El gran salón del Kremlin, la magnitud de la concurrencia, las extraordinarias lámparas de cristal, la coreografía de los guardias imperiales y hasta la euforia final con un Vladimir Putin riendo a lo grande junto a los que van a gobernar los territorios “conquistados”, retrotraen a la corte de Catalina la Grande. La ceremonia para la firma de la anexión de cuatro provincias ucranianas no pudo ser más aparatosa. Los aires del imperio de la Gran Madre Rusia al que aspira liderar Putin ventilaron los pasillos del Gran Salón de San Jorge del Kremlin. El discurso estuvo a la altura de las circunstancias.
Putin, como si de pronto se hubiera convertido en el zar “Vladimir, el Grande”, afirmó que estaba luchando en una batalla existencial con las élites occidentales que él considera “el enemigo” y particularmente Estados Unidos que aseguró está coptado por “el satanismo”. Denunció el “totalitarismo, el despotismo y el apartheid” del Occidente actual, hasta traer a colación el saqueo histórico de la India, el bombardeo de Dresde al final de la II Guerra Mundial y los “muchos géneros” de moda en Occidente. La misión de Rusia, dijo, es “defender a nuestros niños de los monstruosos experimentos diseñados para destruir sus conciencias y sus almas”. Y otra serie de incoherencias que un analista de The Guardian calificó como “más propias de un taxista enojado que de un Jefe de Estado”.
Para terminar y dirigiéndose a cientos de legisladores y gobernadores rusos convocados de urgencia al Kremlin para la ocasión, aseveró que los ciudadanos de las cuatro regiones ucranianas que el ejército ruso ocupa parcialmente se convertirían en ciudadanos de Rusia “para siempre”. Y reiteró la fórmula con la que intenta desde hace dos semanas justificar el robo del 15% del territorio ucraniano: a partir de ahora, estas cuatro provincias son territorio ruso y por lo tanto sujetas a la defensa, incluso con armas nucleares.
Andrei Kolesnikov, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, escribió en Twitter: “El discurso de Putin es un conjunto de clichés conspirativos increíblemente analfabetos que hace 30 años podían leerse en los periódicos nacional-patrióticos marginales. Ahora se ha convertido en la política de la antigua superpotencia, que ni siquiera en la época de los líderes soviéticos podía permitirse un discurso así”.
Sin embargo, Putin parecía muy orgulloso de su discurso y sus logros. Firmó los decretos y se puso a festejar junto a los cuatro hombres que nombró como los administradores rusos de las regiones anexadas. Incluso, río con ganas, abriendo la mandíbula, algo absolutamente inusual para su adusta expresión eslava de ex espía. La audiencia aplaudió y hasta se atrevió a un ¡Rusia, Rusia!, como si estuvieran el estadio del Dínamo observando un encuentro de su selección de fútbol. Pero los que conocen los pasillos del poder en el Kremlin dicen leer rostros de enorme preocupación. Saben que las guerras no se ganan con ceremonias y que la situación en el campo de batalla continúa siendo muy inestable.
Este fin de semana, las fuerzas ucranianas cercaban a las rusas sobre la ciudad de Lyman y se encontraban a punto de liberarla, lo que les permitiría un avance más profundo hacia el este en la región de Donetsk. Lyman, desde su toma a finales de mayo, fue una de las principales bases de operaciones rusa en sus campañas hacia las ciudades de Kramatorsk o Sloviansk, además de representar un nudo logístico importante. Las fuerzas ucranianas la están rodeando por todos los frentes. La única vía de escape para las tropas rusas que permanecen en la ciudad –podrían alcanzar a los 5.500 efectivos- es una carretera a campo abierto y al alcance de la artillería ucraniana, lo que deja apenas dos posibilidades: una capitulación o una carnicería.
Esto y las imágenes de decenas de miles de jóvenes que prefieren partir al exilio antes de ir al frente a matar en nombre de Putin, no parecerían encajar en el discurso y la pompa expresada en el Kremlin. El éxodo de los que se niegan a ser enrolados en el ejército después de una convocatoria compulsiva a cientos de miles de reservistas que Putin lanzó la semana pasada, continúa por todas las fronteras con territorios libres. Incluso, los medios rusos hablan de situaciones tragicómicas como hombres reclutados que fueron abandonados en un campo de entrenamiento militar en el que no hay oficiales a cargo o el pago con cabras y vacas a las familias que entreguen a sus hijos para el ejército en zonas rurales de Daguestán.
