La ciudad de Teherán tiene una curiosa frontera en su centro geográfico: el Gran Bazaar, donde se venden alfombras, se cocinan negocios de todo tipo y palpitan los iraníes. Hacia el sur, todo es más negro. Las mujeres van cubiertas de pies a cabeza con su chador. Para el norte van apareciendo los colores. En la famosa calle Valiasr (la más larga de Medio Oriente, dicen) el hiyab que cubre la cabeza y los hombros aparece en todos los tonos. Y la especie de “guardapolvo” que visten las mujeres por la imposición religiosa del régimen de los ayatollahs pasa a los marrones y beiges. Al llegar al tradicional bazaar Tajrish del norte, con vista a las montañas, las chicas usan unos pañuelos al estilo de Sofía Loren andando en motoneta por Roma en los años 50 y los dejan caer sobre los hombros con naturalidad. Los “guardapolvos” son de estilo y comprados en Mango.
Todo esto se trastoca cuando comienza a circular el rumor de que anda dando vuelta la Gasht-e Ershad, la policía de la moralidad, creada por el régimen para “promover la virtud y prevenir el vicio”. Son los que imponen el uso “correcto” de la vestimenta en las mujeres. En esos casos, las chicas sacan largos pañuelos negros de sus carteras y comienzan a cubrirse lo máximo posible. Todas se abrochan los abrigos para que nada quede al descubierto o muestre las formas. Los comerciantes se ponen furiosos, pierden clientes. Si encuentran alguna “irregularidad”, las policías, mujeres mayores con caras amargadas vestidas totalmente de negro y hasta con guantes negros – que por supuesto van acompañadas de los “basijis”, la milicia paramilitar-, arrestan a la persona y la llevan a los centros de reeducación. Son verdaderas cárceles en las que deben asistir a clases donde se les enseña cómo vestirse de acuerdo con la norma y que muchas veces derivan en golpes y flagelaciones. Las arrestadas son liberadas una vez que aguantaron varias horas de charlas y propaganda y siempre que un hombre adulto de la familia las vaya a buscar.
“Sería difícil encontrar una mujer iraní media que no tenga una historia de interacción con la policía de la moral y los centros de reeducación. Así de presentes están”, explicó Tara Sepehri Far de Human Rights Watch. “Y el resultado es de profundo terror por el tratamiento que tuvieron cuando se enfrentaron a ellos”.
La represión es permanente y cuando llegan los basijis es porque, en general, ya recibieron un dato preciso de alguno de los miles de informantes que pululan por Teherán. Eso es lo que sucedió la semana pasada cuando se llevaron a Mahsa “Jina” Amini, una chica de 22 años, de una familia de intelectuales kurdos. Fue arrestada por agentes de la Gasht-e Ershad alrededor de las 6 de la tarde del martes 14 de septiembre cerca de la estación de metro de Shahid Haqqani de Teherán. Estaba acompañada de su hermano Kiaresh. Se la llevaron para darle, supuestamente, una “clase informativa” pero en realidad recibió una serie de golpes en la cabeza y terminó en la sala de emergencia del Hospital Kasra, donde la declararon muerta dos días más tarde.
No es la primera vez que esto sucede. Tampoco la primera que lanza protestas en las calles con muertos y heridos. Aunque es diferente en el sentido de que produjo un duro cimbronazo en el corazón de los clérigos shiítas iraníes donde aún parece haber algunas conciencias a las que le pesan estas muertes. Tuvieron que salir a admitir que “hubo excesos” y que esta vez “habrá consecuencias”. El presidente Ebrahim Raisi pidió al ministro del Interior, Ahmad Vahidi, que “investigue la causa del incidente con urgencia y atención especial”. El Lider Supremo, Alí Khamenei, envió a una persona para darle las condolencias a la familia. Una actitud inédita.
Las protestas comenzaron en Saqquez, la ciudad habitada por la minoría kurda, sobre la frontera con Irak, donde nació y vivía Jina Amini y su familia es muy conocida. Pronto se extendió por todo Irán y el mundo. Se vivieron escenas como las que se registran en el Nouruz, el año nuevo persa que se festeja en marzo de cada año y que la revolución shiíta de 1979 no pudo desterrar. Ese día, la gente salta sobre el fuego desafiando al diablo o la maldad en una ceremonia que tiene más de 3.000 años de tradición y origen en el zaratruismo. Ahora, se volvieron a prender grandes fogatas en las calles y las chicas bailaron a su alrededor mientras arrojaban las hijab que la policía de la moralidad les obliga a llevar.
Los milicianos del régimen salieron a reprimir brutalmente y ya dejaron 50 muertos y centenares de heridos. Cualquier manifestación pacífica en Irán es contestada con balas. Hubo numerosas protestas similares en los últimos años que terminaron de la misma manera. Por ejemplo, la de la llamada “chica azul” en septiembre de 2019. Sahar Khodayari se prendió fuego como acto de protesta y murió de sus heridas una semana después. Khodayari se había enfrentado a un proceso judicial por intentar asistir a un partido de fútbol en el estadio del Esteghlal, cuya camiseta es azul. Y como en ese momento, ahora las protestas están motivadas por el dolor, no por el mero agravio. El dolor abrió el camino a una nueva y más amplia movilización. Una foto de los padres de Jina Amini desesperados esperando noticias en la sala de guardia del hospital, ampliamente difundida por las redes sociales en farsí, unió a muchos en ese dolor. Y volvió a poner en el candelero el aparato represivo de Irán, planteando la cuestión de la responsabilidad y la impunidad de la que goza la élite clerical del país.
