Transcurridos doce meses de que Kabul cayó en manos del grupo Talibán, varios de los escenarios pensados estratégicamente por Estados Unidos para Afganistán no se han cumplido excepto de forma parcial o incompleta.
En esa dirección es que el presidente Joe Biden declaró el pasado jueves que deja sin efecto la designación de Afganistán por medio de la cual lo consideraba un aliado externo de la Organización del Atlántico Norte (OTAN). Tal estatus encuadraba conforme a la sección 517 de la Ley de asistencia exterior estadounidense promulgada en el año 1961. Dicha ley fue enmendada y hoy es conocida como la Ley 22 USC-2321.
Así, el presidente comunicó el jueves su voluntad de rescindir definitivamente el encuadre que incluía a Afganistán como aliado relevante extra-OTAN y ejecutó la rescisión por medio de una carta de puño y letra que envió de forma directa a Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos.
Durante su intervención militar conjunta con una alianza Occidental, Washington había designado al gobierno aliado de Kabul como socio importante sin pertenecer a la OTAN en el año 2012, un decenio después de que militares de la OTAN se desplegaran en aquel país junto a fuerzas de Estados Unidos luego de los ataques organizados por Al-Qaeda desde Afganistán y ejecutados el 9-11 en suelo estadounidense. Actualmente Afganistán ha perdido definitivamente esa calificación.
La consideración de aliado privilegiado no perteneciente a la OTAN había otorgado a Afganistán la posibilidad de contar con amplia asistencia militar, entrenamiento y ayuda humanitaria para su sociedad civil. No obstante, cuando Estados Unidos retiró sus tropas en agosto del año pasado ante el masivo avance Talibán y la recuperación del Kabul por parte del grupo; la OTAN y Washington dejaron sin efecto todo tipo de ayuda civil y militar, aunque quedó abierta la posibilidad de continuar ayudando a la población si la situación humanitaria se agravara en el futuro.
La traumática y costosa retirada militar estadounidense de Afganistán de agosto de 2021 dejó un saldo de más de 220 afganos asesinados en 48 horas, principalmente por persecución y represalias sobre aquellos que habían trabajado con las fuerzas de Estados Unidos, además de otros cientos abandonados a su suerte al no poder ser evacuados por una sucesión de ataques suicidas y bombardeos sobre el aeropuerto de Kabul los últimos cuatro días previos a que las tropas de Washington dejaran el país.
Según declaraciones del Secretario de Estado Antony Blinken: “Lo acaecido en estos doce meses luego del retiro muestra un gran retroceso en materia del desarrollo económico del país, que en general se ha deteriorado de forma alarmante al igual que en materia del respeto por los derechos humanos para la mayoría de los afganos”.
Blinken declaró que “esto se ve claramente en tópicos como la educación de las mujeres y las niñas, principalmente las que residen en las ciudades que con la nueva administración del gobierno talibán no pueden concurrir a las escuelas o la Universidad”. Sin embargo, gran parte de la población afgana ve positivamente que Washington y sus aliados se hayan marchado del país a pesar de estar resignada a ser gobernada bajo la represión de los talibanes. De allí que para muchos afganos el año transcurrido no fue más que un regreso a lo que la sociedad de ese país había vivido en los tiempos anteriores a la intervención de la Alianza Occidental.
Mientras tanto, dentro de los Estados Unidos, las noticias y las imágenes que mostraban las cadenas de televisión en agosto de 2021, sobre la forma en que se produjo el retiro de sus fuerzas armadas, que provocaron duras críticas al presidente Joe Biden parecen haber quedado atrás ya que a la vista de muchos estadounidenses, Afganistán era parte de un escenario secundario y poco relevante al momento en que sus últimos soldados evacuaron Kabul. Por otro lado, no pocos sectores de la ciudadanía estadounidense rechazaba la permanencia de sus soldados allí dada la inversión desmedida e innecesaria que demandaba, pero también surgieron criticas que expresaron temores de que el prestigio de los Estados Unidos quedara profundamente dañado por la desorganización de la retirada. Sin embargo, la situación derivada de la invasión rusa sobre Ucrania pasados seis meses del controvertido retiro eclipsó en los medios de comunicación la continuidad del debate de la ciudadanía sobre Afganistán.
