Días después del inicio de la invasión de Ucrania por Rusia, Olaf Scholz pronunciaba un discurso desde el estrado del Bundestag que inmediatamente se percibía como histórico. El canciller alemán prometía un cambio de era, pero luego de 12 meses de aquellas promesas, los resultados de la política alemana son mixtos, pero al mismo tiempo sorprendentes.
La guerra de agresión desatada por Vladimir Putin a Ucrania obliga a Europa a inclinarse hacia una “nueva era”. El socialdemócrata, que carga desde el arranque con el pesado legado de Angela Merkel, soporta la duda sobre su habilidad para materializar las demandas de su nación y del bloque comunitario.
Los retos inmediatos de Scholz, que comanda el país que dirige en gran parte la suerte de la Unión Europea, siguen marcados por la necesidad de independizarse del gas ruso, cambiar la doctrina militar para poder enviar equipamiento bélico pesado a Ucrania, y acelerar la inversión de 100.000 millones de euros para modernizar y recrear su propio ejército.
Scholz prometió el 27 de febrero de 2022 una “Zeitenwende”, una palabra que sintetiza el “cambio de era”. Un año después del ataque ruso, el canciller volvió sobre el mismo escenario para subrayar, no sólo los trazos que justifican el brutal viraje, sino resaltar que no se debe permitir un “acuerdo de paz por encima de los ucranianos”.
El líder socialdemócrata acepta el papel central del pais en las garantías de seguridad “futuras” para Ucrania y a la vez para toda la Unión Europea.
El guiño del alemán tambien llega a Washington. Desde Berlín exhortó a China, sospechada por la Casa Blanca de querer entregar armas a Moscú. “Mi mensaje a Pekín es claro: utiliza tu influencia en Moscú para exigir la retirada de las tropas rusas. Y no suministren armas al agresor ruso“, advirtió Scholz.
Pese a la magnitud de estos inesperados acoplamientos externos, la duda sigue estando sobre si Scholz podrá proyectarse por encima de las tensiones internas entre los tres partidos de la coalición. Esta será la condición para sellar su liderazgo como Canciller, a veces eclipsado ante la inevitable comparación con su antecesora.
Frente a esto, los resultados de las elecciones de Berlín de hace unos días sonaron como una llamada de atención para el gobierno: tras más de 20 años de reinado en la capital alemana, el Partido Socialista (SPD) fue superado por casi diez puntos por la Unión Demócrata Cristiana (CDU), identificado con Angela Merkel.
Sin embargo, la principal víctima fue el Partido Liberal (FDP). La mala elección los excluyó del parlamento berlinés, siendo su quinta caída consecutiva en las urnas en un año. Ya habían tenido que despedirse el pasado mes de marzo del Senado del Sarre, luego en octubre del de Baja Sajonia. También perdieron su lugar en el gobierno de Schleswig-Holstein y el de Renania del Norte-Westfalia.
Este panorama sumerge al gobierno de Scholz en una incógnita difícil de despejar, algo que enciende las alarmas internas y europeas. Los analistas entienden que el tiempo de apaciguamiento dentro de la coalición ha terminado. Así lo observó, por ejemplo, el vicepresidente del FDP, Wolfgang Kubicki, la misma tarde de las elecciones de Berlín.
Mientras todo esto sucede, la crisis derivada de la guerra ruso-ucraniana exige a Scholz que se erija sobre cierta endeblez heredada del país, en muchos casos, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y la subordinación a las potencias vencedoras, Estados Unidos y Rusia: fragilidad militar, un pais recostado en la OTAN, y altamente dependiente del suministro de energía de Moscú.
Algo ansiosos, sus socios europeos esperan más que nunca que Scholz resuelva las vacilaciones internas, algunas de ellas por sus propias limitaciones, pero muchas otras producto de las contradicciones históricas del pais. Europa aguarda que Alemania, con gran protagonismo, sea parte de la solución y no del problema.
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