Desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania los analistas militares aseguraban que las tropas del Kremlin iban a poner en práctica allí todas las barbaridades que las tropas rusas habían realizado en la guerra de Siria, donde Rusia llegó en 2015 para defender al régimen de Bashar al Assad. La realidad fue otra. Fracasaron en su intento de tomar Kiev y se tuvieron que replegar a zonas más seguras del sur y el este ucraniano. Ahora, nueve meses más tarde, Vladimir Putin lo intenta nuevamente. Llevó al “carnicero de Siria”, el general Sergei Surovikin, y buena parte del arsenal que allí tienen para hacer lo que hasta ahora no había podido: tierra arrasada y conquista sin ningún miramiento.
No se sabe si la estrategia podría dar algún buen resultado para los rusos, pero lo que sí está claro es que mientras refuerza su flanco ucraniano, deja desprotegido el de Siria. Y allí acechan enemigos tan duros como los que dice estar enfrentando con la ayuda que la OTAN le da a Ucrania. El ISIS se puede reagrupar en cualquier momento en el desierto. Los turcos se consolidarán en todo el norte sirio. Las tropas especiales estadounidenses ocuparán más espacio. El régimen de Al Assad seguirá tan débil como lo está desde 2011. Y como sabemos, una desestabilización de Siria afecta a todo Medio Oriente.
Más allá del escenario bélico, los ciudadanos de la región están sintiendo los impactos de la guerra en Europa en su seguridad alimentaria, los precios de la energía y los mercados de trabajo. Se debaten entre simpatizar con los ucranianos que huyen de sus casas y ciudades destruidas por las armas rusas y recordar cómo el mundo miraba hacia otro lado mientras las mismas armas causaban estragos en Siria y Libia hace tan solo unos años. Los gobiernos de la región, incluidos los aliados tradicionales de Estados Unidos, están divididos entre Rusia y el bando occidental, jugando con el tiempo para evaluar mejor los impactos de la guerra y aliviar las restricciones que está imponiendo a las frágiles economías.
El Kremlin no se puede dar el lujo de olvidarse de Siria. “La presencia de Rusia en Siria no es un mero interés estratégico para Moscú, sino una necesidad existencial”, asegura Kheder Khaddour, investigador del Carnegie Middle East Center de Beirut. “La presencia militar rusa en el oeste de Siria debe considerarse en dos contextos: el primero es el de la guerra siria y sus dimensiones regionales, y el segundo es la posición de Siria con vistas al mar Mediterráneo oriental donde Rusia tiene una presencia estratégica”.
Es por eso que Vladimir Putin jugó un papel ambiguo en Siria y Libia. Por un lado, como señor de la guerra. Por el otro, como mediador y negociador en los últimos años. El proceso político patrocinado por la ONU se llevó a cabo con la facilitación rusa, que Moscú ofreció para persuadir al régimen de Al-Assad de que entablara conversaciones con la oposición. Al mismo tiempo, los funcionarios rusos impulsaron un nuevo marco para un acuerdo de seguridad entre Ankara y Damasco a lo largo de la frontera turco-siria. Ahora, estas dos vías, la política y la de seguridad, están cerradas, y el conflicto sirio entró en un periodo de estancamiento.
Ante el fracaso de sus tropas en Ucrania, Putin decidió sacar de Siria lo mejor que tiene para tratar de revertir la situación en el Dombás. No sólo se llevó al general Surovikin, sino que trasladó sus estratégicas baterías de misiles antiaéreos S-300. Los satélites detectaron cómo se movió el armamento estratégico desde Masyaf, en el oeste de Siria, donde estaban desplegados, hasta el puerto de Tartús, donde Rusia cuenta con una importante base naval. Fueron cargados en el buque ruso Sparta II, que salió de Tartús hacia el puerto ruso de Novorossiysk. También partieron hacia Ucrania una importante flota de cazas que son los que Surovikin utilizó para bombardear y reducir a escombros la ciudad de Idlib y otras en las regiones que aún domina la oposición siria.
Aunque estos traslados de personal y armamento no significan que Rusia vaya a dejar su presencia en Siria. La base aérea de Hmeimim, con vistas al Mediterráneo, es altamente estratégica para los intereses de Moscú. No solo le permite monitorear los proyectos de exploración de gas en el Mediterráneo oriental, sino que también permite a Rusia ejercer su influencia militar fuera de las antiguas repúblicas soviéticas. Desde allí tiene posibilidades de una intervención rápida en los Estados árabes del Golfo, Egipto, Israel y Turquía.
“Putin no va a dejar esta posición estratégica que consiguió gracias a su acción en la guerra siria, pero hoy su prioridad es Ucrania. Sabe que, si pierde allí, no podrá sostener en el tiempo las bases del Mediterráneo. Por ahora, va a hacer un equilibrio entre las dos zonas, pero si continúa el curso que va llevando la guerra en Ucrania, en algún momento se podría ver obligado a optar”, comenta el especialista Kheder Khaddour.
Surovikin, de 56 años, que se ganó el apodo de “General Armagedón” en Siria, es el primer comandante general de la embestida en Ucrania que es designado públicamente por el gobierno ruso. El anuncio coincidió con la explosión del puente de Crimea, un monumento a la apropiación de la península ucraniana por parte de Moscú en 2014 y un proyecto favorito de Putin que sirve de conducto vital desde Rusia al campo de batalla para las tropas, las armas y otros suministros.
Apenas dos días después de la explosión del puente, de la que Putin ha culpado a los servicios especiales de Ucrania, Moscú desplegó “armas de alta precisión y largo alcance desde el aire, el mar y la tierra” para bombardear Kiev, Dnipro y otras ciudades ucranianas en el momento de la primera hora de la mañana en la que hay más gente en la calle. Probablemente fue una de las primeras órdenes dadas por Surovikin en su nuevo cargo. Los bombardeos indiscriminados y despiadados fueron la característica de los rusos en Siria y ahora pareciera que intentan hacer lo mismo en Ucrania. En el primer día de estos ataques, Moscú lanzó misiles que valen más de 700 millones de dólares. Las finanzas rusas no pueden mantener este ritmo de gastos y eso es una esperanza para los ucranianos y sus tropas que continúan el avance en la región de Kherson, donde el gobernador impuesto por el Kremlin ya pidió a la población que desalojara la ciudad ante la inminente contraofensiva.
El Ministerio de Defensa ruso atribuyó en repetidas ocasiones a Surovikin la consecución de logros críticos en Siria, afirmando que las fuerzas rusas y sirias “liberaron más del 98%” del país bajo su mando. “Al frente de las tropas sirias y los comandos rusos levantó el asedio de la estratégica ciudad de Deir al-Zour y recapturó Palmira por segunda y última vez, lo que fue una parte bastante importante de la lucha contra el ISIS”, explicó al Washington Post, Kirill Mikhailov, investigador del Conflict Intelligence Team, refiriéndose al grupo terrorista Estado Islámico. “Lo específico de Surovikin es que realmente luchó con el ISIS, que se podría decir que es un enemigo más formidable que los simples rebeldes sirios”.
Un informe de Human Rights Watch de 2020 dijo que los ataques aéreos y terrestres contra sitios civiles, incluyendo casas, escuelas y hospitales, fueron un sello distintivo de la campaña de Rusia en Idlib, en la que Surovikin participó durante su segunda intervención en 2019. El informe lo incluyó como uno de los comandantes “que tuvieron responsabilidad de mando en las violaciones” durante la ofensiva de Idlib.
Es como Surovikin actúa y así lo va a hacer en Ucrania. Y lo hará manteniendo un ojo en el desierto sirio. Sabe que ahora los dos frentes de guerra están íntimamente ligados para él y para los deseos de Putin.