Vamos a la guerra. Si las cosas salen mal, no te preocupes. Siempre se puede culpar a los soldados que usaron el celular para saludar a sus familias el Fin de Año. Esa parece ser la lógica del Kremlin. Por lo menos es la que utilizaron para justificar la muerte de entre 89 y 400 nuevos reclutas en la madrugada de la noche vieja y el Año Nuevo en un solo ataque ucraniano y en el que se utilizaron uno o dos misiles.
Rusia logró la mayor parte de sus avances en el primer mes de la invasión, cuando se apoderó de Kherson, rodeó Mariupol y estuvo a las puertas de Kyiv y Kharkiv. Desde entonces viene perdiendo todos los terrenos ganados. En la noche vieja murieron más soldados rusos en un solo ataque que en ninguna otra batalla. Un misil ucraniano alcanzó el cuartel de nuevos reclutas que los generales habían organizado en un edificio cercano al frente, en la línea de alcance de la artillería enemiga y levantado sobre un arsenal.
Cuando Vladimir Putin pidió explicaciones, los generales le echaron la culpa a los soldados que usaron sus celulares para hablar con la familia, aduciendo que eso les dio a los ucranianos las coordenadas para el ataque. La explicación la expuso un oscuro general sin mayor poder en una aparición televisiva a la una de la mañana del lunes en Moscú. Los comandantes escondieron sus cabezas y dejaron que se culpara a los soldados novatos por un nuevo error estratégico. Si la moral de las tropas rusas era baja, con este episodio va a llegar a niveles nunca antes registrados. Hasta esos niveles también parece haber llegado la inoperancia del ejército ruso en general y el comportamiento de sus máximos comandos.
El lunes, el ministerio de Defensa de Rusia hizo un anuncio extremadamente inusual, reconociendo que 63 soldados rusos habían muerto en un ataque en Makiivka, una pequeña ciudad en la región oriental ucraniana de Donetsk, que está bajo el control de los separatistas prorrusos desde 2014.
El comunicado hizo hincapié en que las víctimas era “personal movilizado, no soldados profesionales”. El teniente general Sergei Sevryukov especificó que se había atacado una base temporal a las 12.01 hora del 1 de enero de Makiivka, utilizando un sistema de cohetes Himars suministrado por Estados Unidos. El miércoles, el mismo ministerio declaró que el número de víctimas había aumentado a 89 tras descubrirse más cadáveres. Aparentemente, todos los muertos son jóvenes de entre 18 y 22 años de la región rusa de Samara, en suroeste, sobre el río Volga. Es la mayor pérdida de vidas por un solo ataque que Moscú ha reconocido desde que comenzó su invasión en febrero. El gobierno ucraniano cree que los muertos ascienden a más de 400 y que también hay otros 300 heridos. Recuentos independientes también hablan de al menos 300 muertos.
Lo cierto es que se trata de una equivocación enorme al estacionar a cientos de soldados en un solo edificio en la línea de frente de la guerra, al alcance de la artillería de precisión del enemigo, posiblemente sentados sobre un arsenal de municiones. Los estrategas militares consultados por todos los grandes medios internacionales coinciden en que se trató de “un error de amateurs”. Emily Ferris, investigadora del Royal United Services Institute de Londres (RUSI), dijo a la Associated Press que es “muy difícil verificar” si las señales de los teléfonos móviles y la geolocalización fueron las responsables del certero ataque. Pero “de todos modos se sabe desde hace años que las fuerzas armadas utilizan las señales de los celulares para detectar la presencia del enemigo, es algo que cualquier militar debe prever que puede suceder”.
