mayor cantidad de votos y se convirtió en su rival más carismático y peligroso.
Erdogan ganó cinco elecciones parlamentarias, dos presidenciales y tres referendos. También desbarató un intento de golpe militar. Pero esta vez es diferente. La economía está en recesión, la inflación oficial es de 64% anual y los cálculos independientes la ponen por arriba del 137%, la lira perdió en dos años la mitad de su valor con respecto al euro y la renta per cápita cayó de 11.300 a 9.600 dólares. El terremoto del 7 de febrero que dejó 55.000 muertos desnudó la corrupción estatal en la entrega de los permisos de construcción y la falta de infraestructura para ayudar a las víctimas. La mayoría de los damnificados siguen viviendo en carpas u otras construcciones precarias. Y existe un hartazgo social ante los atropellos contra las libertades individuales que se acentuaron con el tiempo desde que Erdogan alcanzó el poder.
Es la primera vez que la oposición logra ir unida a una elección. Y a 72 horas de los comicios, otro candidato marginal, Muharrem İnce, se bajó después de que aparecieran unos audios comprometedores en las redes sociales y sus votos se sumarían a los opositores. Con esta nueva situación, las últimas encuestas indican que la Millet İttifakı (Alianza de la Nación) de Kilicdaroglu alcanzaría el 50% de los votos y podría ganar en la primera vuelta.
La cuestión fundamental es cómo responderá el hombre fuerte si siente que su poder está seriamente amenazado. Erdogan ha mostrado tendencias cada vez más autocráticas en la última década y ha centralizado el poder en torno al todopoderoso sistema presidencial que adoptó tras el referéndum constitucional de 2017. Desde ya, está utilizando todos los recursos del Estado para reforzar su campaña política. Los medios de comunicación están amordazados. Y aún rige el estado de emergencia en 10 provincias afectadas por el terremoto, que se va a levantar apenas unas horas antes de que comiencen las colas para votar. Selahattin Demirtaş, ex colíder del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), de mayoría kurda y tercera formación política, lleva en prisión desde 2016. Existen serias dudas sobre la independencia de la Junta Electoral Superior.
Como escriben Şebnem Arsu, Maximilian Popp y Özlem Topçu en un artículo de Der Spiegel, “en el centenario de su existencia, la República Turca se encuentra en una encrucijada. Si Erdoğan es reelegido para otro mandato, los observadores temen que pueda transformar el país en una dictadura, declararse gobernante vitalicio y abolir las elecciones. Sin embargo, una victoria de la oposición no garantiza que esto llevaría necesariamente a Turquía en una nueva senda. Sin duda, Kılıçdaroğlu ha prometido resucitar la democracia y el Estado de derecho en el país. Pero no está claro si Erdoğan aceptaría la derrota, o si trataría de emular a Donald Trump en 2021 e incitaría a sus seguidores a levantarse en protesta.”
En un editorial, el Financial Times plantea una preocupación similar. Con su particular estilo, el diario financiero británico dice que “en una nación profundamente polarizada, Erdoğan es posiblemente el político más popular de Turquía, con un fuerte apoyo entre su base conservadora. Esto, unido a la desigualdad de las condiciones electorales, significa que sería imprudente asegurar su derrota. Pero si pierde, debería aceptar los resultados. La orgullosa historia democrática de Turquía está en juego”.
El temor de la oposición es que Erdogan vaya a ser presionado por los grupos (algunos hablan de mafias) que él benefició y lo sostienen en el poder. En primer lugar, las grandes compañías de construcción representadas por cinco grandes oligarcas que ganan todas las licitaciones. Estas empresas trabajan muchas veces al borde de la ley. Son las principales acusadas de haber construido edificios en zonas sísmicas y de ser responsables de miles de muertos en el último terremoto. También están las empresas de recolección de la basura y la limpieza de las grandes ciudades. Una de las primeras medidas de Erdoğan cuando fue elegido como alcalde de Estambul en 1994, en el comienzo de su carrera política, fue despedir a los trabajadores municipales sindicados y contratar a empresas privadas, que empleaban a marginales para prestar servicios municipales. “Digamos que mató dos pájaros de un tiro”, explica Berk Esen, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Sabancı de Estambul. “Esa empresa es propiedad de una persona conservadora afiliada al Partido que da trabajo a los más pobres, aunque les pague muy poco y no tengan ningún derecho laboral, pero ambos terminarán votando a Erdogan y poniendo plata para su campaña”.
Ahora, esos que lo adoraban entonces por su aspecto de hombre alto y carismático que pronunciaba discursos encendidos y caminaba como un “kabadayı”, un luchador callejero, ya subieron varios peldaños en la sociedad y no querrán perder de ninguna manera sus privilegios. Son ellos los primeros que acudirán a defenderlo con uñas y dientes si Erdogan juega la peligrosa carta de la víctima.
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