China es uno de los países más controlados del mundo. Su régimen comunista invierte millones de dólares en sistemas de vigilancia super modernos, para poder monitorear a los ciudadanos de la enorme nación asiática, especialmente en aquellos lugares donde saben que pueden registrarse actividades adversas a las políticas del Estado.
Con la llegada de Xi Jinping al poder, ese control se ha recrudecido con los años haciendo que China sea uno de los países donde se registran menos protestas antigubernamentales porque son inmediatamente reprimidas.
Por esta razón, el periodista Josh Chin y su colega Liza Lin, quienes se han dedicado durante décadas a darle cobertura a la situación que se vive dentro de China, publicaron un libro sobre el surgimiento del estado de vigilancia de China y cómo Xi Jinping ha utilizado la vigilancia de alta tecnología para consolidar su poder.
Al parecer, los baños son el único lugar en China que no están realmente sujeto a vigilancia. No obstante, en días recientes han circulado videos de una protesta de un hombre sobre el puente Sitong sosteniendo dos pancartas. Una dice: “Estamos cansados de las pruebas de COVID. Queremos comer. Estamos cansados de los bloqueos. Queremos libertad”. La otra llama a deponer al “dictador autocrático” y “traidor autocrático” Xi Jinping.
Ante esta extraña situación, el medio State publicó una entrevista realizada a Chin y Lin, luego de que lograran visitar la provincia de Xinjiang, hogar de la minoría étnica uigur de China, uno de los “lugares más vigilados de la tierra”.
Chin describió que llegar allí era como conducir a una zona de guerra de “contrainsurgencia distópica” que estaba repleta de tecnología de vanguardia como cámaras de vigilancia y micrófonos para monitorear toda el área.
Los uigures, una minoría predominantemente musulmana en la región de Xinjiang, son objeto de vigilancia por parte del régimen. “Si fueras un uigur, nos decían que desde el momento en que sales de tu puerta, te estaban rastreando”, aseguró Lin.
En Xinjiang hay controles de seguridad por todas partes. “Si querías entrar a un banco, a un hotel, a un mercado, algo así, tenías que pasar por un control de seguridad. Tenías que escanear tu tarjeta de identificación y también escanear tu cara para que coincidiera con tu tarjeta de identificación, y así tendrían un registro de adonde ibas”, contaron los comunicadores.
“Caminando por la calle, la policía podría saludarte y obligarte a entregar tu teléfono y lo conectarían a un dispositivo de escaneo y escanearían tu teléfono en busca de algún contrabando digital”.
Lo que el régimen chino hace con esta información es tomar los datos y clasificar a las personas en una de tres categorías: segura, promedio e insegura.
Las personas que no entraban dentro de la categoría de “seguras” comenzaron a desaparecer y a ser enviadas a lo que el régimen denomina como “escuelas”, dijeron los periodistas.
“Pero cuando fuimos a visitarlas, vimos una y era esencialmente una prisión. Tenía paredes de 6 metros de alto con alambre de púas. Había guardias en el frente con rifles de asalto. Lo que luego supimos fue que esos eran campos de internamiento donde las personas estaban siendo objeto de reeducación política”, comentó Chin.
El periodista contó sobre la vez que el poeta uigur Tahir Hamut fue llevado a uno de estos sitios con su esposa en 2017, cuando recién se estaba comenzado a implementar este sistema.
“Fueron llamados a una estación de policía, aparentemente para que les tomaran las huellas dactilares, lo que a ambos les pareció extraño porque, por supuesto, a todos los uigures en Xinjiang ya se les habían tomado las huellas dactilares antes, pero en realidad no tenían otra opción. Recuerdo que Tahir describió esto, y todavía podías ver el miedo en sus ojos, porque había escuchado gritos que emanaban de este sótano porque es donde la policía realizaba los interrogatorios. Y entonces estaba parado en una fila con un grupo de otros uigures. Nadie sabe realmente por qué estaban allí. Comenzaron a hablar entre ellos y se dieron cuenta de que todo se debía a que todos habían viajado recientemente al extranjero o todos tenían pasaportes”.
