La polémica por una investigación que atribuye la destrucción del gasoducto Nord Stream a una compleja operación secreta

La explosión en la tubería que llevaba el gas de Rusia a Alemania ocurrió el 26 de septiembre de 2022 y hasta ahora es un misterio su origen. El prestigioso periodista Seymour Hersh publicó un trabajo en el que asegura que fue una misión coordinada entre la marina estadounidense y la Armada noruega. La Casa Blanca lo desmiente

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La explosión del Nord Stream 2 vista desde el interceptor danés F-16 en Bornholm, Dinamarca. 27 de septiembre de 2022. (Mando de Defensa danés/Forsvaret Ritzau Scanpix/vía REUTERS)
La explosión del Nord Stream 2 vista desde el interceptor danés F-16 en Bornholm, Dinamarca. 27 de septiembre de 2022. (Mando de Defensa danés/Forsvaret Ritzau Scanpix/vía REUTERS)

El gasoducto Nord Stream 1 que recorre 1.200 kilómetros por debajo del Mar Báltico entre Vyborg, en Rusia, y Lubmin, en Alemania, ya era considerada por Estados Unidos una mala idea desde que comenzaron las obras en 1997. Decían que el “gas barato” ruso que iba a solucionar los problemas de la industria europea y calentar las casas del norte del continente durante los duros inviernos, terminaría siendo “muy caro”. Alemania lo necesitaba imperiosamente y la canciller Angela Merkel impulsó el proyecto hasta inaugurarlo en noviembre de 2011 junto al entonces presidente ruso, Dmitry Medvedev, el primer ministro francés, François Fillon, y el primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte, en una ceremonia en el desapacible puerto de Lubmin.

Cuando se inició la expansión con otra tubería paralela, el Nord Stream 2, un año más tarde, las críticas se habían acallado. Todo el norte de Europa ya estaba disfrutando de las bajas tarifas de gas para sus industrias y las facturas de la calefacción. Pero la predicción de que les terminaría saliendo muy caro comenzó a materializarse en 2014 cuando Vladimir Putin ordenó la primera invasión de Ucrania, se anexionó la península de Crimea y abrió dos enclaves en la rica región del Donbás, el de Donetsk y el de Luhansk, mientras intentaba avanzar por el resto del territorio ucraniano.

El Nord Stream 2 estuvo terminado en septiembre de 2021. Para entonces, Putin ya tenía más de 100.000 soldados en la frontera con Ucrania y esperaba el momento preciso para dar el zarpazo e invadir a su vecino. Cuando las tropas rusas, finalmente, comenzaron el asalto el 24 de febrero de 2022, el canciller alemán Olaf Scholz no pudo continuar con el proyecto. Nunca se inauguró. Incluso, tuvo que cerrar el que ya funcionaba, el Nord Stream 1. Y no era solamente la presión desde Washington, el resto de Europa había entendido que el gas ruso era demasiado caro. Los gasoductos eran un vehículo para que Putin utilizara el gas natural como arma para sus ambiciones políticas y territoriales.

Para entonces, el presidente Joe Biden y su equipo de política exterior, integrado por el secretario de Estado, Anthony Blinken, el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, y la subsecretaria de Estado para Política Exterior, Victoria Nuland, habían manifestado públicamente su beneplácito por el cierre de los gasoductos y reafirmaron que nunca debieron haber existido.

Ahora, el mítico periodista de investigación Seymour Hersh, ganador de varios premios Pulitzer por revelar la masacre de My Lai, en Vietnam, o las torturas en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, acaba de publicar que la Administración Biden tenía tomada la decisión de destruir los gasoductos. Algo que, efectivamente, ocurrió el 26 de septiembre de 2022.

Desde ese momento, la explosión que terminó con las dos tuberías en una zona aledaña a la isla danesa de Bornholm paso a ser “un misterio sin resolución” que seguían investigando las policías de Suecia y Dinamarca. La teoría más difundida fue que se había tratado de un “autosabotaje” por parte de Rusia para castigar a Alemania y el resto de los países europeos que estaban ayudando a Ucrania a repeler la invasión. Hersh asegura, en cambio, que se trató de un trabajo muy bien planificado y ejecutado entre las marinas de Estados Unidos y Noruega con la complicidad de todos los países bálticos y escandinavos que fueron informados.

Para el trabajo se habría recurrido a los buzos tácticos de aguas profundas de la escuela de submarinistas de Panama City, en el norte de Florida. Había que llegar a las profundidades del Mar Báltico, por donde pasan las tuberías que se encuentran separadas por alrededor de un kilómetro de distancia. Fueron consultados los marinos noruegos que son expertos. Dijeron que el lugar ideal para atentar contra los gasoductos era uno que estaba a la menor profundidad posible de 79,2 metros, ubicado frente a la isla danesa de Bornholm.

El periodista de investigación Seymour Hersh aseguró que la Administración Biden autorizó el atentado contra el gasoducto ruso que va por debajo del Mar Báltico. (REUTERS/Fadi Al-Assaad)
El periodista de investigación Seymour Hersh aseguró que la Administración Biden autorizó el atentado contra el gasoducto ruso que va por debajo del Mar Báltico. (REUTERS/Fadi Al-Assaad)

Cuando se le presentó el plan al presidente Biden y sus asesores, estos dijeron que era imposible de realizar. Un atentado frontal de este tipo iba a ser considerado por Rusia como “un ataque de guerra”. Había que ocultar a toda costa la participación estadounidense y de sus aliados. Involucraron a la CIA, la central de inteligencia especializada en operaciones encubiertas. Desde la sede de Langlay sugirieron implantar cargas de explosivo C4 en los tubos con temporizadores que dieran un margen de 48 horas desde la actuación de los buzos hasta que se produjera la explosión. Y encontraron una excusa perfecta para encubrir la actividad de los comandos. Se podría llevar a cabo durante los ejercicios militares que realiza cada año, en el mes de junio, la OTAN en el Báltico. Esta vez estaba programado que participara la Sexta Flota de la marina estadounidense en los denominados Baltops 22.

