Fortalecido. Envalentonado. Empoderado. Mao Zedong.
Así se siente Xi Jinping luego de que el XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCC) depositara en él todo el poder por otros cinco años. Barrió de esta forma con la tradición de sólo dos mandatos que se mantenía desde que el fundador de la actual República China Popular dejara su trono para siempre y comenzara la modernización del país a mediados de los años 70. El símbolo de ese ocaso ocurrió horas antes de la finalización de la cumbre partidaria cuando resolvió humillar y expulsar del recinto a Hu Jintao, su predecesor.
Xi dejaba en claro -a partir de ese violento gesto transmitido en vivo a todo el mundo- que una era de moderación y crecimiento había terminado para siempre y que comenzaba su nueva etapa: una con menos logros económicos y un enfoque aún más agresivo en materia de política internacional y expansionismo regional.
El país conducido con mano de hierro por Xi se encamina a recrudecer su famosa diplomacia del Wolf Warrior, denominación adoptada a partir de una popular saga fílmica cuyo argumento se basa en un héroe de valores estandarizados que defiende a China de supuestas amenazas externas. Una oda al nacionalismo. El mensaje bien lineal de la película -protagonizada y dirigida por la mega estrella del cine local Wu Jing- fue adoptado por el servicio exterior del régimen y transmitido a todos sus embajadores y delegados alrededor del mundo durante los últimos años.
La consigna para sus embajadores desparramados en cada rincón del planeta es clara y funcionó a la perfección con el hasta ahora canciller Wang Yi: devolver con virulencia cualquier crítica hacia Beijing -por más breve e insignificante sea- y acosar cada movimiento de Taiwán en el exterior. Las sedes diplomáticas tienen la misión de no permitir cuestionamientos de ningún tipo, impedir que representantes taiwaneses puedan realizar libremente su trabajo -ya sea tanto comercial como cultural- y presionar al extremo para conseguir concesiones de megaobras para las empresas estatales.
Muchos de los funcionarios de aquellos países que reciben las quejas chinas -sobre todo algunos con tentaciones arraigadas en naciones con instituciones perezosas, como en América Latina o África- responden solícitos al descontento y las presiones de las sedes diplomáticas del régimen y cumplen con sus peticiones a través de cartas, llamados o visitas.
Sin embargo -y a pesar de sus grandes aportes y logros a este tipo de política exterior- parece que el tiempo de Wang como cabeza diplomática está llegando a su fin. Xi Jinping ya no lo quiere como jefe de embajadores y busca un perfil más belicoso y hostil para su oficina. Al hombre de 69 años le espera una larga, fría y bien paga jubilación adornada con un puesto honorífico en el PCC. Se lo revestirá de cierta importancia institucional para que su declinante ostracismo no resulte tan poco motivador para el resto de los leales. Pero con el tiempo, su estrella se apagará para siempre.
En la cabeza del jefe de Beijing figura otra persona para reemplazarlo: Qin Gang. Con 56 años -13 años menos que su todavía jefe-, el actual embajador de China en los Estados Unidos sería el hombre elegido por Xi para sustituir a Wang. Esto implica una apuesta del PCC por una figura mucho más joven y combativa para su política exterior. Qin acaba de ser ascendido al Comité Central, lo que lo coloca a un paso del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Qin, a diferencia de Wang, no posee una línea propia ni historia dentro del PCC. Responde absolutamente a Xi y no piensa por sí, sino por su líder supremo. Durante su año en Washington demostró su lealtad al extremo y fue el más elocuente estandarte de la estrategia del Wolf Warrior. A cada crítica -ya sea del Departamento de Estado o de un legislador de poco renombre- replicó cada vez y de inmediato con agresividad, sin argumentos que refutara el tema planteado y sin contemplar los modos diplomáticos.
Él mismo impulsa y promociona su campaña para reemplazar a su actual jefe sin temor a ser reprendido. Publica artículos periodísticos en los que lo nombran como el sucesor natural a la cancillería, una decisión que sería consumada en días.
Arribado en Washington en septiembre de 2021, Qin no logró avance significativo alguno en la relación entre ambas naciones en momentos de tensión extrema. Por el contrario, minó todo camino de diálogo constructivo. Ese dato resultaría vital para entender cuáles son las verdaderas intenciones de Xi Jinping de frente al futuro. Un futuro que se asoma aún más oscuro para el mundo: una nación con una economía que comienza a crujir y cuyo jefe máximo sólo tiene en mente la obsesión de un legado que lo coloque por encima de Mao Zedong.
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