—Quiero llegar a los 60.
—¿A los 60 qué? ¿Años?
—Ja. No.
—...
—A los 60 muertos.
Volodomir Kurt lleva 57. Comenzó la cuenta hace seis años, cuando tuvo su primera misión como francotirador. Contabiliza sólo aquellas muertes de las que tiene confirmación de video. “Deben ser muchos más, pero de los que tengo pruebas son solo 57″, dice.
Está en una base en algún lugar del Donbas, cerca de Bakhmut. Tiene un celular en la mano y muestra videos en los que se ve un hombre a lo lejos, una mira apuntando a un costado del objetivo, y el ruido corto de un gatillazo. Cuatro, cinco o seis segundos después se ve caer al hombre. “Los segundos que tarda en llegar la bala dependen de la distancia”, explica.
Durante años Kurt tuvo el récord en el Ejército ucraniano: fue el francotirador con el objetivo alcanzado a mayor distancia de la historia de la fuerza: 2.162 metros, dos kilómetros y poco más. Este año alguien lo superó por poco. Kurt dice que no cree que vaya a recuperar el puesto, hoy es comandante de un grupo especial y ya no participa tanto como francotirador sino a cargo de una patrulla de exploración en la cual manejan un equipo de drones, vehículos blindados de ataque, distribución de minas, y planeamiento y ejecución de extracciones tras las líneas enemigas cuando algún soldado ucraniano queda relegado tras el avance ruso.
Kurt encuentra otro video en el celular y se alegra de pronto. Lo muestra: es su hijo de seis meses mirando una pelea de la UFC a través de la televisión de su casa. “Se llama Héctor”, dice, “como el guerrero de la Iliada”. Luego pasa el dedo por la pantalla y avanza al siguiente video. Ya no es su hijo sino otro tiro a distancia. En la pantalla señala un círculo negro mínimo que se ve pixelado. Unos segundos después, el círculo cae. No sabe quién es ni qué vida tuvo. Sabe los metros a los que lo mató.
“Dejo salir el aire y espero al momento entre latido y latido. Recién ahí gatillo, para que el corazón no me haga temblar el cuerpo”, dice. Detrás suyo, mapas enormes decoran la habitación: son las posiciones enemigas que está estudiando para atacar. Su hermano está sentado a una mesa a su lado, come una ensalada de color naranja con dos panes.
—Empezaste a pelear esta guerra hace nueve años. ¿Cómo eras en ese entonces?
—Tenía 26 años. Era un romántico, era muy ingenuo. Yo pensaba que la guerra era una aventura, pero todo cambió en 2014, cuando me encontré con los primeros muertos de la guerra. Ese año fui como voluntario, y después ya volví como oficial de las fuerzas armadas. Ahí vi que la guerra no es romántica, es horror. Y me convertí en alguien más fuerte, más maduro. Me hice adulto, porque a los 26 era un niño todavía, yo pensaba que era maduro, acá entendí que no había visto nada todavía.
—¿Y qué viste?
—Lo que veo en la guerra no se puede explicar… Nosotros nos convertimos en robots programados para una sola cosa. Yo solo pienso en cómo destruir a los ocupantes que vinieron a mi tierra. Y aunque vuelvo poco a mi casa, cuando lo hago sigo pensando en eso. Hoy entendí que la plata no es nada en este mundo, es un recurso para existir pero en la guerra eso no importa. En la guerra lo más importante es lo humano, tu nivel humano, si eres gente, después todo el resto se descubre solo, si eres un guerrero de verdad, si es tu misión o no, todo eso está en el alma de uno, está acá.
Cuando dice acá, se señala el corazón. “Acá”, y se lo golpea un poco.
*
Es otro día. Kurt tuvo una semana agitada: fue dos veces a atacar una posición rusa y logró destruir una posta de artillería. Las dos veces se aproximó a la línea enemiga en un tanque que guarda escondido en una esquina perdida de un pueblo perdido de la zona de Bakhmut. La referencia es más bien vaga porque está prohibido dar pistas precisas de lo que se ve: según dicen, los rusos están a la caza de todo tipo de información que pueda ayudarlos, y aunque parezca inverosimil dicen que barren todas las noticias del mundo en busca de datos.
Ahora es de noche y Kurt fuma. Durante una hora de entrevista fumará cerca de 17 cigarrillos. Al final, se sacará la camiseta para mostrar sus tatuajes: el escudo de su unidad, su número preferido, y una enorme imagen de la parca en su brazo izquierdo. Se la hizo cuando llegó a las 50 muertes.
