La dimisión de Mikhail Gorbachov del puesto de presidente de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), el 25 de diciembre de 1991, marcó el fin del imperio soviético.
Gorbchov terminó la Guerra Fría sin derramamiento de sangre pero no pudo evitar el colapso de la Unión Soviética.
La bandera roja sobre el Kremlin fue bajada y reemplazada por la tricolor rusa. La Unión Soviética dejó de existir el mismo día, aunque se disolvió formalmente el 26 de diciembre por orden del Soviet Supremo.
“Fueron días oscuros para la Unión Soviética, para Rusia y para mí también. Pero no tenía derecho a hacer otra cosa”, recordó Gorbachov en declaraciones a la agencia rusa Tass.
Gorbachov, que defendió el control armamentístico e implantó reformas orientadas hacia la democracia como líder soviético en los años 80, murió este martes a los 91 años en el Hospital Central de Moscú.
Forjó alianzas con potencias occidentales para eliminar la Cortina de Hierro que había dividido a Europa desde la Segunda Guerra Mundial y lograr la reunificación de Alemania.
Cuando las protestas a favor de la democracia se extendieron por las naciones del bloque soviético de la Europa oriental comunista en 1989, se abstuvo de usar la fuerza, a diferencia de los líderes anteriores del Kremlin que habían enviado tanques para aplastar los levantamientos en Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968.
Pero las protestas alimentaron las aspiraciones de autonomía en las 15 repúblicas de la Unión Soviética, que se desintegró durante los siguientes dos años de manera caótica.
Gorbachov luchó en vano para evitar ese colapso.
Mikhail Sergeievich Gorbachev nació el 2 de marzo de 1931 en el pequeño pueblo de Privolnoye, en la región de tierra negra de Stavropol, en el sur de Rusia. Más tarde estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Moscú, y en la Facultad de Economía del Instituto Agrícola de Stavropol. Se unió al Partido Comunista de la Unión Soviética en 1952.
Al convertirse en secretario general del Partido Comunista Soviético en 1985, con solo 54 años, se había propuesto revitalizar el sistema introduciendo libertades políticas y económicas limitadas, pero sus reformas se salieron de control.
Su política de ‘glasnost’ -libertad de expresión- permitió críticas antes impensables al partido y al estado, pero también animó a los nacionalistas que comenzaron a presionar por la independencia en las repúblicas bálticas de Letonia, Lituania, Estonia y otros lugares.
Muchos rusos nunca perdonaron a Gorbachov por la turbulencia que sus reformas desencadenaron, considerando que la posterior caída de sus niveles de vida era un precio demasiado alto para pagar por la democracia.
Sus críticos en Rusia le culpan por lo que consideran una innecesaria y dolorosa ruptura de la Unión Soviética en 1991. La Perestroika, la política reformista que abrió las puertas de lo que hoy es Rusia, sigue siendo su gran legado político.
A la pregunta de su mayor logro, Gorbachov no dudó: “La Perestroika, por supuesto, y todo lo que vino con ella”. “Estoy completamente convencido de que era necesaria y de que nos movimos en la dirección correcta”, ha dicho al recordar una etapa en la que “el pueblo ganó libertad” y se puso fin a “un sistema totalitario”.
Sobre decisiones de las que podía arrepentirse, ha defendido que “no cambiaría ninguna de ellas”, a pesar de que ahora haya cosas que puedan estar “más claras” de lo que lo estuvieron entonces, en la década de los ochenta. “Sé que me criticaron por ser demasiado confiado, pero si no hubiese confiado en la gente, la Perestroika no habría empezado y sin el Glasnost nada habría cambiado”, ha argumentado, aludiendo a su otra gran doctrina.
Gorbachov ha defendido que “los reaccionarios siempre han perdido la oportunidad en un escenario político abierto” y, en relación a los complots contra su figura, ha dicho que incluso quienes conspiraron contra él “tuvieron oportunidad de luchar y criticar abiertamente” lo que no les gustaba de la evolución política dentro de la Unión Soviética.
También ha respondido a quienes consideran que las reformas emprendidas entonces no fueron suficientes y ha recordado que, en el caso de China, “llevó años que sentasen un rumbo que les fuese bien”.
Gorbachov ha apuntado que Rusia necesitaba “una reforma gradual de los mercados, no una terapia de choque”, y que las prisas de los noventa no fueron buenas.Sobre la posibilidad de otra Perestroika, el exmandatario sí ha considerado que “los cambios son necesarios”, sin importar el nombre, pero al mismo tiempo ha advertido de que “las reformas nunca son fáciles”. “Más aún por las complicaciones que ha traído la pandemia, pero creo que la gente quiere cambio”, ha añadido.
En 1990, antes del colapso de la URSS, le otorgaron el Premio Nobel de la Paz por ayudar a poner fin a la Guerra Fría.
Gorbachov llevó meses cuarentenado en un hospital como precaución durante la pandemia del coronavirus, y celebró sus 90 años en una fiesta virtual con amigos cercanos y el personal de su fundación.
Después de visitar a Gorbachov en el hospital el 30 de junio, el economista liberal Ruslan Grinberg le dijo al medio de noticias de las fuerzas armadas Zvezda: “Nos dio toda la libertad, pero no sabemos qué hacer con ella”.
(Con información de EFE y Reuters)
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