El 24 de febrero pasado, la noticia de la invasión rusa a Ucrania sorprendió a Karina S. (39) en cuanto despertó en su departamento de Berlín, la ciudad donde vive desde hace 13 años, a más de 1.300 kilómetros de su familia. Las dos primeras semanas, recuerda, fueron las peores. Quedó atrapada en su casa, afligida, inapetente, atenta únicamente a las novedades que llegaban de su país natal, y a los mensajes de amigos y familiares, a quienes intentaba ayudar –y convencer– para que dejaran Kiev y buscaran refugio en otras zonas seguras.
Por esos días supo que la madre de una amiga había quedado varada en una parada de buses al interior de Ucrania. Un amigo se ofreció a ir él mismo a buscarla, a ella y a quien lo necesitara, y rápidamente organizaron un viaje de urgencia: así, Karina -que por razones de seguridad prefiere no revelar su nombre completo-, su amigo y la activista y autora de varios ensayos de género, Rona Torenz (39), fundaron, de apuro, Ukraine Solidarity Bus.
Se trata de una de las varias organizaciones civiles que cinco meses después de la invasión todavía trabajan en la coordinación y el envío de ayuda humanitaria tanto a refugiados en países limítrofes como a aquellos que aún viven dentro de las fronteras ucranianas.
Pero Ukraine Solidarity Bus pertenece también a la red de organizaciones que en el último tiempo pusieron el ojo en una problemática cada vez más alarmante: los ataques sexuales en las zonas de conflicto y la consecuente desatención médica y psicológica de las víctimas de una vejación que además –en general y por múltiples factores– no es denunciada en todos los casos.
“Lamentablemente, la violencia sexual se sigue utilizando como una táctica de guerra, de tortura, terrorismo y represión política”, constata Pramila Patten, la representante especial de la ONU sobre Violencia Sexual en Conflictos, en diálogo con Infobae. “Si vemos el último reporte anual del Secretario General, vemos que incluso a pesar de las restricciones de monitoreo producidas por la pandemia, hay un aumento considerable en este tipo de casos. Y estos números son sólo la punta del iceberg, porque lidiamos con un crimen que en todos lados y desde siempre ha estado sub-reportado”.
“Se sigue utilizando porque es barata y efectiva. Los perpetradores saben que las víctimas no van a denunciar por vergüenza, por miedo a la estigmatización, al rechazo o represalias. Saben que serán impunes. Está destinada a destruir el tejido social y no sólo acaba con las víctimas sino también con sus familias y su comunidad. Instiga el miedo”, señala la funcionaria de la ONU. Es una maniobra tan antigua como vigente. Los ejemplos contemporáneos, indica Pratten, se multiplican: Sudán, Myanmar, República Democrática del Congo, Ucrania.
Las denuncias provienen además de regiones específicas donde estuvieron las fuerzas armadas rusas: Kiev, Lugansk, Donetsk, Kharkiv, Kherson, Bucha, Mykolaiv, entre otras, en un contexto de desplazamiento masivo de población. “Esto es indicativo de que no se trata de casos aislados, es un mensaje a las víctimas y a la comunidad’', remarca Pratten.
Sin embargo, hasta ahora el organismo internacional no cuenta con estadísticas o informes detallados sobre violencia sexual en Ucrania desde la invasión rusa. Pero sí existe un extenso monitoreo de casos de abuso sexual, violaciones grupales, flagelaciones, obligación de observar vejaciones a parejas y familiares y desnudez forzada: en general son denuncias anónimas y la enorme mayoría de víctimas son mujeres y niñas, aunque también hay reportes de ataques contra hombres y niños.
En sus primeras semanas de actividad como agrupación, Ukraine Solidarity Bus transportó a más de un centenar de personas -en su mayoría mujeres, niños y ancianos con apenas unas pocas pertenencias y, en algunos casos, mascotas- hasta las fronteras con Eslovaquia y Polonia.
Cuando el transporte de refugiados dentro y fuera de Ucrania se “normalizó”, Karina y Rona –ambas fuertemente involucradas en activismo político y feminista en la capital alemana– resignificaron el propósito de su organización y empezaron a planificar envíos de suministros médicos a las zonas de conflicto. Desde marzo hicieron ya una docena y, de regreso, el autobús –que no es uno sino varios y son prestados– también vuelve con refugiados.