También señalaron el problema de contar con reclutas muy jóvenes sin mayor entrenamiento militar concentrados en el frente. El presidente impuesto por Moscú de la autodenominada República Popular de Donetsk (DNR), Denis Pushilin, precisamente señaló ese elemento como el que provocó la tragedia. “Ciertas unidades rusas están recurriendo a reclutas recién movilizados y escasamente adiestrados para desempeñar funciones de liderazgo, en lugar de recurrir a los cuadros de oficiales curtidos en combate y esto añade más matices al bajo rendimiento y las elevadas pérdidas de las unidades formadas por reclutas movilizados”, escribió. “Los militares movilizados con una formación mínima y una moral decaída en el papel de oficiales probablemente contribuyan a unas prácticas de seguridad operativa deficientes y carezcan de la perspicacia básica para tomar decisiones tácticas y operativas acertadas”.
Los denominados “bloqueros militares” rusos, periodistas aficionados que reportan desde el frente de guerra, fueron los más críticos de lo sucedido. Vladlen Tatarsky, uno de los más conocidos de estos blogueros, acusó a los generales rusos de “demostrar su propia estupidez e incomprensión de lo que ocurre entre las tropas, donde todo el mundo tiene teléfonos móviles”. “Además, en los lugares donde hay cobertura, el fuego de artillería se ajusta a menudo por teléfono. Sencillamente, no hay otra manera”, escribió Tatarsky en un post de Telegram. Otro bloguero militar, Semyon Pegov, dijo que “la historia del teléfono móvil no es demasiado convincente. El único remedio es no alojar al personal en masa en grandes edificios. Simplemente no alojar a 500 personas en un solo lugar, sino repartirlas en 10 lugares diferentes”.
El prestigioso Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) vio en el incidente una prueba más de que Moscú no está utilizando adecuadamente a los reservistas que empezó a llamar a filas en septiembre. “Los fallos sistémicos en el aparato de generación de fuerzas de Rusia siguen plagando las capacidades de personal en detrimento de la capacidad operativa rusa en Ucrania”, dijo el think tank. Ferris, del RUSI, agregó que el ataque de Makiivka demuestra que el ejército ruso está más interesado en aumentar su número de tropas que en formarlas en habilidades bélicas. “Esa es realmente la forma en que Rusia lleva a cabo gran parte de su guerra: abrumando al enemigo con volumen, con gente”, comentó. “La opinión del Kremlin, por desgracia, es que las vidas de los soldados son prescindibles”.
De hecho, la ofensiva que se registra en este momento por parte de las fuerzas rusas sobre la estratégica ciudad de Bakhmut está liderada por los mercenarios del Grupo Wagner dirigido por el contratista militar Yevgeny Prigozhin, un empresario millonario con estrechos vínculos con Vladimir Putin. Un informe del Pentágono difundido hace pocos días indica que el 90% de estos mercenarios de Wagner son convictos que salieron de las cárceles con un contrato en el que se especifica que, si combaten en Ucrania durante un año, sus penas van a ser conmutadas. Wagner es una fuerza de unos 50.000 soldados y 40.000 de ellos son ex prisioneros. Precisamente, la BBC mostraba este jueves imágenes de Prigozhin entregando certificados de haber cumplido sus penas carcelarias a decenas de rusos que participan de la invasión a Ucrania.
Y la imagen más decadente de lo que está sucediendo en Rusia con un gran descontento por la guerra, la represión del régimen de Putin y la falta de voluntarios para ir a combatir, se vio en la televisión estatal en la noche del Año Nuevo, prácticamente en el mismo momento en que morían los jóvenes reclutas en Makiivka. Fue un show en el que un grupo de artistas decadentes interpretaron canciones y bailes de la cultura pop soviética de los años setenta, mientras en las mesas de los invitados estaban sentados oficiales rusos con llamativos uniformes azules y rojos y sonrisas forzadas. Algunas partes de la retransmisión parecían haber sido rodadas con anterioridad y luego mezcladas con croma en la producción, añadiendo un brillo de irrealidad a todo el desastre televisivo. Se escucharon vivas a Putin y a la guerra. En la mitad, uno de los presentadores, vestido con un esmoquin de terciopelo rojo, miró a la cámara con una mirada cómplice y dijo: “Nos guste o no, Rusia se está ampliando”.
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