La mirada torva de Muqtadá al-Sadr da miedo. Recuerdo que su figura era intimidante incluso desde los carteles que aparecieron por primera vez en Bagdad apenas unos días después de la caída de Saddam Hussein. Desde entonces, la figura ese joven clérigo shiíta que fue el primero en aparecer como una figura política importante tras la invasión estadounidense de 2003, dominó la escena de Irak. Esta semana volvió a ser clave para primero incitar a la violencia que dejó al menos 35 muertos y centenares de heridos y después llamar a sus militantes a que abandonen el enclave del poder en la Zona Verde de Bagdad donde se habían atrincherado. Tras esa jugada, anunció que se retiraba de la política dejando perplejos a muchos y lanzando otra ola de violencia.
No es la primera vez que dice que va a abandonar todo y que se retira a meditar. Lo hizo otras siete veces en los últimos veinte años. La diferencia es que esta vez también hizo renunciar a todos sus parlamentarios después de un enorme triunfo en las elecciones de hace diez meses. Y hasta su mentor espiritual, el ayatollah Kadim al Haeri le pidió públicamente que modificara su postura ante la posibilidad de crear un nuevo gobierno.
La clave de esta crisis está –como casi todo en Irak- en la relación con Irán. Ambos países contienen a la gran mayoría de los shiítas del mundo que constituyen alrededor del 20% del total de los musulmanes. El 80% son sunitas. Muqtadá es shiíta pero siempre proclamó su independencia del poder de los ayatollahs iraníes. Tampoco nunca entró en componendas con los sunitas o los estadounidenses. Eso lo hizo inmensamente popular. Lo siguen al menos siete millones de personas dispuestas a dar la vida por él. Durante la guerra civil iraquí tras la invasión de los marines en abril de 2003 formó la milicia Jaysh al-Mahdi (el Ejército Mahdí), que dominó por años el sur del país y después lideró la lucha contra el ISIS.
Es hijo del Gran Ayatollah Mahmed Sadeq al-Sadr, asesinado por el régimen de Saddam Hussein en 1999. Entonces, Muqtadá tenía apenas 25 años y fue ungido como el sucesor. Es cuando apareció esa figura regordeta de mirada torva, tapado de negro de pies a cabeza. Dos días después de la entrada del ejército estadounidense a Bagdad, el 10 de abril de 2003, Abdel Majid al-Khoei, un clérigo shiíta moderado, al que los estadounidenses habían llevado a la ciudad santa de Nayaf con la esperanza de que ayudara de algún modo a gestionar la influyente comunidad religiosa de la zona, fue asesinado a puñaladas. Rápidamente se corrió la voz de que el asesinato, que se produjo a plena luz del día y ante numerosos testigos, había sido llevado a cabo por uno de los lugartenientes de Sadr, siguiendo sus órdenes.
Al mismo tiempo, aparecieron sus milicianos armados y concentraciones enormes en la plaza de Fardouss de Bagdad. Recuerdo a una multitud gritando “¡Muqtadá! ¡Muqtadá!” y a los corresponsales preguntándonos de que se trataba todo eso. Los estadounidenses estaban absolutamente desconcertados. Era un golpe político cuidadosamente calculado. En cuestión de días, se habían apoderado de la inmensa barriada shiíta de Ciudad Sadam, que pasó a llamarse Ciudad Sadr.
Mientras la ocupación estadounidense aparecía cada día más torpe a mediados del 2003, Muqtadá se fue consolidando. Hablaban del Khomeini de Irak. Los que se habían podido acercar a él decían que era imprevisible, volátil, caprichoso. Pero lo cierto es que con la ayuda de Irán construyó un poder extraordinario y una milicia muy bien entrenada y armada. Mostró su fuerza en abril de 2004 cuando atacó simultáneamente en varios frentes a los soldados extranjeros después de que estos detuvieran a uno de sus ayudantes, acusado del asesinato de Khoei. Mientras las tropas de la coalición y los seguidores de Sadr se enfrentaban, los estadounidenses dijeron que el propio Sadr era buscado por el asesinato, y enviaron un gran número de tropas para rodear la ciudad sagrada de Nayaf. Sadr amenazó con lanzar una yihad, una guerra santa, en todo el país. Los estadounidenses se retiraron. Muqtadá demostró que era el más fuerte.
El Ejército del Mahdi se enfrentó varias veces más con las fuerzas de la coalición internacional y tuvieron una amplia participación en la brutal violencia sectaria de 2006 a 2008, pero luego se convirtieron en el Saraya al-Salam (las Brigadas de la Paz) y se transformaron en un partido político al estilo del Hezbollah libanés. Desde entonces, domina también el gobierno y lo hace en base a fuertes jugadas. Cuando dos ministros de su partido fueron acusados de corrupción, les ordenó que dimitieran de inmediato y se presentaran ante los tribunales iraquíes.
Muqtadá también tuvo gestos de amplitud y concepción democrática. A pesar de ser shiíta no tiene ningún problema de conversar con sus colegas sunitas y mantiene buena relación con políticos de esa facción en otros países árabes. Apoyó los levantamientos sunitas de la denominada “Primavera árabe”. Y hasta formó un comité de intelectuales seculares shiítas, sunítas y kurdos con los que consensuó un “plan de gobierno nacional” para Irak. Cuando el gobierno que él apoyaba del entonces primer ministro Haider al-Abadi se encontraba empantanado y empapelado de denuncias de corrupción, llamó a una impresionante movilización y le dio 45 días para mejorar. Abadi limpió su gabinete de corruptos y puso en práctica el plan de gobierno elaborado por los intelectuales congregados por Muqtadá. Las cosas mejoraron en el país.
Pero el pulso entre el hombre fuerte que observa desde su mezquita en Nayaf y el resto del espectro político continúa latente y su voz de tono bajo se escucha con suma atención. Esta vez, tuvo que gritar más alto para que sus partidarios abandonaran la Zona Verde, el perímetro donde se levantan las oficinas del gobierno y las embajadas, dejaran el lugar tras días de toma del parlamento y el palacio de gobierno, así como enfrentamientos armados. Hubo más de 30 muertos.
Esta vez, Muqtada dio un plazo de una hora para abandonaran el lugar. También pidió perdón a la población en general por el comportamiento de los suyos. Poco después, las fuerzas de seguridad iraquíes anunciaron el levantamiento del toque de queda. Sus milicianos se subieron a las camionetas blindadas que tienen y volvieron en caravana hasta Nayaf.
No se sabe por cuánto tiempo.
Desde las elecciones anticipadas de octubre pasado, Irak está sumido en una grave parálisis política que como siempre gira alrededor del reparto del poder entre bloques de la mayoría shiíta que viene gobernado el país desde 2003. Sairún (Caminantes), la formación que responde a Muqtadá, consiguió una mayoría de escaños: 73 de los 329. Pero esto no fue suficiente para formar gobierno sin sus principales rivales shiítas que están alineados con Irán.
Según el reparto de los cargos pactado tras el derrocamiento de Saddam Hussein, el puesto de primer ministro lo ocupa un miembro de la mayoría shiíta; la presidencia, un kurdo; y la presidencia del Parlamento, un sunita. En junio, los diputados sadristas dimitieron en bloque por orden de su líder. El 27 de julio sus partidarios salieron a las calles y asaltaron el Parlamento, en protesta por la propuesta de primer ministro de sus rivales. Desde entonces, han permanecido acampando ante esa sede.
Ahora, con la renuncia de Muqtadá se inicia una nueva movida política en la que habrá que ver si el clérigo logra salirse nuevamente con la suya. En tanto, el país se prepara para otro período de inestabilidad. Justo cuando faltan dos semanas para la que se considera la mayor peregrinación religiosa del shiísmo: el Arbaín, que se realiza cada año en la ciudad iraquí de Kerbala. Se celebra el cuadragésimo y último día del luto después de la Ashura, la festividad más importante del calendario shiíta, que conmemora el martirio en Kerbala del tercer imán, Hussein Ibn Ali. Este año, el Arbaín cae el 16 y el 17 de septiembre y congrega a millones de personas de toda la región. Muchos de ellos provenientes de Irán. Y allí se encontrarán cara a cara con los milicianos de Muqtadá. Por precaución, Irán ya cerró las fronteras y pidió a los fieles que este año no realicen la peregrinación.
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