Cómo evitar otra guerra mundial

Se acerca el momento de aprovechar los cambios estratégicos que ya se han logrado e integrarlos en una nueva estructura encaminada a lograr la paz mediante la negociación

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A más de 300 días
A más de 300 días de comenzada la guerra en Ucrania, se acerca el momento de aprovechar los cambios estratégicos que ya se han logrado e integrarlos en una nueva estructura encaminada a lograr la paz mediante la negociación (REUTERS)

La Primera Guerra Mundial fue una especie de suicidio cultural que destruyó la eminencia de Europa. Los dirigentes europeos entraron sonámbulos -en palabras del historiador Christopher Clark- en un conflicto en el que ninguno de ellos habría entrado, de haber previsto el mundo el final de la guerra en 1918. En las décadas anteriores habían expresado sus rivalidades creando dos conjuntos de alianzas cuyas estrategias habían quedado vinculadas por sus respectivos calendarios de movilización. Como resultado, en 1914, el asesinato del príncipe heredero austríaco en Sarajevo (Bosnia) a manos de un nacionalista serbio pudo derivar en una guerra general que comenzó cuando Alemania ejecutó su plan polivalente para derrotar a Francia atacando la neutral Bélgica en el otro extremo de Europa.

Las naciones de Europa, insuficientemente familiarizadas con la forma en que la tecnología había mejorado sus respectivas fuerzas militares, procedieron a infligirse mutuamente una devastación sin precedentes. En agosto de 1916, tras dos años de guerra y millones de bajas, los principales combatientes en Occidente (Gran Bretaña, Francia y Alemania) empezaron a explorar perspectivas para poner fin a la carnicería. En el Este, sus rivales, Austria y Rusia, habían realizado tanteos similares. Dado que ningún compromiso concebible podía justificar los sacrificios ya realizados y que nadie quería dar una impresión de debilidad, los distintos líderes dudaron en iniciar un proceso de paz formal. De ahí que buscaran la mediación estadounidense. Las exploraciones del coronel Edward House, emisario personal del presidente Woodrow Wilson, revelaron que una paz basada en el statu quo ante modificado estaba al alcance de la mano. Sin embargo, Wilson, aunque dispuesto y finalmente deseoso de emprender la mediación, la retrasó hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre. Para entonces, la ofensiva británica del Somme y la ofensiva alemana de Verdún habían sumado otras dos millones de bajas.

Un colectivo con niños refugiados
Un colectivo con niños refugiados huyen de la invasión rusa en Lviv, Ucrania (REUTERS)

En palabras del libro sobre el tema escrito por Philip Zelikow, la diplomacia se convirtió en el camino menos transitado. La Gran Guerra duró dos años más y se cobró millones de víctimas, dañando irremediablemente el equilibrio establecido en Europa. Alemania y Rusia fueron desgarradas por la revolución; el Estado austrohúngaro desapareció del mapa. Francia había sido desangrada. Gran Bretaña había sacrificado una parte importante de su joven generación y de sus capacidades económicas a las exigencias de la victoria. El punitivo Tratado de Versalles que puso fin a la guerra resultó mucho más frágil que la estructura a la que sustituyó.

¿Se encuentra hoy el mundo en un punto de inflexión comparable en Ucrania, a medida que el invierno impone una pausa en las operaciones militares a gran escala en ese país? He expresado en repetidas ocasiones mi apoyo al esfuerzo militar aliado para frustrar la agresión rusa en Ucrania. Pero se acerca el momento de aprovechar los cambios estratégicos que ya se han logrado e integrarlos en una nueva estructura encaminada a lograr la paz mediante la negociación.

Un soldado se casó en
Un soldado se casó en medio de la guerra y antes de ir al frente de batalla en Kiev, Ucrania (REUTERS)

Por primera vez en la historia moderna, Ucrania se ha convertido en un Estado importante en Europa Central. Ayudada por sus aliados e inspirada por su Presidente, Volodimir Zelensky, Ucrania ha puesto trabas a las fuerzas convencionales rusas que han estado amenazando a Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y el sistema internacional -incluida China- se opone a que Rusia amenace o utilice sus armas nucleares.

