Infobae en Bucha, un año después de la masacre: una montaña de restos, el destino del sótano del horror y los inquietantes juguetes de los niños

El 30 de marzo de 2022 las tropas rusas dejaron la zona después de casi un mes de ocupación y el 3 de abril este mismo equipo periodístico entró a la ciudad ucraniana para registrar la matanza. Ahora, también desde el terreno, una crónica sobre qué quedó, qué se fue y qué quedará

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Regreso a Ucrania - Bucha, un año después (Video: Franco Fafasuli)

(Ucrania. Enviados especiales)-Un año después Bucha no tiene cuerpos tirados en las calles. Ya no hay tanques en la avenida principal ni se ven todas las ventanas con vidrios rotos. Ahora es un pueblo en vías de reconstrucción, con grúas y autos del ministerio de infraestructura dando vueltas, y con cafés abiertos donde venden cheesecakes. Ahora el gran edificio de viviendas en el que se instalaron las tropas rusas ya no tiene ocupantes a la fuerza, pero en sus paredes todavía se ve el rastro: parece un edificio con varicela, lleno de granos amarillos que son, en verdad, una especie de pegamento para cubrir los huecos y mantener el aislamiento.

Un año después Bucha está calma y los perros ya no comen cuerpos. No es un decir. Los perros durante los días negros de marzo comían cuerpos en las calles de Bucha porque ya nadie les daba comida y eso era lo que tenían a mano.

El pegamento que intenta tapar
El pegamento que intenta tapar los huecos de los edificos (Foto: Franco Fafasuli))

-Para usted, ¿qué fue lo peor de este año de guerra?

El presidente Zelensky piensa, su cara se transforma: pasa del temple enérgico que lo caracteriza a una voz más grave y difusa.

-Bucha… Pienso que Bucha. Hemos visto muchas cosas horrorosas en esta guerra pero creo que Bucha nos impactó a todos -dice finalmente, en respuesta a una de las preguntas durante su última conferencia.

*

El 30 de marzo de 2022 las tropas rusas dejaron Bucha e Irpín después de casi un mes de ocupación. El 2 de abril entraron los primeros funcionarios. El 3 y 4 de abril fue el turno de los primeros periodistas en entrar a registrar la masacre. Infobae estuvo entre ellos, con el mismo equipo periodístico que ahora vuelve a la escena, con la intención de ver qué quedó, qué se fue, qué quedará. Esta nota, como hace un año, está escrita desde el terreno.

Los pequeños poblados de Bucha e Irpin solían ser espacios de recreo. El río Irpín y el bosque del mismo nombre fueron durante décadas el lugar perfecto para picnics o escapadas al aire libre. Están ubicadas al noroeste de la capital, exactamente uno de los lugares por dónde intentaron entrar a Kiev las tropas del Kremlin. Bucha fue tomada casi de inmediato, el 2 de marzo ya estaban instalados ahí. Irpín costó más, y gracias a que las fuerzas ucranianas detonaron los puentes de acceso a la capital, los invasores no pudieron avanzar. Detenidos ahí, contenidos en su furia o en su impotencia, comenzaron a destruirlo todo. Y a matar: en Bucha comenzaron a matar.

Una vez liberada, las imágenes impactaron: tumbas improvisadas en las plazas, tumbas improvisadas en los jardines traseros, fosas comunes, civiles muertos en las veredas, algunos con su bicicleta atravesada entre las piernas o aferrados a alguna bolsa de provisiones. Un año después, ya no hay nada de eso: los cuerpos fueron al cementerio de la zona, ordenados uno al lado del otro, con sus cruces y sus nombres. Están organizados en la parte nueva de un cementerio ya existente, y la tierra todavía está blanda, con la arena al descubierto.

El nuevo cementerio de Bucha
El nuevo cementerio de Bucha (Foto: Franco Fafasuli)
Con la tierra todavía blanda,
Con la tierra todavía blanda, la arena al descubierto, en el cemeneterio de Bucha(Foto: Franco Fafasuli)

A la salida del cementerio hay otro, pero esta vez de automóviles. Son los vehículos que quedaron acribillados o calcinados en la ruta antes del puente que unía Irpin con Bucha. Allí, los habitantes que intentaron evacuar y no pudieron pasar conduciendo porque ya no había puente directamente dejaron los autos abandonados y se fueron caminando. Esa marcha también dio la vuelta al mundo: corredores de evacuación bajo el fuego cruzado de una batalla feroz. Así es que murió un matrimonio con un hijo en la salida de la ciudad, al lado de una iglesia, pegados a un monumento a los caídos soviéticos en la Segunda Guerra Mundial. Esa foto, realizada por una fotógrafa del New York Times, dejó en claro que la guerra -esta guerra- no tenía reglas claras.

En la ruta que va al puente los autos quedaron abandonados. Unas semanas después eran una imagen post apocalíptica, una gran postal de advertencia de lo que es capaz el ser humano. Para no olvidarlo, esos autos están hoy apilados en un parking público junto al cementerio. Allí se los ve, uno arriba de otro, pintados ahora con grafittis o intervenciones de artistas locales, intentando resignificar el dolor.

 El cementerio de automóviles
El cementerio de automóviles intervenidos por pintadas (Credito foto: Franco Fafasuli)
Las intervenciones artísticas intentando resignificar
Las intervenciones artísticas intentando resignificar el dolor (Foto: Franco Fafasuli)

Allí, además, hoy volvió una costumbre que tenía la gente local antes de la guerra: usar el parking para aprender a estacionar. Y ahí están, entre los vehículos calcinados, los vehículos de los nuevos conductores, los que tendrán un auto en el futuro inmediato y recorrerán Bucha, Irpín, Gostomel, Borodyanka… todos los poblados que fueron ocupados por los rusos.

