Siempre atento a los desafíos regionales en materia de su seguridad nacional aún con sectores que parecen divididos dentro su sociedad civil, pero interpretando como positivo el paso atrás dado por el primer ministro Benjamin Netanyahu en el debate que dio lugar a la crisis sobre la reforma judicial, ésta semana el Estado de Israel conmemoró el 75° aniversario de su Independencia.
El primer ministro supo interpretar como señal de salud democrática pausar su estrategia política por la reforma judicial, la que según sus críticos, era un elemento de irritación social y avasallamiento a la estabilidad de las instituciones democráticas israelíes. No obstante, algunos focos menores de malestar continúan subyacentes en la oposición aunque en menor medida a las movilizaciones masivas vistas en casi todo el país hace algunas semanas.
Mientras eso sucede, los enemigos de Israel perciben la oportunidad de tomar beneficio y capitalizar el desorden potencial que podría desatarse si las movilizaciones volvieran a las calles. La construcción de la idea de sus adversarios es simple pero no por ello inocua: “En la medida que el gobierno de Netanyahu se encuentre encargándose de resolver los asuntos derivados de las protestas, sus enemigos creen que se encontrarán en una posición favorable frente a un Estado israelí concentrado en sus problemas internos y por tanto, no tan atento a la profundización que los desafíos regionales exigen”.
Aunque nada de ello haya sido confirmado o desmentido por la seguridad nacional israelí; agencias de inteligencia occidentales sostienen que -por primera vez en muchos años- sus enemigos perciben cierta vulnerabilidad subyacente al interior de Israel. De hecho, algunos movimientos regionales de las últimas semanas como el acercamiento y la inminente reactivación de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita y la República Islamica de Irán puede ser una complicación en la estrategia diplomática de Jerusalén en virtud del avance que se esperaba en el corto plazo sobre un reconocimiento oficial de la Casa Saud hacia el Estado judío; al tiempo que podría disparar ciertos desacuerdos entre Jerusalén y Washington, por lo que se vislumbran desencuentros entre la administración Biden y el gobierno de Netanyahu, algo que Israel no desea ni necesita mientras busca evitar el agravamiento de cualquier crísis interna con una oposición agazapada en su deseo de debilitar al primer ministro.
En esa dirección, la confirmación de las agencias de seguridad israelíes de los planes del presidente de Irán, Ebrahim Raisi, de aceptar la invitación oficial de Riad para visitar el reino saudita, retribuida por Teherán con su invitación al rey saudí a visitar Irán. Ambos hechos fueron festejados y respaldados por el liderazgo del movimiento de resistencia palestino Hamas, quienes también están organizando reunirse con funcionarios saudíes la semana próxima para acordar la normalización de relaciones que no sólo se habían interrumpido, sino que no tenían ninguna posibilidad de restablecerse después que Hamas derrocara -por medio de un golpe de estado que le dio el control de Gaza- a la Autoridad Nacional Palestina y diera muerte a varios hombres cercanos a Riad en aquel inesperado golpe de 2007.
El movimiento Hamas declaró públicamente en reiteradas oportunidades su búsqueda de la destrucción del Estado de Israel, por lo que el apoyo saudí sería de alto impacto regional y Hamas se sentiría fortalecido en sus postulados. Al decir de agencias de seguridad europeas, el movimiento palestino se expandió y fortaleció sus operativos en el Sur del Líbano. Una embajada de un importante país de Europa occidental en Beirut ha emitido informes clasificados que indican los lazos y la ayuda de Irán a esa expansión de Hamas desde el Líbano meridional hacia la frontera norte israelí, un territorio que supuestamente debería estar controlado por parte de las tropas de la ONU y libre de armas que no sean las del ejercito libanés. Ante ello, Israel acusó al movimiento palestino de haber disparado unos 25 misiles sobre su territorio desde esa región del territorio libanés a principios de este mes.
Según otros informes publicados por la prensa árabe regional, Irán también se ha dado al trabajo diplomático de restablecer sus relaciones con la República Arabe de Egipto (considerada una potencia en el mundo árabe) con la que Israel tiene relaciones y un acuerdo de paz desde hace varios años que permitió a ambos países trabajar juntos en materia de intercambio, comercio y ciencia y tecnología, pero lo más importante, en aspectos importantes de seguridad nacional para ambos estados.
En el mismo mapa de cambio en las relaciones, los estados árabes están acercándose e invitando a Siria, un abierto aliado de Irán y enemigo del Estado judío. Ello configura una señal fuerte de los países árabes en favor del presidente Bachar Al-Assad, que había sido expulsado de la Liga Arabe y sindicado por ella como un paria regional dada la brutalidad con que la comunidad sunita de siria denuncio haber sido reprimida por su gobierno durante el levantamiento de la mal llamada Primavera Árabe del año 2011, y lo mismo en la posterior desgarradora guerra civil que siguió y destruyó gran parte de aquel- país. Sin embargo, el acercamiento actual hacia Assad está marcando su regreso al concierto de estados árabes.