Este proceso ha puesto en tela de juicio las cuestiones originales relativas a la adhesión de Ucrania a la OTAN. Ucrania ha adquirido uno de los ejércitos terrestres más grandes y eficaces de Europa, equipado por Estados Unidos y sus aliados. Un proceso de paz debería vincular a Ucrania a la OTAN. La alternativa de la neutralidad ya no tiene sentido, especialmente tras la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN. Por eso, el pasado mes de mayo recomendé establecer una línea de alto el fuego a lo largo de las fronteras existentes donde comenzó la guerra el 24 de febrero. Rusia renunciaría a sus conquistas a partir de ahí, pero no al territorio que ocupó hace casi una década, incluida Crimea. Ese territorio podría ser objeto de una negociación tras el alto el fuego.

Si la línea divisoria anterior a la guerra entre Ucrania y Rusia no puede alcanzarse mediante el combate o la negociación, podría explorarse como recurso el principio de autodeterminación. Los referéndums de autodeterminación supervisados internacionalmente podrían aplicarse a territorios especialmente divisorios que han cambiado de manos repetidamente a lo largo de los siglos.

El objetivo de un proceso de paz sería doble: confirmar la libertad de Ucrania y definir una nueva estructura internacional, especialmente para Europa Central y Oriental. En última instancia, Rusia debería encontrar un lugar en dicho orden.

Algunos prefieren una Rusia impotente por la guerra. No estoy de acuerdo. A pesar de su propensión a la violencia, Rusia ha contribuido decisivamente al equilibrio mundial y al balance de poder durante más de medio milenio. Su papel histórico no debe degradarse. Los reveses militares de Rusia no han eliminado su alcance nuclear global, que le permite amenazar con una escalada en Ucrania. Aunque esta capacidad disminuya, la disolución de Rusia o la destrucción de su capacidad de política estratégica podría convertir su territorio, que abarca 11 husos horarios, en un vacío disputado. Sus sociedades enfrentadas podrían decidir resolver sus disputas mediante la violencia. Otros países podrían tratar de ampliar sus reivindicaciones por la fuerza. Todos estos peligros se verían agravados por la presencia de miles de armas nucleares que convierten a Rusia en una de las dos mayores potencias nucleares del mundo.

Mientras los líderes mundiales se esfuerzan por poner fin a la guerra en la que dos potencias nucleares se disputan un país armado convencionalmente, también deberían reflexionar sobre el impacto en este conflicto y en la estrategia a largo plazo de la incipiente alta tecnología y la inteligencia artificial. Ya existen armas autonómas, capaces de definir, evaluar y apuntar a sus propias amenazas percibidas y, por tanto, en condiciones de iniciar su propia guerra.

Una vez que se cruce la línea y la alta tecnología se convierta en armamento estándar, y las computadoras se conviertan en los principales ejecutores de la estrategia, el mundo se encontrará en una situación para la que todavía no tiene un concepto establecido. ¿Cómo pueden los líderes ejercer el control cuando estos dispositivos prescriben instrucciones estratégicas a una escala y de una manera que inherentemente limita y amenaza la aportación humana? ¿Cómo puede preservarse la civilización en medio de semejante vorágine de información contradictoria, percepciones y capacidades destructivas?

Aún no existe una teoría para este mundo invasor, y los esfuerzos consultivos sobre este tema aún no han evolucionado -quizás porque unas negociaciones significativas podrían revelar nuevos descubrimientos, y esa revelación en sí misma constituye un riesgo para el futuro-. Superar la disyuntiva entre la tecnología avanzada y el concepto de estrategias para controlarla, o incluso comprender todas sus implicaciones, es hoy una cuestión tan importante como el cambio climático, y requiere líderes con dominio tanto de la tecnología como de la historia.

La búsqueda de la paz y el orden tiene dos componentes que a veces se tratan como contradictorios: la búsqueda de elementos de seguridad y la exigencia de actos de reconciliación. Si no somos capaces de lograr ambas cosas, no podremos alcanzar ninguna. El camino de la diplomacia puede parecer complicado y frustrante. Pero avanzar hacia él requiere tanto la visión como el valor para emprender el viaje.

Publicado originalmente en The Spectator

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