Los viajes dependen de la cantidad de dinero con la que dispongan, que proviene exclusivamente de donaciones, y en general se producen cada tres o cuatro semanas, según el tiempo que demore el grupo en completar la lista de pedidos: antibióticos, suero, jeringas, grapadoras dérmicas, parches torácicos, bolsas para cadáveres; las necesidades varían.
Yevgenia Danilenko, amiga cercana de Karina, es quien, desde Ucrania y junto a un grupo de colaboradores, confecciona las listas y luego se ocupa de almacenar la ayuda y distribuirla. Para facilitar su tarea y evitar complicaciones en la frontera, se registraron oficialmente como una organización, Palyanytsya: una palabra que por sus fonemas es difícil de pronunciar para los rusoparlantes.
A fines de marzo, Yevgenia llamó a Karina: “No queríamos creer que sucedería, pero ya estamos recibiendo información sobre violaciones, ¿pueden comprar anticonceptivos de emergencia? Los enviaremos a donde se necesite”.
No fue tan fácil. Comprarlos directamente en farmacias en Alemania era caro e ineficaz a largo plazo. Entonces, a través de un amigo, Karina contactó a Ivette Mrova (46), activista, consultora de salud reproductiva y sexual y co-fundadora de Women Help Women, una plataforma que desde 2014 asiste virtualmente y envía a domicilio tratamientos abortivos a pacientes en países con acceso restringido a esta práctica. Con su ayuda, se enviaron inmediatamente casi 1.000 anticonceptivos de emergencia que la organización tenía almacenados en un depósito y listos para distribución.
“Nosotros normalmente no operamos en Ucrania porque tiene una ley de aborto relativamente buena”, desarrolla la representante de Women Help Women, cuya ONG trabaja principalmente, dentro de Europa, en Polonia o Malta –los dos países de la Unión Europea con legislaciones más restrictivas en cuanto a la interrupción voluntaria del embarazo– o en países de Latinoamérica, África o el Sur de Asia que todavía penalizan la práctica.
La legislación ucraniana permite a las mujeres requerir un aborto hasta la semana 12 de embarazo e incluso pasado ese límite en casos especiales. Sin embargo, la ley sí estipula la necesidad de asistir a un médico, que es quien debe proveer legalmente los medicamentos para realizarlo.
Esta particularidad, de acuerdo a Mrova, se transformó en un problema desde el comienzo de la guerra. “Los médicos en Ucrania no están dispuestos a tratarlas porque para ellos no es una prioridad, por lo que las mujeres, nuevamente, son víctimas dobles en este proceso”, señala.
“Hay triage, sí, es una guerra, y se prioriza quien es atendido antes, pero es un signo de la sociedad patriarcal que esto sea menos importante. La escala de atrocidades que están padeciendo las mujeres es tan importante como las que sufren quienes pelean en el frente. Tenemos algunos reportes específicos sobre la situación que se está viviendo ahora mismo en las zonas ocupadas y son historias perturbadoras que te mantienen despierto por la noche, literalmente”.
En las últimas semanas, la organización que Karina coordina con Rona en conjunto con la plataforma de Ivette gestionaron el envío de 10 mil “kits de aborto” -la combinación de mifepristona y misoprostol, los medicamentos que se utilizan para detener un embarazo-, además de más de 6 mil anticonceptivos de emergencia, medicamentos para infecciones vaginales, tratamientos para fibromas uterinos y casi 4 mil antibióticos para el tratamiento de infecciones de transmisión sexual que también pueden ser utilizados para tratar pacientes con tuberculosis.
Los medicamentos que en cualquier farmacia en Europa pueden costar entre 15 y 20 euros, explica Mrova, desde su plataforma pueden conseguirlos a 0,50 centavos de dólar cada uno y hacerlos llegar rápidamente a destino.
“Normalmente, nuestros servicios están abiertos para consultas médicas en línea. Después de eso el medicamento se envía a una dirección y es solo para uso personal. Para Ucrania, obviamente, eso no es posible porque estamos hablando de personas en Kharkiv o Mariupol, en ese momento, que estaban sentadas en un refugio sin absolutamente nada”, dice Mrova. “Estamos trabajando con grupos y organizaciones locales porque ellos nos garantizan el alcance”.
Y agrega: “Es decir, no pensamos desde un punto de vista colonial. No vamos y decimos ‘aquí está la ayuda’, sino que escuchamos lo que se necesita y tratamos de resolverlo juntos”.