Según confirmaron a Infobae fuentes árabes el Consejo de Cooperación de Países del Golfo (CCPG por sus siglas en español), Arabia Saudita estaría jugando un papel decisivo en la instrumentación para levantar el veto sobre Al-Assad y facilitar el regreso de Siria al tablero árabe con la sola exigencia que los sunitas sirios -apoyados por los árabes del golfo- tengan mayor participación y capacidad de decisión en el gobierno sirio.
Agencias de inteligencia occidentales disponen de informes detallados del viaje del ministro de Relaciones Exteriores sirio, Feisal Al-Miqdad a Jeddah y de las reuniones que mantuvo con sus colegas del golfo. Estas reuniones han sido las primeras de carácter formal de un alto funcionario sirio con el CCPG desde que la Liga Arabe había cortado sus relaciones con el gobierno sirio. Este aspecto debería ser central para Israel ya que muestra un acercamiento no esperado entre Siria y los poderosos miembros del CCPG. En ese mapa de re-acomodamiento político de relaciones en el mundo árabe, Israel se enfrenta a un escenario que está mutando velozmente y que posiblemente no le resulte estable ni calmado.
El detalle relevante del tablero que va dibujándose pareciera que ya no está dividido en la histórica confrontación sunita y chiíta entre Arabia Saudita e Irán. Riad ya no está acercándose relajadamente a Jerusalén y alejándose de Teherán como en los tiempos de la administración Trump, donde se alcanzaron los Acuerdos Abraham y Siria ya no es considerada como una dictadura marginal por del mundo árabe. Estos movimientos abren un escenario de desafíos nuevos para el gobierno israelí donde la preocupación central era cómo abordar el problema militar planteado por Irán en virtud de su progreso nuclear y la amenaza que eso significaba para Jerusalén, mas el apoyo de Teherán a los grupos palestinos hoy se ve ampliada y seguramente le impedirá lograr nuevos acuerdos de paz con otros estados árabes con los que pensaba hacerlo.
Es allí donde radica la importancia que los adversarios de Israel asignan a la discordia interna y a cualquier crísis política de su gobierno, cualquier desavenencia interna hará que se perciban más fuertes y optimistas; de hecho -aunque difícilmente suceda- están instalando la idea que la conflictividad interna de Israel genera una posición de desgaste que puede dar lugar a su destrucción, algo que han buscado e intentado hasta hoy sin éxito en sucesivas guerras contra el estado judío. Así, más allá de su conocida retorica, sus enemigos se encuentran expectantes ante la reactivación de las protestas sobre la reforma judicial y confían que ellas se extenderán a otros aspectos de la vida politica del estado israelí, por lo que no cabe duda que las discordia interna de la clase política y la efervescencia de la sociedad civil contra su primer ministro favoreció a sus enemigos, que continúan centrados en Jerusalén como su objetivo más relevante.
Aunque muchos ciudadanos israelíes no lo vean, Israel hoy es visto por varios gobiernos árabes como una sociedad civil dividida con un marcado deterioro en su funcionamiento en relacion a años anteriores. Que ello sea o no una realidad no es relevante para la percepción de sus adversarios. Incluso sin publicitarlo algunos países árabes amigos como los signatarios de los Acuerdos Abraham están replanteándose la situacion estratégica regional de Israel considerando el potencial conflicto interno que podría afectar su capacidad militar como aliado. Ante ello, el estado israelí, su gobierno y su sociedad civil, deberían profundizar su visión de ese eventual escenario como una importante llamada de atención e interpretar que, si alguna vez exhibió la fortaleza que lo llevó a la victoria frente a sus enemigos, ello sucedió por la unidad de su pueblo con sus diferentes gobiernos y si no desea resignar esa ventaja estratégica no debe exponer sus desavenencias políticas internas como fueron hechas. Hacerlo, lo expone frente a los planes de sus enemigos y lo debilita más allá de su fortaleza militar y es altamente peligroso porque no sería extraño que lo coloque en un escenario de opciones acotadas donde no es descabellado pensar que, como única alternativa, debería enfrentar una nueva guerra defensiva de muy alto costo.
Por lo mismo, todas las partes al interior de la politica israelí harían bien en negociar y alcanzar un compromiso que baje las tensiones internas que subyacen y que facilite a su gobierno concentrarse más allá de sus fronteras. Por su parte, la administración Biden, en lugar de maltratar a Netanyahu por su intento de reforma judicial, haría bien en alentar un compromiso útil a la seguridad regional del Estado de Israel ya que es el único socio confiable que ha tenido por años en relación a los intereses de Washington en la región.
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