Esta semana se cumplieron veinte años del inicio de lo que se conoció como “Operación Libertad en Irak”. Entre el 20 de marzo y el 01 de mayo de 2003 se desarrollaron acciones militares que fueron contundentemente ejecutadas por aire y tierra sobre el país árabe conducido por el dictador Saddam Hussein y finalmente acabaron con su gobierno.
Doce años antes, en 1991, Estados Unidos junto con 49 países aliados habían llevado adelante de forma coordinada la “Operación Tormenta del Desierto”, que no necesitó más que una acción de tropas de infantería y blindados y en poco menos de cinco días expulsó al ejército de Saddam de Kuwait -país que había invadido semanas antes-. Así, las fuerzas militares iraquíes fueron neutralizadas y eliminadas. El otrora ejército más poderoso del mundo árabe quedó fuera de combate en una de las batallas más abrumadoras y espectaculares de la historia militar.
Respecto de la Operación Libertad en Irak, según estimaciones militares occidentales se esperaba que esa guerra no se extendería por más de cuatro semanas. Sin embargo, cuando irrumpieron sobre el terreno los grupos residuales del fracturado ejército iraquí reconvertidos en grupos terroristas la guerra se extendió durante siete años y sus consecuencias, en todo orden, han sido complejas desde lo geopolítico e irremediables en lo humanitario y las instituciones del país.
Oficialmente, la guerra culminó cuando Washington y sus aliados procedieron a retirar sus fuerzas militares. No obstante, analizada en términos de crisis política y conflictos religiosos internos, al día de hoy continúa activa y en el presente unos 2.000 soldados estadounidenses permanecen en el país para contener el accionar y los ataques de los grupos contrarios a los sucesivos cambios de gobiernos que Estados Unidos propuso. Sin embargo, a pesar de producirse elecciones supuestamente amañadas que no escaparon a la influencia política y religiosa de países vecinos, los ciudadanos iraquíes pudieron elegir sus representantes.
Mayoritariamente la Operación ha sido criticada por su falta de planificación en materia de organización relativa “al día después” de la intervención militar y fue calificada por diversos sectores anti-estadounidenses como un fracaso en términos de liberación de Irak de la cruel dictadura de Saddam Hussein y fundamentalmente por no haber alcanzado el objetivo de facilitar la democratización del país, esos elementos continúan repercutiendo en la actualidad.
El consenso internacional indicaba que el tirano Saddam Hussein era un dictador que merecía ser derrocado, había expulsado ciudadanos iraquíes al exilio, encarceló y asesinó a miles e hizo uso indiscriminado de armas químicas prohibidas contra la comunidad kurda del país borrando de la faz de la tierra a tres aldeas de esa etnia con un saldo de más de cuatro mil personas asesinadas brutalmente. No obstante, las críticas apuntaron a la forma como fue llevada adelante la Operación militar aliada. Aun hoy la crítica apunta a la manera en que Estados Unidos y el Reino Unido operaron sin lograr neutralizar la violencia política que se apoderó de Irak y que continúa en gran medida en el presente. También se insiste en que después de la intervención militar Irak perdió su independencia y todo lo que hoy ejerce es una limitada autonomía en sus decisiones políticas nacionales, las que son conducidas por Teherán quien fortaleció su influencia en Irak.
El general del ejército estadounidense Tom Franks, definió esa operación militar como “conmocionarte y disruptiva”. Sin embargo, varios analistas militares occidentales no están de acuerdo con Franks y fundamentan que eso no fue así ya que la operación utilizó una fuerza abrumadora para neutralizar una fuerza claramente inferior. El libro “Shock and Awe” del experto Harlan Ullman, explica muy bien la teoría del autor sobre cómo los ataques masivos de disrupción se convirtieron en un peligro existencial y definitivo para una nación fracturada políticamente y dividida por aspectos religiosos-confesionales con impacto para el mundo en general en virtud de la aparición de nuevos grupos terroristas como el ISIS y otros grupos satelitales ideológicamente a él en los años posteriores.
Por otra parte, la conmoción que describió el general Franks tenía tres componentes prioritarios y de similar importancia que Ullman desarticula y desarrolla acertadamente cuando explica que controlar el entorno político-religioso era el equivalente al control de aspectos fundamentales, señalando que los elementos tierra, aire y mar fue el fallo que hizo que no se alcancen los objetivos primarios de la Operación. La envergadura de la intervención militar debía generar las condiciones para dominar al enemigo y generar la capacidad de controlar al adversario y sus acciones, pero eso no ocurrió con posterioridad a la victoria militar y mucho menos al retirar la mayoría de las tropas sobre el terreno.
También falló el conocimiento en la comprensión del entorno y la idiosincrasia local, muchos analistas militares desconocían rasgos fundamentales de la idiosincrasia árabe y no hablaban el idioma, todo lo cual era de fundamental importancia. Esa misma falta de conocimiento y comprensión del entorno en la intervención militar fue determinante. De igual forma muchos errores similares volvieron a ocurrir en la mas reciente intervención de Afganistán para derrocar el poder de los talibanes y hasta el retiro final ordenado por el presidente Biden en el mes de agosto de 2.021. Ambas experiencias permiten observar que Occidente falló en su apreciación sobre los grupos terroristas al no comprender que se mueven mucho más rápido que quienes ellos consideran sus enemigos en todas sus áreas de decisión.
Después de su aparición, China publicó cerca de un millón y medio de ejemplares del libro de Ullman, Beijing lo utilizó como modelo y lo distribuyo entre sus oficiales militares mostrado el uso y ejemplo específico de cómo emplear correctamente esa definición y la variedad de herramientas militares y no militares que deben ser utilizadas en el futuro para no caer en los errores de Irak. El concepto continúa siendo utilizado por el Ejercito Popular chino tomando las definiciones de la edición del libro publicado por la Universidad de Defensa estadounidense.
La experiencia post Irak muestra que la estrategia militar estadounidense hoy apuesta por el reemplazo de lo que en aquel momento se denominó “fuerza abrumadora” por el concepto de “fuerza decisiva” que se basa en maniobras y operaciones de múltiples influencias. Pero dado que muchas de sus operaciones de influencia no requieren fuerza militar son mas bien preventivas y de apoyo indirecto que incluye la tecnología civil para implementar conmoción e influenciar y controlar la voluntad y la percepción del oponente, prueba de ello son las acciones ciber-militares y, en menor medida, también las redes sociales.
Así, la experiencia de Irak permite que Estados Unidos enfrente actualmente los nuevos desafíos estratégicos globales con más recursos y variables en el escenario internacional ya que en el caso de China se enfrenta a una superpotencia económica que dispone del ejército más poderoso de la región del Pacífico, que incluso dispone de capacidades nucleares.
Por el lado de Rusia, otra una superpotencia nuclear y un gigante energético que invadió un país vecino, el enfoque estadounidense también exige un nuevo pensamiento estratégico en el delicado escenario ucraniano.
En consecuencia, más allá de las críticas positivas o negativas, la Operación Libertad para Irak dejó claro que las operaciones de “conmoción y fuerza militar directa” como eran entendidas veinte años atrás, hoy deben considerarse un punto de referencia pero no una estrategia que no se puede criticar o modernizar para hacer efectiva cualquier necesaria intervención militar en el futuro.
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