“Lo trajo un terremoto, otro se lo tiene que llevar”, es la frase que se escucha en las calles de Estambul. Un eslogan informal de campaña opositora que surgió de la gente del Kapalıçarşı, el Gran Bazar. Se refiere a que el actual líder, Recep Tayyip Erdogan, llegó al poder hace 21 años ante la falta de respuesta de los partidos tradicionales que gobernaban entonces al terremoto de 1999 en Izmit que dejó 18.000 muertos. Los turcos eligieron en las siguientes elecciones de 2002 a un antisistema y anticorrupción, un islamista que terminó quedándose dos décadas entre sus períodos como primer ministro y presidente y construyó un estado autoritario. Ahora, otro terremoto, el del 7 de febrero que dejó 55.000 muertos, terminó desnudando las falencias del Estado como ocurrió en 1999 y pareciera tener la potencia para provocar un nuevo cambio de régimen.
Como hace 21 años, la pregunta que está en el aire de esta Türkiye –ese es ahora el nombre oficial del país- es: “devlet nerede” ¿Dónde está el Estado? Es lo que se preguntan los cientos de miles de turcos que aún permanecen en carpas y centros temporarios. La misma que se hicieron en 1999 y que desde entonces se volvió en un clamor popular permanente. Los terremotos desnudan la corrupción del régimen. Como en Izmit, comenzaron a aparecer las endebles construcciones en las casas que proporciona el gobierno y los videos en los que los inspectores reciben coimas para dar permisos de construcción con materiales inadecuados en terrenos prohibidos.
Este es el contexto en el que se realizan las elecciones del 14 de mayo y que seguramente tendrán una segunda vuelta dos semanas más tarde. El imbatible Erdogan aparece ahora en todas las encuestas por debajo del candidato de la oposición unida, Kemal Kilicdaroglu, pero todos los analistas advierten que no se puede descartar el poder que aún tiene el presidente con el manejo del aparato del Estado que podría ser decisivo, sobre todo en un ballotage. Se trata de una contienda con final abierto en un país golpeado por los 84.000 millones de dólares en pérdidas causadas por el terremoto, con una inflación anual que según el Instituto Turco de Estadística (TUİK), fue del 64,27% en 2022, pero que el independiente Grupo de Investigación de la Inflación (ENAG), coloca en más del doble: 137,55%.
La oposición, después de meses de idas y vueltas, logró armar una coalición de seis partidos que van desde la centroizquierda hasta la derecha más dura formando una Alianza nacional o “la mesa de los seis” como los bautizó la prensa. Y nombraron como candidato Kemal Kiliçdaroğlu, de 74 años, líder del Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco), secular, socialdemócrata y kemalista (por Mustafa Kemal, el fundador de la Turquía moderna que sentó las bases para una república laica). Aunque la alianza es muy heterogénea, integrada por militantes como los del Buen Partido (IYI), de derecha nacionalista, hasta el Partido de la Felicidad (Saadet Partisi), que surgió del mismo movimiento islamista que Erdoğan, aunque siempre se mantuvo en la oposición. Básicamente se trata de un gran movimiento republicano y antiautoritario que quiere regresar a un sistema más parlamentario y menos presidencialista como el que impone Erdogan desde hace dos décadas.
Mientras ya están votando los tres millones de turcos que viven en el extranjero –la gran mayoría en Alemania-, las encuestas siguen dándoles una ventaja a Kiliçdaroğlu sobre Erdogan que van desde los 2 a los 10 puntos, con una tendencia del oficialismo achicando notablemente la ventaja. Esto vuelve a la cuestión de que Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) no pueden ser subestimados. En estos años en el poder, este movimiento nacionalista, islamista y populista logró moldear las instituciones políticas para asegurarse el control del poder con mano de hierro. Tras la purga que realizó con el intento de golpe de Estado de 2016 y la permanente persecución de la minoría kurda, se aseguró de controlar cualquier oposición más allá de lo institucional. Los medios de comunicación independientes fueron ahogados por la falta de recursos y publicidad oficial. El poder judicial, que antes era un reducto de la clase dirigente nacionalista laica, es ahora coto privado de los partidarios del AKP. Erdogan remodeló el mando militar, que antes sólo era leal a los principios de Ataturk y custodios del laicismo.
Como explica Steven Cook en su análisis para Foreign Policy, incluso si ganara la oposición, “hacer cambios fundamentales en las instituciones políticas de Turquía o `implementar urgentemente... enmiendas constitucionales y legislativas´, no será tan fácil como sugieren Kilicdaroglu y sus aliados”. “El AKP ha tenido 20 años para abusar de las instituciones políticas de Turquía en su beneficio. Una vez capturado el Estado, ni los líderes del partido ni sus activistas en la burocracia y el poder judicial están dispuestos a renunciar a él tan rápidamente. Si la Alianza Nacional llega al gobierno habrá una lucha titánica en todos los estamentos”, agrega.
En cuanto a la política internacional se entiende que la Alianza opositora tendría un acercamiento más firme hacia sus aliados de la OTAN y la Unión Europea y que se alejaría de la relación estrecha que Erdogan tiene con la Rusia de Vladimir Putin. Sin embargo, Kilicdaroglu es propenso a volver a tener una relación más aceitada con sus vecinos de Siria y el dictador Bashar al Assad. Una de sus primeras medidas sería la de normalizar las relaciones, aunque en el medio quede el asunto de los tres millones de sirios refugiados de la guerra civil en su país y que permanecen dentro del territorio turco. Erdogan habla de repatriarlos a como dé lugar, habrá que ver lo que haría la alianza.
Las encuestas marcan que podría haber otros dos factores el día de las elecciones. El primero, está marcado por un tercer candidato Muharrem Ince, ex miembro del Partido Republicano del Pueblo (CHP), que podría acarrear entre el 5% y el 8% de los votos; y el segundo es que aún hay entre un 10% y 15% de votantes indecisos. Estos elementos serán los que empujen la segunda vuelta.
Aunque en los últimos días apareció un nuevo factor gravitante. La salud de Erdogan, de 69 años, que se convirtió en el principal tema de la campaña cuando tuvo que abandonar el estudio de televisión donde iba a ser entrevistado. Su ministro de Salud asegura que se encuentra bien y que fue “sólo una infección gastrointestinal”. El presidente suspendió todos los actos de campaña por dos días y reapareció con rostro pálido en una videoconferencia para inaugurar una central nuclear junto a Vladimir Putin (la central atómica de Akkuyu fue construida por el consorcio ruso Rosatom).
Y esta es la gran novedad de la campaña. Erdogan es un animal político que recorre el país sin descanso y se da “baños de masa” cada vez que puede. Si el problema de salud que padece es mucho más que la infección gastrointestinal –en Ankara hablan de infarto- esto podría ser el golpe definitivo para que la oposición mantenga la ventaja. Pero como dicen los turcos: nunca dejes suelto a un león herido.
Seguir leyendo: