El viernes fue un día de festejos dentro del Kremlin. Vladimir Putin cumplió 70 años en medio de las felicitaciones de sus subordinados y una petición del patriarca ortodoxo Kirill para que todos recen por la salud del líder supremo de Rusia que más tiempo lleva en el cargo desde Josef Stalin. Salir de la rutina era una necesidad de todos los que rodean a Putin, descargar la tensión después de semanas de malas noticias por la invasión de Ucrania, el mayor enfrentamiento con Occidente desde la crisis de los misiles de Cuba de 1962. En el frente, el supuesto segundo mejor ejército del planeta tambalea tras una serie de derrotas en el último mes. Y cada día pierde algo más del territorio de las cuatro provincias ucranianas que Putin anexó a su país con toda pompa. Un clima que desató todo tipo de rumores en los últimos días que hablan de posibles golpes palaciegos y de sucesores accidentales.
Los burócratas que trabajan en las oficinas centrales del gobierno ruso tras los milenarios muros del Kremlin, aclamaron a Putin como el salvador de la Rusia moderna, mientras que el patriarca de Moscú y toda Rusia imploró al país que rezara dos días de oraciones especiales para que Dios “conceda a Vladimir Vladimirovich, salud y longevidad”. Y Ramzan Kadyrov, el sangriento líder checheno, aseguró en su felicitación que “Putin cambió la posición global de Rusia y obligó al mundo a tener en cuenta la posición de nuestro gran Estado”.
En otros discursos de circunstancia, sus acólitos dijeron que Putin había acabado con el caos que se apoderó de Rusia tras la caída de la Unión Soviética en 1991 y que desde entonces lidera una nación en constante progreso. No hicieron ninguna mención a la crisis militar más grave a la que se ha enfrentado cualquier jefe del Kremlin desde la guerra soviético-afgana de 1979-89. Y líderes de la oposición como el encarcelado Alexei Navalny aprovecharon la ocasión para afirmar a través de las redes sociales que “Putin llevó a Rusia a un callejón sin salida hacia la ruina, construyendo un sistema frágil de aduladores incompetentes que acabará colapsando y legando el caos”.
Los kremlinólogos decían el viernes que en los lúgubres pasillos del poder de Moscú se siente desde hace unos días el olor a caos provocado por la debacle militar en Ucrania. También, dicen, se huele a sangre, algo que logran distinguir perfectamente los que aspiran al poder. No se escuchan críticas masivas directas a Putin. En general dicen que “las ideas son buenas, están mal ejecutadas”. Aunque hay halcones como el analista en temas de defensa y política exterior, Maxim Yusin, del canal NTV –dirigido por el propagandista del Kremlin, Andréi Norkin-, quien criticó directamente a Putin diciendo que “ha incluido territorios en la Federación Rusa que no controla. No recuerdo un precedente así en la Historia mundial”. Esta es una excepción que indica que los dardos envenenados contra Putin vendrán primero del ala más dura, los nacionalistas fascistas.
En público, las acusaciones de los operadores se concentran en el ministro de Defensa Serguéi Shoigu y los generales Alexánder Lapin, responsable de la caída de la ciudad de Lyman, y Valeri Guerásimov. Todos ellos son señalados como los responsables de los desastres bélicos de las últimas semanas por los llamados “milbloggers”, un grupo de propagandistas del Kremlin formado por corresponsales de medios adictos, antiguos soldados, ex agentes de seguridad y mercenarios del grupo Wagner, que reemplazaron a los periodistas profesionales y que son los que están relatando la guerra a su gusto. La mayoría de ellos le pide a Putin que descabece a todo el generalato que viene desde la Guerra Fría y se rodee los oficiales más jóvenes. Algunos advierten que entre esos antiguos militares hay traidores que podrían organizar un golpe de Estado en su contra.
“Putin es una personalidad muy destructiva, enfrentará a las diferentes facciones y verá cuál es el mejor resultado”, dijo un ex funcionario del ministerio de Defensa al corresponsal de The Guardian en Moscú. “No sabe cómo arreglar las relaciones, así que al final, alguien será la víctima. Putin sólo quiere ver qué es lo mejor para él y para la guerra en Ucrania, actuar en consecuencia y pisar las cabezas que sean necesarias”.