De esta forma, las tres ONGs comenzaron a trabajar como una alianza: Palyanytsya informa las necesidades particulares en cada momento, que luego recibe en un depósito en Lviv y distribuye y desde Women Help Women –que tiene la infraestructura, el financiamiento de donantes más importantes y contactos con farmacéuticas– se gestiona la compra de medicamentos y suministros médicos en grandes cantidades que luego transportan por sí mismos o con la colaboración de organizaciones como Ukraine Solidarity Bus.
A partir de este diálogo y trabajo conjunto entre ONGs, Ivette y Karina tuvieron la idea de armar un envío de “kits post-violación”: una suerte de botiquín compuesto de medicamentos de profilaxis para prevenir la infección por el VIH, anticonceptivos de emergencia, antibióticos para tratar infecciones de transmisión sexual y hasta una prueba de embarazo.
“Todavía no los enviamos. Lleva mucho tiempo porque primero tenemos que juntar donaciones. La idea era armar 2500 pero luego nos enteramos que el mínimo era 5000, así que Women Help Women necesita cerca de 60 mil euros y luego se demoran dos o tres meses. Ya hay algunos en Ucrania pero la guerra va a seguir, tenemos que pensar a futuro’', dice Karina.
“Estos kits fueron enviados por otra agencia con la que también estamos en contacto, pero debemos mirar a largo plazo y prepararnos con anticipación”, concuerda Mrova. “También pedimos ultrasonido, por ejemplo, porque hay más de 600 instalaciones médicas y departamentos de maternidad en general destruidos en Ucrania. Es mucho más que gestionar abortos”.
Una vez más, el principal problema es la logística y el acceso. Palyanytsya, en primer lugar, sólo trata directamente con doctores y hospitales, por eso el próximo paso de la organización es llegar, por ejemplo, a paramédicos que se vinculan directamente con las víctimas o están asentados en las ciudades que fueron ocupadas por tropas rusas.
No son las únicas organizaciones que trabajan sobre esta problemática en Ucrania. Women on Web es un servicio internacional de aborto por telemedicina, activo desde 2005 y originario de Canadá, que también provee consultas médicas online a quien necesite interrumpir un embarazo de forma segura y envía los medicamentos y toda la información necesaria para realizarlos.
Desde el comienzo de la guerra hasta ahora, indica Venny Ala-Siurua, directora ejecutiva de la organización, enviaron ya más de mil kits de aborto a hospitales ucranianos. Fuera de Ucrania, Women on Web continúa trabajando directamente con casos particulares y el 90% de ellos son dentro de Polonia.
Por su cercanía geográfica con Ucrania, este es uno de los países que más refugiados ucranianos recibió de los más de 6 millones que escaparon, después de Rusia, Alemania y República Checa. Pero esto supone una dificultad adicional para las mujeres refugiadas que buscan abortar: de acuerdo a la lgislación polaca, sólo está permitido interrumpir un embarazo en situaciones de riesgo médico o tras una violación pero, en la práctica, es casi imposible poder acceder a un aborto legal. Anualmente, miles de mujeres incluso salen de territorio polaco o recurren a este tipo de servicios online para poder abortar.
“En abril, a veces teníamos hasta 5 solicitudes por día, pero han disminuido desde entonces. En total, hemos ayudado a más de 100 ucranianas a acceder a abortos seguros en Polonia”, señala Ala-Siurua. La información en la web y las consultas virtuales también pasaron a estar disponibles en ucraniano. El servicio es técnicamente gratuito: quien tiene los medios y la voluntad, lo paga, quien no, no lo hace. Lo llaman “cadena de solidaridad”. De acuerdo a este mismo protocolo, cualquier persona que huye de la guerra, recibe la asistencia gratis de inmediato.
Sin embargo, Ala-Siurua todavía ve el temor que hay en algunas mujeres a acceder a la práctica. “El mensaje que tiene que ser amplificado es que las refugiadas ucranianas no están rompiendo la ley por adquirir pastillas abortivas o autoadministrar un aborto en Polonia, sino que quienes pueden ser investigados somos las organizaciones o proveedores que brindamos asistencia. Hay muchas desinformación en torno a esto, sé que muchas mujeres se encuentran en la frontera con mensajes anti-aborto e información falsa”.
Esto es parte de otro aspecto en el que también comienzan ahora a enfocarse algunas organizaciones: el impacto psicológico de la guerra, la evacuación y los distintos tipos de violencias hacia los refugiados.