Actualmente, los analistas en defensa y seguridad nacional de Estados Unidos y la OTAN así como los medios de comunicación están focalizados en la agresión de Rusia sobre Ucrania y son varios los que sostienen que la respuesta de Washington a Moscú no sucedió espontáneamente sino que el presidente Biden fue en ayuda del presidente Zelensky para recuperar poder, prestigio y la reputación de una diplomacia que en el pasado hizo funcionar a Estados Unidos como potencia respetada en lo político y militar. En consecuencia, lo ocurrido en Afganistán fue perdiendo relevancia y quedando rezagado en la consideración de Washington en materia de asuntos globales para la administración. Así, Afganistán pasó a ser tema menos importante también para Occidente, ello quedó demostrado por la negativa de varios países en reconocer formalmente al nuevo gobierno Talibán. No obstante, Kabul dejó una importante lección que la administración Biden no debería pasar por alto, y ella es la profunda debacle actual de Afganistán. Sin embargo, el presidente Biden aún no reconoció eso y se enfocó en tres problemas que considera más relevantes: primero en la guerra de Putin contra Ucrania; en segundo lugar, en las reuniones y conversaciones con Irán para reflotar el acuerdo nuclear y tercero en la crisis entre China y Taiwán.
Pocos recuerdan ya la docena de efectivos militares estadounidenses que fueron asesinados por un atacante suicida que se inmoló en su motocicleta-bomba al ingreso del aeropuerto de Kabul, cuando cientos de personas intentaban dejar el país el último día de los vuelos de evacuación. Sucede lo mismo con los 2.442 soldados estadounidenses caídos junto a otros 1.144 de diferentes países de la OTAN, además de los 3.840 contratistas, todos muertos en diferentes acciones de la insurgencia talibán.
El rechazo por aprender las lecciones del pasado parece un rasgo distintivo del partido demócrata a través del tiempo. De hecho, más de treinta años después del fin de la Guerra Fría, no parecen contar con una estrategia firme en la política exterior de los Estados Unidos, varios de sus líderes pareciera que no creen que el país necesite una, el caso de la crisis en curso entre China y Taiwán o la inminencia por reflotar un acuerdo nuclear controversial pareciera ser la muestra de ello, por no mencionar sus políticas para Cuba, Nicaragua o Venezuela en América Latina. En cambio, una serie de prioridades de la administración y su retórica de cara a la campaña para las elecciones de medio tiempo de Noviembre confunden y convierten sus responsabilidades y los compromisos externos de Estados Unidos con cuestiones de la política interna que muestran resultados poco alentadores en la percepción de la ciudadanía.
El repliegue de Afganistán -ordenado el presidente Joe Biden- acabó en un generalizado desorden para Kabul y evidenció una incómoda verdad sobre la política exterior de su administración junto una indisimulada inclinación a la concesión de espacios políticos a gobiernos y regímenes violadores del derecho internacional y los derechos humanos, pero también fue una muestra de la irresponsabilidad histórica de Europa y su innegable irrelevancia en el papel que ha jugado -casi siempre- en los contrapesos en materia de defensa de la legalidad internacional y la libertad, principalmente luego del final de la Segunda Guerra Mundial. Aun así, a pesar de las posiciones europeas, la otra cara de la moneda continúa configurándola Estados Unidos, que a pesar de sus problemas es la única energía internacional relevante más allá de la administración política de turno.
De allí que lo acaecido un año atrás en Afganistán no cambiará esa irrefutable realidad. Aunque las políticas estadounidenses sean criticadas como disfuncionales por sus socios europeos y en momentos en que muchos de sus detractores celebran sus divisiones internas, ellos no podrán doblegar a Estados Unidos a pesar del actual y convulsionado escenario internacional dado que simboliza el templo de la libertad y lo seguirá siendo, con prescindencia del color del gobierno de turno, como por sus ciudadanos y por la institucionalidad que lo caracteriza y distingue.