Yevgeny Prigozhin, el llamado “chef del Kremlin” y creador del grupo de mercenarios Wagner que hace los trabajos más sucios para Putin, es el principal líder de una de esas facciones. Después de permanecer en las sombras durante años, salió a criticar a la cúpula militar con una dureza inusitada. Marat Gabidullin, un ex comandante de Wagner, dijo al Washington Post que “no le sorprendía ver a Prigozhin sacar la cabeza” en este momento. “En la actual ola de patriotismo, quiere posicionarse como un feroz defensor de la patria que creó una organización militar profesional. Quiere demostrar que puede luchar mejor que el ejército regular. Siempre hemos tenido tensiones con el Ministerio de Defensa, y ahora se van a ahondar”. Prigozhin quiere cobrarse algunas facturas de viejas deudas con el ministro de Defensa Serguéi Shoigu. Es una vieja disputa que se remonta a la fundación del grupo Wagner en 2014, tras la anexión de Crimea, y se exacerbó cuando Shoigu echó recientemente al viceministro de Defensa Dmitry Bulgakov, un funcionario que había ayudado a Prigozhin a obtener lucrativos contratos de suministros al ejército.
En el camino, Prigozhin encontró un extraño aliado, el líder checheno Kadyrov, conocido por su brutalidad conduciendo a las tropas pro-rusas en la guerra civil de su ex república. Él también tiene en Ucrania un mini ejército de chechenos, veteranos de varios conflictos, que le responden con total fidelidad, y también compite con los generales del ejército regular ruso. “La vergüenza no es que Lapin (el general) sea incompetente”, escribió Kadyrov en Telegram. “Es que está siendo protegido desde arriba por la dirección del Estado Mayor. Si de mí dependiera, lo rebajaría a soldado raso, le quitaría las medallas y lo enviaría con un fusil al frente para limpiar su vergüenza con sangre”.
“Precioso, Ramzan, sigue así”, remachó Prigozhin en la misma red social. “A estos boludos habría que enviarlos al frente descalzos con ametralladoras”.
“No hemos visto antes una batalla tan abierta y pública entre las élites por la atención de Putin”, explicó al Guardian, Dmitry Oreshkin, un veterano politólogo ruso. “Este tipo de disputas públicas son nuevas, importantes y también sin precedentes. Y lo que es más interesante es que abren la puerta para la crítica y la confrontación por el poder con el propio Putin”.
Los dos hombres no son los únicos que encabezan una avalancha contra los militares rusos. Propagandistas televisivos como Margarita Simonyan y Vladimir Soloviev criticaron abiertamente el reclutamiento al servicio militar obligatorio de 300.000 rusos en las últimas semanas y que provocó la huida de cientos de miles al exterior para evitar ir a la guerra. Acusan a los militares de fomentar la inestabilidad en el país al intentar reclutar a rusos no aptos para el servicio y “provocar un caos innecesario”.
Esta gente responde en cierta manera al otro hombre fuerte del Kremlin que es Nikolai Patrushev, el actual director del Consejo de Seguridad ruso y ex jefe de los espías de la FSB. Se conocen con Putin desde la época en que los dos eran agentes de la antigua KGB. Es ultrareligioso, puso dinero de su bolsillo para renovar la antigua iglesia de Sofía de Moscú, que está ubicada al lado de la Lybyanka, el cuartel central de los servicios de inteligencia en la capital rusa. Durante años fue un consejero clave de la nueva administración presidencial, hasta el punto de que empezó a rumorearse que Putin estaba preparando a Patrushev para sucederle al frente del país. Los rumores crecieron en 2008, el momento en el que Putin, según la Constitución rusa de entonces, debía abandonar la presidencia. A último momento, el elegido fue el hasta entonces primer ministro, Dimitri Medvédev.
Patrushev mantiene sus contactos muy aceitados con el aparato de inteligencia de la FSB, que sería esencial para cualquier movimiento dentro del Kremlin. Los que dicen conocer sus internas aseguran que el 70% de los oficiales de ese organismo no estuvo nunca de acuerdo con invadir Ucrania y que aseguran que “la guerra ya está perdida”.
Y el consenso general es que, si se produce esa derrota anunciada por los espías, Putin todavía podría manejar los hilos para mantenerse en el poder. Pero si la guerra se prolonga por demasiado tiempo y los hasta ahora oligarcas amigos del líder ruso sufren más de la cuenta por las sanciones económicas de Occidente, podrían destinar algunas de sus extraordinarias ganancias de los viejos tiempos para encontrar a alguien que les garantice una mayor estabilidad para sus negocios. Tienen a varios dispuestos.
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