La invasión ordenada por Vladimir Putin el 24 de febrero del año pasado es, hasta el momento, un absoluto fracaso. El cruento invierno -tantas veces histórico aliada de Rusia en conflictos armados- esta vez no le servirá para continuar acechando a Ucrania. Por el contrario, lo padecerá.
El primer día de 2023 sólo llegaron malas noticias al Kremlin. Fue por eso que las autoridades rusas debieron recurrir a las matemáticas. Un número cuidadosamente editado por el Ministerio de Defensa reflejó de todas maneras lo que fue el más mortífero de los bombardeos ucranianos contra tropas invasoras hasta el momento.
Moscú indicó que 63 soldados habían muerto en un ataque que tuvo como blanco un edificio escolar en cuyo interior centenares de rusos se refugiaban y luchaban contra el tedio con sus teléfonos móviles. En ese reducto también había municiones. Ocurrió en Makiivka, en Donetsk, al este del país. Otros reportes aseguran que en realidad los decesos sumaron 200. Y los ucranianos hablan de entre 500 y 600 bajas.
Lo cierto es que cualquiera sea el número, las críticas a Putin se multiplican. Los principales objetivos de los cuestionamientos son los militares. ¿Cómo pueden reunir a cientos de soldados en un edificio que está al alcance de los poderosos HIMARS (Sistema de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad, en español) que Washington le proveyó a Kiev? La mano de obra que utiliza Moscú parece ser descartable para sus altos mandos. Muy poco importa la vida de los propios.
Ultranacionalistas, mercenarios del Grupo Wagner y algunos legisladores han exigido el castigo de los comandantes a los que acusan de ignorar los peligros más elementales de una guerra. Para aclarar: los que defenestran al Ejército de Rusia no son demócratas ni personas que estén en contra de la invasión. Critican el modo en cómo se está ejecutando. Quieren más sangre enemiga, pero de manera más coordinada. También -es preciso remarcar- las demandas se traducen en más contratos millonarios, como es el caso de los paramilitares de la empresa de Yevgueni Prigozhin, un oligarca muy cercano a Putin.
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Estas diferencias evidencian la incertidumbre cada vez más marcada que se respira en Moscú. Pero también la falta de orden y coordinación dentro de las tropas que se enviaron a conquistar tierra vecina. Todo indica que la seguridad operativa rusa es laxa. Demasiado laxa. De hecho, según informes reservados, “el motivo del ataque fue la elevada actividad de telefonía móvil en el edificio”. Esto habría dado las coordenadas exactas para disparar los HIMARS. Las redes sociales pueden ser tóxicas.
Conversaciones privadas entre militares retirados rusos marcan un pronóstico sombrío. Las fuerzas rusas se encuentran en un punto muerto. Para graficar ello pronuncian una palabra en alemán: zugzwang. Hacen referencia al término que se utiliza en el ajedrez cuando la posición de las piezas están dispuestas de tal forma que cualquier movimiento que pudieran realizar empeoraría su situación. Uno de esos uniformados es Igor Girkin, un ultranacionalista buscado en Ucrania por crímenes de guerra. Dice que Rusia, en estos momentos, “no se puede defender, porque empeora rápidamente la posición estratégica y no puede atacar, porque se corre el riesgo de un rápido desastre militar”.
Diversos informes de inteligencia muestran esa realidad. Un análisis hecho por la empresa polaca Rochan Consulting señala que no se registran cambios en Kherson, Zaporizhzhia, Luhansk ni en Kharkiv. Sólo en Donetsk se muestra algo más de actividad rusa en los últimos días.
Pero aún el invierno durará tres meses más. Demasiado tiempo para que las tropas conducidas por el General Valerii Zaluzhnyi sigan alimentando sus HIMARS y apuntando contra los refugios rusos que ya tienen visualizados desde el aire y cuyas ubicaciones llegan muchas veces gracias a las confidencias que partisanos leales pasan a diario.
Incluso -también de acuerdo a Rochan Consulting- los ataques rusos con drones iraníes parecen no estar dando los resultados esperados en estos momentos. “A pesar de los ataques masivos con drones contra objetivos de infraestructuras críticas en Ucrania en los últimos días, el impacto en la red eléctrica fue limitado. Los ucranianos parecen haberse adaptado a la amenaza de los drones kamikazes”, señaló su último informe.
Sin embargo, es de esperarse algún movimiento nuevo de Putin. Ante la “adaptación” -si se permite ese término en medio de una lluvia de cohetes- a los kamikazes iraníes y el restablecimiento cada vez más rápido de las fuentes de energía, es probable que Moscú ensaye ataques y bombardeos aún más temerarios. ¿Una represa? ¿Plantas químicas? Habrá que ver hasta dónde está dispuesto el jefe del Kremlin a seguir acumulando crímenes de guerra. La cuenta ya es demasiado extensa.
Otra cosa está clara: Rusia no podrá conquistar terreno en el corto plazo. Por eso mismo estaría gestando otro plan: el del desgaste. Pretende ganar tiempo para después del invierno. Putin está alistando los más modernos tanques del otro lado de la frontera -también en Bielorrusia, país al que habrá que prestar cada vez más atención- para una posible nueva ofensiva en abril. Necesita para ello dos cosas: municiones y seres humanos. Lo primero escasea. Y lo segundo es lo que menos le interesa perder.