Nunca había estado tan en cuestión el sistema. En las calles cambiaron el nombre de la Gasht-e Ershad, policía del vicio, por el de Ghatl-e Ershad, policía del asesinato. Y hasta hubo “escraches”, señalamientos y protestas en las puertas de los centros de “reeducación” que son de reciente creación.
El primero de estos establecimientos se abrió en 2019, explicó Hadi Ghaemi, director ejecutivo del Centro para los Derechos Humanos en Irán, con sede en Nueva York, y añadió que “desde su creación, que no tiene base en ninguna ley, los agentes de estos centros han detenido arbitrariamente a innumerables mujeres bajo el pretexto de no cumplir con el hiyab forzado por el Estado.”
Estos lugares actúan como centros de detención, donde las mujeres -y a veces los hombres- son detenidos por no cumplir las “normas estatales sobre el pudor”. Dentro de las instalaciones, las detenidas reciben clases sobre el islam y la importancia de llevar el hiyab, y luego son obligadas a firmar un compromiso de acatar las normas de vestimenta del Estado antes de ser liberadas. “Son tratadas como criminales, fichadas por su ofensa, fotografiadas y obligadas a recibir las clases”, agregó Ghaemi en una entrevista con France24.
Irán ya dictaba a las mujeres cómo debían vestirse mucho antes de la creación de la actual República Islámica. En 1936, el gobernante prooccidental Reza Shah prohibió el uso de velos y pañuelos en un esfuerzo por modernizar el país. Muchas mujeres se resistieron. Luego, el régimen islámico que derrocó a la dinastía Pahlavi hizo obligatorio la hjyab en 1979, pero la norma no se convirtió en ley hasta 1983. Desde entonces, se registraron varios movimientos contra el uso obligatorio del pañuelo como el de las “Chicas de la Calle de la Revolución” en 2017 y las protestas anuales en el Día Nacional del Hiyab y la Castidad, que se celebra el 12 de julio.
Una encuesta realizada por un centro de investigación vinculado al parlamento en 2018 mostró que es minoritaria la posición de las personas que creen que el gobierno debe hacer cumplir el uso de el hiyab. Y un informe de 2014 de la Agencia de Noticias de los Estudiantes Iraníes había mostrado un aumento del 15%, hasta el 55%, de quienes creen que el hiyab no debería ser obligatorio. También se ha producido un cambio retórico entre los dirigentes del país, que abogan por la “educación” y la “corrección” frente a la aplicación forzosa de los valores islámicos, de acuerdo a un trabajo reciente de la investigadora Sepehri Far.
Todo esto se suma a los descontentos por el manejo de la pandemia que dejó casi 150.000 muertos, una economía paralizada y la inflación disparada. En las redes sociales se pueden escuchar las consignas más duras mientras las mujeres queman sus pañuelos o se cortan el pelo en protesta. Los manifestantes coreaban “Somos los hijos de la guerra, vengan a luchar, nos defenderemos” y “muerte a Khamenei” (el líder supremo). “Esta vez los manifestantes no sólo piden justicia para Mahsa Amini”, comentó Ghaemi. “También piden por los derechos de las mujeres, sus derechos civiles y humanos, una vida sin dictadura religiosa”.
“Ya sabemos que hubo muchas protestas y hasta ahora el régimen sigue tan firme como siempre. También sabemos que tenemos una falta grave de liderazgo para encauzar estas protestas. Pero la novedad es que lo que se ve en la calle y conversando con la gente es que llegaron a un punto de agotamiento tal que están dispuestos a hacer algo más para terminar con este pulso de muerte”, es la observación de Tara Kangarlou, autora de “The Heartbeat of Iran”, que escribió en una columna publicada la última semana en varios periódicos europeos.
Y esto es lo revela precisamente una de las raras encuestas representativas a nivel nacional que hizo Gallup el año pasado. Dice que “Irán es un país acosado por la ira y la tristeza”. Se preguntó a los encuestados qué emociones habían sentido en el día anterior. Las respuestas fueron contundentes: el 34% experimentó ira, el 36% dolor, el 40% tristeza y el 43% estrés. En respuesta a la muerte de Amini, el periodista Omid Tousheh captó el estado de ánimo nacional y lo transcribió en un tuit: “El dolor, la ira y la desesperación brotan de la puerta y las paredes”.
Ahora habrá que ver si estos sentimientos que provocó la muerte de Jani Amini conducen a los iraníes a un nuevo intento de reformas profundas o si todo termina en el abatimiento y la desesperanza como ya sucedió otras veces. Las fogatas siguen prendidas y los pañuelos están en el aire.
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