Tener contacto con el exterior representa una amenaza para el régimen comunista.
“La fila pasó por delante de una sala de interrogatorios y Hamut pudo ver sillas con manchas de sangre en el suelo debajo de ellas”.
De acuerdo con lo narrado por los periodistas, a Hamut le tomaron las huellas dactilares pero luego también le tomaron sangre y luego le hicieron leer un artículo del periódico durante cinco minutos mientras grababan su voz. Finalmente obtuvieron una imagen en 3D de su rostro tras sentarse frente a una cámara y mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás y hacia arriba y hacia abajo y abrir la boca y cerrarla.
Esto simplemente muestra el avance tecnológico que utiliza el estado para tener más controladas a las personas, con cada detalle físico.
La implementación de este estado de vigilancia responde a lo que Xi Jinping, el líder chino, denominó como una “guerra popular contra el terrorismo”.
Estos sistemas se han ido extendiento por todo el territorio chino desde 2017, el régimen se ha vanagloriado de ello y ahora lo hacen llamar como “ciudades inteligentes” como pasa, por ejemplo, con la localidad de Hangzhou.
En esta moderna ciudad se encuentran las instalaciones de empresas como Alibaba y la compañía de tecnología de video Hikvision. El gobierno local ha adoptado este sistema para crear un “cerebro de la ciudad”, una plataforma que controla todo, desde el tráfico hasta la detección de basura.
La vigilancia estatal tiene también una función propagandística por parte del régimen, la idea es hacerle sentir a los ciudadanos que están siendo observados todo el tiempo, con la intención de “moldear” el comportamiento de las personas.
Si la gente piensa que las cámaras los están mirando todo el tiempo y pueden reconocerlos y distinguirlos de una multitud, eso afecta la forma en que se comportan. Esta idea es disfrazada con la consigna de que lo hacen por seguridad. “El Partido Comunista te está cuidando”. Y mientras todos crean eso, el partido logró sus objetivos en gran medida sin siquiera tener que tener esa tecnología funcionando al 100 por ciento.
En la actualidad, hay alrededor de 400 millones de cámaras de vigilancia instaladas en China. Lo que equivale a que hay una por cada tres o cuatro ciudadanos. Esta es una de las razones por las que para China no es rentable solo vender cámaras en el mercado interno, por lo que han empezado a expandir sus ventas en el extranjero.
Con este plan de vender las cámaras que vigilan a los ciudadanos, el régimen chino no está tratando de expandir su modelo sino que trata de legitimar que no está mal hacerlo, por lo que cada gobierno tendría la oportunidad de instalar este sistema de “vigilancia”.
En el discurso de apertura del Congreso del Partido, Xi Jinping se centró en la “seguridad nacional” y dijo que su régimen está invirtiendo enormemente en tecnologías que alimentan este sistema de vigilancia.
Según Josh Chin, “el sistema va a ser, para él (Xi), extremadamente importante porque a medida que pasa a la siguiente fase de su gobierno, tiene que descubrir cómo mantener tanto el control como la legitimidad en el país sin el enorme crecimiento económico histórico de dos dígitos que tuvieron sus antecesores”.
“Ahora China tiene, según sus estándares, un crecimiento económico extremadamente bajo y necesita averiguar qué hacer, cómo controlar la sociedad en ausencia de eso. La vigilancia responde a esa pregunta (...) tienen las herramientas para detectar la disidencia y expulsar a las personas que no aceptan la situación actual”, aseguró.
Por supuesto que bajo la excusa de la política de “COVID cero”, el régimen ha afianzado sus niveles de control sobre la población y este sistema de vigilancia no parece tener fin, al menos en el corto plazo.
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