Con esa inquietud presente y su propia experiencia, la periodista ucraniana Nastia Podorozhnya fundó en los primeros días de la guerra Martynka, una línea telefónica de ayuda -también un chat de Telegram- que brinda apoyo psicológico y asistencia legal gratuita para ciudadanos ucranianos en zonas de conflicto, refugiados y mujeres víctimas de violencias en su evacuación.
“En una situación en la que una mujer tiene que evacuar sola o con un niño o varios a un país desconocido donde todos hablan un idioma desconocido y tiene que aceptar la ayuda de personas que ve por primera vez, es muy importante tener a alguien que la ayude. Alguien que pregunte: “¿Cómo estás ahora?”, que sepa dónde estás, alguien con quien compartir preocupaciones si hay una persona sospechosa dando vueltas y poder obtener consejos, apoyo incondicional”, señala Anastasiia Maklakova, refugiada hace algunas semanas en Alemania y también operadora de la línea.
Es esa misma desesperación y todas las complicaciones derivadas del desplazamiento, señala Pratten, la que también expone a muchos refugiados a otros riesgos. “Un subproducto peligroso de esta guerra es una crisis de trata de personas”, explica la funcionaria de la ONU. “Las mujeres desplazadas que salen y huyen de Ucrania con niños y ancianos se han vuelto extremadamente vulnerables a la violencia sexual y al tráfico con fines de explotación sexual y laboral”.
“Las ucranianas, que han sido traficadas con más frecuencia que la mayoría de las demás mujeres en Europa en el pasado, ahora se encuentran en una posición aún más vulnerable”, coincide Maklakova. “Estamos tratando de prevenir el tráfico. Martynka y otras organizaciones compilaron no hace mucho una guía multilingüe sobre qué es la trata. Allí hablamos sobre a qué prestar atención cuando se está aceptando la ayuda de alguien, cuando se busca un apartamento o un trabajo, cuáles son las señales de alerta y a dónde llamar si sucede algo”.
Desde mediados de marzo, Martynka ha recibido cerca de 300 solicitudes, en su mayoría de mujeres ucranianas en Polonia o Ucrania que piden ayuda psicológica o asistencia médica. Varios de estos casos son derivados luego a Women on Web, con quienes trabajan en tándem. “Ayudamos a obtener acceso gratuito a la consulta con un médico o abogado, encontrar alojamiento temporal y obtener asesoramiento sobre anticoncepción de emergencia y abortos”, explica. “Muy a menudo recibimos mensajes de personas que se sienten solas, extrañan su hogar o tienen dificultades para adaptarse a un lugar nuevo. También refugiados con signos de trauma de guerra o depresión”.
La sensación de acostumbramiento, señalan Rona y Karina, empieza a sentirse en todas partes. “El flujo de donaciones ya no es tan bueno, hoy en día provienen sobre todo de proyectos benéficos, fiestas y clubes de música tecno”, dice Rona Torenz. “Podríamos ir todas las semanas, pero no tenemos dinero para comprar las cosas. Ese es nuestro obstáculo”.
Por su parte, Karina canaliza el miedo a la guerra con un fuerte activismo desde Berlín. Junto con Rona y los demás voluntarios, participó el jueves pasado, como siempre desde un bar y centro de operaciones en el barrio de Neukölln, en una jornada de clasificación y embalaje de todos los medicamentos y suministros de ayuda que trasladaron por tierra a Lviv durante el fin de semana.
Sin embargo, aún no participó nunca de los traslados del Solidarity Bus porque, dice, no le resulta sencillo viajar a Ucrania y no poder visitar a su madre, que decidió permanecer en su casa de Kiev junto a su pareja y sus mascotas a pesar de la insistencia de su hija.
“Poco a poco el cerebro empieza a asimilar y a acostumbrarse a la información”, explica. “Y yo entendí que debo aceptar su decisión. Pero después siguen los ataques. A los cuatro o cinco días de que Yevgenia llevó a sus padres a Lviv, su casa de Kiev fue bombardeada y quedó completamente destruída. Entonces, bueno, ahí está la realidad de nuevo”, dice resignada mientras coordina con sus compañeros el próximo envío.
Esta investigación fue realizada con el patrocinio del Internationale Journalisten-Programme (IJP) en conjunto con el diario Página Siete de Bolivia
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