Su destino político ya estaba marcado cuando eligió el nombre con el que iba a reinar: Elizabeth II. Refería directamente a su antecesora la Elizabeth I que fundó una Era con su reinado entre 1558 y 1603. Sin embargo, la diferencia de época entre los dos reinados es brutal, cuando llegó Isabel II al trono las reinas ya no gobernaban, apenas si eran algo más que una figura decorativa. Pero se las arregló para tener la influencia política y llegar a los límites.
La hija de Enrique VIII y Ana Bolena se convirtió en la monarca que consolidó el poder británico a nivel global. Durante su reinado, Inglaterra se afirmó vigorosamente como una gran potencia europea en política, comercio y artes. La combinación de astucia y coraje de Elizabeth ayudaron a unificar a los ingleses contra sus enemigos internos y externos y a afirmarla como una nación protestante. Conocida como la Reina Virgen, fue el orgullo de los ingleses, el azote de la Armada española y la fundadora de la Iglesia de Inglaterra. Se negó a casarse y tener hijos para no depender de los hombres. En su época brillaron William Shakespeare y Francis Bacon.
Elizabeth II reinó en los turbulentos años de la post guerra europea, la confrontación con la Unión Soviética, la amenaza nuclear, el fin del Estado de Bienestar, la Guerra Fría y hasta la salida de la Unión Europea. El poder del gobierno estuvo en manos del primer ministro de turno, pero ella siempre supo dónde aparecer como una fuerza presencial o cuándo desaparecer entre la escenografía. Sobre todo, su reinado va a ser reconocido por la discreción, la constancia y la decencia. Una marca que también tuvo su traducción política.
Como Jefa de Estado, la reina tiene que ser estrictamente neutral con respecto a los asuntos políticos. Aunque es una monarca constitucional que se mantiene al margen, la reina conserva la capacidad de conceder una audiencia semanal al Primer Ministro en la que tiene el derecho y el deber de expresar su opinión sobre los asuntos del gobierno. Todo esto queda en el estricto secreto entre ambas personas, pero más de una vez se filtraron sus puntos de vista o los expresó en cuidados mensajes y gestos.
En 2014, por ejemplo, expresó varias veces su visión sobre los retrocesos que se estaban registrando en la convivencia social y su inclinación por la búsqueda de consensos, pero también tenían que ver con su posición contra el Brexit. Estaba claramente en contra de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Dirigiéndose al Instituto de la Mujer de Sandringham en un acto para celebrar el centenario del grupo, la monarca dijo que “el énfasis en la paciencia, la amistad, un fuerte enfoque comunitario y la consideración de las necesidades de los demás son tan importantes hoy como lo fueron cuando se fundó el grupo hace un siglo. Por supuesto, cada generación se enfrenta a nuevos retos y oportunidades. Mientras buscamos nuevas respuestas en la era moderna, yo prefiero las recetas probadas, como hablar bien de los demás y respetar los diferentes puntos de vista; reunirse para buscar el terreno común; y no perder nunca de vista el panorama general. Para mí, estos enfoques son intemporales, y los recomiendo a todo el mundo”.
Para la misma época, en el período previo al referéndum sobre la independencia de Escocia, la reina le dijo a un simpatizante en su propiedad de Balmoral, en territorio escoces: “Espero que la gente piense muy bien en el futuro”. Una frase anodina pero que en su boca tenía un peso específico. “El hecho de que la reina quería que Escocia permaneciera en Gran Bretaña era un secreto a voces”, según The Independent. Esto quedó prácticamente confirmado cuando se escuchó al entonces primer ministro David Cameron decir al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que la reina había “ronroneado por la línea” cuando le llamó por teléfono para comunicarle el resultado de la votación. Cameron se disculpó posteriormente por haber infringido el protocolo real, que exige que todos los detalles de las conversaciones con la monarca se mantengan en privado, y dijo que estaba muy avergonzado.
En 2016, un comentario poco habitual de Isabel II causó un dolor de cabeza a la monarquía y al gobierno británico, cuando fue sorprendida criticando a altos funcionarios chinos como “muy groseros”. En una fiesta en el jardín del Palacio de Buckingham, se oyó a Elizabeth decir “oh, mala suerte”, después de que la comandante de la Policía Metropolitana Lucy D’Orsi mencionara que había gestionado la seguridad de la visita al Reino Unido del primer ministro chino Xi Jinping. Cuando D’Orsi habló de las dificultades de tratar con los funcionarios chinos, la Reina se compadeció, diciendo: “Fueron muy groseros con el embajador”. Los comentarios fueron recibidos con “extremo desagrado” en Beijing, de acuerdo al The Irish Times.
Su mala relación con la que fue la primera premier mujer con la que tuvo que trabajar, Margaret Thatcher, fue épica. Aunque ninguna de las dos hizo jamás una mención específica públicamente, las afirmaciones de que desaprobaba las políticas de la entonces primera ministra proceden de una fuente inmejorable, el entonces secretario de prensa real, Michael Shea. En 1986, Shea declaró a The Sunday Times que “Su Majestad” pensaba que Thatcher no había ido lo suficientemente lejos con las sanciones a la Sudáfrica de la época del apartheid, y consideraba que su política como primera ministra era “indiferente, conflictiva y socialmente divisiva”. Más allá de que la reina hiciera saber que ella no había utilizado esas palabras y que llamara a la Thatcher para disculparse, se sabe que ningún secretario de prensa del Buckingham Palace habla sin el consentimiento superior.
También se sabe de su opinión sobre el trato que se le dio al clérigo extremista musulmán, Abu Hamza, que predicaba en una mezquita de Londres. En 2012, gracias a la indiscreción del corresponsal de Seguridad de la BBC, Frank Gardner, se supo que la reina había discutido el caso con el secretario del Interior en funciones. A pesar de que Gardner se esforzó en aclarar que “la reina no estaba presionando, sino simplemente expresando las opiniones que muchos tienen”, se vio claramente cómo Elizabeth iba mucho más allá de algunas charlas privadas con el primer ministro de turno y que era capaz de llamar a otros ministros y funcionarios para presionarlos.
Las reuniones de los martes en el salón oficial del Palacio de Buckinham tampoco eran tan descuidadas. Siempre había una agenda y hasta una mirada hacía saber al visitante lo que la reina pensaba. Harold Wilson comentó que asistir a la audiencia semanal sin estar preparada “era como si te agarraran en el colegio sin haber hecho los deberes”.
Obviamente que disfrutó de las reuniones en Winston Churchill entre 1951 y 1955. “Era muy divertido”, dijo. Fue el primero de los 15 premiers con los que tuvo que tratar y la relación tuvo mucho de “el viejo zorro y la joven reina” en la que Elizabeth tenía mucho que aprender, pero Churchill deslizó más de una vez que la joven era muy inteligente y hacía las preguntas directas por más incómodas que fueran. El conservador Anthony Eden tuvo con ella conversaciones casi diarias sobre asuntos políticos. El siguiente, Harold Macmillan, dijo que ella había sido la única confidente de absoluta discreción en su carrera política. Los laboristas Wilson y Callaghan también tuvieron una relación estrecha con la reina. Eran progresistas económicos pero conservadores sociales en cuanto a la monarquía. John Major compartió el “annus horribilis” de la reina y la política pasó a tener componentes de divorcios y escándalos palaciegos.
Tony Blair fue el primer premier nacido durante el reinado de Elizabeth II. No era muy popular en palacio debido a que había tomado partido por Lady D. Dijo en una entrevista que había “salvado” la reputación de la familia real durante la controversia sobre la impactante muerte de Lady Diana en 1997. A la reina tampoco le cayó bien que Blair considerara la monarquía como algo “anticuado”. En sus memorias, Blair describió las comidas de fin de semana en Balmoral como “surrealistas y totalmente extrañas”.
Al igual que su predecesor, David Cameron, Boris Johnson se educó en la elitista Eton, pero demostró no tener el manejo necesario como para relacionarse con la realeza. Tuvo que pedirle disculpas públicas dos veces a la reina. La primera ocasión fue después de que su decisión de prologar el Parlamento fuera considerada ilegal por el Tribunal Supremo, y la segunda por las fiestas ilegales de los miembros tories que infringieron las normas de Covid-19 en la víspera del funeral del Príncipe Felipe. Con Elizabeth Truss tuvo apenas un encuentro formal para la foto, pero la prensa ya hablaba de que la nueva premier había hablado muchas veces de la posibilidad de abolir la monarquía.
Isabel II era consciente de que ella ocupaba un cargo que era aborrecido por los republicanos del planeta. En privado justificaba todo diciendo que, sin la corona, Gran Bretaña sería un conjunto de islas perdidas en el Mar del Norte. Pasó gran parte de la primera parte de su reinado despidiéndose del Imperio Británico amasado bajo sus antepasados, desde Kenia hasta Hong Kong. Barbados fue el último país en prescindir de ella como jefa de Estado en noviembre de 2021. Sin embargo, siguió siendo la monarca de 15 países y jefa de la Commonwealth. En 1992, la reina respondió a las críticas sobre la riqueza real ofreciendo pagar el impuesto sobre la renta y reduciendo el número de miembros de su familia en la nómina del Estado. El último informe de 2021 de la Royal Household indica que el estado, los contribuyentes, entregan 96,2 millones de dólares al año para los gastos de protocolo de la reina y su familia. Esto, sin contar los cientos de millones que recaudan por sus propiedades.
La reina y su esposo, el Duque de Edimburgo, varias veces expresaron su oposición a lo que consideraban un uso político de sus figuras. En 1978 no les gustó que el entonces secretario de Asuntos Exteriores, David Owen, los obligara a recibir al dictador rumano Nicolae Ceausescu y a su esposa como invitados en el Palacio de Buckingham. Lo mismo ocurrió con algunos enviados de la entonces Sudáfrica del Apartheid. La reina tuvo una relación amistosa con Nelson Mandela. Se tuteaban y se llamaban por su nombre. Nunca hubo protocolos entre ellos.
Estableció una buena relación con una serie de presidentes estadounidenses, especialmente Ronald Reagan y Barack Obama, y tuvo un exitoso viaje a la República de Irlanda en 2011, en la que sorprendió a sus anfitriones dirigiéndose a ellos en gaélico, sigue siendo un “modelo del impacto positivo” que puede tener una visita de Estado. Incluso dejó de lado sus sentimientos personales sobre el asesinato de su primo, lord Mountbatten, en 1979, para saludar al antiguo comandante del IRA, Martin McGuinness, cuando asumió su cargo en 2007 como viceprimer ministro de Irlanda del Norte.
En sus visitas protocolares hacía algunas preguntas a los responsables políticos que los dejaba desconcertados. En 2008, tras el colapso económico cuestionó a los directivos de la Bolsa de Londres “¿cómo es posible que nadie lo haya visto venir?”. En 2014 cuando los escoceses fueron a las urnas por el referéndum de independencia les lanzó un “¿están seguros de que el pueblo sabe lo que está votando?”. Y en Glasgow, durante la Cumbre del Cambio Climático, de donde se tuvo que retirar anticipadamente por razones médicas se la escuchó despotricar contra la inacción de los políticos ante el cambio climático: “¿como es posible que no se den cuenta del desastre que están provocando?”, dijo.
Por no poder opinar de política, Isabel II uso el privilegio de la libre expresión en forma extendida.
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