En Washington, Bruselas, París, Londres o Berlín hay cautela y discreción para no desatar la furia del Presidente en el poder en Turquía desde hace 20 años. Para estos gobiernos, una derrota de Recep Tayyip Erdogan promovería mejoras en las complejas relaciones existentes entre Ankara y Occidente.
La posibilidad de una alternancia en Turquía, algo durante mucho tiempo inimaginable, ahora se vuelve factible. La crisis inflacionaria y los devastadores terremotos en el país harán que los turcos se dirijan a las urnas el domingo para unas elecciones presidenciales y legislativas con un escenario reñido. El presidente saliente deberá competir con Kemal Kiliçdaroglu, un rival con chances de arrebatarle el poder.
El contrincante, líder del partido “kemalista” CHP, es el candidato de una coalición de seis partidos que van desde la derecha nacionalista hasta la izquierda democrática, y que ha recibido un decidido apoyo del partido pro kurdo HDP, algo que se vuelve novedoso y aumenta los probabilidades del opositor.
A pesar de los esfuerzos de Erdogan por dinamitar el camino de esta alianza, su candidatura se ve erosionada por una grave crisis económica con una inflación del 44% anual en abril. En el poder hace dos décadas, primero como primer ministro y luego como presidente, el líder turco defiende su política económica heterodoxa, fundada en las tasas de interés más bajas posibles para estimular la actividad.
Sumado al descontento por la suba de precios, luego de haberse cumplido tres meses desde el terremoto que mató a más de 50.000 personas únicamente en Turquía, las consecuencias del sismo que desplazó a 2,7 millones de personas, tambien atenuarán las simpatías por su desempeño frente a esta catástrofe.
Las encuestas señalan que, en la zona del terremoto, Erdogan verá reducido su apoyo entre 4 y 10 puntos, aunque sería igualmente el candidato más votado. Mientras, en las mismas regiones arrasadas por las fuerzas de la naturaleza, Kiliçdaroglu ha prometido no sólo reconstruir las viviendas, sino entregar nuevas de forma gratuita a los damnificados. Se calcula que esto demandaría una inversión pública de alrededor del 5% del PIB.
Bajo estas tensiones internas es que en Europa y Estados Unidos observan con discreción los escenarios futuros. Las relaciones bilaterales con varios Estados han sido complicadas con Erdogan en la presidencia. Con algunos miembros de la Unión Europea, como Grecia, Chipre o Suecia, el líder de 74 años mantiene relaciones inquietantes.
Según el diario Le Monde, para Marc Pierini, investigador asociado de Carnegie Europe y ex embajador de la Unión Europea (UE) en Ankara, “una victoria de Erdogan sería una victoria de Putin”. Por el contrario, su derrota retomaría una normal agenda con los países occidentales, empezando por los europeos.
Públicamente, la coalición de oposición que quiere hacerse del gobierno ya ha adelantado que impulsará la reapertura de las negociaciones para ingresar a la Unión Europea, abiertas en 2005 y congeladas oficialmente desde 2018. “La pertenencia plena a la Unión Europea es nuestro objetivo“, se confirma entre sus propósitos si llega al poder.
Además, el hartazgo se mide entre los turcos quienes temen que Erdogan se vuelva cada vez más autoritario, imitando los comportamientos de su “amigo” Vladimir Putin. Los líderes de Rusia y Turquía ensayaron su última simpatía, en Akkuyu, en el sur de Turquía a orillas del Mediterráneo, con motivo de la presentación de la primera central nuclear turca construida con apoyo financiero y tecnología rusos.
La invasión rusa a Ucrania expone el doble estándar de Erdogan. Aunque se encuentra alineada con los países de la OTAN, condenando la violencia rusa, suministrando drones al gobierno ucraniano o intercediendo para restablecer el suministro de cereales por el Mar Negro, Ankara no adhirió a las sanciones adoptadas contra Moscú por los países occidentales. Este juego, incluso para muchos, permitiría a Erdogan establecer dudosas negociaciones para saltar las barreras impuestas a Moscú.
No obstante, un virtual triunfo de la coalición opositora no significa de inmediato que Europa haga un giro a sus prioridades frente a Turquía. “Para Europa, la pertenencia de Turquía a la Unión Europea no está oficialmente enterrada pero no está en la agenda”, decia una fuente diplomatica a la prensa francesa.
Pero Kilicdaroglu ha dicho que solicitará una amigable renegociación de la unión aduanera de su país con la UE, vigente desde 1996. Algo posible si Ankara rebaja las tensiones con los europeos en varios frentes.
Al mismo tiempo, Washington espera que la renovación del gobierno permita que se adopten medidas para la restauración democrática plena, retomar un normal ejercicio del Estado de derecho luego de excesos por parte de Erdogan.
Un camino para ello sería que Estados Unidos y Europa intensifiquen con un nuevo gobierno el diálogo para ayudar a las autoridades a resolver los problemas económicos del país. Además de nuevas pautas para la unión aduanera, una flexibilización de las pautas para los visados de los ciudadanos turcos, o incluso la participación de Turquía en los proyectos gasistas del Mediterráneo oriental podrían ser buenas herramientas de acercamiento y disolución de diferencias.
Pero la derrota no hará sencillo ningún trámite. Turquía, luego de dos décadas con Erdogan, se ha convertido en un pais poderoso en lo militar y una potencia diplomática. Un Occidente menos dominante en la escena internacional pueda hacer que Turquía quiera seguir mostrándose con relaciones zigzageantes.
Seguir leyendo: