A seis meses del inicio de la invasión rusa, los enfrentamientos más intensos entre las tropas de ambos bandos se centran principalmente en el este y el sur de Ucrania. En las últimas dos semanas las fuerzas de Vladimir Putin sufrieron dos importantes ataques contra sus bases en la anexionada ciudad de Crimea. Sin embargo, hasta el momento es todo un misterio cómo se perpetraron esos ataques.
El primero, y más grande, se produjo el pasado 9 de agosto contra el aeródromo de Saki, en el centro de Crimea. El ataque provocó cuatro explosiones masivas y muchas más pequeñas. El segundo, en tanto, fue el 16 de agosto, y estuvo dirigido a un depósito de municiones, y posiblemente a otra base aérea.
En un artículo publicado este miércoles en el portal Breaking Defense, Mark Cancian, asesor principal del Programa de Seguridad Internacional del think tank Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), analizó las cinco principales teorías sobre el método de ataque empleado contra las bases rusas en Crimea.
¿Se han infiltrado las fuerzas especiales ucranianas en Crimea? ¿Están penetrando misiles o aviones en el espacio aéreo ruso? ¿Hay descuidos en los procedimientos de defensa de las tropas rusas? Estos, y otros, son los interrogantes que surgieron ante la falta de información oficial sobre lo sucedido contra las bases rusas.
La primera teoría planteada por Cancian refiere a un posible accidente, aunque por las características del ataque y sus consecuencias “parece la menos probable”. Según explicó el especialista, las explosiones secundarias se producen cuando una inicial hace estallar otras municiones o combustible cercano. Esto, a su vez, hace que los daños se extiendan por una amplia zona, como al parecer ocurrió en el aeródromo de Saki.
“Además, las aeronaves situadas justo al lado de las explosiones están intactas, mientras que las más alejadas están destrozadas. No es imposible que los restos hayan pasado por encima de algunos aviones cercanos y hayan caído sobre otros más lejanos, pero parece poco probable”, señaló el experto del CSIS.
Rusia, no obstante, asegura que este primer incidente se debió a un accidente, argumentando que hubo “operaciones descuidadas” que provocaron una explosión inicial que dio lugar a explosiones secundarias.
“Si la explicación oficial rusa es inverosímil, nos queda la conclusión obvia: que Ucrania llevó a cabo algún tipo de acción directa contra estos objetivos. La cuestión es entonces cómo fue esa acción”, planteó Cancian.
En ese sentido, el coronel del Cuerpo de Marines retirado, indicó que la segunda teoría podría responder a un “sabotaje sobre el terreno”. Es decir, que las fuerzas especiales ucranianas o grupos insurgentes hayan perpetrado los ataques, infiltrándose en el aeródromo o en el depósito de municiones y colocando cargas explosivas. Esto representaría “una falla escandalosa para la seguridad rusa”.
Sin embargo, reconoció que hay tres problemas con esta explicación. En primer lugar, en el ataque a la base aérea de Saki, las principales explosiones se produjeron en el transcurso de casi una hora. Las fuerzas especiales de Ucrania tendrían que haber estado recorriendo el aeródromo sin oposición enemiga durante al menos ese tiempo, lo cual es difícil pero no imposible. El tema es que no hay indicios ni reportes de que las tropas rusas se hayan enfrentado a nadie ni hayan recuperado ningún equipo ucraniano. Esa libertad de movimientos para una fuerza de saboteadores no es imposible, dados los fallos rusos.
Otro factor que tiraría por la borda esta teoría de un presunto sabotaje es que Crimea, anexionada en 2014 por la Rusia de Putin, tiene una gran población de habla rusa que simpatiza con el Kremlin. “A un equipo de fuerzas especiales ucranianas le resultaría difícil, aunque no imposible, esconderse durante algún tiempo entre esta población hostil”, apuntó Cancian.
“Por último, el gobierno ucraniano tiene muchos incentivos para disimular. Tal vez esté encubriendo el mecanismo de ataque real. Tal vez esté tratando de sembrar el miedo en las zonas de retaguardia rusas”, agregó.
La tercera teoría abordada por Cancian hace referencia al posible uso de misiles de largo alcance. Las fuerzas ucranianas cuentan en mayor medida con cohetes GMLRS, que tienen un alcance de 72 kilómetros. Sin embargo, las tropas se encuentran a unos 240 kilómetros de los objetivos atacados.
Ante este panorama, algunos especialistas plantearon la posibilidad de que se hayan usado los cohetes ATACMS, que tienen un alcance de 290 kilómetros y pueden ser disparados desde lanzadores HIMARS, que están en poder de los ucranianos. De esta manera, estos misiles sí podrían alcanzar el centro de Crimea desde las actuales líneas del frente ucraniano y tienen la potencia explosiva necesaria para causar los daños que se registraron. Pero Estados Unidos se negó en reiteradas oportunidades a suministrar este tipo de misiles de largo alcance, por temor a que puedan alcanzar objetivos en suelo ruso y que esto lleve a una escalada del conflicto. Además, portavoces del Departamento de Defensa declararon que no hubo armas estadounidenses implicadas en los ataques contra las bases rusas.
Otra posibilidad es que se hayan utilizado misiles navales de largo alcance para ataques terrestres. Pero el principal problema con esta teoría de los misiles de largo alcance es que no hay informes de que alguien haya visto un misil volando a baja altura. Asimismo, para perpetrar un ataque de ese tipo, Ucrania tendría que haber disparado una docena de ese tipo de armamento.
Por último, los misiles no desaparecen cuando alcanzan sus objetivos; los cuerpos de los misiles permanecen en el lugar del impacto, lo que permite analizarlos.
La cuarta teoría plantea la posibilidad de “ataques no tripulados”. Los drones podrían haber atacado el aeródromo y el depósito de municiones con armas a bordo o lanzándose directamente sobre los objetivos. El problema de esta teoría, no obstante, “es el alcance”, ya que todos los drones kamikaze proporcionados por Estados Unidos, como el Switchblade o el Ghost Phoenix, tienen un alcance relativamente corto, que no es suficiente para alcanzar el centro de Crimea.
El avión no tripulado TB-2, que los ucranianos utilizan con frecuencia, tiene una resistencia muy larga, pero está limitado a un alcance de unos 240 kilómetros debido a las comunicaciones. Además, cada TB-2 lleva un máximo de cuatro misiles. Por eso, se necesitarían cuatro o cinco drones para alcanzar los numerosos objetivos que se desprenden de las fotografías aéreas. Estos drones, a su vez, son lentos y visibles, por lo que alguien los habría visto u oído.
Cancian reconoció que los insurgentes ucranianos podrían haber volado con un drone más pequeño, derivado del sector comercial. Sin embargo, para causar el nivel de daño visto en el ataque al aeródromo, tendrían que haber ampliado enormemente tanto el número como la potencia de fuego de estos drones.
“La Fuerza Aérea de Ucrania se venga”, es la quinta y última teoría del especialista norteamericano. Según indicó, una opción es que aviones ucranianos hayan perpetrado los ataques. El problema es que éstos tendrían que haber volado a baja altura para evitar ser atacados por las defensas aéreas rusas, y ninguno de los informes de los medios de comunicación citan aviones que hayan volado a baja altura.
“Mi mejor conjetura, a pesar de la falta de cobertura de los medios de comunicación, es que los misiles de largo alcance o los drones llevaron a cabo los ataques. Los misiles ATACM suministrados por terceros países serían la explicación más sencilla, pero si eso sale a la luz, Estados Unidos habrá sido sorprendido mintiendo, independientemente del giro que los portavoces den a sus declaraciones. Los ataques de las fuerzas especiales, la explicación ucraniana favorita, son extremadamente difíciles de llevar a cabo, y la Fuerza Aérea ucraniana parece demasiado débil y poco sofisticada para realizar un ataque tan profundo. Es evidente que faltan piezas importantes de información, lo que dificulta el análisis”, concluyó Cancian.
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