La situación tiene tantas similitudes que es imposible creer que no se trate de la misma estrategia y el mismo objetivo. Como en Ucrania, la república de Georgia tiene dos enclaves separatistas en su territorio alimentados por el dinero y las armas de Rusia. La gran mayoría de su población es proclive a formar parte de la Unión Europea y Moscú está haciendo lo imposible para que esto no suceda. El gobierno de Tbilisi está dividido y una facción pro rusa impulsa leyes draconianas para destruir a la oposición y contener cualquier descontento como lo hace Vladimir Putin.
Esta última semana, mientras en el parlamento se discutía una “ley mordaza” en la que cualquier organización con conexiones internacionales que reciba más de un 20% de sus ingresos desde fuera del país es considerada como “agente extranjera”, se registraron masivas manifestaciones que fueron duramente reprimidas. Se trata de una copia casi exacta de la ley que rige en Rusia desde 2012 y otra en la aliada Bielorrusia, de la misma época, y que incluso permite al gobierno quitar la nacionalidad a las personas que tengan conexiones internacionales.
Según, Giorgi Gogia, director de la División de Europa y Asia Central de Human Rights Watch, la ley “intenta crear un estatus y un régimen jurídico especiales para las organizaciones y los medios de comunicación que reciben financiación extranjera y -bajo el disfraz de la transparencia- interfiere en la libertad de las asociaciones y los medios de comunicación y en sus funciones legítimas”.
El objetivo del partido mayoritario en la coalición de gobierno, Sueño Georgiano, es evitar que los partidos de la oposición, organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación independientes se vean obligados a cortar toda relación con Europa. Busca aislar al país y acercarlo cada vez más a los intereses de Rusia. Incluso, otros miembros de la coalición se oponen a la ley. La presidenta georgiana, Salomé Zourabichvili, ya se comprometió a vetarla, y en un mensaje de video publicado en Facebook dio su apoyo a los manifestantes. “Los que hoy apoyan esta ley, todos los que hoy han votado a favor de esta ley, están violando la Constitución. Todos ellos nos están alejando de Europa”, dijo Zourabichvili en el video el martes. “Dije el primer día que vetaría esta ley, y lo haré”.
Después de dos días de manifestaciones inéditas en Tbilisi y otras ciudades georgianas, el gobierno anunció que no seguiría adelante con el trámite parlamentario. A primera vista podría ser interpretado como una victoria de la oposición pro europea. Aunque la oposición sigue en guardia. La gran mayoría de los 3,6 millones de georgianos que quieren dejar la tutela de Moscú y sumarse a la Unión Europea temen que éste sea un nuevo Euromaidan, las manifestaciones que se registraron en esa plaza del centro de Kiev en 2013 y derrocaron al entonces presidente proruso Viktor Yanukovich. La alegría de los ucranianos, entonces, duró muy poco. Al año siguiente, Rusia invadió la península de Ucrania y abrió dos enclaves separatistas en Luhansk y Donetsk.
“En los últimos años, y especialmente en los últimos 18 meses, la coalición gobernante de Georgia ha tomado una serie de medidas destinadas a distanciar al país de Occidente y llevarlo gradualmente a la esfera de influencia de Rusia”, es la conclusión de un informe elaborado por el centro de estudios Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). El informe señala a Bidzina Ivanishvili, ex primer ministro y multimillonario, como uno de los impulsores de este giro hacia Moscú. “Gran parte de la responsabilidad de este alejamiento de la UE recae en el oligarca y ex primer ministro Bidzina Ivanishvili, cuyo Partido del Sueño Georgiano domina la coalición de gobierno”, dice el informe. Ivanishvili hizo una fortuna, calculada por Forbes en unos 6.400 millones de dólares, en Rusia durante su turbulenta transición a una economía de mercado, y formó parte de un influyente grupo de banqueros rusos que apoyaron la llegada al poder de Vladimir Putin. Luego, regresó a Georgia y formó el partido del Sueño Georgiano inspirado en Rusia Unida, que mantiene a Putin en el poder.
En 2008, Rusia invadió Georgia y se registró la llamada Guerra de los Cinco Días, que se saldó con más de 600 muertos, en apoyo a las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur. La primera, recostada sobre el Mar Negro, es uno de los lugares preferidos de los rusos adinerados para pasar sus vacaciones de verano; la segunda está situado en el centro del país, en la frontera con la región rusa denominada Osetia del Norte. Ambas regiones tienen su propia pequeña fuerza de seguridad, pero es el servicio fronterizo de Rusia —dependiente del Servicio Federal de Seguridad, una de las agencias de inteligencia herederas del KGB— quien custodia lo que para Moscú es una “frontera”. Se levantó una valla de casi 400 kilómetros. La franja también es patrullada del lado georgiano por patrullas de la misión de monitoreo de la Unión Europea en Georgia (EUMM).
Dentro de los enclaves se calcula que hay unos 13.000 solados rusos listos para intervenir ante cualquier conflicto que pudiera poner en riesgo el “carácter ruso” de esas zonas. Los únicos países que reconocen la “independencia” de los enclaves son: Venezuela, Nicaragua, Siria y Nauru.
Los dos enclaves permanecen encerrados en sí mismos y dependen totalmente de lo que les provee Moscú. La pandemia del coronavirus hizo que se aíslen aún más. “Esto permite a Rusia avanzar en su fijación por determinar la orientación exterior del espacio postsoviético”, explicó el diputado georgiano Nikoloz Samkharadze, que encabeza el comité parlamentario de Asuntos Exteriores, en una entrevista con la BBC. El diputado remarca que el Kremlin emplea a Osetia del Sur y Abjasia como “punto de apoyo” para tratar de “desestabilizar” Georgia. Mientras que Paata Zakareishvili, ex ministro de Reconciliación georgiano, cree que a ese aislamiento también contribuyeron en cierta manera los propios gobiernos de Georgia que “empujaron a surosetios y abjasios aún más en brazos del Kremlin al no ofrecerles salidas creíbles mientras Rusia los llena de regalos y ventajas comparativas”. “Les dijimos que, si seguían con nosotros pronto serían europeos, pero la Unión Europea nunca terminó por aceptarnos en sus filas”, se quejó amargamente Zakareishvili.
Precisamente, eso es lo que se vio esta semana en Tbilisi, la capital georgiana, en las manifestaciones contra las “leyes mordaza”, frente al Parlamento, donde flamearon tantas banderas nacionales como las europeas. Georgia está atrapada en el mismo dilema de Ucrania: quiere ser admitida cuanto antes en la Unión Europea para intentar escapar de las garras rusas. Pero lo que ambas están logrando hasta ahora es ser apenas el dulce dentro del bocadillo que se derrama ante el apetito imperial de Putin.
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