La primera pregunta es cuál es su misión en esta guerra, pero apenas comience a responder se escuchará muy claro el sonido de algo sobrevolando la base, como un mosquito gigante. “¿Es un shahid?”, dirá. Un shahid es un tipo de drone de fabricación iraní conocido como drone kamikaze: identifica un blanco y se lanza sobre él para hacerlo explotar. En lo que va de la guerra, es de las armas que más resultados le dio al ejército ruso.
—Es un shahid —dice, convencido—. Me parece que está por atacar, está preparándose para atacar.
Se pone de pie, sale velozmente de su escritorio, toma un rifle y sale fuera de la base. Todo está completamente a oscuras, son cerca de las 11 de la noche, y solo se escucha el ruido de un shahid acercándose.
Uno de sus soldados lo sigue de cerca, se coloca un visor nocturno y apunta al cielo buscando al drone. Unos segundo después se escucha un disparo y el ruido del shahid se apaga, y se lo escucha caer. El disparo no salió de su base sino de otra cercana, no sabemos dónde ni de quién, pero son muchos los hombres en alerta por esta zona del Donbas, la más recrudecida de la guerra.
Volvemos al escritorio. Kurt prende otro cigarrillo, mira a la cámara con una sonrisa, hace un gesto con las manos, muestra los dientes, como si fuera un boxeador jugando con su oponente antes del pesaje. Prende el encendedor, luego el tabaco, baja la manos, pide que repita la pregunta.
—¿Cuál es tu misión en esta guerra?
—Ganar la guerra a Rusia, sacar a los ocupantes de nuestra tierra. Yo trabajo para que nunca más haya guerra en Ucrania. Esa es mi meta, que mis hijos no sepan lo que es la guerra. Porque yo estoy en ella desde hace mucho tiempo y sé lo que es la muerte y la destrucción. Sé lo que es la muerte de soldados y civiles. Esto nunca debería suceder. La guerra es algo muy terrible
—¿Tienes miedo a veces?
—En la guerra hay miedo, sí. Si en la guerra alguien te dice que no tiene miedo, es una persona enferma. Pero tenemos miedo hasta que nos juntamos cara a cara con la muerte. Ahí, mientras devuelves los disparos, el miedo desaparece. La guerra nos cambia, nos volvemos más duros, sin emociones. Y entendemos quiénes son los amigos y quiénes no. En la guerra aprendí mucho sobre la gente.
—¿Existen momentos de felicidad?
—Todos los días. Sin ellos ya estaríamos muertos. El humor de los militares es muy negro y muy fino a la vez. Y lo usamos todos los días para no volvernos locos.
—Me contaste que ya mataste a 57 rusos. ¿Tienes alguna pesadilla con ellos, algún sentimiento sobre el hecho de haber matado a 57 personas?
—No tengo nada. No. Te voy a explicar: cuando tú agarras el arma por primera vez, estás preocupado porque no sabes usarla. Cuando empiezas a usarla, te consideras un buen tirador. Cuando te vas a la guerra no piensas que vas a matar a la gente, piensas que vas a destruir al enemigo, a sacar a los ocupantes de tu tierra. También hay que entender eso para no volverse loco, hay que saber lo que estás haciendo. Cada día nosotros nos encontramos con los soldados rusos, no es solo Putin el responsable de las muertes de mi pueblo, son los soldados rusos. Mi pueblo no vino a matar a nadie. Mi pueblo no está violando a nadie. Mi pueblo no dispara contra los edificios como ellos dicen. Mi pueblo no entró a ningún territorio ajeno con las armas para matar. Después que ves todo esto, empiezas a pensar: ¿qué puedo hacer para hacerlos sufrir aún más?
—¿A quiénes?
—A los rusos. A los ocupantes.
*
Kurt ahora se ríe de mí. “Si Argentina va a la guerra con soldados como tú, la pierden seguro”, dice. Mira a uno de sus soldados, me señala, le hace un comentario, los dos se ríen. Entonces se pone serio: “Tienes que estar preparado para defender a tu país”.
Tan solo diez minutos atrás acaba de terminar una misión a cuatro kilómetros de la formación rusa y Kurt está decepcionado de que no quise ir con él. “Somos periodistas, no soldados”, le explico, y él se ríe y lo desacredita: “Pierden seguro”, dice otra vez, “si son como tú pierden seguro”. Todos ríen, incluido nosotros. Es la euforia inmediata después de una misión, cuando ya pasó el peligro extremo y no sufrieron pérdidas ni heridos.