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Volodomir tiene 64 años. Vive en el complejo de departamentos de Bucha en el que se hosperadon -a la fuerza- las tropas rusas. Los vio llegar pero no los vio irse. Un día estaba volviendo a su casa en su auto y se topó como un checkpoint en medio de la calle. Eran rusos. Les dijo que vivía más adelante y lo dejaron pasar. Avanzó, pero a las pocas cuadras se cruzó con otro bloqueo ruso pero esta vez no lo detuvieron, simplemente comenzaron a dispararle, como si fuera el enemigo. Detuvo el auto de inmediato y salió corriendo hacia el bosque. Justo entonces comenzó un tiroteo feroz con defensores ucranianos que estaban en la zona. Volodomir quedó escondido horas, hasta que oscureció y llegó corriendo a su casa. Allí se escondió hasta que se abrió el primer corredor de evacuación, a mediados de marzo.

Cuando pudo volver a entrar, luego de la retirada de las tropas rusas, encontró su auto completamente destruido, baleado, aplastado, como si un tanque le hubiera pasado por encima. Todo el complejo en el que vivía -y donde hoy volvió a vivir- estaba atravesado por la destrucción. En la plaza central había autos dados vuelta o puestos de costado para usar de parapeto, la V identificatoria de las tropas rusas estaba pintada en las paredes, había cajas de munición o de raciones de alimento de campaña acumuladas en cada rincón, y había también proyectiles sin explotar clavado en el suelo. Hoy quedan las marcas de esos proyectiles, pero los juegos para chicos volvieron a ser ocupados por los chicos.

Allí está el hijo de Olga. Tiene 9 años y juega en los toboganes. En las manos lleva un revólver. Mientras conversamos con su madre, nos apunta y hace como que nos mata. Su madre lo mira y ríe, con amargura, pero ríe. Al rato llega un amigo de su hijo, tiene otro revólver, y se empiezan a disparar balas de aire.

(Credito foto: Franco Fafasuli)
(Credito foto: Franco Fafasuli)

Olga dejó su casa antes de que llegaran los rusos, el 26 de febrero. Su marido se quedó unos días más, pero también escapó a tiempo. Cuando Bucha se liberó, ella prefirió no volver. Lo hizo su esposo, que se encargó de ordenar todo. “El departamento estaba destruído, no tenían vidrios las ventanas, la puerta estaba rota y los rusos nos habían robado algunas cosas como la notebook o un televisor”, dice. Ella y su hijo volvieron recién en septiembre.

Olga logró slair de Bucha
Olga logró slair de Bucha antes de que llegaran los rusos (Foto: Franco Fafasuli)

Un poco más allá del complejo está uno de los lugares más tenebrosos que se vieron desde el comienzo de la guerra. La calle sucede entre árboles, es casi en los confines de Bucha, donde comienzan a desaparecer las casas en manos del bosque. Es el límite norte, por donde entraron los soldados rusos. De un lado, una iglesia. En los días de ocupación fue tomada y en la torre instalaron francotiradores para defender la posición. Justo enfrente de la iglesia está la entrada de un campamento de verano. Allí iban los chicos a pasar el día durante los tiempos de sol, o se hacían viajes de colegio. Hoy ya no va ningún chico, el lugar se convirtió en una base militar a la que no se puede entrar. Tiene lógica: nadie querría que su hijo juegue ahí después de lo que pasó.

El 3 de abril del 2022, mientras la policía recorría una Bucha recién recuperada, en el sótano de uno de los edificios de habitaciones del campamento se encontraron 5 cuerpos. Tenían las manos atadas con un precinto y signos de tortura y golpes en todo el cuerpo. De ellos solo se supo que eran habitantes de la ciudad y que fueron asesinados por las fuerzas rusas durante los tiempos de ocupación.

Un año atrás, Infobae documentaba
Un año atrás, Infobae documentaba el horror en los sótanos de Bucha (Credito foto: Franco Fafasuli)

“Si te detenían, te pedían información. Y vos algo de información tenías que dar, la tuvieras o no la tuvieras”, explicaba el año pasado uno de los vecinos del pueblo.

De salida, cuando Bucha se convierte solo en un cartel en el espejo retrovisor, detrás de una gasolinería se ve un basural extraño. Allí no hay olor a podrido ni residuos orgánicos. Dos chicos lo recorren en busca de quién sabe qué. Uno de ellos tiene una escopeta de agua y el otro una espada de madera. Son los dos de Bucha, y a veces les gusta pasar el día ahí. “Mirá, este es un manual en ruso sobre cómo limpiar un arma”, dice uno de los chicos. Y después se van. “Nuestros padres no quieren que hablemos con la gente”, dicen mientras se alejan.

El basural de Bucha (Foto:
El basural de Bucha (Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)

El basural es en realidad un descampado donde depositar todo lo que antes componía una ciudad. Están los marcos de las puertas rotas, están las ventanas con los vidrios partidos, están incluso algunos sillones rotos, o mesas, hasta libros. Una carpeta llama la atención. Tiene tapa azul y muchas páginas, en ellas hay escrito en ucraniano los nombres de los habitantes, junto con el número de teléfono y algunos datos aleatorios. Nadie sabe si fue usado como fuente de información, pero aún así cada nombre, uno detrás del otro, intimida. A todos los que están en esa lista les cambió la vida para siempre. Todos, sin excepción, hoy viven en un lugar diferente del que conocían. Ninguno podrá olvidar, aunque quiera. Ninguno volverá a ser el mismo.

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