Suecia está en el medio de un “valrysare”, una intriga política sin precedentes. El país que durante décadas fue vanguardia del Estado del bienestar y donde las libertades individuales y los derechos de las minorías estuvieron desde siempre por encima de los intereses partidarios, ahora está atrapado por el nuevo poder que adquirieron en las elecciones de hace dos semanas los Demócratas de Suecia (DS). Alejados del nombre que le pusieron al partido, es una formación populista, antinmigrante y abiertamente contraria a la presencia de musulmanes en Europa. Lograron el 20% de los votos, se colocaron como el segundo partido más votado y derribaron al gobierno de los socialdemócratas de la primera ministra Magdalena Andersson.
Los DS son apenas la vanguardia de una nueva ola de populistas de extrema derecha que están teniendo un sostenido avance en Europa y que este domingo todo indica van a lograr también el poder de formar gobierno en Italia y colocar Giorgia Meloni como primera ministra. Son los Fratelli d’Italia (FdL), herederos del antiguo partido fascista creado por los sobrevivientes del régimen de Benito Mussolini. El verdadero “annus horribilis” europeo está marcando que los votantes buscan salidas mágicas a la sucesión de crisis a través de la extrema derecha, la misma que ya había asomado la cabeza en Hungría –donde está consolidada con el gobierno de Víktor Orbán-. La novedad es que están logrando, por primera vez, romper la barrera que existía hasta ahora entre la derecha tradicional y esta extrema derecha de inspiración fascista.
En Suecia esto está claro. La derecha parlamentaria tradicional de conservadores, cristianodemócratas y liberales ahora forman gobierno asociados y dependiendo de la extrema derecha. Ulf Kristersson, el líder del Partido Moderado (conservadores) recibió el mandato de formar gobierno. Y esto es apenas porque sería un escándalo que lo encabece directamente Jimmie Akesson, el líder de los Demócratas Suecos. En realidad, le correspondería. La tradición política sueca indica que el partido más votado de una coalición es el que forma el gobierno. El bloque de derecha tiene apenas un escaño más en el Riksdag, el parlamento, y quisieron evitar un tropiezo antes de lograr el gobierno. Akesson sabe que, si se empecina con exigir la jefatura del gabinete, dinamita la coalición y los socialdemócratas tendrían otra oportunidad para formar gobierno ya que siguen siendo la fuerza mas votada con el 30%.
De todos modos, hay resistencia, particularmente entre los liberales, a convertirse en rehenes de la ultraderecha. El politólogo Anders Sannerstedt escribía en el diario Dagens Nyheter que “hay muchos que no quieren terminar siendo los que ejecuten los deseos de los Demócratas”. Pero eso es lo que podría ocurrir si terminan formando el gobierno y los extremistas se quedan agazapados detrás. Los cuatro partidos del bloque de la derecha suman finalmente 176 diputados, frente a los 173 del grupo de partidos de izquierda (socialdemócratas, excomunistas, ecologistas y centristas). Con esa mayoría pueden, si se lo proponen, cambiar muchas cosas en Suecia, y por su influencia, en el resto de Escandinavia. Particularmente con leyes antiinmigrantes y homofóbicas.
Todo indica que el “valrysare” sueco va a tener a todos en vilo por semanas. Después de las elecciones de 2018, Suecia entró en una parálisis política que se prolongó durante más de cuatro meses. Fue cuando se consiguió crear un “cordón sanitario” que aisló a la ultraderecha y la dejó fuera de la coalición de derecha en ese momento, lo que permitió que el socialdemócrata Stefan Löfven formara gobierno con los verdes. Ahora, esa barrera está rota y la ultraderecha va a aprovechar su momento de gloria.
Sus correligionarios italianos viven la misma euforia de la mano del “terremoto romano”, la pequeña y muy efectiva Giorgia Meloni, que se encamina a ser la cabeza del nuevo gobierno tras las elecciones que se celebran mañana. Los Fratelli, se refundaron en 2012 de las cenizas del antiguo partido fascista. Hoy se pueden ver flamear los mismos símbolos de la época de Il Duce, con la llama tricolor de la bandera italiana, en sus actos. Fueron apenas la expresión de una muy pequeña minoría. En 2013 se hicieron con algo menos del 2% de los votos y rozaron el 4% en 2018. La misma Meloni era hasta hace apenas unos meses una marginal de la política. En una escena política dominada por el machismo y el poderío económico del norte del país –con Silvio Berlusconi y Matteo Salvini de Lombardía, Matteo Renzi de Toscana, Beppe Grillo de Liguria-, ella es una mujer de contextura pequeña que habla “romanaccio” (un término despectivo para denominar el acento romano) y que creció en el barrio obrero de Garbatella de la capital italiana. Durante mucho tiempo fue objeto de burlas: en el prestigioso periódico de centro-izquierda La Repubblica llegaron a llamarla “basura”.