Cuando estemos de vuelta en la base, nos invitará a comer, y ya no hará chistes sobre el coraje. Salvo una última vez, que me señalará y dirá: “Higuaín… Not Messi, Higuaín”. La burla es fascinante e inaudita. Nos ofrece quedarnos a comer con el batallón: sopa, carne, guiso, pasta, torta, gaseosa, café, bebida energizante, chocolate. No falta alimento en la base de operaciones de Kurt.
—¿No te preocupa esta relación tan cercana que tenés con la muerte?
—Entre las explosiones del enemigo, mi trabajo con drones, las misiones… yo no tengo tiempo para preocuparme por los que he eliminado. No los he matado, no soy un asesino. Los he eliminado de mi tierra. He eliminado a los ocupantes.
—Es algo difícil de entender para alguien que no está en la guerra.
—Si agarras el arma en tus manos, tienes que entender para qué la agarras. De ese modo nada te tortura. Tienes que entender para qué es. Lo más difícil es hacer el primer disparo desde la mira óptica, es lo más difícil en la experiencia del francotirador. En el campo de entrenamiento, donde hacemos tiros a un cartón, no es lo mismo. El cartón no respira y no te devuelve el tiro. Disparar a esta bestia que vino a mi tierra es otra cosa, y la bestia se mueve. Hay que ser un cazador en ese momento, y toda tu rabia debe estar puesta en esa pequeña bala que va a volar al enemigo.
—No pensar.
—Hay que mantenerse tranquilo y en equilibrio. Cuando hiciste bien ese primer tiro, te empieza temblar todo, como cuando tienes tu primera relación con una mujer. Es imposible de explicar, son emociones que no se pueden comparar con nada. Y en ese momento te culpas, pero si en tu cabeza entiendes que todo lo que haces no es en vano, que no eres un asesino, que eres un destructor, ahí estás en calma. Yo no estoy matando a nadie, estoy destruyendo al enemigo. Y si lo entiendes vas a seguir haciéndolo. Si en tu cabeza entiendes que tu tiro está defendiendo a alguien, entonces ya no vas a poder abandonar. A la guerra se puede ir pero de la guerra no se puede volver.
—En cada misión que hacen corren un riesgo concreto. ¿Qué les dices a tus soldados antes de cada salida?
—Yo no tengo gente que no sepa lo que está haciendo. Entonces no necesito aconsejarlos. Cuando una persona llega a la unidad, yo la observo y veo qué puede y qué no. En el Ejército todos son muy diferentes, y en la unidad también. Todos somos distintos pero pensamos igual. Y todos tienen su tarea… Yo les cuento cuál es nuestra meta y qué queremos. Si me entienden desde la primera palabra, la tarea está hecha un 90 por ciento. Y si veo que alguien tiene dudas, simplemente lo saco de la tarea y pongo a otro que va a hacerlo bien.
—Estás hace nueve años en la guerra, imagino que has perdido muchos camaradas. ¿Hay alguna pérdida que haya dolido particularmente?
—Yo tengo cinco dedos en una mano, y cinco en la otra, si corto cualquier dedo, me dolerá por igual. No tengo ninguna perdida que duela más que otra. Somos todos como una familia. Aunque muera un soldado de otra unidad, a mi me duele igual. Una muerte de cualquiera en mi equipo es como perder a un hermano, es muy doloroso, es como sacar un tornillo de un mecanismo: por ahí la maquina pierde el equilibrio por algún tiempo. Todas las vidas que perdemos son tan valiosas que no tienen precio, la persona deja lo más preciado que tiene por su país. Pero la meta justifica todo esto. Se trata de nuestra libertad, por eso tenemos que seguir trabajando.
—¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando termine la guerra?
—Voy a llorar mucho. Si yo llego vivo hasta el día de la victoria, voy a llorar mucho, y voy a recordar a los que cayeron. No va a ser un festejo, va a ser un dolor, dolor por todos los que perdí. Dolor por todo lo que hicieron con mi país. Y voy a estar de rodillas frente a dios, si sobrevivo. Y voy a recordar cuando tenía 26 años, y voy a pensar que vuelvo a ser ese.
Fotos y video: Franco Fafasuli.
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