La situación se repite en las grandes ciudades. No importa si quien decide descargar en su smartphone una app de citas está casado o vive con su pareja. No pretende una aventura amorosa. Quiere organizarse para continuar con las protestas por las draconianas medidas anti-Covid que impone el régimen de Xi Jinping. Es la forma que tienen cientos de miles de chinos para lograr organizarse y burlar el cerco represivo de Beijing. Es que las policías locales realizan detenciones al azar para revisar teléfonos, saber si forman parte de las marchas y así poder señalarlos como “agentes extranjeros”.
La erupción de este fin de semana en las ciudades más grandes de China dejó en evidencia -además del hartazgo de la población por los prolongados y absurdos encierros- que varias cosas están fallando en el país -supuestamente- hipercontrolado por Xi. Uno es particularmente llamativo: el férreo monitoreo y control que hace el poder central de la vida ciudadana no previó que la paciencia de la población estaba en su punto más sensible. Un incendio en un edificio bloqueado por las autoridades en Urumqi, capital de Xinjiang, desencadenó la ira en otros puntos del territorio. Esa urbe estaba encerrada desde agosto. Y la gente dijo basta.
Las protestas son las más ruidosas y grandes de las últimas tres décadas, exceptuando aquellas que en años recientes se vivieron en Hong Kong, la ciudad financiera que gozó hasta hace poco de una democracia plena que fue brutalmente aplastada por Beijing. Sin embargo, creer que estas manifestaciones podrían poner en jaque el poder de Xi Jinping sería precipitado. Se trata más bien de un abrumador referéndum popular a las políticas Covid cero y una luz de alerta a una gestión que hasta el momento no había sido abiertamente desafiada por la ciudadanía china.
Es en este punto donde se percibe el eslabón más ostensiblemente débil de la estrategia de Xi para combatir internamente la epidemia de coronavirus que luego se expandió hacia todo el planeta provocando millones de muertos. La olla a presión que significó encerrar una y otra vez de forma intermitente durante casi tres años a cientos de millones de personas en ciudades productivas del país no fue evaluada correctamente por las autoridades nacionales ni locales, más preocupadas por completar planillas de eficientes porcentajes de no contagiados que por encontrar soluciones racionales a lo que sería una inevitable ola de propagación del virus.
Ahora, cuando casi todo el planeta prácticamente ha dejado atrás la pandemia, China se enfrenta a dilemas que ya fueron superados en Occidente y otras naciones de Asia. Beijing quiso aleccionar al resto del planeta mostrando que sus políticas de Covid-cero eran las más eficientes para luchar contra el virus. Esa pretensión sanitaria tenía por objetivo último probar que las autocracias eran más eficientes que las democracias tradicionales para superar crisis de índole dramática. Muchos relatos acompañaron esa ensoñación durante estos casi tres años.
El tenor de las protestas no sólo evidenciaron que Xi no posee el termómetro del pueblo chino, sino que además ahora deberá ceder o endurecer. ¿Estará a la altura de reconocer que su estrategia fue equivocada y fracasó? Su actual encrucijada radica en permitir que el Covid se extienda sin control en ciudades y todo el país -con el riesgo de ver colapsado el sistema sanitario- o redoblar su apuesta encerrándose en su empecinamiento y endurecer las restricciones. Existe, sin embargo, una tercera alternativa que Beijing no lograría contener: que la sociedad en su conjunto, harta, levante de facto las ordenanzas de encierro. La rebeldía tomaría dimensiones nacionales. Entonces sí las consecuencias serían difíciles de predecir.
Esa apertura fáctica total u otra más moderada ordenada por el poder central resultaría inédita. Y hasta caótica. La deficiente comunicación de las medidas que desciende desde las máximas autoridades hasta las ciudades, el temor de los referentes locales para asumir errores y el hastío generalizado resultarán en un cóctel explosivo. Una proyección publicada en la revista Nature en marzo pasado ya advertía que la apertura total de China podría provocar la muerte de 1,5 millones de personas. Esto se debe a tres factores: la poca eficiencia de las vacunas locales contra la variante Omicron, la negativa de Xi Jinping a permitir la importación de dosis occidentales con mejor tecnología y la baja tasa de inoculación. El régimen está obnubilado.
Para sumar al dramático escenario, la economía sufre desde hace tres años estas mismas estrategias. De acuerdo a The Economist, las recuperación no se verá sino hasta 2024, si se adoptan las medidas necesarias para revertir el actual panorama. “Según un índice elaborado por Nomura, un banco de inversión japonés, los cierres se han producido en ciudades que representan una cuarta parte del PIB chino, superando el máximo anterior de una quinta parte a mediados de abril, cuando se cerró Shangai. La tasa de desempleo juvenil de China alcanzó un récord en julio, con un 19,9%”, señaló hoy el medio inglés que agregó que “las perspectivas de la economía son sombrías”.
También este martes, The Washington Post se refirió al tema en su editorial: “Después de tantos meses de insistir en que el Partido Comunista y Xi son los que mejor saben que el Covid cero es el único enfoque correcto, cambiar de rumbo implicaría que se han equivocado. La economía de China y la salud de su pueblo dependen de si este sistema autoritario puede responder a las voces de protesta, abandonar su propia propaganda y mostrar flexibilidad”.
Incluso Taiwán, desde el Mainland Affairs Council (MAC), fustigó las medidas anti-Covid, la represión a las protestas y se solidarizó con los manifestantes. “Se deben respetar y proteger los derechos básicos de las personas a la vida, la palabra, la expresión y la libertad de circulación y manejar las protestas de manera racional y pacífica”, señala el comunicado que habrá hecho hiperventilar a más de uno en Beijing.
El relato quedó desnudo: al parecer, las autocracias no resultan eficientes ni funcionan mejor que las democracias cualquiera sea el contexto, aún en aquellos dramáticos como el que propuso la pandemia del Covid. Tampoco cuando quien posee todo el poder fuera coronado recientemente en una ceremonia que marcó el fin de una era con la humillación a Hu Jintao. Esa herida quizás permanezca abierta durante mucho tiempo entre los veteranos miembros del PCC.