Los conceptos expresados por Putin en su discurso, también sorprenden por el paralelismo que trazan con algo que no se veía en Europa en esta magnitud desde que el Tercer Reich alemán comenzó su avance y terminó en 1944 controlando las tres cuartas partes de Europa. En septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia. Los nazis anexaron la llamada ciudad libre de Danzig y la totalidad de Polonia occidental, incluidas las provincias de Prusia Occidental, Poznan, Alta Silesia y Lodz. Entre abril y junio de 1940, Alemania conquistó Dinamarca y Noruega. Para la misma época, en el frente occidental tomaron Luxemburgo. El ejército holandés se rindió el 15 de mayo; los belgas capitularon el 28 de mayo. Francia firmó un armisticio por el que el norte y la costa atlántica de Francia quedaron bajo ocupación militar alemana, mientras que el sur, incluida la costa mediterránea, quedó bajo la jurisdicción de un gobierno francés colaboracionista. En marzo de 1941, invadió Yugoslavia y Grecia. En junio, invadió la Unión Soviética y anexaron la parte administrativa del distrito de Bialystok a Prusia Oriental e incorporaron Galicia Oriental, la región cercana a Lvov en el sudeste de Polonia, en el Gobierno General. Entre julio y principios de diciembre de 1941, las tropas alemanas conquistaron los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), Bielorrusia, la mayor parte de Ucrania, y grandes extensiones de territorio ruso. A principios de diciembre de 1941, los alemanes impusieron el estado de sitio en Leningrado en el norte, llegaron a las afueras de Moscú en el centro, y conquistaron Rostov, la entrada al Cáucaso, en el sur. A pesar de que los vientos de la guerra se volvieron en contra de Alemania, entre noviembre de 1942 y julio de 1943, sus tropas siguieron anexionando territorios. Después de que los italianos se rindieron a los aliados en septiembre de 1943, los alemanes invadieron las partes norte y central de Italia, así como también Albania, Yugoslavia y Grecia bajo ocupación italiana. En marzo de 1944, las fuerzas alemanas ocuparon Hungría, el último territorio que proclamaron suyo hasta la derrota definitiva del nazismo por parte de las fuerzas aliadas. Las anexiones son apenas posibles mientras estén respaldadas por las armas.
Ahora, Putin vuelve a ese frenesí de conquista, aunque en un grado infinitamente menor en todos los sentidos, y proclama la anexión de un territorio que incluso el inefable portavoz del Kremlin no supo dimensionar ante los corresponsales que lo interrogaban.
“Dejando a un lado la fachada legal, la anexión -en la que se toma el territorio de un país, normalmente por la fuerza- es un acto agresivo, ilícito y peligroso. No es lo mismo que la cesión, que implica el intercambio pacífico de territorio, o la concesión de la independencia por consentimiento mutuo”, explica el profesor Alexander Gillespie de la Universidad de Waikato, en Nueva Zelanda, y autor de varios libros sobre el tema. “Desde 1945, la anexión por la fuerza ha sido rara, y nunca la ha hecho un miembro permanente del Consejo de Seguridad contra otro miembro de la ONU. Putin está poniendo todo esto patas arriba”.
Incluso si Rusia lograra mantener el control militar del territorio, la maniobra no tendría más que el apoyo que tiene ahora de parte de naciones marginadas del sistema internacional como Siria, Venezuela, Corea del Norte, Cuba e Irán. Incluso China e India, aliadas de Moscú, en este tema se mantuvieron muy al margen.
Los delirios imperiales de Putin parecieran, entonces, permanecer encerrados en las gruesas paredes del Kremlin. Incluso en las calles aledañas de Moscú ven la anexión con enorme escepticismo. Hasta los “acarreados” que se encontraban el viernes festejando en la Plaza Roja en un acto prolijamente coreografiado por el enorme aparato de propaganda del Estado, mostraron poco entusiasmo a la hora de aplaudir al líder. Y, por supuesto, no hubo ningún festejo en los anexionados territorios de Kherson, Zaporizhzhia, Donetsk and Luhansk, donde continúan cayendo las bombas. Y mucho menos en la comunidad internacional. Rusia tuvo que hacer uso de su absurdo veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para no ser condenada formalmente. La respuesta de Ucrania fue un pedido urgente realizado por el presidente Volodymir Zelensky para que su país sea admitido en la OTAN, la organización de defensa militar occidental. Si esto se concreta finalmente –más allá de las formalidades-, la guerra, la anexión y las ínfulas de Putin quedarán reducidas a una simple ecuación: si Rusia utiliza armas nucleares para defender su ahora supuesto nuevo territorio, la OTAN responderá de la misma manera.
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