Sin embargo, con una retórica sencilla, repleta de frases hechas y haciendo de sus raíces una virtud, logró componer el personaje de “Giorgia”, un producto descarado, socarrón y seguro de sí mismo que la impulsó a una fama inusitada. Su estribillo “Soy Giorgia, soy mujer, soy madre, soy cristiana” inspiró una serie de raps y otros temas musicales, e incluso tuvo un enorme éxito en España cuando estuvo allí haciendo campaña para el ultraderechista Vox.
En los últimos sondeos antes de la veda electoral, realizados el 9 de septiembre, el FdI era el partido más votado con algo menos del 25%. Mientras la imagen de Meloni está omnipresente en toda la península. Su férrea mirada brilla en vallas publicitarias, pantallas, carteles y folletos con el eslogan “Pronti a risollevare l’Italia”, algo así como “listos para volver a hacer grande a Italia”. Muy cerca del lema trumpista de “Make America Great Again” (MAGA).
Lo más probable es que de estas elecciones salga un gobierno de derecha tripartita con Meloni como primera ministra, la primera mujer que ocupe ese lugar en Italia. Una posibilidad que pone muy nerviosos a muchos italianos y europeos en general. Se preguntan ¿hasta qué punto es “post” el “postfascismo” del FdI? Su partido predecesor, el MSI, fue fundado por figuras que sirvieron bajo Mussolini y sigue siendo la agrupación que da cobijo a los nostálgicos del orden impuesto por Il Duce. Recientemente se supo, por ejemplo, que el primer ministro de la región central de Le Marche, Francesco Acquaroli, había asistido a una cena que conmemoraba la Marcha de Mussolini sobre Roma de 1922.
Sin embargo, la mayoría de los analistas italianos coinciden en que si bien hay una retórica populista nacionalista en Meloni, ella está más cerca de los republicanos de Estados Unidos en temas como el aborto y la inmigración. Y que el voto fascista real en Italia sigue siendo el viejo 4% que siempre obtuvo el MSI, los nuevos votantes del FdI provienen del M5S y la Lega, de la derecha populista mas tradicional. De todos modos, la destacada politóloga Nathalie Tocci del Istituto Affari Internazionali, ve elementos preocupantes cuando el FdL llama a crear una “sociedad homogénea, deportiva, juvenil y sana”. Y en el hecho de que Meloni cree como los fascistas de los años 20 y 30 del siglo pasado que las “desviaciones juveniles” (una referencia muy general, desde las bandas y el retraimiento social hasta la drogadicción, la anorexia y la ludopatía) pueden resolverse con una mayor participación en el deporte.
La atracción por las teorías de la conspiración es otro de esos parecidos. El historiador David Broder, autor del libro Mussolini’s Grandchildren: Fascism in Contemporary Italy, ha documentado ejemplos de Meloni y otras figuras del FdI evocando la teoría de la conspiración del “Gran Reemplazo” sobre un plan secreto para sustituir a los europeos nativos por inmigrantes, incluyendo su referencia al “proyecto de sustitución étnica de los ciudadanos europeos, deseado por el Gran Capital y los especuladores internacionales”.
En un intento por calmar a sus lectores, los analistas de los grandes medios italianos de centro e izquierda recurren a la posibilidad de deshacerse pronto de los Fratelli debido a la enorme volatilidad de la política en ese país. Aseguran que un gobierno liderado por Meloni probablemente no duraría mucho. Heredaría una economía con una deuda del 135% del PIB, en rápido declive demográfico, marcada por décadas de estancamiento económico y una crisis inflacionaria y energética producto de la invasión rusa a Ucrania.
Como describe Dave Keating en la revista World Politics Review, estas elecciones en Suecia e Italia “marcan una clara tendencia en la que los partidos nacionalistas renuevan su imagen y sus políticas para ser aceptables”. Es una tendencia. “Al igual que la francesa Marine Le Pen, los Demócratas de Suecia y los Hermanos de Italia ya no piden que sus países se retiren de la Unión Europea”, escribió Keating. “En su lugar, muchos euroescépticos quieren devolver una serie de poderes de Bruselas a las capitales nacionales, al tiempo que utilizan los puntos fuertes del bloque para perseguir sus prioridades políticas, como un enfoque aún más duro de toda la UE para la migración.”
Mientras que Tocci coincide con Keaton en que en ambos fenómenos se destaca el hecho de que los electorados europeos se están dejando seducir cada vez más por los candidatos antisistema. La antipolítica pareciera haberse corrido ya del eje del populismo más puro. Ahora se le suma la característica del nacionalismo antinmigrante y la nostalgia del viejo fascismo como esencia.
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