Durante los ejercicios, se realizarían maniobras en las que unas unidades colocaban minas y otras tenían que descubrirlas y destruirlas. Una cobertura perfecta, pero demasiado arriesgada. Los gasoductos iban a explotar dos días después de terminados los ejercicios. No había que investigar demasiado para unir los dos hechos. Según Hersh, el presidente Biden dio la luz verde para la colocación de los explosivos con la condición de que se buscara una manera de hacerlos detonar más adelante, cuando él lo creyera conveniente desde el punto de vista político y sin que se sospechara de la participación estadounidense.

Fueron los noruegos los que encontraron la solución. Hacer detonar las cargas de C4 con una boya de sonar lanzada por un avión. Claro que se necesitaba una precisión extraordinaria. Los rusos tienen muy bien controlados los movimientos en el Báltico, que a su vez es uno de los estrechos navegables de mayor tráfico en el planeta. La operación requería la tecnología más avanzada de procesamiento de señales. Una vez instalados, los dispositivos de temporización retardada fijados a cualquiera de los cuatro oleoductos podrían activarse accidentalmente por la compleja mezcla de ruidos del fondo del mar Báltico, muy transitado, procedentes de barcos cercanos y lejanos; perforaciones submarinas; fenómenos sísmicos, olas e incluso criaturas marinas. Para evitarlo, la boya de sonar, una vez en su lugar, emitiría una secuencia de sonidos tonales de baja frecuencia únicos –muy parecidos a los emitidos por una flauta o un piano– que serían reconocidos por el temporizador y, tras unas horas de retardo preestablecidas, activarían los explosivos.

El canciller alemán, Olaf Scholz, inaugurando la planta de gas licuado en el puerto de Lubmin que reemplaza el suministro que provenía desde Rusia. (REUTERS/Annegret Hilse)
El canciller alemán, Olaf Scholz, inaugurando la planta de gas licuado en el puerto de Lubmin que reemplaza el suministro que provenía desde Rusia. (REUTERS/Annegret Hilse)

En ese tramo, el gasoducto tiene cuatro cañerías paralelas separadas por un kilómetro. Había que hacer explotar los caños recubiertos por hormigón con explosivos adosados a temporizadores muy sensibles en un ambiente en el que cualquier sonido podría ser confundido. Una vez colocados los explosivos, estos podrían ser detonados por sonidos similares en situaciones imposibles de prever.

Para septiembre, la invasión rusa se había estancado, pero Putin no había dado ninguna señal de que estaba dispuesto a retirarse. Todo lo contrario. Hizo un nuevo llamado para movilizar a medio millón de nuevos reclutas y permitió a su amigo Yevgeny Prigozhin que sacara asesinos convictos de las cárceles con la promesa de ser liberados de sus penas si combatían en Ucrania en las filas de su compañía de mercenarios del Grupo Wagner. Fue cuando Biden dio la orden de ejecutar el atentado.

El 26 de septiembre de 2022, un avión de vigilancia P8 de la Marina noruega realizó un vuelo aparentemente rutinario y lanzó una boya de sonar. La señal se propagó bajo el agua, inicialmente al Nord Stream 2 y luego al Nord Stream 1. Pocas horas después, se activaron los explosivos C4 de alta potencia y tres de las cuatro tuberías quedaron fuera de servicio. “A los pocos minutos, los charcos de gas metano que quedaban en los gasoductos destruidos podían verse esparciéndose por la superficie del agua, y el mundo se enteró de que había ocurrido algo irreversible”, contó Hersh en su nota publicada originalmente en inglés en Substack y luego en español en CTXT.

La subsecretaria de Asuntos Políticos, Victoria Nuland, hablando ante el comité de Relaciones Exteriores del senado estadounidense sobre la explosión del Nord Stream. (Alex Brandon/Pool via REUTERS)
La subsecretaria de Asuntos Políticos, Victoria Nuland, hablando ante el comité de Relaciones Exteriores del senado estadounidense sobre la explosión del Nord Stream. (Alex Brandon/Pool via REUTERS)

Desde entonces, la explosión no ha tenido responsables. Aunque el secretario de Estado, Blinken, se mostró complacido por el resultado cuando le preguntaron sobre el incidente en una conferencia de prensa pocos días después del hecho: “Es una oportunidad única para eliminar de una vez por todas la dependencia de la energía rusa y, por lo tanto, quitarle a Vladimir Putin el arma de la energía como medio para avanzar en sus designios imperiales. Eso es muy importante y ofrece una tremenda oportunidad estratégica para los años venideros, pero mientras tanto estamos decididos a hacer todo lo posible para asegurarnos de que las consecuencias de todo esto no las sufran los ciudadanos de nuestros países ni, para el caso, de todo el mundo”. La subsecretaria de Política Exterior, Victoria Nuland, expresó su satisfacción por la desaparición del oleoducto en una comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado a finales de enero. Le dijo al senador Ted Cruz: “Al igual que usted, me complace mucho, y creo que a la Administración también, saber que el Nord Stream 2 es ahora, como a usted le gusta decir, un trozo de metal en el fondo del mar”.

Esta semana, sin embargo, cuando se publicó la investigación de Hersch, la Casa Blanca fue categórica en la desmentida. “Esto es totalmente falso, una completa ficción”, dijo Adrienne Watson, vocera del Consejo de Seguridad Nacional, al ser consultada por la prensa. Lo mismo dijo el Pentágono. Quizás en el algún momento se sepa toda la verdad. O nunca.

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